Críticas

El ocaso de la opulencia

Las niñas bien

Alejandra Márquez Arbella. México, 2018.

Poster de la película Las niñas bienSofía se observa frente a un espejo envolvente que le devuelve su imagen reflejada desde cada ángulo posible. Lleva puesto un vestido color marfil, adquirido en Nueva York, una pieza única que para alivio suyo nunca llegará a las vidrieras de su país. Es su cumpleaños y a la noche espera recibir a quienes ella cree que son sus amigos. Cada detalle debe estar bajo estricta supervisión: el pulpo debe estar tierno, la bebida no puede faltar y las flores deberán estar acorde con la decoración elegida. Los ojos de todos sus invitados estarán clavados en ella. Un solo imprevisto, quizás insignificante: una mariposa negra se ha metido dentro de la casa y el personal encargado del hogar se resiste a matarla porque podría traer mala suerte. Pero más que una superstición, en Las niñas bien, de Alejandra Márquez Arbella, el insecto es un presagio de tragedia porque el mundo tal como lo conoce Sofía tiene fecha de expiración.

Basada en el libro escrito por Guadalupe Loaeza, que reúne relatos acerca de la vida de mujeres de la clase alta mexicana a principios de los años ’80, Las niñas bien narra el ocaso de la alta alcurnia golpeada por la crisis del año 1982, que llevó al entonces presidente José López Portillo a adoptar medidas drásticas, como la nacionalización de la banca, que afectó la economía nacional. Pero antes del declive económico, nos adentramos en el mundo de los placeres más costosos y refinados de Sofía.

Fotograma de la película Las niñas bien

Entre las mañanas en el spa, partidos de tenis en el club de ejecutivos y las tardes de compra, su única preocupación es lucir espléndida y proyectar una imagen aspiracional para otras mujeres que desean estar en sus zapatos. Su marido trabaja hasta altas horas de la noche y llega tarde a la casa, pero eso carece de importancia cuando se palian las necesidades afectivas con un automóvil nuevo. Existe, incluso, una competencia implícita por quien ostenta más lujo y dinero, entre Sofía y sus amigas, las otras mujeres reducidas por sus adinerados esposos a meros accesorios. En esta dinámica de envidia y rivalidad, ellas se mantienen al margen de la realidad política y los inminentes problemas financieros. Sin embargo, esta burbuja de abundancia, también foco de cultivo de la arrogancia y la altanería de sus protagonistas, es frágil, y cuando se desmorona, mantener las apariencias es una tarea aún más dificultosa.

La voz en off de Sofía nos acompaña mediante fantasías con Julio Iglesias que ella relata a un tercero imaginario (quizás al cantante, quizás al espectador) y que le ofrece un consuelo momentáneo, frente a la desesperación contenida que se irá acumulando hasta el eventual quiebre. Esta voz interna se contrapone al entorno tóxico de secretos y murmullos que la agobia, pero que ella se resiste a abandonar. En Las niñas bien, la felicidad se simula y la amistad es la reunión mandatoria para esparcir rumores sobre la desgracia de los demás; pareciera que pertenecer a esta clase exclusiva implica rechazar cualquier ápice de honestidad.

Fotograma de la película Las niñas bien

Las niñas bien sostiene el relato sobre Sofía, y solo sobre ella. Es a ella a quien observamos en planos cerrados cuando escuchamos las noticias de un negocio fallido, es con ella con quien nos quedamos dentro del auto cuando envía a la criada a una casa de empeños para vender una joya suya. Mediante la cámara que invade su intimidad, aprendemos a leer la incomodidad que subyace bajo sus más ínfimos gestos, la soberbia detrás de una sonrisa o la vergüenza que despierta un tic nervioso incontrolable. Y así como vemos mucho de ella, Márquez Arbella ignora adrede a una clase social cuya función se reduce a servir a Sofía y a su familia. El séquito de personas a su servicio son invisibles para ella, y lo son también en el relato que los deja afuera, mediante encuadres y desenfoques que desechan sus caras. Ellos son tan solo cuerpos anónimos, cuyas manos entran en cuadro solo para servir alguna bebida o entregar la cuenta, y son las invasiones dentro de este espacio impecable que jalan a la protagonista de regreso a la realidad, porque ella, hasta el último minuto, se resiste a aceptar lo inevitable y, como una niña caprichosa, sigue gastando compulsivamente.

Para las niñas de bien, abandonar la vida de princesas que llevaron tanto tiempo y a la que se amoldaron sin resistencia es una tragedia. ¿Qué resta cuando lo único por hacer es asumir que las circunstancias cambiaron? ¿Cómo me comporto cuando ya nadie me mira? ¿Dónde busco apoyo y contención si mi esposo se la pasa bebiendo o jugando como una criatura? Los relojes de Cartier y los anillos de oro, al final, constituyen una mera fachada que oculta una vida vacía e insatisfactoria, que exige replantearse hasta lo que daban por sentado como el matrimonio, la familia o las relaciones afectivas.

Fotograma de la película Las niñas bien

Aquella imagen idónea, que Sofía tanto se empeñó por mantener, era una mera ilusión, tan frágil como el espejo donde ella se contemplaba el día de su cumpleaños. El dinero no lo compra todo, eso queda claro, y aquellos que se sentían dueños del país, ahora, se bañan con agua de la piscina. En Las niñas bien, Márquez Arbella critica a esta sociedad de la abundancia y del despilfarro, de cremas importadas y cumpleaños infantiles con paseos en poni, que esconde, bajo la supuesta dicha, a una élite clasista, machista y engreída que se cree superior e intocable… hasta que le cortan el agua o le rechazan la tarjeta.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Las niñas bien ,  México, 2018.

Dirección: Alejandra Márquez Arbella
Duración: 93 minutos
Guion: Alejandra Márquez Abella, Monika Revilla (Libro: Guadalupe Loaeza)
Producción: Woo Films
Fotografía: Dariela Ludlow
Música: Tomás Barreiro
Reparto: Ilse Salas, Flavio Medina, Cassandra Ciangherotti, Paulina Gaitan, Johanna Murillo, Jimena Guerra, Anajosé Aldrete Echevarria, Pablo Chemor, Claudia Lobo, Diego Jáuregui, Daniel Haddad, Rebecca de Alba

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