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Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles

Título: Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles

Autor/es: Edición de Peter Biskind

Editorial: Crónicas Anagrama.

Año: 2015

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Orson Welles, además de un excepcional artista, parece que consigue olvidarse que tiene una grabadora enfrente recogiendo sus comentarios, lo que al final genera un resultado similar a las conversaciones registradas secretamente a políticos y demás “servidores públicos” por orden judicial, a las que últimamente estamos tan acostumbrados . Ya teníamos noticias de la leyenda negra que rodeaba al personaje, tanto por las sucesivas calamidades que forzaron la no conclusión o manipulación de parte de sus obras, como por su desconsideración frente a quienes no apreciaba, además de por su soberbia y arrogancia. Pero todo ello, y alguna cosa más, se confirma en las conversaciones que Welles y Jaglom mantuvieron durante los almuerzos en un restaurante de Hollywood, Ma Maison, desde el año 1983 hasta la muerte de Welles, la noche del 10 de octubre de 1985, a consecuencia de un ataque cardíaco, mientras tecleaba una máquina de escribir.

Ambos cineastas, Orson y Jaglom, se conocieron en 1978, cuando este último estaba en proceso de montaje de su segunda película, Huellas, y lograron forjar una gran amistad, a pesar de la diferencia de edad, educación, personalidad u origen, pero Jaglom consiguió beneficiarse de la sabiduría de Welles, y por contra, le aportó admiración, fue su receptor de confidencias y en un momento en que ya casi había tocado fondo, le proporcionó entusiasmo y llegó a convertirse en su productor y agente.

Por su parte, Peter Biskind, responsable de la edición, es en la actualidad redactor adjunto de Vanity Fair, habiendo aparecido sus artículos en medios como The New York Times, y entre sus libros más exitosos, se encuentra Sexo, mentiras y Hollywood.

Imagen-Mis-almuerzos-con-Orson-Welles-Conversaciones-entre-Henry-Jaglom-y-Orson-WellesEl libro, de 346 páginas, está estructurado, de forma cronológica, en dos partes: la más extensa, correspondiente a 1983, y la segunda, a los dos años siguientes. Tras una somera introducción en la que se nos dan detalles de la relación de los dos protagonistas, entramos en la primera parte, dividida en 14 capítulos, y no tarda Welles ni uno solo en manifestarse racista y clasista, considerando que “no todas las naciones y razas son iguales”, “de que eso de la igualdad es mentira…”.

Proclama su odio a Spencer Tracy, además de tacharle como un actor insoportable, su incompatibilidad con Bette Davis, a quien no soportaba ni física ni artísticamente, y su repulsión por Woody Allen, combinación de arrogancia y timidez.

Orson Welles, en su altivez, es capaz de manifestar que “el cine no me interesa demasiado…; lo interesante es hacer cine. Los demás directores no me interesan, el medio no me interesa. Es la forma de arte que menos me interesa. De entre las artes, sólo encuentro otra menos interesante: el ballet”.

Tampoco comparte las certidumbres absolutas sobre arte, la unanimidad en señalar determinadas obras o autores como maestros, y sospecha sobre el verdadero valor de Joyce, Eliot o Céline. También considera espantosas El ángel azul (Josef von Sternberg, 1930), Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956) o Iván el terrible (Sergei Eisenstein, 1945). Antes de terminar la primera parte, le toca el turno a Charlie Chaplin, a quien acusa de usar secretamente varios guionistas, además de plagiar El gran dictador (1940) y de robarle todo el guión de Monsieur Verdoux (1947).

Autor-Mis-almuerzos-con-Orson-Welles-Conversaciones-entre-Henry-Jaglom-y-Orson-Welles-2En la segunda parte, bombardea a Alfred Hitchcock. Para Welles, solo realizó en Estados Unidos una buena película: La sombra de una duda (1943). Además, según Welles, el primer rollo de la historia del cine rodado sin un solo corte no pertenece a La Soga (Rope, Alfred Hitchcock, 1948), sino a los rollos perdidos de El cuarto mandamiento (The Magnificente Ambersons, Orson Welles, 1942).

Hasta la última página, el director de Ciudadano Kane continúa sin dejar títere con cabeza (léase actor, director, productor o guionista), lamenta profundamente sus proyectos inacabados o destrozados, y es consciente de la casi nula posibilidad de obtener financiación para nuevas ideas.

Terminando con un epílogo sobre “la última conversación” y con un apéndice de los proyectos nuevos inacabados y sus posibles intérpretes, el libro de Biskind consigue amenidad en forma y contenidos, además de rodear de aún mayor complejidad y telarañas la personalidad del irrepetible Orson Welles.

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