La distopia, en el sentido más simple de esta palabra, nos lleva a pensar en un mundo que, de por sí, sería la actuación de una pesadilla de carácter político. Nace, este concepto, no tanto de la relación con el cambio estructural de la utopía, sino en función de aquellos elementos que ya forman parte de este elemento dialógico (se trata de un diálogo entre el autor y sus lectores, algo que ya se podía notar en Platón y que, efectivamente, es parte del caveat de Orwell); la distopia, efectivamente, no funciona solo en su valor de doppelgänger negativo, sino que pone de manifiesto aquellos problemas que ya se presentan en la estructura general de la utopía, o sea que, muy llana y simplemente, lo que para ti es un paraíso podría ser, para mí, una verdadera pesadilla. Esta función de contrapeso llevaría entonces a que las direcciones positivas y optimistas de las que esperamos vernos colmados se traduzcan también en una advertencia capaz de ayudarnos a tener una visión más fría y atenta de lo que la política presente puede provocar en el futuro (desde el problema del comunismo y de su dictadura en el ya mencionado Orwell hasta el problema de la libertad de género en el hoy famoso Cuento de la criada).

La Nueva York de Carpenter, por supuesto, forma parte de los cuentos distópicos de nuestra cultura, no solo cinematográfica, sino más bien cultural (véase también el libro sobre la producción del filme). En su función elemental, efectivamente, la obra del autor estadounidense nos llevaría a seguir las aventuras de un personaje principal, Snake Plissken, cuyo objetivo se sitúa en una dualidad relativa: por una lado estaría el de salvar al presidente de los Estados Unidos, fin este de ninguna importancia para nuestro antihéroe, mientras que por el otro, se situaría la voluntad de supervivencia, aquella fuerza biológica que nos empuja a hacer también lo que normalmente rechazaríamos. Es por esta razón que la relatividad de la que hemos hablado ayuda a construir una estructura narrativa que juega con el carácter típicamente nihilista de Plissken: si bien él va a ser el héroe de nuestro cuento, este rol se debe no tanto a unos elementos intrínsecos, sino a una cuestión estrictamente conectada al azar y al presentar también la característica de ser un sujeto fácilmente prescindible, cuya existencia se encuentra en el conjunto de seres que es posible sacrificar ante unos objetivos (más) altos.

Demostración visual de una pérdida de empatía, la Nueva York en la que Plissken se mueve para encontrar y salvar a un presidente horrible es la encarnación del elemento orgánico de una sociedad que ha fluido hacia una necesidad de reconstruir su cuerpo. Isla que se rige por sí misma, estado que se alimenta en el interior de otro más grande, esta Nueva York es el punto de partida para que los peores elementos de la humanidad puedan funcionar bajo el concepto de supervivencia del más fuerte (una fuerza, obviamente, de carácter violento). Su estructura en cuanto modelo pseudobiológico de la sociedad humana nos ayudaría entonces a crear un doble nivel de lectura de su misma existencia: por un lado esta ciudad sería la representación del verdadero ánimo humano, afirmación rotunda por parte de Carpenter, de que el hombre (y la mujer) es en definitiva un personaje del que el universo puede deshacerse sin temor a romper un equilibrio natural, y por el otro, esta Nueva York permitiría acceder al significado de propagación de una enfermedad, ya que el estado hiperconservador de los Estados Unidos distópicos necesita esta ciudad, cuya diferencia superficial escondería una similitud profunda.

La película de Carpenter forma parte, por estas razones, de la cultura y contracultura típica de nuestros tiempos. Más allá del valor temporal en relación con la sociedad en la que fue concebida, la de los años setenta y ochenta americanos, logra efectivamente traspasar los bordes del tiempo y entrar directamente en el conjunto de obras sempiternas que funcionan en cuanto elementos de debate y de diálogo con cualquier tipo de espectador, pasado, presente o futuro. La correcta mezcla de voluntad narradora y de elementos de crítica social subrayan, de hecho, la importancia que tiene el cine en su función de punto de contacto entre el mundo exterior (el real, el en que vivimos y actuamos) y el mundo interior (el de la películas, limitado teóricamente por los bordes de la pantalla), importancia que se traduce en la voluntad por parte de un artista de quererle hablar a su público. El nihilismo en el que está sumergida esta obra, entonces, logra salir de sus límites narrativos y, sin dejar duda alguna, nos presenta un mundo que se crea una y más veces en nuestro imaginario cultural y social; película perturbadora, a todos quizás nos gustaría ser como su protagonista, incapaces, sin embargo, de dejarnos llevar por una visión así deprimida del ser humano.

Comparte este contenido:

La experimentación supone una voluntad de cambio en relación con los cánones existentes de una determinada producción cultural. Este cambio lleva a que se demuestre la posibilidad de variar (con una carga mayor o menor) el conjunto de reglas sobre las cuales se basarían las claves de lectura de la estructura que se nos presenta en su forma, por ejemplo, visual o escrita; el resultado de esta variación sería, por los motivos que acabamos de mencionar, la necesidad de encontrar un punto de vista diferente, nuevo, a través del cual sería posible entrar en contacto con la obra y, por supuesto, analizarla y descifrarla según lo que efectivamente el artista quiere decir. En otras palabras, la experimentación supone sí un cambio en lo que al código textual y discursivo se refiere, sin embargo no se deshace de la necesidad de transmitir un mensaje, elemento este que es parte integrante de cualquier tipo de expresión humana; el juego no estaría, entonces, en la búsqueda de una incomunicabilidad, sino en el acto mismo de querer comunicar a través de engranajes diferentes, lo cual implica, de por sí, la necesidad de dejarse guiar por el artista hasta encontrar, en el intercambio del diálogo entre obra y público, la clave de interpretación.

Experimental, por supuesto, es la obra de 1970, Crimes of the Future. Sin utilizar ningún tipo de sonido (o ruido) directo, Cronenberg pone en marcha una serie de episodios de carácter imaginativo (aquella imaginación típica del género de ciencia ficción) para que se desarrolle un cuento cuya lectura no resulta muy fácil. Esta dificultad intrínseca, obviamente, deriva de la voluntad de darles a los espectadores solo unas pocas palabras (frases narradas por el protagonista) que no se dejan llevar por un claro acto interpretativo; lo que se recibe en su forma oral, de hecho, se basa no en un discurso de explicación de lo que pasa, sino en un juego que manifiesta la voluntad de dialogar con personas que ya son parte del mundo que se nos está mostrando. En palabras más llanas, los monólogos que escuchamos no son mensajes para nosotros, sino elementos de un diálogo entre el protagonista y sí mismo o personas que comparten su cultura (mensajes, aún más simplemente, de un hombre futuro hacia su contexto futuro).

La estructura narrativa se compone así de diferentes escenas que se construyen alrededor de una voluntad centrípeta en lo que a la dimensión geográfica se refiere. El mundo de Crimes of the Future, terriblemente asfixiante, está al mismo tiempo plagado por una sensación de agorafobia y de claustrofobia. Estas dos vertientes se entremezclan con la presencia casi irreal de muy pocos seres humanos, todos (única excepción de una niña) hombres, lo cual no permite acceder al nivel de intercambio biológico entre los sexos; el resultado es un juego muy descarado en relación a la necesidad del contacto físico y a la sublimación de la sexualidad, lo cual pone en marcha una serie de lecturas homoeróticas muy claras. Se manifiesta así la cuestión de la atracción física, corporal, en la que el proceso biológico que se inserta en la creación y excitación del deseo desemboca hacia una desviación de la normalidad (pero, ¿qué es la normalidad?), hacia lo fetichista.

El elemento narrativo de esta película se compone, en definitiva, de aquellos mecanismos que forman parte de una voluntad expresiva cuya finalidad es animar a los espectadores para que intenten entrar directamente en la mente de estos crímenes futuros, crímenes que se sitúan entre el área de la metáfora y la de la realidad directa. La penetración, inexistente en la película en cuanto acto sexual quizás más bien clásico y universal que fundamental, se reverbera en la voluntad de Cronenberg de querer entrar (y hacernos entrar) en la psique del protagonista, del cual resulta difícil dar una lectura clara (la cuestión de la pedofilia, por supuesto, implica un juicio negativo, si bien en el conjunto de la obra no sabemos decir si este acto, nunca consumado, tiene un valor real o metafórico); el resultado final no es una narración de por sí simplemente perturbadora, sino desestabilizada, un mosaico cuyo diseño es nuestro deber descifrar y analizar (si esto es lo queremos hacer).

Comparte este contenido:

El profesor Carlo Pagetti es la figura más importante en el ámbito de los estudios sobre la figura de Philip K. Dick, sea desde un punto de vista internacional como también nacional (Italia). En esta charla vamos a hablar de la relación de Dick con el mundo del cine y de cómo se sitúa la ciencia ficción en tanto género en nuestro mundo contemporáneo.

EL ESPECTADOR IMAGINARIO: ¿Es posible hablar de una visión cinematográfica en el caso de Dick? Me refiero a las influencias que hubiera podido recibir por parte del cine de ciencia ficción de los años 50 (pienso en Invasion of the Body Snatchers) en relación a su producción literaria.

Carlo Pagetti: En Divine Invasions, Lawrence Suttin, el mayor biógrafo de Dick, nos cuenta que en los años 50 el joven autor, quien vivía con su segunda mujer, Kleo, en Berkeley, solía ir a un “cine supuestamente de tipo intelectual que proyectaba filmes extranjeros”. Más bien que a través del cine, es posible afirmar que Dick se había formado viendo la televisión (una novedad para aquel entonces), escuchando la radio, interesándose por la música, fuera esta sinfónica o folk. Yo no hablaría de un influjo masivo del cine de ciencia ficción de aquellos años, sino de la apropiación, por parte del escritor primerizo, de aquel “estilo paranoide” que se difunde por la cultura estadounidense de la Guerra Fría, cuando los peligros de un conflicto atómico con la Unión Soviética llevan a que se construyan búnkeres en el jardín privado de casa o a esperar a que surjan eventos apocalípticos.

EEI: Los libros de Dick, debido a su carácter más filosófico e introspectivo, no parecen estar hechos para que se lleven a la gran pantalla. Sin embargo, las películas que se basan en sus obras nos han dado mucha satisfacción, sobre todo Blade Runner y A Scanner Darkly. ¿Cómo definir, entonces, la relación entre Dick y los filmes basados en sus obras?

C.P.: Dick usa también técnicas de la ciencia ficción más popular, sin embargo, no tiene mucho cuidado en lo que se refiere a la precisión tecnológica o a las extrapolaciones científicas. Además, sus novelas presentan muchas veces un argumento complicado, en el que se sobreponen y se alternan diferentes historias personales. Por esta razón, los directores de cine han preferido tomar como referencia sus cuentos, ya que son más simples y lineales. Es el caso, por ejemplo, de Total Recall, de Screamers y de Minority Report. Un caso aparte sería Blade Runner, ya que toma su punto de partida de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ridley Scott simplificó fuertemente la historia, eliminando algunos aspectos secundarios pero fundamentales, como el “falso” profeta Wilbur Mercer (cuyos mensajes forman parte, paradójicamente, de una verdadera visión cristiana), para darle más espacio a la dimensión visionaria de los paisajes urbanos postmodernos. Si bien inicialmente esto lo había dejado un poco desconcertado, al final Dick se dio cuenta de la necesidad de simplificar la estructura de su novela. Estoy hablando de 1982, el año del estreno de Blade Runner, el mismo año en el que murió Dick a los 54 años por un infarto. Un escritor que se nos revela así de  “actual” murió hace cuarenta años, antes, por ejemplo, de la revolución informática.

EEI: La obra más conocida de Dick en el cine es Blade Runner, cuya historia se aleja no poco de la novela original, pero que sigue las mismas pautas en lo que se refiere a la atmósfera y a lo visual. La idea de Dick era la de hablar de la pérdida de la humanidad por parte del mismo ser humano. ¿Es posible decir que, desde este punto de vista, el filme de Scott logra ser fiel?

C.P.: Aquí tampoco resulta fácil ofrecer una respuesta clara y definitiva. En la novela de Dick los androides se nos presentan crueles y despiadados, mucho más que los replicantes de Ridley Scott. Sin embargo, las cosas no son simples, como podemos ver si nos referimos al episodio (en la novela) de la cantante lírica Luba Luft, quien parece expresar cierta hermosura y armonía musical, ambas de tipo humano. Es ella quien le cuestiona a un Deckard a punto de matarla la diferencia entre seres humanos y seres artificiales, así como el derecho de Rick a “ajusticiar” a los androides. Los androides de Dick, así como los replicantes de Scott, sufren por los límites impuestos a su humanidad, y buscan una revancha imposible, lo cual los hace paradójicamente humanos. En la película, un rol fundamental resulta ser el de los actores: si Roy Batty es un personaje inolvidable, mucho más que el Roy de Dick, esto se debe a la interpretación faustiana de Rutger Hauer, capaz, antes de morir, de salvar la vida a su acosador humano.

EEI: La producción de Dick nace de la necesidad de hablar de asuntos importantes. Dick, de hecho, deja atrás la idea de escribir simplemente siguiendo el objetivo del escapismo, y presenta en sus obras temas profundos, sobre todo en conexión con lo que significa ser una persona, formar parte de la raza humana. ¿El cine de ciencia ficción ha logrado, en los últimos años, seguir este camino abierto por el autor norteamericano?

C.P.: Yo creo que el cine de ciencia ficción presenta a menudo ideas especulativas y discursos de gran importancia, también cuando parece limitarse al escapismo o a los juegos de fantasía infantiles. Por esta razón, no quiero condenar, por ejemplo, al universo Marvel, que ha logrado volver a ser interesante exactamente gracias a algunas películas espectaculares, en las que se subrayan los conceptos de diversidad y de crisis del “sueño americano”. También Avatar de James Cameron (2009) me ha gustado mucho. La ciencia ficción se mueve, de todas maneras, por un camino que siempre ha privilegiado la reflexión sobre la condición humana y la búsqueda del misterio del cosmos. Entre los “clásicos”, además de 2001 : una odisea del espacio (1979), de Kubrik, mencionaría, para salir del área norteamericana, dos películas del ruso Andréi Tarkovski, Solaris (1972), basada en la obra maestra de Lem, y Stalker (1979), y también algunas obras de Steven Spielberg, como Encuentros en la tercera fase (1977). Entre los directores contemporáneos querría mencionar al Christopher Nolan de Inception (2010) y de Interstellar (2014), si bien no me ha gustado mucho su reciente Tenet, y al Denis Villeneuve de La llegada (2016). Villenueve es también el director de la secuela eficaz, si bien menos innovadora que el original, de Blade Runner, aquel Blade Runner 2049 (2017) con Ryan Gosling y un “resucitado” Harrison Ford.

EEI: El cine y la literatura pueden llegar a ser miradas hacia el futuro, como si de precognición se tratara. ¿Cuán parecido es nuestro mundo a lo que vemos en la distopía de Blade Runner y en la paranoia de A Scanner Darkly?

C.P.: Como Darko Suvin y otros estudiosos del género de la ciencia ficción (ahora ya entrelazado con algunas formas del fantasy, y con la narrativa utópica y distópica), yo no creo que la ciencia ficción tiene poderes extrapolativos o futurológicos. Ya sabemos lo difícil que es prever el futuro. Pensemos, por ejemplo, en la pandemia actual, no desde un punto de vista abstracto, sino tomando en cuenta cómo se ha ido desarrollando, subrayando las incógnitas que nos esperan cuando (quizás) la hayamos superado. ¿Quién hubiera podido prever su fuerza, sus consecuencias, al inicio de 2020? La ciencia ficción dibuja un paisaje analógico que es, al mismo tiempo, un espacio que conocemos (nos es familiar) y un espacio diferente e imprevisible, un quid ante el cual nuestra identidad está destinada a modificarse radicalmente si quiere sobrevivir y conservar algo de sí.

Quisiera terminar con una última observación. Me doy cuenta de que durante esta charla hemos estado hablando solo de autores “masculinos”, como si no existiera una ciencia ficción de las mujeres. Para rectificar en parte esta falta, hay que recordar que al lado de Dick la voz más importante de la ciencia ficción norteamericana es Ursula K. Le Guin, autora de La mano izquierda de la oscuridad. Sin embargo, aquí se nos abriría otro capítulo…

Comparte este contenido:

La expresión artística (dejemos a un lado la cuestión de la obra de arte) se basa en la necesidad de expresar una situación intelectual que se ha ido construyendo en nuestra mente. O, más sencillamente, lo artístico como producción es el acto de traer a nosotros lo que está dentro de una cabeza (alguien hablaría de incomunicabilidad universal, pero somos todos seres humanos, capaces de intercambiarnos informaciones y entendernos por tener el mismo ADN, más o menos, y por ser parte de la misma cultura). El arte, entonces, no es solo la necesidad de proponer al público una lección (sobre todo en el caso del arte de narrar) con la que analizar nuestras costumbres, nuestros deseos y nuestras leyes, sino que implica también la voluntad de trazar un discurso que se sustenta a través de una estructura estética con la que activar el proceso de “entender”. Y es que, efectivamente, hay que entender un producto, analizarlo desde el punto de vista correcto, acercarse a su significado real y emitir un juicio, por si acaso, que se base en lo que efectivamente nos quiere decir, y no en lo que pensamos que nos está diciendo simplemente porque no queremos dejarle la posibilidad de utilizar sus mismas palabras, sino las nuestras.

¿Qué es, entonces, Megalópolis de Coppola sino una completa y perfecta obra de arte, la demostración de que todavía es posible y siempre lo será proponer elementos nuevos con los que proveer al crecimiento de nuestra cultura? Es cine, definido aquí como el conjunto de elementos tanto históricos, pertenecientes a la tradición, como de dialógicos, capaces de tocar diferentes partes de nuestra cultura, hasta saciarnos con una lluvia de imágenes que se reverberan en la voluntad de abrir paso al mundo cinematográfico del pasado, del presente y del futuro, agarrándose a las mejores expresiones de este arte. Y en el acto de crear lo que será y utilizar lo que fue, el flujo de la narración se amontona dentro de un camino que se basa en la necesidad de contar una historia capaz de ir más allá de la apariencia y de sentar las bases para un discurso capaz de evitar la sensación de pseudo-filosofía, proponiendo así un diálogo concreto sobre el valor de la decadencia, del poder y de la visión de un futuro mejor. La salvación, efectivamente, de lo que somos dentro del necesario reconocimiento de que el pasado no puede parar el futuro.

Es una obra que habla de cine sin caer en la simple exaltación del medio. Es cine puro, una experiencia visual y narrativa de primer orden que nos obliga a profundizar nuestra relación con la pantalla y las imágenes que fluyen sobre ella, y que nos invita a que nos sentemos delante de un cuento que se divide entre la simplicidad de su estructura básica y la complejidad del elemento formal, de lo estético que produce, en nosotros, un torbellino de emociones. Si la película nos sacia, ella puede también llevarnos a una sensación de lo sublime, entendido aquí según el punto de vista de Burke, y el aspecto ideológico, en su sentido original de conjunto de ideas, se reconfigura a través del morality play medieval dentro de una voluntad de reproducir el mundo de la antigua Roma a través de la pluma de las tragedias inglesas del periodo entre el final del renacimiento y el comienzo del barroco, tanto de Shakespeare como de los university wits. Y es así que la obra de Coppola logra mezclar el cine con el teatro y con la literatura, produciendo un elemento final que logra ir más allá de la capsula temporal en la que se encuentra y abrirse paso en el sempiterno fluir del aquí y ahora de cualquier obra de arte capaz de traspasar los límites de su momento.

Megalópolis es cine, entonces. Puede llevar a la felicidad de quienes logran reconocer los elementos del que está constituido, así como crear cierta naúsea en quienes no se dan cuenta de lo que se les está proponiendo. Es una obra de arte completa, incapaz de fracasar en cuanto elemento narrativo y estético, y al mismo tiempo puede resultar indigerible si no se le otorga aquella necesaria voluntad de dejarse llevar por su ritmo, sus imágenes, su estructura teatral que nos traslada hacia los filmes del pasado, hasta los que, sepultados por el color y el sonido, se pierden en las olas del tiempo que fue. Es la demostración de que todavía se puede hacer arte, provocar sensaciones e ideas, hacer que nuestra mente sea excitada, sacudida y empujada para que logre ir más allá y abrace con todos sus sentidos el valor mismo de lo profunda que la cultura humana puede ser. Es, en una sola palabra, “experiencia”, algo que tenemos que hacer si queremos seguir hacia un futuro que no se hunda en el fracaso de un presente de silenciosa decadencia.

Comparte este contenido:

Quizás sea difícil, a veces, crear epopeyas en el contexto moderno. Trátese o no de una cuestión cultural, es verdad que la épica hoy en día poco valor tiene, algo que, efectivamente, ya había perdido hace muchos siglos. Después del Cid, de Ariosto, de la Jerusalén y otros libros (algunos de los cuales quemados por los amigos del Quijote), la literatura ha preferido trabajar con material más real, menos ficticio, y producir una serie de elementos más ajustados a los hábitos y a los gustos de su público contemporáneo. Verdad es también que una de las películas más importantes (y racistas, por supuesto, diga Griffith lo que quiera decir, y se disculpe lo que quiera con su Intolerance) de la historia del cine es una epopeya americana (mejor dicho, terrible y rotundamente “gringa”) que pone de manifiesto cómo los malos negros solo pueden y tienen que ser abatidos por los buenos blancos del Klan (mala idea, por supuesto, y demos las gracias a un mundo en el cual la mayoría, creemos, rechaza esta idea). Algo parecido a la epopeya, en los tiempos modernos, es la hexalogía de Lucas (todo lo que viene después de él no tiene valor real, seamos serios), y la obra presente de Snyder, secuela de un primer capítulo un poco flojo, nace efectivamente como propuesta para la galaxia lejana.

Una secuela, esta, que pone de manifiesto la voluntad de crear una gran epopeya, de carácter tan elocuente en su parte estética como también decepcionante en lo que al guion se refiere. Y es que, de hecho, Snyder sigue construyendo imágenes espectaculares gracias a un ojo profundo, perdiéndose en el torbellino de un sinfín de elementos narrativos ridículos, que nos hacen bostezar y llorar por el tiempo perdido y la absurdidad de lo que se nos está proponiendo. Los personajes no tienen ninguna gracia, allí están por el solo hecho de tener que estar allí, y las acciones que vemos llevarse a cabo nos hacen pensar cómo es posible que un diminuto pueblo de pocas almas de granjeros pueda convertirse en un seudo-ejército capaz de luchar contra soldados con decenas de años de experiencia. Absurdidades, entonces, que rellenan el movimiento irregular de una narración que, si vamos a controlar, resulta ser menos fuerte que la anterior, la de aquel capítulo en el cual nos dábamos cuenta de que las tres horas totales (más o menos) poco se ajustaban a nuestra capacidad de atención. Problemas, por supuesto, no solo de ritmo estético, sino de una historia no bien elaborada, un poco inmadura.

Y es de inmadurez que hay que hablar, ya que supuestamente Rebel Moon se presenta como un producto para mayores de edad, resultando desafortunadamente tan vacío de aquella profundidad necesaria para hablarle a un público de personas que quiere más que la simple presencia de sexo (que alguien nos salve de quienes piensan que siempre hay que mostrar el acto, cuando nada aporta a la historia) o de violencia (que por lo menos resulta divertida y grandilocuente en este segundo capítulo). Un producto para adultos, de hecho, implica una seriedad en la propuesta, en lo que se ofrece, algo que se traduce en respetar al público, dándole algo que funciona dentro de un proceso narrativo, o sea todo lo contrario de lo que vemos en estos casi 180 minutos, en los cuales se amontonan clichés y ridiculeces. Hay que preguntarse, entonces, si como espectadores nos queda cierto tipo de gana de seguir viendo las aventuras de nuestros rebeldes, ya que, si vamos a controlar bien, las casi seis horas de los capítulos se hubieran podido reducir a un solo y único episodio de quizás dos horas. No siempre aumentar el contenido significa aumentar el placer.

Dicen que trabajar con Snyder y su esposa es una de las mejores experiencias del cine contemporáneo, por lo menos en los Estados Unidos. Podríamos creerlo, y no vemos razón de rechazar esta vox populi. De todas formas, Snyder es un director difícil de analizar: algunos de sus filmes, sobre todo en su versión original (o sea director’s cut), son efectivamente entretenidos (300, Man of Steel, BvS, su Liga), mientras que otros, según lo que dice el público, no logran rozar ni la suficiencia. Se ha creado una polarización muy fuerte entre los que lo defienden y los que rechazan cualquier cosa que este autor produzca. Rebel Moon, con sus dos primeros capítulos en versión extendida, forma parte de las decepciones, de aquellos productos que muestran, demuestran y subrayan cómo cualquier obra no puede sino hundirse si su base (el guion) no ha sido pulida bien. Quizás sea mejor que esta epopeya acabe aquí, sin tener que seguir con un cuento modesto, superficial e insuficiente, y que Snyder logre producir otros filmes en los cuales pueda mostrar que, sí, es un buen director (y no solo una buena persona) a quien solo le hace falta un guion bien escrito.

Comparte este contenido: