A fondo 

50 años de Jaws: el antes y el después en el subgénero de tiburones

¡Salgan del agua!

Verano de 1975. La costa de Amity Island despierta con la costumbre de un día soleado y la agradable brisa veraniega. Sus playas se preparan para la llegada multitudinaria de turistas que esperan disfrutar de largas jornadas de calor mientras se refrescan en las aguas del Atlántico. A estas alturas de la película, apenas en sus primeros compases, en una magnífica escena nocturna, Spielberg ya ha sembrado en el espectador la inquietud: bajo la amable apariencia de esas aguas tranquilas se encuentra un gran depredador que acecha con sigilo en las profundidades. La cámara es sutil y subjetiva; la insinuación resulta terrorífica. Pero el protagonista, un jefe de policía local, que despierta en la cotidianidad familiar, aún desconoce el alcance de lo sucedido. Justo telefonean para advertirle de que anoche algo no fue bien. En ese instante, su hijo pequeño se aleja de la escena y corre directamente hacia la profundidad de campo encuadrada por su realizador: la playa. El suspense, la inocencia y la temible lucha del hombre y el animal del océano están a punto de converger en lo que sería uno de los mayores éxitos de Hollywood. Spielberg hizo historia con Jaws.

Hay que empezar por Jaws para hablar del subgénero de tiburones porque tras su estreno hay un antes y un después en la industria cinematográfica. El filme no solo arrasa en taquilla, sino que inventa el blockbuster moderno y obliga a los estudios a cambiar de estrategia para ampliar el mercado y expandirse hacia un público generalizado. Los presupuestos elevados y los estrenos veraniegos se hacen populares, así como fuertes inversiones en campañas de marketing, tanto en la prensa escrita como en televisión. Su éxito, tanto nacional como internacional, retumba en los noticiarios de todo el mundo, y Spielberg, con apenas veintisiete años, se consolida como uno de los grandes directores de Hollywood. Algo difícil de creer teniendo en cuenta las dificultades técnicas que tuvieron durante las primeras semanas de rodaje, así como el incremento constante de costes debido a los percances no contemplados; su realizador estuvo a punto de ser despedido. Si el tiburón aparece solo hacia la mitad del filme y en contadas ocasiones, se debe a que Bruce (nombre cariñoso con el que Spielberg apodó a su criatura mientras pensaba en su abogado) pasó averiado gran parte del rodaje. Sus mecanismos electrónicos fallaban en innumerables ocasiones y el agua salada cortocircuitaba sus movimientos. De ese incidente de no poder mostrar a la criatura nace el ingenio de un director y de un equipo que, con una cámara sugerente y apenas dos notas musicales, consiguen que lo invisible genere un suspense aterrador en los espectadores. Desde aquel entonces, la especie de tiburón blanco crea un hito en la cultura popular y se torna la criatura real más temida por la población. Los veranos en la playa ya no son los mismos después de Jaws. Spielberg introdujo un temor en el inconsciente colectivo y eso tuvo sus consecuencias. Grupos de pescadores se abalanzaban al mar para dar caza a tiburones debido a que creían que era un animal extremadamente peligroso. A algunos surfistas les daba pánico entrar en el agua: “¿Nadar? Sí, claro. El mar es bonito. Pero también hay tiburones”. El éxito también encontró su lado oscuro ante las inesperadas reacciones. Su realizador se unió a organizaciones y habló en varias entrevistas a favor de la defensa de los tiburones y el impacto que podía ocasionar en el ecosistema la caza indiscriminada de estos animales.

Sin duda, el temor moderno que creó Spielberg no se correspondía en absoluto con los antepasados y la prehistoria del cine de tiburones. En algunas culturas de la antigüedad, estas criaturas se consideraban místicas, y eran retratadas con honorabilidad y respeto; incluso en algunos relatos folklóricos ayudaban al hombre y a sus embarcaciones. En Tabú: The Story of the South Seas (1931), última película del aclamado director alemán Friedrich Murnau (Nosferatu), puede llegar a considerarse la primera obra en la que aparece un escualo artificial, cuyo valor simbólico en el filme representa la protección, lo espiritual y lo sagrado. Cabe decir que la trama de Tabú, que relata la trágica historia de un amor imposible en los mares del sur, así como la de la mayoría de las películas en las que los escualos salían representados de alguna u otra forma, como en el cine de aventuras marinas, Tiger Shark (Pasto de tiburones, Howard Hawks, 1932), sus narrativas no giraban en torno a la amenaza de estos seres, sino que completaban escenas individuales y normalmente accesorias. Sin embargo, en Tabú, sí encuentro en estos seres cierta relevancia clave para el relato. El trato general en estos films no era la demonización o la animadversión, sino el de respeto y la convivencia.

Pero los accidentes existen. Sino que se lo digan al viejo loco de Samuel Fuller. Al filmar su obra Shark!, en 1969, cuya trama se centra en la vida de un contrabandista que consigue trabajo como buzo, fue testigo de un accidente mortal cuando uno de los especialistas se acercó demasiado a uno de los escualos y este le mordió repetidas veces hasta causarle la muerte. La cámara siguió grabando y los productores decidieron incluir las imágenes en la película. Aprovechando el éxito de Jaws, la película fue reestrenada en 1975.

El que llegó más lejos en lo referente a la documentación de material fílmico fue el documentalista Peter Gimbel. Gimbel inventó las jaulas; eso le permitió poder filmar bajo el agua. El documental Blue Water, White Death (1971) es un extenso relato sobre la vida y el comportamiento de estos escualos en su hábitat natural. Documental de gran importancia cuyas técnicas de filmación influenciaron enormemente a Jaws.

La primera toma filmada de un tiburón blanco bajo el agua. Roy Taylor, (1965)

Después del fenómeno de Tiburón y, con los años, el subgénero ha visto mutaciones en innumerables facetas que pasan del corte independiente más verídico, como Open Water  (Chris Kentis, 2003), filmada con cámaras caseras de la época y basada en una historia real en la que una pareja es olvidada en alta mar debido a un mal recuento de la tripulación, o el Scyfy más disparatado, como Sharknado  (Anthony Ferrante, 2013), en la que unos tiburones han sido absorbidos por un enorme huracán a la vez que son esparcidos por la ciudad de Los Ángeles, causando el caos por tierra, mar y aire. Este filme tuvo una repercusión más que notable en la prensa y fue viral en redes sociales. En su desprejuiciada puesta en escena y en lo absurdo de la trama, accidentalmente, esta obra le midió el pulso a los tiempos del meme y se convirtió en un éxito. Uniendo dos géneros aparentemente desvinculados, el cine de catástrofes naturales y el cine de tiburones, Sharknado forma parte de la cultura popular actual, convirtiéndose en una especie de serie B que hibrida entre la comedia, el terror y la ciencia ficción. Entre broma y broma, esta franquicia de bajo presupuesto cuenta ya con unas seis películas, dos más que Jaws. Y más allá de lo absurdo de la cuestión, hay que recordar que todas las críticas negativas que acumuló esta saga por el hecho de parecer ridículas no distan mucho de la portada de la cuarta entrega de Jaws, en la que dice, literalmente: “Esta vez, es personal”, mientras el escualo sale del agua.

La hibridación de géneros no siempre ha sido tomada a la ligera. Deep Blue Sea (Renny Harlin, 1999) tenía serias aspiraciones al blockbuster. Ese terror científico que parece controlado y que termina desbordando cualquier lógica narrativa se convierte en excusa para un espectáculo que diversifica su naturaleza del cine de explotación, a la vez que lima asperezas para conseguir un envoltorio de gran producción. Esa idea de intentar controlar el proceso creativo de la madre naturaleza ya es algo visto en clásicos de dinosaurios y monstruos del espacio exterior; sin embargo, en tal mutación genética, los escualos no solo actúan como animales salvajes, sino que se organizan y actúan de forma estratégica para garantizar su supervivencia.

Open Water (2003)                                                                               The Reef (2010)

Pero no solo Estados Unidos ha mostrado interés por esos afilados colmillos. El continente australiano, sabedor de que en sus costas patrulla el gran blanco, también tiene producciones que merece la pena mencionar. Por ejemplo, The Reef (El arrecife, Andrew Traucki, 2010), aunque tenga una subtrama algo renqueante, ejecuta una tensión lograda bajo el agua cuando un tiburón persigue a unos amigos que han decidido nadar hasta una isla tras un accidente con su embarcación. Otros países como México, con ¡Tintorera! (René Cardona J. 1977), se hace uso del erotismo y la sangre para bucear en la exploitation más salvaje. Este filme podría ser el reverso impúdico de Jaws. Si Spielberg se centra en el núcleo familiar y muestra pudor en los planos donde la ropa escasea, en ¡Tintorera! la familia es erradicada para dejar paso al vacío existencial del hedonismo festivo y a unos primeros planos explícitos cuyos torsos y pubis se contonean bajo la luz de la luna. Filme excesivamente castigado por la crítica, su trasfondo puede llegar a ser más humano de lo que aparenta a primera vista.

El tiburón tampoco ha estado exento de representaciones simbólicas. Más allá del peligro mortal que representa su aleta y su prominente figura como amenaza física, también ha servido como superación psicológica del trauma. En The Shallows (Infierno azul, 2016), Jaume Collet-Serra filma a una solitaria surfista que lucha por sobrevivir al quedar atrapada en un islote bajo la presencia de un gran blanco. La historia sirve a modo de supervivencia, pero subtextualmente habla de la lucha contra las adversidades y la superación de la pérdida materna. A diferencia de esa individualidad, en el filme Great White (Martin Wilson, 2021), la presencia de un gran escualo no solo sirve para mostrar las carencias emocionales de sus personajes, sino que se convierte en una historia de empatía colectiva y lucha unida para hacer frente a la desesperación.

En la actualidad, no es difícil encontrar un par de estrenos veraniegos que traten este subgénero. Spielberg, después de la dura experiencia que tuvo con Jaws, juró no filmar nunca más en mar abierto. Sin embargo, el legado que deja su obra, lejos de agonizar, se sigue expandiendo hacia territorios de diversos géneros como la comedia, el terror, el suspense o una mirada cariñosa hacia la serie B. Sigue vigente esa fascinación del ser humano hacia el océano y las criaturas que lo habitan. El mar tiene esa parte de belleza y de misterio, y sus profundidades siguen siendo desconocidas. En el universo azul siempre habrá relatos que estimulen nuestras fantasías y temores. Pese a que el cine ha retratado ya con mayor o menor destreza a calamares gigantes, pirañas, cocodrilos y a toda clase de criaturas acuáticas, el tiburón sigue siendo el rey de nuestras pesadillas marítimas.

 

Filmografía (por orden de estreno):

Tabú: The Story of the South Seas, W.F. Murnau (1931)
Tiger Shark, Howard Hawks (1932)
Shark!, Samuel Fuller (1969)
Blue Water, White Death, Peter Gimbel, James Lipscomb (1971)
Jaws, Steven Spielberg (1975)
¡Tintorera!, René Cardona J. (1977)
Deep Blue Sea, Renny Harlin, (1999)
Open Water, Chris Kentis (2003)
The Reef, Andrew Traucki (2010)
Sharknado, Anthony Ferrante (2013)
The Shallows, Jaume Collet-Serra (2016)
Great White, Martin Wilson (2021)

Fuente principal:

Sharksploitation, Stephen Scarlata (2023)

 

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