El gran trovador y baladista dark australiano Nick Cave tiene al fin la película que siempre mereció. Más allá de sus habituales escarceos con el cine, ya sea como guionista de los filmes de su compatriota John Hillcoat, con algún cameo musical –como el de Las alas del deseo, de Wim Wenders, o de la composición de alguna banda sonora (es de destacar la de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, compuesta en colaboración con Warren Ellis), esta es la primera realización que lo tiene como centro absoluto de atención.
En principio parecía que la película iba a exhibir mayor creatividad para alejarse del habitual formato “un día en la vida de…”, y ciertos elementos presentes al comienzo del relato autorizaban esa impresión, más allá del impecable rigor con el que fue filmada. Pero a poco de comenzada la película se empiezan a percibir algunas decisiones fallidas por parte de los realizadores que demuestran que su confianza en la figura de Nick Cave no llega a ser completa. La constante musicalización, omnipresente incluso en segundo plano sonoro, así como también lo prolongado de aquellas escenas donde el músico, compositor y vocalista conversa con un analista, no le juegan demasiado a favor. Si no estropean la película es porque casi todo lo que Nick Cave tiene para decir resulta interesante, bastante lúcido y alejado de los tópicos del artista atormentado. Las conversaciones imaginarias que el músico sostiene al volante de su auto con ciertos personajes –muy especialmente con su ex pareja, la cantante Kylie Minogue, las charlas con su amigo y colaborador Warren Ellis o el recuerdo de algunas tempranas presentaciones de su banda, los Bad Seeds, logran afinar la puntería. También resultan acertadas las decisiones de no hacer un repaso por la discografía del músico y centrarse solo en el repertorio del último disco, como así también respetar la durabilidad de cada canción cada vez que se lo muestra ensayando, sobre todo teniendo en cuenta la importancia de sus letras y los muy particulares climas del que suelen estar dotadas.
Pero el verdadero vuelo de la película, el punto donde estalla emocional y formalmente, se concentra en ese arrebatado collage-sumario con el que se representa el momento en el que Nick Cave conoció a su actual mujer, un torrente erótico y cinematográfico compuesto de found-footage que evidencia las posibilidades expresivas que podrían haberse explotado. Aun con todos estos reparos, 20.000 Days on Earth es una imprescindible puerta de acceso al universo de este talentoso artista.



La ciudad portuguesa de Guimarães fue declarada Capital Europea de la Cultura en el año 2012. A propósito de este nombramiento, el año pasado pudo verse en el BAFICI
Rodada en espacios teatrales, con una fuerte carga literaria y extensos monólogos, la adaptación del cuento homónimo de Barbey d’Aureville, A vingança de uma mulher, fue la obra más destacada por los organizadores, de la retrospectiva dedicada a Rita Azevedo Gomes.
Llegó al 16º Bafici precedida por su inclusión en la Sección Horizontes del pasado Festival de Venecia. Cuenta la historia de Celina, una médica que luego de una crisis matrimonial visita a Delfina, una amiga que hace tiempo no ve. Sus conflictos se suman a los de las otras mujeres que se encuentran en el lugar: Paula, Nené y María. Celina no encontró peor lugar para ir a aclarar sus dudas existenciales. El pasado la abruma y sus fantasmas se propagan en el ambiente, contaminando con sus sentimientos negativos a las otras jóvenes. Los dos personajes masculinos, Sergio y Esteban, sólo funcionan como decantadores de estados anímicos de las mujeres y desencadenantes de sus momentos críticos.
Si hiciéramos un repaso por los últimos films argentinos, podríamos descubrir que un tema recurrente es la infancia. Por citar dos ejemplos, cabe destacar La tercera orilla, de Celina Murga y Algunos días sin música, del debutante Matías Rojo. Resulta curioso que el retrato de la infancia-juventud, en ambos casos, se mezcle con la adultez, presentándonos chicos que deben asumir roles que generalmente se reservan para los más grandes.
Frank Henenlotter es una figura esencial del cine exploitation más visceral y desprejuiciado, alguien a quien se podría considerar demasiado al margen de cualquier tradición, incluso hasta de la del cine clase B. Este cineasta norteamericano, que también supo cumplir un rol muy importante como rescatista y preservador de muchas películas perdidas del exploitation, fue objeto de una afectuosa retrospectiva durante esta edición del Bafici, que permitió repasar su filmografía completa (la cual tuvo su momento de apogeo durante la explosión del VHS), y hasta ofreció una master class abierta al público. Esta legitimación quizás no sea tardía –Henenlotter tiene adosado el sticker de cineasta de culto desde hace muchísimos años- pero resulta estimulante advertir la simpatía y el respeto con el que su obra fue recibida. A esta altura del partido tampoco debería extrañar que cineastas que se mantuvieron muy al margen de los parámetros industriales sean objeto de reivindicación y que sus filmografías sean revisitadas –por dar un solo ejemplo, Larry Cohen tuvo una completa retrospectiva en la Viennale de Austria en su edición de 2010. Pero más allá de estas valoraciones, lo verdaderamente importante resultó ser la experiencia del visionado de estas putrefactas obras que no persiguen los laureles ni la posteridad de ningún panteón cinematográfico.
Los procesos revolucionarios siempre han tenido sus adeptos y detractores. Según del lado en que se esté, según una conveniencia política, según la carga ideológica que se lleve; en fin, por múltiples razones subjetivas, el documentalista opta por el recorte de la realidad que desea contar. Será su verdad y habrá otras también. En este caso, el realizador israelí Dan Shadur muestra y opina cómo era la vida en los años sesenta y setenta en la, por entonces, fructífera ciudad de Teherán.
Big Eyes narra lo que sucede durante dos días en la vida de Benny Forman, un entrenador de baloncesto (interpretado por el mismo Uri Zohar) que suele guiar la vida de sus jugadores, presionar a sus amigos y engañar a su esposa y a sus amantes.
Carlitos es un documental sobre un joven que padece una discapacidad intelectual. Eso no le impide trabajar en una charcutería ni hacer deporte, puesto que el filme lo muestra corriendo un maratón. Pero apenas puede hablar, y lo poco que dice es difícil de entender. En su silencio o balbuceo se evidencia su retardo mental, que socialmente es una mácula.
Entre la palabra escrita y la imagen filmada, entre París y Buenos Aires, Edgardo Cozarinsky, cineasta y escritor itinerante, es un punto de intersección que se desplaza sobre los ejes del lenguaje. Por eso es cultor de un arte impuro como lo es el cine. En Carta a un padre, el realizador emprende un viaje a la provincia argentina de Entre Ríos, buscando indicios sobre los rastros de su ya ausente progenitor, hijo de inmigrantes judíos y marinero de la Armada, de quien conserva más objetos heredados que recuerdos compartidos. Uno muy significativo es un seppuku, puñal japonés utilizado para el ritual del harakiri, que trae impresos en su vaina caracteres cuyo significado el cineasta no se atreve del todo a descifrar. Plagas de langostas, epidemias de tifus, las huellas del nazismo siempre impresas en territorio argentino son solo algunos de los fantasmas que invoca el realizador en esta sesión de espiritismo que no teme en agitar las sombras de lo ausente. El temor y consecuente alivio de Cozarinsky por la posibilidad de que su padre, hombre del ejército, se hubiera plegado a las fuerzas represivas en los años de la dictadura, se yergue como lo más cercano a una respuesta en esta búsqueda infructuosa en formato de película-ensayo. Cozarinsky no consigue respuestas y deja que la luz del día termine siendo devorada por la noche para dar por concluido su fracaso. Una manera ideal de acercarse a la obra de este brillante pensador y ensayista cinematográfico, el más importante de los realizadores del underground argentino.
Conocer nuestro pasado nos permite entender el presente y proyectar el futuro. Su falta, por lo tanto, nos hace perder el rumbo. Esto es lo que le pasa a Lili, una adolescente que siente que no encuentra su identidad a causa de que nunca conoció a su papá. La única pista que tiene es una chapita con el nombre de una empresa y el hecho de saber –por su madre- que trabajó instalando antenas. Será su actitud esquiva y rebelde, la que motive a su maestra (interpretada por Paola Barrientos) a aceptar llevarla hacia donde supuestamente está su padre, aún a riesgo de perder su trabajo.
El segundo largometraje del ex director del BAFICI Sergio Wolf se sitúa en un terreno habitualmente fructífero para el documental argentino de los últimos años: aquel donde se imprimen las huellas de lo ficticio con inesperadas pero oportunas irrupciones del humor y el absurdo. Incluso hasta se permite cierto roce con lo fantástico y el cine de aventuras.
Integrando el conjunto de las más de cien películas de la Sección Panorama del 16º Bafici, junto a la última de Alain Resnais (Aimer, boire et chanter) y a la película estrella de Claude Lanzmanm (El último de los injustos), El cuarto desnudo aparece como un pequeño y perdido documental de interés clínico.
La ganadora de la Competencia Argentina como Mejor Película, El escarabajo de oro, utiliza en su guion el pretexto de la filmación de una película para, en realidad, partir en busca de un tesoro.
Las reglas cinematográficas generalmente aceptadas para cualquier especialidad en el cine (ya sea montaje, guion, música, sonido, fotografía, dirección, etc.) están hechas para descomponerse y volver a ser construidas de nuevo. Esto, ni más ni menos, es lo que vendría a significar el término deconstrucción. Así, Luis López Carrasco, como si de un juguete se tratara, se ha encargado de desmontar gran parte de las reglas que rigen estas especialidades con su película El Futuro y de volver a construirlas, a su manera. Pero no sólo eso. Además, también ha desmontado una época, la de los años 80 y con ella todos los años posteriores, partiendo de un momento muy preciso, un momento que curiosamente también es un hito generalmente aceptado como el inicio de lo que sería una nueva etapa próspera y llena de expectativas, la de la victoria socialista de 1982 en España.
La Facultad de Montevideo está tomada por los alumnos. Mientras discuten en asamblea le avisan a Ariel, uno de los delegados, que su padre falleció. Los compañeros lo ayudan económicamente a viajar hasta Salto, su ciudad natal, donde se hará el velatorio. Ariel tiene problemas motrices y cierta dificultad en el habla. Es único hijo y heredero de una casa y un campo con ganado. Cuando llega, lo reciben los compañeros de militancia de la Universidad de Salto, con quienes entablará amistad.
Aun tratándose de un trabajo realizado por encargo, el notable documentalista argentino Néstor Frenkel demuestra que su excelente predisposición para registrar la irrupción de lo extraño en lo cotidiano, a través de personajes entrañables, sigue vigente y hasta se sobrepone a ideas ajenas.
En el plano de un afiche pegado sobre una puerta se lee: “Acá combatimos la corrupción”. Detrás de esa puerta, el juez Constantino Zegarra (Fernando Bacilio) trabaja en su escritorio. Sobre la pared cuelga el retrato de su madre, una destacada jueza ya fallecida. Constantino proviene de una familia de magistrados, un legado que lo enorgullece y parece llevar con honradez. A su alrededor, las oficinas del juzgado están colmadas de expedientes. Una mujer se presenta reclamando justicia, pero Zegarra es intransigente, la señora lo maldice y se va de su despacho.
Figura consagrada del cine independiente argentino de los últimos diez años, Gustavo Fontán (La orilla que se abisma, Elegía de abril, El árbol) es una presencia habitual en el BAFICI, y es poseedor de una obra solitaria que oscila entre el ensayo y la experimentación, difícil de adscribir a cualquier tendencia del cine local. Su último largometraje, El rostro, fue muy bien recibido por la crítica local, en el marco de una competencia (la argentina) que se insistió en resaltar como una de las mejores de la historia del festival (veremos si aquí recibió la misma apreciación). Película de difícil acceso a la que resultaría fácil desacreditar tanto como alabar por su radical y a la vez sencilla concepción formal, El rostro apela al uso del Super 8 y del 16 mm (ambos en blanco y negro), que en el formato ampliado de la proyección representan todo un desafío a la inmediata legibilidad de la imagen, a la vez que expanden las posibilidades expresivas de la película, llevándola hacia el terreno de la abstracción y tomando partido por el desapego absoluto hacia la narrativa clásica.
Este año en la programación del 16° BAFICI se presentaron diez films cordobeses, entre cortos y largometrajes, cuatro de ellos integran la Competencia Argentina. Algo inusual en Festivales anteriores, y que ahora permite exhibir una mayor amplitud de producción en la cinematografía nacional.
El título de Fifi Howls from Happiness viene del cuadro que más quería Bahman Mohassess entre todos los que pintó. El artista, que había caído en el olvido, es retratado en el documental homónimo de Mitra Farahani, una cineasta exiliada iraní como él, que también es pintora y que compitió en el Festival de Berlín en 2002 con Juste une femme, con el que ganó el Premio Teddy al mejor corto sobre la diversidad sexual.
Junto a la del cineasta israelí Uri Zohar (hoy alejado del cine, dedicado a sus estudios de la Torah y profesando como rabino), la retrospectiva de la autora portuguesa Rita Azevedo Gomes se ofreció como la gran revelación de esta edición del festival. Su gran película Fragil como o mundo sirvió como muestra cabal de la diversidad que caracteriza a esa cantera cinematográfica inagotable que es Portugal. Experiencia de inmersión absoluta donde conviven armoniosamente una puesta en escena teatral, diálogos con cierta pretenciosidad literaria, un tratamiento pictórico de la imagen y movimientos de cámara lentos y cadenciosos, esta realización de hace ya más de diez años de edad encierra todos los rasgos de obra maestra escondida, estableciendo puentes con el cine de Sokurov, Erice y Tarkovski.
Sin entrar en cuestiones técnicas, el psicoanálisis considera que el miedo suele generarse a partir de un objeto amenazante externo, del cual tenemos que huir para protegernos. Este objeto externo puede ser real o imaginario, con lo cual la clave está en cómo lo percibe el sujeto. Esta es la base desde la que parte el joven cineasta Benjamín Naishtat para dirigir su primer largometraje.
Una de las actividades ofrecidas a los espectadores del Bafici es votar los films que compiten, independientemente de la premiación oficial. De ello resulta que la segunda película de la Competencia Argentina más votada fue Juana a los 12, ópera prima de Martín Shanly. Lo cierto es que la sensibilidad y el buen pulso del joven director se hicieron sentir como una futura promesa.
Cuando quedan los últimos días de vacaciones, cinco jóvenes alocados emprenden un viaje por carretera desde París hasta la Costa, en busca de sol para sus pieles y amor para sus corazones.
Inspirada en la aventura fílmica de Dennis Hopper (The last picture, 1971) en las ruinas incas del Perú, el holandés Mark Peranson y el tailandés Raya Martin recogen el reto de CPH:LAB, del Festival de Copenhague, y se instalan en México para realizar una obra vanguardista que piense el cine como tal y la realidad vista y retratada como punto de reflexión.
Manakamana no es un documental sobre el templo homónimo de la diosa Bhagwati, en Nepal, sino una película heredera de lo que P. Adams Sitney llamó structural film, en el que la obra es fundamentalmente el resultado del procedimiento que le da forma. Un ejemplo es Wavelenght, de Michael Snow (1967), basado en un zoom de 45 minutos.
Ambientada en el conubarno bonaerense, Mauro cuenta la historia de un joven que lleva una doble vida. Por un lado, subsiste como cualquiera de los argentinos que realizan un oficio que apenas les alcanza para vivir, y por el otro, mantiene una especie de pyme clandestina con una pareja de amigos que se encarga de falsificar dinero.
Minúsculos cuenta la historia de una vaquita de San Antonio o mariquita, que emprende su camino lejos de su familia y se inserta socialmente en un grupo de hormigas negras, que están en permanente lucha con las hormigas rojas.
El personaje de Naomi Campbel parece confirmar una primera intuición acerca de la transexualidad: Paula Dinamarca, que se hace llamar Yermén, es como una mujer atrapada en un cuerpo de hombre. En la escena en la que hace el amor en un auto ella se niega a asumir el papel de varón con su pareja masculina. Ella no se siente homosexual ni bisexual como su compañero, se siente exclusivamente mujer, y ante los demás se desenvuelve de una manera tan femenina, sobre todo en lo que respecta a su forma de hablar, que le permite ganarse la vida como tarotista que trabaja por teléfono. Incluso en un diálogo dice que experimenta molestias cuando sus órganos sexuales masculinos funcionan como tales.
A simple vista no parecen haber demasiadas cosas destacables en la última película de la muy celebrada cineasta indie Kelly Reichardt (Wendy y Lucy, Old Joy, Meek’s Cutoff), más allá de tratarse de una prolija muestra de cine de género despojada de los peores vicios del mainstream.
Hay un viejo refrán de origen gallego que sostiene que “de una puta y un portugués nació el primer vigués”. João Pedro Rodrigues, director de Morir como un hombre y La última vez que vi Macao, decide imprimir la leyenda y convoca a un grupo numeroso de hombres, todos ellos de origen gallego, para que posen ante de su cámara. El cineasta los hace desvestirse y posicionarse de pie frente a un croma, mientras los interroga sobre diversas cuestiones que van desde los significados de los tatuajes presentes en sus cuerpos hasta sus preocupaciones laborales ante la crisis económica europea. El cuerpo excesivamente trabajado de estos hombres, en su mayoría strippers, dota a este curioso interrogatorio de cierta picardía homoerótica, a la que Rodrigues también adorna con toques de comicidad, cuando les pide a sus modelos que lean en voz alta fragmentos de un texto histórico sobre Afonso Henriques, primer rey de Portugal y héroe nacional por haber expulsado a los moros de tierras portuguesas, a quien su patria homenajea a través de una estatua de bronce situada en el norte del país, en la ciudad de Bragança. Rodrigues homologa la suntuosidad marmórea del monarca con la de los músculos de estas otras estatuas, a quienes tienen sin cuidado los viejos laureles del prócer lusitano y que a duras penas pueden distinguir si sus tatuajes reproducen frases en árabe o en latín. El resultado es simpático, un ejercicio documental que conjuga lo erótico con una puesta en perspectiva política, enlazando el ilustre pasado con el oscuro presente. Rodrigues no parece actuar con pedantería ni tampoco obrar con malicia intelectual hacia sus modelos masculinos, y en su lugar prefiere burlarse del bronce de sus héroes nacionales y de cualquier posible legado cultural que de ellos se desprenda.
El muro de Cisjordania separa a Israel de Palestina. La obra fue iniciada por el gobierno israelí en el año 2002 con motivo del conflicto entre ambas naciones. Esa división de hormigón con una extensión de casi 721 kilómetros no sólo transmite dolor e impotencia, sino que ha separado familias, vínculos, posibilidades de crecimiento y atención médica adecuada. Esa circunstancia dramática y la división que ha generado son el punto de partida que eligió el realizador Hany Abu-Assad, autor de
El inicio del film es bellísimo. El cuadro se cubre de un nocturno cielo estrellado, luego comienza a girar en círculos hasta fundirse en un tocadiscos que sigue dando vueltas en plano cenital mientras se escucha Funnel of Love, de Wanda Jackson. El disco continúa girando hasta desvanecerse y mutar hacia los dos protagonistas que descansan plácidamente. Eva (Tilda Swinton) está recostada en el piso con la cabeza apoyada sobre su cama. Luce una bata negra con bordes labrados en dorado. Su cabello es largo y rubio, tiene un peinado salvaje que armoniza con la palidez de su rostro. Adam (Tom Hiddleston) está sentado en un sillón de cuero bordó, tiene el torso desnudo y usa jeans oscuros. El cabello es negro y largo hasta sus hombros. Una de sus manos abraza una guitarra. La blancura de su piel resalta en la penumbra de su cuarto. Así comienza Only Lovers Left Alive, el último film de Jim Jarmusch, presentado en el Festival de Cannes, Sitges y Nueva York. Su reciente estreno en el 16º Bafici fue uno de los más esperados en la sección Panorama.
Muchas veces se ha debatido si en materia artística está todo inventado. Así como existen teorías literarias que sostienen que todo ya está escrito, podemos pensar que existen temáticas comunes al cine.
Rodrigo Moreno (El custodio, Un mundo misterioso, El descanso) es un exponente de un estilo particular de cine realizado por jóvenes directores, que contó con la influencia y el empuje del Nuevo Cine Argentino surgido en los noventa. En su cuarto film, se aleja de lo netamente ficcional para hacer un cuasi documental sobre las diferencias de clase.
El realizador James Toback y el actor Alec Baldwin buscan desesperadamente fondos para financiar su próximo proyecto: una película de espionaje y erotismo ambientada en Irak, que es al mismo tiempo una remake de El último tango en París. Ambos viajan al Festival de Cannes y comparten almuerzos con productores e inversionistas, a quienes intentan convencer de que aporten 25 millones de dólares para el emprendimiento. Las mesas de negociación son las terrazas con vistas a la Riviera Francesa, los enormes yates, las fiestas nocturnas, las suites de los hoteles. Marilyn Monroe observa desde los imponentes afiches del glamoroso festival, mientras Toback y Baldwin van conociendo todas las caras posibles de la negación por parte de los magnates del cine, al punto tal que especulan con asaltar a los concurrentes de una de las tantas fiestas de gala del glamoroso festival. En el medio mantienen conversaciones con Coppola, Bertolucci, Polanski y Scorsese, con quienes discuten apasionadamente sobre el pasado y el presente del cine, sobre cuáles son las necesidades de filmar y las prioridades de los estudios actuales. Es probable que ninguno de los productores acepte financiar el proyecto, o que en realidad todo se trate de una enorme broma por parte del director y su protagonista, pero en su lugar nos quedan unos apuntes obsesivos de Toback sobre la muerte y el sueño cumplido de Baldwin por usar música de Shostakovich para la película. Seduced and Abandoned debe ser la más feliz y la más cinéfila de las películas de esta edición del Bafici, a la vez que da cuenta de un panorama desolador para los cineastas, exhibiendo las eternas dificultades que los apasionados deben sortear para concretar sus proyectos frente a los intereses del mercado. Un buen dato que les brindará la película es que no elijan a Neve Campbell como compañera femenina del protagonista.
El realizador y dramaturgo Santiago Loza (La Paz, Los labios) vuelve a presentar su nuevo proyecto en el 16° Bafici, como lo hizo el año pasado con La Paz (2013), premiada como mejor película de la Competencia Argentina.
En el corto Solecito se combinan el documental y la ficción para relatar la historia del amor de dos adolescentes colombianos de extracción social humilde: Camila y Maicol. Al principio, cada uno de los dos cuenta su versión de lo que ha pasado entre ellos ante la cámara, e incluso Camila hace referencia a que Maicol está a la espera de hablar. Luego viene una secuencia actuada de reencuentro, que incluye un regalo que no es sólo de él para ella sino también para el espectador, porque en el objeto puede intuirse una metáfora.
Una pequeña pero poderosa revolución ilustrada. Estamos en el amanecer de los años 90, en plena explosión creativa y financiera del comic. Tres autores y dibujantes veinteañeros, cansados de ver sus propias creaciones convertidas en minas de oro por los ejecutivos de Marvel y DC sin obtener los más mínimos beneficios, deciden fundar su propia usina de superhéroes. Todd McFarlane, Rob Liefeld y Jim Lee, rockstars del género, abandonan la seguridad de una relación de dependencia para dar vida a Image Comics, su propia metrópolis anticorporativa, donde cada artista conserva la libertad y los derechos sobre sus propias creaciones. No faltan las divisiones internas, el caretaje empresarial ni los egos inflamados, pero las bombas de su revolución siguen estallando con fuerza en el mundo de la historieta contemporánea. En medio de esos abismos, de esas grietas y fisuras, emerge una figura mesiánica. Debajo del brazo solo trae los bocetos de unos zombies. Se llama Robert Kirkman. Su proyecto: The Walking Dead, bisagra fundamental para el renacimiento de Image Comics y para la reconciliación de sus integrantes. El documental se limita a estructurar cronológicamente esta pequeña épica ilustrándola con torpeza y literalidad, pero con indudable pasión por lo que relata, lo que le permite transgredir sus evidentes limitaciones formales.
Una de las retrospectivas más llamativas del 16º Bafici fue la dedicada al realizador israelí Uri Zohar, “icono de la bohemia de Tel Aviv y de la cultura laica de Israel”, como reza el catálogo del Festival. Zohar cuenta con una filmografía cerrada desde los años setenta, cuando decidió dejar el cine para transitar senderos religiosos.
Hasta ahora pareciera que el cine rumano viene demostrando tener más virtudes para aludir a los años del régimen socialista de Ceausescu desde la revisión o la manipulación creativa y crítica del material de archivo que a través de los recursos propios de la ficción, como podrían ser la reconstrucción histórica o el drama de época. Videogramas de una revolución y
Coqueteando entre el drama y la comedia, Valeria Bruni-Tedeschi nos cuenta la historia de Louise, una mujer de 43 años, en un momento crítico de su vida. De su familia acomodada solo quedan su madre y su hermano. Los tres deben decidir qué hacer con el castillo que habitan y que no podrán mantener. Su hermano es un enfermo terminal. Ella teme no tener tiempo de engendrar un hijo.
Uranes dura 60 minutos y es el primer largometraje de Chema García Ibarra, un realizador español que se ha hecho conocido por cortos como El ataque de los robots de Nebulosa-5 (2008), que tuvo una mención honorífica en el Festival de Sundance, y Misterio (2013), que fue seleccionado el año pasado para la competencia del Festival de Berlín.
En Volantín cortao se percibe claramente la influencia del cine de Jean-Pierre y Luc Dardenne. Los planos en los que la cámara en mano sigue muy de cerca a la protagonista del filme de Diego Ayala y Aníbal Jofré recuerdan, por ejemplo, a Rosetta (1999), y más allá de eso el tema de cómo los problemas sociales repercuten en los jóvenes.
La sección Nocturna es un revitalizante esencial del festival que le asegura a la programación una fuerte conexión con las manifestaciones cinematográficas más festivas y desatadas. Tal es el caso de la última realización del japonés Sono Sion, una carta de amor (y de sangre) al cine, propuesta ideal para aquellos que prefieren aproximarse al festival los sábados por la noche con un público numeroso y desprejuiciado. Amén de este detalle, Why Don’t You Play in Hell? es una maravilla por la cual Tarantino moriría (o mataría) por filmar, y la confirmación de que Asia es el lugar hacia donde debe dirigirse aquel espectador que crea haberlo visto todo.