Viñetas y celuloide 

Batman y sus adversarios: El espejo de la locura

Todd Phillips ha conseguido con su Joker (2019) una particular película de orígenes con multitud de aristas alrededor de su personaje principal. Y para muchos, no deja de ser extraño ver al famoso criminal de Gotham City en solitario, sin enfrentarse a su mítica némesis, alejándose de los parámetros habituales del mundo del cómic. A los que vivimos con pasión la viñeta nos cuesta el ver a un villano sin su contrapartida luminosa, puesto que, al fin y al cabo, de eso trata el universo superheroico, de la eterna lucha entre la luz y la oscuridad. Claro está, en el extraño cosmos de Batman, priman los matices de gris, y el claroscuro de las distorsionadas psiques de los pintorescos habitantes de Gotham es el tono dominante en la dolorosa cruzada del murciélago.

Para ciertos autores, Batman se define por sus adversarios, coloridos sociópatas que son el lado oscuro de la inquebrantable lucha del Caballero Oscuro. No cabe duda de que la mayoría de los villanos que pululan por las páginas de la colección del señor de la noche han traspasado el umbral de la locura. Pero, ¿Qué ocurre si analizamos la mente del propio cruzado? ¿Está acaso menos loco un tipo que recorre las calles de un infierno de acero y cristal vestido de rata voladora?

El cómic alcanza cierto grado de complejidad entre el final de la década de los 70 y a lo largo de los 80 del siglo XX. Los lectores de cómics ya no son niños, han crecido, y ahora no se limitan a leer sus historietas favoritas. Las coleccionan, analizan sus contenidos desde un prisma intelectual, discuten acerca de las bondades artísticas del medio e, incluso, empieza a colarse como expresión visual en estamentos académicos. El cómic de superhéroes entra en una nueva fase con la aparición de autores que añaden sofisticadas novedades narrativas y artísticas y exploran las motivaciones de los coloridos protagonistas de sus cómics favoritos. Obras como Watchmen (Alan Moore, Dave Gibbons, 1987) se adentran sin tapujos en la psicología de los héroes, retratados como auténticos sacos de taras y miserias tras el disfraz.

En la interminable pléyade de enmascarados luchadores contra el crimen, Batman se antoja especialmente jugoso para un análisis concienzudo de esos aspectos íntimos. Si bien ya hay autores que apuntan a las consecuencias del trauma en la personalidad de Bruce Wayne, es Frank Miller el que pone el dedo en la llaga con la majestuosa El regreso del Caballero Oscuro (1986). A cuenta de un Batman anciano y crespuscular, Miller retrata al cruzado como una especie de paramilitar con personalidad límite rayando el fascismo patológico.

Recuperamos una de las ideas principales de Miller en aquella obra, y que certificó un secreto a voces hasta convertir ese aspecto en esencia canónica del mito: Bruce Wayne no existe, es una máscara para mantener una apariencia necesaria en la cruzada de Batman. El niño Wayne muere con sus padres en el callejón del crimen y, de las cenizas del trauma, construye al héroe como método de supervivencia. La venganza es la gasolina que mueve al oscuro cruzado de Gotham. En resumen, Bruce Wayne/Batman es un sociópata de grado similar a sus adversarios, pero tenemos la suerte de que ha elegido estar de nuestro lado.

A partir de esta tesis, la relación con sus enemigos se vuelve todavía más enfermiza, hasta el punto de que estos seres perturbados existen porque existe un Batman, y Batman es una realidad porque existen estos criminales fuera de la media. Las dos caras de la locura se reflejan en el perverso espejo de la realidad del cruzado de la capa.

Batman representa al jefe de pista de un circo de monstruos, en el que cada némesis refleja un aspecto distorsionado de la propia personalidad del campeón enmascarado. Si su disfraz se eligió para inspirar el miedo en los criminales, cobardes y supersticiosos, aparece Espantapájaros, especialista en volver los miedos contra uno mismo. El murciélago es un mito por sí mismo, así que Man-Bat se cruza en su camino, un hombre normal que, por culpa de un experimento, se transforma en una bestia descontrolada y asesina (la figura del mad doctor, tan propia del cine de horror, es una presencia habitual en las aventuras de Batman). El símbolo transformado en un monstruo.

Bruce Wayne proviene de familia aristócrata; tenemos al pingüino como contrapartida, deforme y señorial al mismo tiempo, ejemplo de la decadencia de clase en las altas esferas de Gotham. Si el fanatismo define su obsesiva cruzada contra el crimen, aparece Ra’s al Ghul, otro personaje obcecado con la misión autoimpuesta de salvar al planeta de la plaga humana, reflejo siniestro de la propia obstinación del murciélago.

Por supuesto, estamos ante el mejor detective del mundo. No podía ser de otra forma, presentamos a  Acertijo, empeñado en contraponer su ingenio al de Batman, con mortales demostraciones de inteligencia homicida.

Bruce Wayne renace del trauma a base de tesón, sacrificio y esfuerzo, transformado en un superhombre. El reverso tenebroso en Bane, hijo del dolor, superviviente nato, con la misma fuerza de voluntad inquebrantable.

Y no podemos terminar este paseo por la galería de la locura sin hacer mención al eterno rival de Batman, el más rico y lleno de matices enemigo al que jamás se ha enfrentado, constante en los desafíos que afronta el Caballero Oscuro. Joker es la contrapartida definitiva. Batman es el obseso del control, del orden, de la justicia. Joker es el caos, lo impredecible, la locura sin paliativos, el mal encarnado en la sonrisa que hiela la sangre. No hay autor que no profundice en la enfermiza relación de dependencia del uno con el otro, el mismo reflejo con diferente filtro. Dos modos de afrontar una mente rota, abocados al choque de fuerzas de la naturaleza.

Son muchos más los seres monstruosos que han pasado por las páginas de Batman. Y todos ellos comparten algo con el murciélago, algún aspecto de la personalidad quebrada del héroe, que esconde su locura tras la imponente presencia de una criatura que ha vampirizado al hombre tras la máscara. Cineastas como Tim Burton entendieron como nadie esta dicotomía entre Batman y sus némesis, interesado en los monstruos de manera casi patológica, incluido el propio Batman.

La locura adopta muchos rostros. En la fantasía de las viñetas, cobra forma de eterno vengador, que recorre el cielo de la ciudad cenicienta y decadente, condenada a ser la noche oscura del alma. Pero, por suerte, alguien vela por los habitantes de Gotham. Aunque sean los fragmentos de un hombre. No importa. La ciudad no necesita a un hombre. Necesita un héroe. Y hay que estar muy loco para aceptar el reto.

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