Críticas

Libertador Morales, el justiciero

Efterpi Charlambidis. Venezuela, 2009.

Venezuela -y específicamente Caracas- tiene uno de los más altos índices de inseguridad y criminalidad de Latinoamérica. Eso dicen los Libertador Moralesexpertos. El ciudadano común lo experimenta a cada hora del día. Se trata de uno de los mayores problemas sociales que las autoridades no han podido -o no han querido- solucionar en esta nuestra nación que se dice «bolivariana revolucionaria». Una manifestación más de la cara oculta de un país petrolero, cuya renta es la principal maquinaria de una economía monoproductora y que nos ha llevado, desde hace ya bastante tiempo, a vanagloriarnos como país rico y solvente.

Más allá de hacer un estudio sociológico o económico de las causas de esta inseguridad -no es el objetivo de esta nota-, lo cierto es que el cine venezolano de los 70 ya retrató esta cara oculta de un país aparentemente próspero cuyos habitantes disfrutaban de cierta estabilidad económica, a pesar de las dificultades propias de una nación subdesarrollada: la marginalidad, la corrupción, la inflación galopante, las injusticias…

Al cine de ahora, a partir de la creación de la Villa del Cine, ente oficial encargado de ser el motor de la producción audiovisual venezolana, parece costarle mucho retratar no sólo la realidad venezolana -es algo muy difícil debido a los tiempos en que estamos- sino por lo menos a algunos de sus aspectos tan dramáticamente presentes en la cotidianidad nacional.

Es de celebrar, entonces, en principio, que la ópera prima de Efterpi Charalambidis trate un tema tan álgido para el venezolano como el de la inseguridad, a través de la historia de un humilde mototaxista, que, movido por la falta de acción de los encargados de mantener la seguridad de los ciudadanos y de su irresponsabilidad, se convierta en un justiciero, una especie de Robin Hood caraqueño que, no es que robe para dárselo a los pobres, sino que rescate los objetos robados para devolvérselos a sus dueños. Todo esto desde la perspectiva de una aparente comedia urbana, en la que la ciudad capital es retratada de manera natural, sin efectismos de ciudad cosmopolita, es cierto, pero tampoco sin ese, a veces, afán miserabilista buscado por muchos cineastas.

Libertador MoralesPensamos, sin embargo, que este film de Charalambidis no es exactamente una comedia, de esas con las que uno se ríe a pesar de estar viendo cosas terribles; algunos diálogos o situaciones, apuntan hacia allí: El indigente amigo y compinche de Libertador Morales es un ejemplo de ello, así como también los aspectos jocosos con que están adornados los ladrones que acosan a la comunidad. Pero tampoco se puede hablar de un drama, aunque nuestro protagonista tenga un trauma no superado: su culpa por no haber impedido que unos malandros* asesinaran a su esposa, hecho que influye las difíciles relaciones con su adolescente hijo, quien, además, llega a formar parte de la banda de delincuentes.

Esta indefinición no es para nada cuestionable y no influye en los resultados finales del producto. La película funciona porque su guión y su realización son correctos, despojados de todo subjetivismo falso y chirriante; la trama avanza sin tropiezos ni giros sorpresivos, aunque el film no deje de tener esas pequeñas fallas que poseen la mayoría de las óperas primas: algunos detalles de la puesta en escena, falta de pulso narrativo, a veces… Pero estos detallitos no hacen mella alguna, puesto que el personaje de Libertador Morales es ofrecido como un ejemplo de honestidad y solvencia moral y ética, algo que, de seguro, tanta falta nos hace, ante tanta corrupción e irresponsabilidad que vemos a nuestro alrededor.

Lo cuestionable del film es que deja escapar una preciosa oportunidad de haberse convertido en un ejemplo valioso de cine social Libertador Moralespuesto que evade realizar una reflexión, por lo menos, seria, del problema de la inseguridad. La comunidad descrita allí sólo se reúne para quejarse y reportar el robo ocurrido a uno de ellos, no para organizarse como una fuerza con el fin de enfrentar un problema que es común a todos. Y cuando se descubre que Libertador Morales es el «Robin Hood» se convierten simplemente en sus fans, cual adoradores de estrellas de cine. Ni siquiera las acciones de Libertador Morales los estimulan a tomar algún tipo de actividades conjuntas. Cuestionable, entonces, que todo quede como un modelo personalista de un hombre humilde y honesto, convertido en héroe -al estilo de «El Zorro», puesto que no tiene superpoderes para compararlo con Batman o Superman- que se toma la justicia por sus propios medios y que llega además a ser nombrado el nuevo jefe civil como premio a sus esfuerzos nobles por el bien de la comunidad. Sorprende, pues, este ofrecimiento cinematográfico en un país en el que oficialmente se habla todo el tiempo de lo comunitario y del poder del pueblo.

Por otra parte, el problema de la inseguridad o criminalidad sólo se queda en el precario nivel que describe el mal proceder de un corrupto jefe civil encompinchado** con los tres delincuentes del barrio. No es un problema general, al parecer; esto es algo solucionable con un simple cambio de autoridad, a partir del cual ya no habrá ni corrupción ni bandas de delincuentes. Es este reduccionismo lo verdaderamente cuestionable del film.

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Ficha técnica:

Libertador Morales, el justiciero ,  Venezuela, 2009.

Dirección: Efterpi Charlambidis

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