Festivales 

Bafici 2016: Esto no es un balance

Una mirada sobre la última edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici)

 18º Bafici

En los intercambios por mail que solemos mantener cada vez que cubrimos el Bafici, desde hace ya un tiempo considerable sobrevuela entre nosotros la misma impresión: todo aquello que es saludado como una gran novedad por la prensa festivalera local nos deja con sabor a poco, y en el balance final terminan siendo realmente muy pocas las películas que nos despiertan algún entusiasmo significativo. No siempre resulta fácil comprender a qué responde este leve desencanto que parece ir en aumento con cada edición. Dan ganas de suponer que estamos acostumbrados a cierto estándar elevado de calidad, pero eso lamentablemente no es cierto. Tampoco se trata de que no nos dejemos impresionar fácilmente. Mucho de lo que se ve en cada Bafici resulta sumamente difícil de revisitar por otros medios. Existe un carácter transitorio y efímero en la mayoría de las películas del festival, de las que solo un puñado alcanza a reaparecer en condición de estreno comercial. En ese sentido, el festival sigue representando una gran posibilidad de acceso hacia una diversidad de cine que no se replica en la cartelera cinematográfica de Buenos Aires durante el resto del año, salvo en el circuito “alternativo” (Malba, Arteplex, Bama, Centro Cultural San Martín, Espacio Gaumont, Sala Lugones, Filmoteca). Pero volvamos al tema de nuestro aparente desencanto. ¿Qué podría estar ocurriendo con nosotros para que el Bafici vaya dejando de posicionarse como el acontecimiento cultural del año en nuestro calendario personal? Es probable que las razones tengan que ver con el modo en que cada uno encara el festival. Liliana y Marcela suelen seguir con atención la competencia oficial, y quien escribe se desplaza más periféricamente entre las distintas secciones que conforman la programación, lo que abre mucho más el juego y posibilita menos desilusiones. Es claro que ninguno de nosotros llega jamás a alcanzar siquiera el 10% del total de la programación de un evento que siempre presume de superar las cuatro centenas de películas entre cortos, medios y largometrajes. El enfoque de Liliana y Marcela suele estar más puesto en la calidad de las películas, y a sus reseñas de este mismo número los remito si es eso lo que pretenden extraer como balance del festival. De mi parte, y dejando previamente asentado que en esta edición he visto apenas un puñado de películas muy placenteras y valiosas de las que solo haré una breve mención sobre el final, preferiría centrarme en todo aquello que concierne a la gestión política y la identidad cultural del Bafici, extendiéndome mucho más allá de su programación.

18 baficiPara quienes no lo saben, el Bafici es un evento que se celebra de manera ininterrumpida desde hace ya dieciocho años y siempre dependió del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ha tenido seis directores artísticos (todos designados a dedo por los principales funcionarios de ese ministerio) y algunos de sus programadores llevan más de una década involucrados en la selección de todas aquellas películas que lo conforman. Esta edición resultó bastante interesante, teniendo en cuenta que fue la primera en llevarse a cabo bajo plena coincidencia de signo político entre el gobierno nacional y la gestión porteña. El actual ministro de Cultura de la Ciudad, Darío Lopérfido, realizó hace muy pocos meses unas declaraciones -fácilmente localizables en la web- donde cuestionó, entre otras cosas, la política de derechos humanos del gobierno nacional saliente, e incluso llevó la cuestión hacia aspectos del pasado relacionados con el número de desaparecidos durante la última dictadura militar, sobre el cual aludió a una supuesta manipulación y falseamiento en pos de que los organismos de DDHH pudieran “obtener subsidios”. Sus dichos fueron muy cuestionados por una gran parte de la comunidad artística del país; se solicitó en varias cartas abiertas y petitorios la renuncia a sus cargos (entre ellos el de la Dirección Artística del Teatro Colón) y hasta debió afrontar algunos episodios de “escrache” en ocasiones donde se mostró públicamente por los complejos de cine del festival. Algunos realizadores, entre ellos los dos responsables de la película ganadora de la competencia oficial (La larga noche de Francisco Sanctis), repudiaron ante el público presente las declaraciones mencionadas al finalizar la proyección. Desconociendo por completo los méritos artísticos de la película en cuestión, el hecho de que se haya impuesto en el certamen principal contribuye a una idea de credibilidad e independencia por parte de los integrantes del jurado, que no habrían cedido ante el posicionamiento explícito de los realizadores y su discordancia en relación al discurso oficialista actual. Pero volviendo hacia la polémica figura del ministro, cabe recordar que desde ediciones muy recientes la presencia oficial de funcionarios del gobierno se ha hecho cada vez más notoria en el marco del evento, en contextos ajenos a lo meramente institucional. Fuera de los esperables discursos en los actos de apertura y presentación del festival, hay antecedentes de un par de películas incluidas dentro de la programación que contaron con el aval de reconocibles personalidades del gobierno porteño, debido a su discurso claramente contrapuesto al del oficialismo nacional de ese entonces. Sin haber visto aún ninguna de esas películas (El Olimpo vacío y El diálogo), se puede decir que fueron muchas más las crónicas que resaltaron el grado de pobreza formal de ambas realizaciones que las que elogiaron sus procedimientos. Tanto en una tendencia como en la otra, las críticas estaban muy condicionadas por el posicionamiento político de sus redactores, hoy fácilmente identificables por sus actividades en las redes sociales. Y sobre este punto conviene resaltar que las autoridades artísticas más importantes del festival se encuentran claramente en sintonía con el pensamiento político del actual gobierno. No se trata de poner en cuestionamiento la capacidad de alguien como Javier Porta Fouz, nuevo director artístico del festival, que lleva casi tantos años como tiene de existencia el Bafici involucrado en su programación, ni tampoco la de su predecesor, Marcelo Panozzo, hoy director de la Usina del Arte, alguien que exhibía todavía mucho menos pudor a la hora de mostrarse con ministros y funcionarios de la cartera cultural porteña desde sus cuentas de Facebook y Twitter. Se podría decir que nada debería privarlos de expresar sus afinidades políticas, de hecho. En todo caso, sí sería legítimo preguntarse si esas afinidades han contribuido a que haya quedado prácticamente descartada toda discusión sobre el proyecto de autarquía del festival que se venía mencionando desde la edición del 2008, cuando asumió Sergio Wolf. O también preguntarse si resultó oportuno que la última película del mismo Wolf, un ex director del festival, haya estado incluida en la competencia oficial, sospecha que terminó viéndose atenuada por el hecho de que no obtuvo ningún premio. ¿Cuál hubiera sido el posicionamiento de los realizadores de las otras películas en competencia de haber ocurrido lo contrario? ¿Recae la gestión del Bafici siempre en las mismas manos, la tan mentada “camarilla”, a la que ciertos sectores de críticos antipáticos a este grupo suele aludir? (quienes deseen interiorizarse un poco mejor sobre visiones más cuestionadoras sobre la identidad política del festival de los últimos años deberían asomarse por los sitios web de Hacerse la crítica y Taller La Otra, que tampoco se privan de, aunque más no sea, una breve cobertura). ¿No son demasiado complacientes las reseñas del festival que se hacen desde los principales sitios web o blogs de crítica de cine (La Agenda Revista, Otros Cines, Micropsia, Con los ojos abiertos), espacios cuyos responsables tienen trato directo con las autoridades del festival? ¿No debería retomarse públicamente la discusión sobre el presupuesto del festival, motivo principal de enfrentamiento entre gestiones anteriores de directores artísticos con las autoridades políticas del evento? ¿Las mesas de discusión del Bafici contribuyen a cuestionar su identidad e interrogarse sobre estos aspectos señalados, como ocurrió hace pocos años con la de la revista Kilómetro 111, la cual estuvo a punto de ser cancelada por la presencia de un crítico antipático al director artístico del festival de aquella edición? ¿Debe ser discutible a nivel público la exclusión de un ensayo político dentro de la programación del festival, como ocurrió con Tierra de los padres, de Nicolas Prividera, mas allá de que nos haya aburrido a todos con sus insufribles y kilométricas cartas abiertas autorreferenciales en distintos blogs por aquella decisión del equipo de programación? ¿La presencia de figuras indiscutidas de nuestra historia del cine, como Graciela Borges y Mirtha Legrand, aporta algo significativo a un festival que nunca se caracterizó por celebrar acríticamente nuestro pasado cinematográfico? Peter Bogdanovich y Michel Legrand resaltaron como notas ilustres y nostálgicas al ser los homenajeados principales de esta edición (que también incluyó al legendario productor portugués Paulo Branco), pero su presencia –muy placentera, a juzgar por quienes asistieron a sus charlas y presentaciones- también arrastró con ese aroma frívolo y “cholulo” en un evento que en sus dieciocho años de historia siempre le esquivó a la alfombra roja y apenas cuenta con un puñado de presencias de celebridades en su haber (Jim Jarmusch, Tom Waits, Juliette Binoche, Olivier Assayas). Entre algunos descontentos mucho más personales que se acercan al terreno de las preferencias, mencionaría que la mudanza del festival realizada hace ya cuatro años desde el Abasto hacia Recoleta ha contribuido a la pérdida de ese clima especial y multitudinario que podía percibirse en la histórica sede anterior, así como también se extrañan algunas de las enormes salas que fueron parte de ediciones anteriores (el Teatro 25 De Mayo, la Sala Lugones, la reapertura de los inmensos Atlas Santa Fe y el América).

18º baficiHay otros caminos posibles a seguir a la hora de cuestionar ciertas banderas que el festival ha presentado desde siempre como garantías inimputables de su reputación. Una de ellas recae sobre ese inmenso número de 400 películas que el Bafici siempre tiene para ofrecer a sus concurrentes y que resulta imposible de abarcar, aunque más no sea en un tercio de sus posibilidades, aunque desde su organización siempre se haya querido demostrar que el sentido no pasa por acceder a todas ellas. Uno de sus anteriores directores artísticos sostuvo en una ocasión que era imposible que el festival pudiera ofrecer cuatrocientas películas buenas y que había algo irracional y caprichoso en esa oferta desmesurada que el Bafici se empeña cada año en seguir sosteniendo, ya que condiciona el mismo presupuesto. El inmenso número se reparte entre distintas secciones que han ido variando con los años, de acuerdo al equipo de programadores que toma las riendas de la gestión. Muchas de esas secciones están conformadas por programas de cortos que se proyectan en salas vacías. Entre bienvenidas retrospectivas e interesantes focos sobre realizadores desconocidos que vale la pena descubrir, siempre se cuelan otras secciones temáticas que parecen forzadas a engrosar inútilmente la cantidad de películas del evento y contribuir a ese estatus de cosmos inabarcable del que el festival gusta presumir. Estoy de acuerdo en que un evento con cinco o seis películas grandiosas ya justifica plenamente su existencia. También defiendo que uno pueda desentenderse de la competencia oficial y disfrutar del evento delineando su propio itinerario y recorrido personal sobre las películas del festival. En todo caso me interesa comprender si detrás de esa oferta de desmesura inabarcable se encuentra una multiplicidad de festivales posibles para cada espectador o si se esconde una prepotencia cuantitativa que avala el aumento de los precios de la entrada cuando, según uno de los ex directores artísticos del festival, a las autoridades políticas los costos no se le incrementan en lo absoluto (http://tallerlaotra.blogspot.com.ar/2013/03/fernando-martin-pena-los organizadores.html).

Mi asistencia a esta última edición del Bafici fue inesperada, a raíz de un imprevisto que impidió que viajara sobre esa fecha al exterior, por lo cual tuve que decidir bastante rápido sobre lo que fuera a ver. Eso me empujó a arriesgarme menos y orientarme hacia territorios seguros. La mayoría de las películas que vi me resultaron enormemente placenteras, luminosas, a contrapelo de todo aquello que uno suele atribuirle al perfil de películas del festival (oscuridad, sordidez, tremendismo). Eugène Green (Le Fils de Joseph), Mia Hansen-Løve (L’Avenir), Marco Bellocchio (Sangue del mio sangue), José Luis Guerín (La Academia de las Musas), todos ellos filman con la seguridad propia de su condición de grandes cineastas pero sin estancarse en caminos mil veces transitados y abiertos a los hallazgos estéticos que su sensibilidad les posibilita registrar y reconstruir. Hubiera querido decir lo mismo de la última realización del recientemente fallecido Andrzej Zulawski, pero Cosmos me resultó insoportable, una película tan histérica como pedante, de un academicismo deforme y estúpido, el peor epitafio posible para una trayectoria intensa e inclasificable como la del cineasta polaco. Este pequeño círculo de cineastas confiables y arriesgados seguirá siendo parte del Bafici, independientemente de todos los aspectos críticos señalados. Quizás eso baste para apoyar su continuidad (algo que no dudaría un segundo en hacer), así como también para seguir cuestionándolo.

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