Festivales 

Días de cine en San Sebastián

En la temporada alta de festivales de cine y justo cuando Venecia cierra su edición y, simultáneamente a la fecha italiana, se desarrollan otras ventanas de contenido en otras geografías como Toronto, llega a mediados de septiembre, entre el 19 y 27, el certamen más esperado y la cita más deslumbrante de cuantos eventos de esta índole se organizan en España. Un acontecimiento puntero y efervescente, a lo grande, que lleva tiempo instalado en la categoría A y funcionando como uno de los hechos culturales y cinematográficos más potentes y emblemáticos. Que atrae a una amplia legión de informadores y agentes de la industria. Una consolidación forjada por maniobras organizativas tendentes a fusionar el reclamo atractivo que aportan las películas seleccionadas, tanto en su apartado oficial como en las parcelas paralelas, como en su lado vistoso y glamuroso. Mucho cine, con más de doscientos títulos diseminados por bloques, y la insustituible visita de nombres relacionados con los largometrajes a visionar se suman al puñado de estrellas que al participar en las producciones programadas generan un poder de atracción que resulta de vital importancia para el público en general y la ciudad en particular.

La urbe guipuzcoana, ubicada en un paraje norteño de costa cantábrica, como he escrito en otras ocasiones, la sabia naturaleza fue muy beninga con su orografía. Este enclave, de los más arrebatadores del mundo mundial transmite, ya desde hace un par de décadas, tranquilidad y, sobre todo seguridad. Atrás quedaron sus episodios contextuales oscuros que dañaron la imagen de esta bonita ciudad y causaron reticencia al periodista y visitante. Sin embargo, ahora mismo, es un lugar bullicioso, carismático y hechizante, con el turismo como piedra angular de su pujanza económica. Prueba de ello, además de su proximidad con el país vecino de Francia, sus calles y lugares más célebres, como la parte vieja de la ciudad, sus tres playas y exigente variedad culinaria, concentran con pasión un número elevado de gente en continuo tránsito. Un factor que hace, a veces, encontrar dificultades para recorrer sus vías céntricas, cordón umbilical con las zonas de máxima afluencia, y su paseo signifique una aventura placentera no sin obstáculos.

Estos elementos propios hibridados con la explosión artística que supone un certamen de semejante magnitud hace que la visita a esta monumental ciudad como reportero suponga un compromiso ineludible. Más si cabe cuando el rigor de la programación aporta un valor añadido rotundo y goloso para el paladar cinéfilo.

Como en cursos anteriores y afín a todo festival, la fortaleza del encuentro se basa en una heterogénea sección a concurso compuesta entre largometrajes y series en 26 piezas y solo 17 de ellas candidatas a la Concha de Oro a la mejor producción. Nombres como Edward Berger, Claire Denis, Alice Winocour, Arnaud Desplechin, Aluda Ruiz de Azúa o Agnieszka Holland estaban detrás de algunas de los largometrajes que pude ver en la parte competitiva. Secciones como Perlas de otros festivales, Zabaltegui-Tabakalera, Horizontes Latinos y Made in Spain, además de otros apartados, conforman el amplio panorama de la 73 edición del Zinemaldia.

La organización del festival y sus programadores siguen prestando un gran cuidado y atención por la prevalencia del cine español. En la sección a concurso el cine realizado en España ha ocupado un sitio muy destacado que no hace otra cosa que evidenciar el buen estado de sus artistas creativos proponiendo un andamiaje de temas que expresados en claves formales y métodos narrativos muy pegados a los relatos captan la atención de los enviados especiales y espectadores. En líneas generales y haciendo un rápido resumen a vuelo de pájaro se puede decir que los temas tratados con más asiduidad en los largometrajes observados ha sido la maternidad y la paternidad rodeados de conflictos y aristas de diversa consideración que junto a la fe más cercana a la voluntad del ser humano de asociarse a sí mismo para salir de los atolladeros a los que le ha llevado la acción.

En este sentido, la realizadora española, Alauda Ruiz de Azúa, presentó Los domingo (2025), un drama férreo e intimista que gira alrededor de la familia y cómo un acontecimiento insólito provoca un cisma peliagudo que atañe a algunos miembros del núcleo familiar. La acción se ubica en Bilbao, en el país vasco, una tierra de fe y convicciones religiosas. La autora de Cinco lobitos (España, 2021) construye un texto que podría etiquetarse como provocador pero con un calado moderado. Una joven a un paso de acudir a la universidad siente la llamada de Dios y desea convertirse en monja. Esta firme e inalterable vocación le permite a la realizadora vasca trazar un debate entre partidarios y detractores de la intención de la joven. Llevando la diáspora a un terreno belicoso donde se citan las rencillas de una familia dividida por diversas cuestiones que ahora se agudizan. Cabe destacar, por otro lado, el dibujo que Alauda hace de los religiosos que intervienen en la ficción, cuyo lenguaje corporal y maneras de captación de un nuevo ser para su comunidad tiene flecos inquisitoriales que se traducen, de manera atemperada, en un barniz satírico.

Alberto Rodríguez regresa a San Sebastián con un fornido drama envuelto en una nebulosa de thriller en la película Los tigres (España, 2025). Un título sólido, dirigido con mucho oficio, cargado de tensión, fotografiado en tonos oscuros e interpretado por dos actores en buena racha de actuaciones, Antonio de la Torre en el papel de Antonio y Bárbara Lennie que da vida a Estrella. En la ficción encarnan a dos hermanos solitarios, que viven juntos, y tienen la misma profesión, buzos mecánicos que se encargar de arreglar los desperfectos de los petroleros. Un oficio pocas veces mostrado en la gran pantalla y que aquí tiene una importancia de gran calado. Mucha de la acción del guion se desarrolla debajo del agua y las escenas subacuáticas están captadas con una veracidad palpable. El responsable de La isla mínima (España, 2014) sostiene, con su habitual talento para las historias correosas, dinámicas y efervescentes, un curioso drama que te atrapa por la singularidad de sus imágenes. Antonio es un hombre con las horas contadas como buzo y agobiado por una separación traumática. Estrella es lista y ambiciosa y tiene planes de futuro que la colocan lejos de su casa. Pero son dos criaturas que se quieren, se respetan y mantienen un lazo intachable no exento de fricciones. El magnetismo de los intérpretes en un soporte vital brutal que se conjuga con el entretejido de una subtrama relacionada con el tráfico de drogas que tensa el relato pero no logra que la verdadera materia fílmica y epicentro de la historia se concentre en la unión indestructible de los dos hermanos.

Una de los largometrajes del que estoy persuadido se va a hablar y comentar profusamente es Maspalomas (España, 2025), de José Mari Goenaga y Aitor Arregui, un tándem creativo que junto al tercer miembro del equipo, Jon Garaño, han sido artífices de obras, entre otras, La trinchera infinita (España, 2025). Sin Garaño y en su función de creadores y desde planteamientos plurales y heterógeneos, ofrecen esta vez un rumbo acerca de la dignidad, la valentía, el respeto y las ganas de confesar la identidad sexual formulada en el ámbito del mundo gay. Vicente, un colosal José Ramón Soroiz, es un tipo homosexual que disfruta de la libertad de su orientación sexual en la zona de Maspalomas (Gran Canaria). Aquí es un ser sin complejos que no se esconde y es un hombre feliz. Un problema cardiovascular lo devuelve a su tierra, en el país vasco, ingresando en una residencia para recuperarse del ictus. El ajetreo visual del inicio, resuelto con un dispositivo estético vistoso y febril, con escenas de marcado acento LGTBI, se transforma en un ambiente grisáceo y de dolor emocional en un recinto cerrado y casto. Sus directores diseccionan el delicado drama de un personaje atenazado y acobardado por su homosexualidad pero a la vez también se fijan en temas como la gerontocracia, las relaciones familiares, la incomodidad de permanecer dentro del armario y otros flecos que hacen de este título una propuesta muy plausible que afronta en su recta final la irrupción de la pandemia del coronavirus.

Un cineasta peculiar, irresistiblemente personal, vanguardista de las formas, propulsor de un cine del presente y autor que repele el academicismo de exposición y abraza el modelo intuitivo, ese es el español José Luis Guerin. Indagador y explorador de la antropología del ser humano acotada a un espacio símbolo de los vaivenes de los cambios sociológicos ofrece otro registro de su no alineación al sistema acostumbrado con su nueva obra, Historias del buen valle (2025). Una obra inteligente, coral, plural y retratista. Una película de base documental construida como otros ejemplos de su fascinante filmografía y con parecido razonable a un título descomunal En construcción (2001). Guerín se vuelve a fijar en lo inmediato y anecdótico para estampar la realidad del barrio Vallbona, situado en el entorno periférico de Barcelona. Una zona con determinadas carencias pero muy amado y respetado por aquellas gentes pioneras que lo vieron crecer como una alternativa a vivir cerca del centro de la gran ciudad. El trabajo es una brillante y gigantesca fotografía, confeccionado con un montón de voces narrativas que añaden sus reflexiones, resuelto con una caligrafía visual profunda y de constante regeneración.

El argentino Daniel Hendler recurre en 27 noches (2025) a la sátira mordaz, con bastante retranca, para forjar una comedia de tintes perversos, no exentos de humor y chispa, en torno a una anciana, Marta Hoffman (Marilu Marini), a la que sus dos hijas pretenden organizar una triquiñuela para encerrar a su madre en un psiquiátrico y poner a buen recauda una cuantiosa herencia que peligra. El planteamiento, como buen largometraje argentino, es divertido e irónico fundamentado en una doble vía. Por una parte demoler la causa emprendida por dos mujeres frustradas y acomplejadas que ignoran que su progenitora tiene más vida que ellas dos juntas. Y, por otra vía, reajustar la vida oscura, rutinaria y apagada de un perito, Leandro Casares, interpretado por el propio Damian Hendler, que al encargarse de determinados informes burocráticas y al alternar de cerca con la vitalista señora Hoffman, una señora encariñada con el mecenazgo cultural de raíces radicales, modifica su rictus pasando del hombre de triste figura a un tipo que ve aumentada su autoestima. Película de corte teatral, explosiva en su verbo sutil e inteligente y en el que se nota mucho la mano de Mariano Llinás.

Desde Argentina llega otro título al que hay que prestarle la atención que se merece por cuanto su discurso y ponencia visual, en clave alegato de denuncia, y bastante combativo, muestra con bastante poder calorífico, un hecho real conmovedor y titánico acaecido en San Miguel de Tucumán en 2024. La actriz y cineasta Dolores Fonzi relata, casi a modo de reportaje periodístico, el valor de la tenacidad, la constancia y la honradez de los principios en Belén (2024), historia sobre la colectividad femenina pautada a través del coraje de dos mujeres. Por un lado, una víctima del sistema machista y corrupto representada por Julieta, una joven que encaja perfectamente en la etiqueta de la dignidad de los nadie, que es arrestada y encarcelada por sufrir un aborto espontáneo y, por otro lado, Soledad Deza (Dolores Fonzi), una abogada, sensible a las injusticias y al abandono de la gente necesitada de ayuda y asesoramiento. Dos chicas que desde mundos diferentes emprenden una lucha sostenible e incansable por hacer de un caso manipulado una reivindicación por la conquista de los derechos de la mujer. Aquí se desvela una verdad que genera un movimiento femenino compacto y emergente. Largometraje de pancarta resuelto con vigor y convicción.

La presencia argentina culminó con el estreno de la pieza Las corrientes (2024), de Milagros Mumenthaler, un relato plagado de sugerencias, de signos, de pistas, en torno a los desequilibrios emocionales de Lina (Isabel Aimé González Sola), una mujer estilista en un momento exitoso en su carrera profesional que intenta sanar viejas heridas aumentadas por síntomas depresivos que la llevan a su interior más oscuro, turbio y perturbado. Lina busca y no encuentra un sentido al mundo devastada por sus dudas e inseguridades. Para expresar ese despiadado tormento y tumultuoso rompecabezas mental, la cineasta recurre a un estilo valiente, árido, de fuerte carácter y puesta en escena radical, sin concesiones para el espectador. Traza un inquietante descenso a los infiernos sobre la aflicción que hará las delicias de los amantes de los cuadros psicóticos. Compaginada una narración férrea, desde un punto de vista de la protagonista desconcertante, la cineasta a pesar de acometer una historia donde la erosión agrava las contradicciones de su problemático personaje consigue crear instantes hermosos, de una gran belleza lírica, como la estupenda escena situada en un faro, donde Lina y su hija pequeña hablan, en busca de claves afectivas, que constata uno de sus vértices principales, las dudas sobre la maternidad.

Otros títulos que han participado en la sección que otorga la Concha de Oro citar Couture (Francia-EEUU), de Alice Winocour, con Angelina Jolie como gran reclamo comercial. La actriz norteamericana da vida a una realizadora de cine que ha tomado la descisión de abandonar su zona de confort para comprometerse en un trabajo institucional en París. La historia se inscribe en el mundo de la costura y de las modelos. Los temas importantes, la migración, las exigencias a las que se tienen que someter las chicas que desfilan, los procesos creativos, enfermedades graves, la maternidad, etcétera, se agolpan en una pieza que mezcla la crueldad de variada índole con la sensibilidad en el enfoque del cáncer de mama. Estética y estilo visual hechizante.

Claire Denis presentó The fence (2025). Sin duda, la directora es uno de los nombres con prestigio del cine europeo que suele proponer relatos con un trasfondo nada complaciente y con colmillo afilado. Realizadora personal, rozando la autoría, cuyas manifestaciones escarpadas que te sumergen en historias oscuras y reveladoras, siempre desde un ángulo crítico y feroz. En su estilización hipnótica, en este caso, de marcados rasgos teatrales, y con el intérprete norteamericano Matt Dillon como punta de lanza, construye un alegato contra los prejuicios raciales. La acción se enclava en África Occidental y el espectador asiste a un enfrentamiento verbal entre un capataz blanco a cargo de una instalación empresarial de propiedad europea y un autóctono negro de la zona que reclama el cadáver de su hermano asesinado en un arrebato racista. Narrativa seca, muy árida, crispados planos/contraplanos crispados, diálogos afilados y relato siniestro traducido por hilos narrativos llenos de alegorías donde las obscenas faenas del colonialismo siguen vigentes.

El realizador galo Arnaud Desplechin se ha ganado a pulso su estatus de voz narrativa francesa poderosa y muy personal. Responsable de una filmografía que abarca registros heterogéneos retoma una propuesta de corte clásico moderno, de estructura no lineal y envuelta en un aliento romántico cuyo título Two pianos (2024) delimita y acota su tentativa de suscribir un texto visual que se salgo del camino trillado. Su argumento está ambientado en el mundo de las orquestas y de los solistas de prestigio, en este caso, pianistas. Mathias Vogler (François Civil) es un concertista que regresa a su casa, Lyon y aquí se desata una tormenta que no llega a ser perfecta y que amaine en el terreno íntimo del amor y la autoestima. El personaje se debate en recuperar el amor de un antiguo amor (Nadia Tereszkiewicz), sostener un pulso con su mentora (Charlotte Rampling) y encontrar el impulso definitivo que le empuje a crecer como hombre y prosperar como músico talentoso venciendo temores e inseguridades. Desplechin se mueve como pez en el agua en el terreno psicológico y en los temperamentos volubles. Su película funciona y el desafuero autodestructivo de Mathias está compuesta con los flecos habituales, es decir, desconcierto, alcoholismo y depresión y otros malestares propios de los genios que buscan su sitio en el mundo.

Una verdadera gozada volver a visionar en pantalla grande otro trabajo de la veterana directora polaca Agnieszka Holland. La envergadura de su talla artística e icono de las revueltas geopolíticas muy conflictivas y denunciante de la intolerancia de las tiranías sigue bien armada pero desde un prisma diferente en Franz (2025). Una película que se aproxima desde sentidos visuales turbadores al alucinante mundo creativo del extrovertido escritor checo Franz Kafka. Cuando todavía se está celebrando el centenario de su muerte, Holland construye un relato de estructura alambicada, de juegos metafóricos y alejadado del biopic al uso para tender un puente expresivo, como si fuese un vaso comunicante, con el universo desvertebrado, hipnótico y surreal del autor de El proceso. Sin omitir, por supuesto, señas de identidad relacionadas con algunos aspectos “avant garde” de la vida del novelista, especialmente, los que atañen a su familia.

La película de nacionalidad China Her Heart Beats in its Cage (2025), de Qin Xiaoyu, habla del difícil proceso del perdón y la redención social. Una de sus características particulares que hacen de esta pieza un relato inusual es que está interpretado por los verdaderos personajes que vivieron en la realidad este drama sobre una mujer que sale de la cárcel e intenta reencontrarse con su hijo y consolidar lo que al principio es una familia rota. Este gesto implementado hace que el largometraje posea y rezume algo de la verdad que visual y expresivamente el cine propone. Pero me quedo y lo quiero apuntar que es un filme que denuncia la violencia de género, ejemplifica que la prisión regenera al ciudadana y lo retroalimenta en su espíritu colectivo para luego describir una sátira moderada acerca de una sociedad cruel e inclemente en las redes sociales que no perdona al infractor.

Otro nombre habitual de los festivales de cine de primera categoría es el realizador belga Joachim Lafosse, que presentó Six jours ce printemps (2025), una curiosa película que arrastra en sus entrañas una apasionante defensa de su personaje central, Sana (Eye Haïdara), una mujer de color que para ofrecerle a sus dos hijos unos días de asueto durante las vacaciones de primavera decide cruzar la línea prohibida. El protocolo que se salta de manera valiente, aunque con temor y discreción, consiste en allanar la propiedad privada de sus exsuegros que poseen en la riviera francesa y ejercer por un corto tiempo de okupas. ¿Está Lafosse justificando el allanamiento de morada? No. El discurso de la película no gira en torno a la delincuencia sino más bien, y desde una tono carismático muy cariñoso, abraza el gesto de osadía y autoestima que Sana tenía ganas de gritar. Por las sensibles imágenes filmadas por Lafosse el espectador entiende que esta mujer ha sufrido un calvario con los prejuicios raciales y, por otra parte, escoge una manera muy arriesgada de informarles a sus niños que tiene una nueva pareja.

El thriller de asesinos en serie ha tenido su eco en la sección competitiva con el concurso de la película japonesa Sai: Disaster (2025) de Yutaru Seki. El cineasta nipón escoge una estructura no lineal y un tratamiento a contracorriente para contar las sobrecogedoras maniobras de un psicópata bastantes cafre cuya metodología es espantosa y en todos sus crímenes deja una huella común. Cada muerte sucede en un lugar, que tiene su correspondiente epígrafe, que desorienta al espectador y merece prestarle mucha atención para hilvanar un relato boscoso y siniestro. La policía también está bastante desorientada, y no me extraña. Sin embargo, el misterio y la intriga está acentuada y se acrecienta con imágenes incisivas, atmosféricas y sonoras. La tramoya asesina está estilizada, no sigue normas establecidas, genera tensión e incertidumbre y la música, chirriante y atronadora, ejerce la pauta necesaria para afirmar que se trata de un trabajo magnético y troceado deliberadamente.

La familia y sus aristas, entiéndase, problemas a destajo, es una veta que jamás perderá una arquitectura en constante reformulación. Drama y thriller armonizan en Ungrateful Beings (2025), de Olmo Omerzu, sobre cómo afrontar y resolver los desarreglos alimenticios de una joven adolescente camino de la anorexia. Para aliviar el golpe que supone para el padre (está separado) ver a su hija consumirse, viajan a un lugar vacacional en busca de estímulos que provoquen un cambio en la actitud de la joven. Y se logra. Cuando el amor sobreviene la muchacha experimenta una transformación esperanzadora. Sin embargo, el amante, un joven conflictivo, y la aparición del cuerpo sin vida del padre del chico, agitan la situación. Cuando al novio de tu niña le comprometen en un parricidio ¿cómo actúas si de nuevo tu hija vuelve a cerrar la boca para la ingesta de alimentos? Aquí radica el intríngulis de este severo relato angustioso, penetrante y psicológico que establece un dilema moral conducido con tensión. La película es un campo de minas. La contradicción asoma, se incorpora a la historia la exmujer y el asunto, muy correoso, alcanza cotas turbias con un giro final inesperado y genial.

El tratamiento más convencional, gris y realizado con una materia fílmica harto manoseada es la superproducción Núremberg (2025), escrita y dirigida por el director James Vanderbilt y fotografía, en tonos marrones, de Dariusz Wolski. Relectura del famoso juicio a los dirigentes nazis capturados tras la finalización de la II Guerra Mundial en una vista localizada en la ciudad alemana a la que da títula el largometraje y que sirvió de inspiración a una correcta cinta Vencedores y vencidos (1961), de Stanley Kramer, que se centraba en pautar el proceso judicial que condenó a la pena capital a sus principales estrategas. El autor de La verdad (Truth, 2015 EUA) fija su atención en la impecable tarea cientítica, desde el terreno psicológico, del psquiatra norteamericano Douglas Kelley (Rami Malek), que analizó la figura del preso Hermann Göring (Russel), para tratar de descifrar su compleja personalidad y extraer alguna grieta en su pétreo y orgulloso carácter que sirviera de pista y ayuda para el juez encargada de la causa. En líneas generales se trata de una película contada con solvencia, merodeando aspectos no abordados en el clásico de Kramer y cuyo discurso cobra rabiosa actualidad a describir un elocuente alegato de advertencia sobre la irresistible llegada de nuevos líderes fanáticos de la extrema derecha que para combatirlos y derrotarlos nada mejor que conocer las tropelías cometidas por sus antecesores a través de la memoria histórica.

Y para terminar este repaso dejo para el final quizás, a mi juicio, la película menos atractiva de la sección a concurso. Ballad of a Small Player (2025), es una producción Netflix que habla de las segundas oportunidades y de la redención. Es una pieza que buscándole una referencia nada baladí podría decirse que se parece, salvando las distancias, a El rey del juego (The Cincinnati Kid, 1965, EUA), de Norman Jewinson). La ludopatía, la avaricia, el fracaso, el descenso a los infiernos, las tribulaciones más delirantes se dan cita en esta desmadrada y extrovertida peripecia sobre un jugador, Reilly (Colin Farrell). Un truhán y sinvergüenza que pasa sus días en los casinos de la ciudad capitalista de Macao (China) apostando al bacarrá y derrochando las pírricas ganancias. La película posee una factura alocada, con sus correspondientes mutaciones que varían desde frenesí visual esperpéntico a ratos de calma total. Fábula moral, mil veces vista, que sustituye la verbena de Las Vegas por el nuevo imperio de la ociosa China. Parece mentira que el mismo cineasta que rodó Cónclave (2024), que se pudo ver a competición el curso pasado en San Sebastián, se haya comprometido a trabajar en un producto caótico, tronado, bilioso y de temperamento irritante.

Palmarés:

– Concha de Oro Los Domingos, de Alauda Ruiz de Azúa

– Premio especial del jurado Historias del Buen Valle, José Luis Guerín

– Premio a Mejor Dirección Joachim Lafosse, por Six jours ce printemps-lá

– Concha de plata a la interpretación de reparto Camila Plate, por Belén

– Premio a la mejor fotografía Los tigres, de Alberto Rodríguez

– Premio al mejor guion Six jours ce printemps-lá, Joachim Lafosse

– Premio Cooperación Española Historias del Buen Valle, de José Luis Guerín

– Premio Otra Mirada Las Corrientes, de Milagros Mumenthaler

– Premio Culinary Cinema Mam, de Naim Feix

– Premio Irizar Los Domingos, de Alauda Ruiz de Azúa

– Premio Ciudad de Donostia Amélie et la métaphysique des tubes, de Maïlys Vallade y Liane-Cho Han

– Premio público Ciudad de San Sebastián The Voice of Hind Rajab, de Kaouther Ben Hania

– Premio Zabaltegi-Tabakalera La tour de glace / The Ice Tower, de Lucile Hadzihalilovic

– Premio Horizontes Latinos Un Poeta, de Simón Mesa Soto

– Premio Kutxabank-Nuevos directores Vaegtloes (Weightless), de Emilie Thalund

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