Festivales
Bafici 2025. Sobredosis de cine argentino…
Sobredosis de cine argentino…, lo cual puede leerse tanto positiva como negativamente. Como argentina, no puedo sino pensarlo en positivo, sobre todo hoy, cuando la motosierra del gobierno está imparable y, entre las instituciones, disposiciones, subvenciones y personal destinado al cine, está casi tan cercenado como en la época oscura del censor Tato, durante la última dictadura militar.
Es que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) ha sido vaciado de personal y contenido. Dirigido por un economista alejado de la industria, desde que asumió el actual gobierno, no ha otorgado subsidio para película alguna, lo que, sumado a la magra economía de los argentinos de clase media y baja (la mayoría de la población), no permite la producción que nos volvía orgullosos compatriotas de aquellos directores que han dejado en alto el cine de la Argentina en todo el mundo.
Si bien, Bafici es un festival organizado por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, este también sufre el recorte nacional. Este año, ya no hablamos del vértigo que da ver más de cuatrocientas películas en diez días, como solía ofrecer hace años el festival porteño más esperado cada otoño, ya que desde el año pasado ha menguado esa cifra que, tanto en 2025 como en este 2026, fue de menos de 300 películas entre largos y cortometrajes, superando las cien, las películas argentinas. Esta situación ha llevado a completar una grilla con cine argentino en las tres competencias: Internacional, Argentina y Vanguardia & Género. El recorte se llevó una sección fundamental, que hemos extrañado, la Latinoamericana.
El valor de este tipo de festivales, además de ofrecer a la ciudad un panorama del cine internacional y local, es que son una buena cartelera para encontrar coproductores y pantallas fuera de las fronteras nacionales. Las películas que no pasan ese filtro, quizás queden de entrecasa, exhibidas en las salas más olvidadas, ya que tampoco hay cuota de pantalla desde hace casi un año.
Nuestro recorrido comienza por los documentales, un género que tiene cada vez mayor presencia y que se inserta en Bafici a la par de la ficción. La memoria familiar se impone en, al menos, dos filmes. En el primero, el relato es más íntimo, debido al secreto del que pende; en el segundo, la narración se apoya en la indagación de un hecho violento del pasado familiar que hoy se quiere olvidar. En ambos casos, sociedades patriarcales imponen la superioridad masculina con efectos negativos, hasta que se rompe el mandato, en el primer caso; o el silencio, en el segundo.

L’Addio (Toia Bonino, Argentina, 2025) abre con la muerte de un anciano que ha pedido que lo entierren con su camisa negra. Con material de archivo y fotos familiares, la autora bucea en la historia del núcleo más cercano, y sigue un hilo narrativo a través de los varones: el abuelo, el padre, el tío, el hermano y el hijo. Visualmente poética, con una narración pausada, casi confidente, va adentrándonos en ese mundo cerrado de las familias, donde un abuelo amoroso y una abuela rígida arman un hogar una vez llegados de Italia en la posguerra. Como tantos de nuestros abuelos, fundaron una familia… y como tantos otros, no vinieron solos, sino con una historia detrás. En este caso, largamente silenciada.
Un tesoro familiar compuesto por unos pocos negativos en vidrio (toda una curiosidad) y un libro escrito por el abuelo abrirán la puerta a una revelación que no nos dejará indiferentes. Un montaje hábil entrelaza momentos históricos de la humanidad con un relato estremecido en la voz de la autora, que en tono íntimo expone el secreto de la familia y el destino trágico de sus varones.
La historia se va desenredando como un ovillo, dejando hilachas en ese proceso íntimo que Bonino reconstruye para comprender el sentido de la herencia que recibirán sus hijos, un mandato de superioridad masculina y silencio femenino que, a raíz de la muerte de su abuelo, intenta conjurar.

Suerte de pinos (Lorena Muñoz, Argentina-España, 2025) también es un relato subjetivo, en el que la cámara acompaña a la directora en otra búsqueda familiar.
En Salduero (Soria), donde cada año colocan, en medio de la plaza, el pino más alto luego de ser derribado (de ahí el título del filme), hace setenta años ocurrió un doble femicidio. Antonia (la bisabuela) y Aurora (su hija) perdieron la vida una mañana, en una de las calles del pueblo, a manos del marido de Aurora. La autora se embarque en una pesquisa con el fin de saber dónde y cómo ocurrió ese hecho que, hasta entonces, para ella había sido solo un relato que ha ido pasando oralmente de generación en generación.
La presentación de Salduero nos lleva a un paisaje rural típico de las películas de Víctor Erice, donde todo lo que sucede se procesa internamente y no logra expresarse. En esas calles familiares hay una casa cerrada desde que ocurrió el hecho trágico y los lugareños guardan el secreto como si hubiera un pacto de silencio. El pueblo parece detenido en el tiempo e Iván Gierasinchuk, el director de fotografía logra ese tono íntimo con que Lorena Muñoz va desandando una historia que la trasciende.
Así como el pueblo es protagonista, también lo es la casa de piedra con una huerta que lleva al Duero. Allí se filmó La laguna negra, de Arturo Ruiz Castillo, dos años antes del crimen, con un relato que pareciera repetirse en los hechos sucedidos en 1954. Las imágenes del filme alternadas con las de la casa en la actualidad invitan a formar parte de su búsqueda.
Acompañamos a Muñoz en su recorrido tanto físico como emocional. Ella no solo deja entrever sus sentimientos frente a la impotencia, al no conseguir esa fisura que le permita vislumbrar algún dato, sino también la íntima emoción que la embarga ante cada paso que da hacia la verdad.
El relato no decae, sino que nos incluye en esa gran incógnita con que llega al pueblo y celebramos cada dato nuevo que va apareciendo, para hundirnos con ella en la lectura de la sentencia, cuando susurra la descripción cruda de la Justicia sobre el hecho. Es la constatación real del drama y la ubicación del lugar exacto donde esas mujeres perdieron sus vidas…
Estamos ante la búsqueda desgarradora de la verdad familiar, pero también ante un alegato feminista (no podemos desconocer la lucha en ese sentido de esta directora), en el que la importancia de la memoria es indispensable para que hechos como estos no vuelvan a ocurrir.
Siguiendo con las historias personales, pero centradas en tiempos actuales, podemos citar dos documentales muy opuestos. El primero, de un director que se aleja del autorretrato para mostrar al resto de su familia; el segundo, un ejercicio que habla más del autor que de las cosas que pretende retratar.

Presente continuo, de Ulises Rosell (Argentina, 2025) obtuvo una Mención especial de la Competencia Argentina y el Premio del público.
Con distancia prudencial, Rosell filma a su hijo Lisandro, un adolescente diagnosticado con trastorno de espectro autista, en distintos momentos del día, mientras su madre (Valentina Bassi) conjuga su trabajo de actriz con el cuidado del hijo de ambos. Los ensayos de una obra teatral o el viaje a la costa de la compañía, así como la visita a la abuela son algunos de los momentos registrados por el director.
Los hechos se desarrollan de manera natural, espontáneamente, por ejemplo, mientras Bassi repasa con sus compañeros el guion, el chico recorre varias veces el perímetro del foyer del teatro en una espera que se le hace interminable. Siempre cuenta con la solidaridad de un compañero de la madre o la ternura con que ella lo asiste.
No estamos ante un documental didáctico sobre cómo tratar a un chico autista ni un registro casero de distintos momentos de la vida de Lisandro. Rosell incluye en esos instantes cotidianos la asistencia de ambos en la Plaza de Mayo, donde hay una multitud reclamando los derechos de los discapacitados, recortados por el presente gobierno. No todo es teatro y esperas continuas… también hay una realidad que muestra a Bassi desempeñarse en lo que le atañe como mujer y madre, con dificultades distintas que la mayoría, sin por ello perder de vista las necesidades de su hijo o asistiendo, con el debido compromiso, a la marcha ya mencionada con Lisandro, en una arista claramente política del documental, que rescato.

Tortuga persigue a tortuga (Víctor González, Argentina, 2025) recibió una Mención especial en la Competencia Vanguardia y Género. Mención especial.
El ¿documental? de Víctor González se filmó en los 80 en VHS y se montó este año. Consta de dos escenas divididas por el paso del tiempo: en la primera, una cámara en mano invasiva registra el enfrentamiento entre González y sus caseros, que lo han desalojado y él se resiste a irse. Intenta entrevistarlos para que le digan cuál es el motivo de la expulsión…
La cámara persigue insistentemente a María, que guardará un silencio prudencial ante una cámara que no se va a apagar, y el Colo, que va juntando rabia hasta que le dice, de la peor manera, por qué debe irse… sin que González se altere. Entre las palabras que se dicen, queda una frase sonando: los caseros sostienen una relación tóxica y no quieren que haya un testigo del sometimiento de María por el Colo.
Años 80… no había los celulares de hoy ni la conciencia de género que se defiende actualmente. La escena es molesta, porque hay una cámara que violenta el espacio privado, pero también porque se sospecha, como afirma el director, que hay una relación enferma en la pareja de caseros.
La segunda escena sucede en un espacio sin muebles, donde González recibe a Mabel, una chica con la que mantuvo un romance. Esta vez, la cámara está sobre un trípode y la opera un tercero. La ha citado para pedirle explicaciones a la chica sobre su infidelidad en el pasado, pero la joven, intimidada por la cámara, la hace “visible” conversando con el camarógrafo que la opera. Ella no responde la pregunta de González, lo que le da pie para hablar de él, lo que ha hecho desde el principio, en un monólogo insoportablemente autorreferencial.

Cleaning & Cleansing (Tomás Fürhapter, Austria, 2024) y se proyectó en la Competencia Vanguardia y Género. Son 91 minutos de planos fijos que muestran a limpiadores trabajando en distintas instalaciones a las que el común de los mortales no tenemos acceso por su ubicación o por el horario en que se realiza la limpieza: quirófanos, estaciones espaciales, aviones, aeropuertos, centros comerciales, iglesias, zoológicos, hoteles, lavanderías…, sin más frases que las dichas por el sacerdote en el bautismo, “que el espíritu santo lave el pecado original” o la del barrendero que no puede quitar una mancha del piso y dice “es un trabajo para alguien que haya matado a sus padres”.
Con gran paciencia, Fürhapter realiza un trayecto minucioso por cada espacio y su limpieza en un recorrido que nos recuerda a Warhol y compañía con sus películas kilométricas, solo que aquí, el tiempo no corre, la dedicación con que cada limpiador realiza su tarea relaja al punto de pensar, mientras los vemos trabajar, en los posibles significados que se le habrán ocurrido al autor para hacer una película aparentemente tediosa, pero que revela un mundo desconocido detrás de los espacios que recorremos cotidianamente.

Ya en el terreno de la ficción y dentro de la Competencia Argentina, Matías Szulanski presentó Las reglas del juego (Argentina, 2025). Las calles de Buenos Aires, sus cafés y unos pocos interiores son testigos, en el invierno porteño, de esta comedia romántica con fuerte inspiración en el cine de Rohmer.
Juan y Laura son pareja. Juntos regresan al departamento, cuando se cruzan con Marcos y Flor. El encuentro es incómodo, porque hace un tiempo Marcos sedujo a la exnovia de Juan, Ana, y él no puede perdonárselo. Por este motivo y como venganza, se citará con Flor en un café, donde conversarán amigablemente. Mientras tanto, Laura visita a su ex, y Juan, también a Ana.
A pesar del invierno, hay pocas atmósferas frías, la calidez prima en los cafés y los espacios minúsculos de los departamentos, donde los jóvenes se cobijan, debatiéndose entre dudas y certezas, mientras calibran su frágil situación sentimental. La seducción, la inseguridad y los celos condimentan esta historia de personajes queribles por su ternura, en la búsqueda del amor más consolidado.
Dos de las películas de la Competencia Argentina están ambientadas en el interior del país, en pueblos de siestas largas y sin mucho para hacer en un verano asfixiante. Por sus atmósferas y la lentitud con que suceden los hechos recuerdan el cine de Lucrecia Martel, ambas suceden en 2001, con el país en crisis y hay en el aire una presión a punto de explotar. Igual que en La ciénaga, que está fechada ese mismo año.

Adaptación de dos cuentos de Mariana Enríquez, La virgen de la tosquera (Laura Casabé, Argentina-México-España, 2025) fue reconocida con el Gran Premio de la Competencia Argentina.
Durante el verano de 2001, en un pueblo donde parece que no pasa nada, se desarrolla la historia de tres amigas enamoradas de Diego, su compañero de infancia. La llegada de Silvia, una chica mayor, lo cautiva y solo tiene ojos para ella. Las chicas se resignan, menos Natalia, que le pedirá ayuda a su abuela para seducirlo.
Una historia de ilusión adolescente, de desamor y venganza, que se inscribe en el género de terror, con escenas gore, debido a la literalidad del pensamiento mágico y vengativo de su protagonista, lo cual no deja al espectador indiferente.
Con una narrativa lineal y efectiva, Casabé pone el énfasis en las atmósferas de los distintos ambientes del pueblo, la morosidad del paso del tiempo, el amarronado de las viviendas y de la tierra que todo lo rodea, el vecindario y sus personajes que se inmiscuyen donde no deben… La tosquera, un lugar de diversión, guarda una leyenda maldita que genera, efectivamente, un clima opresivo y de terror. Allí Natalia, con los sentimientos en pugna, dará cauce a su obsesión.
No es una película para todo tipo de público, como no lo es el gore. Si bien son tres escenas las truculentas, tardarás en quitártelas del pensamiento. Me pregunto, ¿era necesario? Aquí, el fuera de campo, que tanto se valora por la intencionalidad puesta en la imaginación del espectador, queda de lado. Hay público para todos los gustos… Yo no sé si volvería a verla.

En otro registro, Una casa con dos perros, del cordobés Matías Ferreyra (Argentina, 2025), también transcurre en una ciudad del interior del país. Otra vez acude Martel para ayudarnos a definir el lugar chato, ocre, donde la vida pasa sin que los vivos se den cuenta.
El retorno de los hijos con sus familias a la casa materna es signo de sobresaltos económicos. El 2001 fue un año que pocos olvidaremos por la crisis generalizada que sucedió en el país. A la casa de Taty, donde vive con su hijo soltero, llegan Nora, la hija, Néstor, el yerno, y los tres nietos, entre los que se encuentra Lucas, que establecerá un vínculo muy especial con la abuela.
No muy feliz de resignar los espacios de la casa, les asigna el garaje para que se instalen. Desde entonces, habrá una puja por los espacios, que irá cobrando magnitud cuando los más jóvenes vayan mudándose a ámbitos no permitidos por la dueña de casa.
Un perro imaginario, la novia del hijo a la que le falta una pierna, pero la siente como existente… hay pequeñas notas sobrenaturales en el guion que nos incluye en esa realidad paralela que parece ir descubriendo el niño y en la que tan cómoda se siente la abuela. Son esas pequeñas señales las que la van expulsando de la casa, a la manera del cuento de Cortázar, aunque sin arrojar la llave en la alcantarilla.
La opera prima de Matías Ferreyra promete una carrera exitosa. La dirección de actores es correcta, el niño y la abuela no son de otro mundo, son como son los niños y las abuelas, sin matices de bondad o maldad exacerbados. Hay algunas puntas del relato que quedan sin atar, pero no es necesario, porque lo que Ferreyra nos muestra es un retazo de vida con gente de clase media que debe remontar una crisis con o a pesar de la familia. El relato se siente cercano, cotidiano, posible, verosímil.

De Córdoba es también Rosendo Ruiz, el director de La Zurda (Argentina, 2025), en la que dos jóvenes integrantes de una banda cuartetera pretenden triunfar, pero un hecho fortuito permite que los confundan con unos delincuentes, por lo que tendrán que huir para salvar sus vidas.
La escena inicial, rodada con un drone o una cámara cenital que filma a uno de los jóvenes corriendo por un puente zigzagueante debe ser una de las escenas más hermosas de la película. Es de noche, el puente es de cemento blanco y la figura del chico con ropa clara se desplaza a toda velocidad, siguiendo el recorrido que le impone la arquitectura del puente. Así de simple, así de potente es el empujón inicial que transcurrirá durante los 85 minutos con altibajos, pero con un discurso donde no queda tema por tratar en un policial que se considere digno: la necesidad del ascenso social, la lucha por/contra el poder y las relaciones sociales, donde se condena de antemano a aquellos que no tienen cómo defenderse.
La música es la puerta de escape para obtener cierto respeto, pero la confusión en la que están inmersos está tan configurada por la sociedad y el poder que la sostiene, que no sabemos si podrán conquistarla.

De la Competencia Internacional, Gatillero (Cris Tapia Marchiori, Argentina, 2025), otra película cordobesa, comparte el ritmo vertiginoso que se vive en la noche urbana. En plano secuencia continuo, seguimos a un sicario que regresa al barrio y a la banda, donde dos delincuentes, uno que intenta reclutarlo nuevamente y el otro le tiene la muerte jurada, intentan aprovecharse de él para endilgarle un crimen que no cometió. La historia es sencilla, pero está narrada con tal dinamismo que quedamos exhaustos al recorrer con él las calles y esquivar las balas que tiene destinadas.
Si se siente alguna debilidad, está en la figura de la Madrina (Julieta Díaz), que no da el personaje que representa, con esa tranquilidad impostada, poco creíble en una jefa que maneja los bajos fondos como los que se muestran en la geografía de la Isla Maciel, donde se ha rodado el filme. Como aspectos positivos, destacamos el formato al que nos hemos referido y el trasfondo que define a una clase social, a través del merendero y los vecinos organizados contra el crimen, donde se refugia Galgo (el sicario).
De la selección que hemos preparado, hay dos películas que destacamos, aunque pasaron inadvertidas para el Jurado.

De la Competencia Internacional es The Antique (Rusudan Glurjidze, Georgia-Suiza-Alemania-Finlandia, 2024), una historia sobre los giorgianos deportados ilegalmente de Rusia en 2006.
Medea es una inmigrante que trabaja en un anticuario y busca casa en San Petersburgo. Encuentra una gran oportunidad en un caserón lleno de objetos antiguos, pero como condición debe convivir con el dueño, el anciano Vadim Vadimich, hasta su muerte. Ella está saliendo de una relación con Lado, un compatriota. Ambos representan el gran contingente de giorgianos que, como tantos otros, buscan continuar su vida en otro país, a donde razones históricas, políticas o económicas los han empujado.
La convivencia con el anciano no es fácil, pero las sirenas de la policía que deporta a extranjeros se hacen cada vez más frecuentes y ella cree haber encontrado allí un refugio seguro. Su vida transcurre entre el trabajo y el nuevo hogar, mientras el anciano sigue poniendo condiciones a la convivencia, y conoce al hijo distanciado de Vadim, con quien entabla una relación amistosa. Ambos crean su relación en torno a un armario antiguo, donde el hombre se escondía de niño, y hoy quiere vender al anticuario donde ella trabajo.
Lado ha desaparecido de su vida (en realidad, lo han deportado). Los guardias irrumpen en el Anticuario, llevándose a los georgianos. Medea alcanza a ampararse en el armario, que nos la revela escondida, al abrirse una de sus puertas espejadas, poniéndola en franco peligro. Ese es uno de los planos más hermosos de este filme, que encuentra cómo contar una historia trágica con imágenes que están a la altura de un Tarkovski o de un Velázquez. Los reflejos parecen ser una predilección formal de Glurjidze y aquí los utiliza contadas veces, en que arrojan información tanto literal como estética.
Una película bellísima, recomendable a quien logre conseguirla. Está hecha con conciencia social y política, además de con amor. Lamentablemente, no obtuvo ningún Premio. Se lo merecía.

Y para cerrar, nos detenemos en La noche sin mí, de María Laura Berch y Laura Chiabrando (Argentina, 2025). Una historia chiquita, pero poderosa. Cuenta lo que nos pasa a las mujeres, en general, cuando tenemos que dividirnos entre el trabajo, el marido, los hijos, los padres ancianos y las responsabilidades propias. Natalia Oreiro está soberbia en un papel que parece escrito para ella. Interpreta a Eva. Trabaja en una escuela, vive con su marido y es madre de dos hijos. Tiene una madre anciana, una hermana que no se ocupa y el cumpleaños de su ahijado a quien quiere agasajar con una torta.
Pero si hemos visto desde el comienzo, la película inicia con un plano donde Eva ve el resultado de un test de embarazo que parece ser positivo. Regresa de la escuela donde trabaja con la hija y al entrar al garaje algo suena. La niña busca a la gata y no la encuentra… un silencio extenuante nos y le hace pensar que la gata fue atropellada.
Eva está sobrecargada de responsabilidades pequeñas y grandes, pareciera que todos se apoyan en ella, debe cumplir con varios compromisos ineludibles antes de la mañana, y la noche recién empieza. Irá sumando presión a lo largo de la velada, en que permanecerá callada, pero su rostro, subrayado por la lente de la cámara, parece a punto de estallar.
Cada uno está en lo suyo y ella debe velar por todos… pero cómo hacerlo, con dos problemas latentes como comunicar el resultado del test y una gata que quizás esté muerta debajo del auto. Berch y Chiabrando logran mantener la tensión casi sin mencionar las dos causas pendientes que parece tener entre el corazón y la espalda, y lo hacen efectivamente, porque el espectador conoce el primero de los asuntos y teme por el segundo, tanto como ella. Ese artilugio será el metrónomo de una historia que nos irá sofocando y que tendrá un desenlace que si alivia en parte, no es la solución para Eva.
Ambas directoras han interpretado el papel que cumple la mujer en la sociedad occidental, si bien se ha reconocido su capacidad multitarea, no se ha legislado ni redistribuido sus obligaciones. Yo la hubiera premiado por su contundencia, su sensibilidad, su manera de interpretar ese universo femenino acallado por las responsabilidades y el no-te-quejes. No recibió ni una Mención. También la merecía.
Quizá se cumplan los deseos de Lita Stantic y Bebe Kamin, quienes recibieron el Premio a la Trayectoria. Ante el actual panorama, resistencia y a luchar por el futuro del Cine Argentino.
Hasta el próximo Bafici, en el otoño de 2026.