Críticas
La dignificación de la pobreza
La quimera del oro
The Gold Rush. Charles Chaplin. EUA, 1925.
En mayo de 1925, y luego de 15 meses, culmina el rodaje de La quimera del oro. Con un costo de un millón de dólares, y una recaudación de cinco millones (solo en Estados Unidos), se constituyó en la comedia más larga y costosa de la época.
En 1942 Chaplin reestrenó una nueva versión con banda sonora y su propia voz en off como narrador. El filme fue nominado al Óscar en las categorías de música y banda sonora. Este año, al conmemorase los cien años de su estreno, fue exhibida en la nueva sección del Festival de Cannes (Cannes Classics) una versión restaurada en 4K que tendremos la oportunidad de apreciar en Latinoamérica.
La cinta se basa en la fuerte migración provocada por la fiebre del oro de 1896 en Klondike, región perteneciente al territorio de Yukón, en el noroeste de Canadá y al este de la frontera con Alaska. Chaplin tuvo la oportunidad de observar algunas fotografías relacionadas, y así surge su interés por llevar el tema a la pantalla grande.
Charlot representa al vagabundo que sale a probar fortuna; uno más de los interesados en hacerse rico por el descubrimiento de algún yacimiento de oro. Deberá sortear varias pruebas donde su vida correrá el habitual riesgo, atemperado en la fiel carcajada que descomprime la fuerte identificación del espectador.
Una comedia dramática de alto nivel, obra maestra que hace gala de una impecable puesta en escena rodada mayormente en estudios, donde se apela a técnicas como la toma mate y la retroproyección. Innovaciones introducidas en la época por Norman Dawn.
La toma mate era la creación de fondos pintados sobre paneles de vidrio o lienzo, que simulaban diferentes escenarios, mientras que la retroproyección consistía en proyectar una imagen detrás de los actores para crear un fondo artificial a la escena.
Solo el inicio de la cinta apela a exteriores en unos pocos planos en la Sierra Nevada, y con la colaboración de 500 extras que dan a la travesía la sensación de escalar un terreno rocoso y empinado, más exactamente lo que habría sido el Paso de Chilkoot
La cinta transita por tópicos diversos; uno de ellos es el hambre y su relación con la necesidad y el dinero. La escena de la gallina pone en evidencia el carácter acuciante reflejado en la intensidad de un deseo capaz de distorsionar la realidad.
Big Jim alucina un apetitoso manjar viviente en medio de la escasez generada por las inclemencias del tiempo. El abominable paisaje ofrece la crueldad de fenómenos naturales que clasifican necesidades en función de posiciones sociales. Los arriesgados emprendedores viven el día a día sin medir consecuencias, la supervivencia está en juego, la posición social no admite oportunidad más allá del riesgo de vida.
Los gags entretejen la sucesión entrelíneas, gradación en matices que no derrapa en banalidades. El estilo de Chaplin hace del slapstick una cadena que ameniza la tragedia, no una sumatoria de caídas y sobresaltos sin sentido.
La complejidad del ser humano ahoga los simplismos, la categorización en malos y buenos redefine la permanencia en perfiles delineados en función de intereses transitorios que enriquecen las categorías en tránsitos pasajeros, no solo operan al servicio del gag, sino que redefinen concepciones de clase.
Charlot apela, tanto a la picardía, simulación de un percance de salud para conseguir alojamiento, como al desempeño servicial de quien ofrece su zapato para saciar el hambre de un amigo.
Big Jim puede estar obnubilado por el hambre, querer comer a un ser humano o dejarse impresionar por la recuperación de un yacimiento aurífero, pero es capaz de recuperar la conciencia para evitar que Charlot caiga al vacío o compartir su fortuna en señal de gratitud.
Georgia es capaz de utilizar al vagabundo para provocar a su pretendiente, pero también puede ofrecerse a pagar un pasaje en momentos de confusión.
La esencia humana juega con matices sin alterar posiciones. Ser rico y cumplir con el protocolo, no equivale a renunciar por completo a la propia identidad; por eso Charlot olvida su posición para recoger un cigarro del piso. Es ese juego entre lo que soy y lo que tengo que ser, una articulación que desmenuza a los personajes en actitudes poco convencionales para el cine de la época. La contrapardida es un star- system que asume estereotipos ideales a gusto del consumidor.
Charlot es el vagabundo representante de un orden social donde el estilo de las clases altas atrae el respeto de los demás. La secuencia final es un ensayo de ostentación para la reverencia. Justamente, lo que nuestro personaje no había logrado en el resto de la trama, víctima de abusos que supo sobrellevar con una pose enmarcada en el típico atuendo ruinoso y desgastado. Es la pretensión de cumplir con el estereotipo a pesar de la pobreza; la dignidad parece estar sujeta a un atuendo calzado en movimientos de falso gentleman. La precariedad de la ropa, unida a la torpeza del personaje, denuncia lo que solo resulta ser un intento por cumplir con la norma social aceptada.
La lucha del hombre frente a las inclemencias del tiempo, también es la lucha por el ascenso social negado. El azar resulta ser el factor que acicatea la búsqueda del pobre, la voluntad no cuesta más que para sostener una graciosa apariencia que desata la burla de los demás. Toda una reflexión acerca de las posibilidades del desposeído. Una lucha por el sueño americano montada en el alto riesgo que sostiene lo aleatorio. Charlot recibe una fortuna por ayudar a alguien que, de manera fortuita, se cruza en su camino. El ascenso social es un golpe de suerte, el sistema no ofrece otra cosa.
La presencia femenina se vuelve relevante en la figura de Georgia, inicialmente protagonizada por una adolescente de 16 años (Lita Grey), quien es reclutada por el realizador luego de su participación en El pibe (The Kid, 1921). Grey queda embarazada de Chaplin y debe ser sustituida por Georgia Hale, con quien el realizador va a sostener una relación amorosa durante el rodaje. Cabe acotar que Chaplin se casaría y tendría dos hijos con Grey.
El personaje de Georgia atraviesa por cuatro fases bien definidas. Primero ignora la presencia del vagabundo, y hasta lo utiliza para molestar a Jack el mujeriego; luego se burla de Charlot tras una invitación a cenar, para arrepentirse al enterarse que el vagabundo es su enamorado. Finalmente, el dinero transformará el sentimiento de lástima en amor.
Emerge un espacio a la inferencia, que permite establecer el peso del estatus social en las relaciones humanas. El dinero abre la puerta a la reverencia, además de garantizar el éxito con las mujeres. La secuencia final en el barco es elocuente al respecto.
La sucesión de gags es ofrecida desde la solidez de un guion simple pero bien asentado, con una coherencia de objetivos que hilvana los momentos en escenas de significación consistente. De este modo, el slapstick asimila y articula el drama sin caer en el chiste barato que solo explota el ridículo para la risa del público. En La quimera del oro, Chaplin modificó su metodología habitual de trabajo: no comenzó a rodar hasta tener el guion terminado.
Cien años de una obra cumbre de la cinematografía mundial que no pierde vigencia a pesar del tiempo. Una oportunidad para la reflexión y el goce de los sentidos; una invitación a las nuevas generaciones a abandonar el prejuicio y atreverse a experimentar la calidad del mejor cine silente de la historia.
Ficha técnica:
La quimera del oro (The Gold Rush), EUA, 1925.Dirección: Charles Chaplin
Duración: 95 minutos
Guion: Charles Chaplin
Producción: United Artists
Fotografía: Roland Totheroh, Jack Wilson (B&W)
Música: Max Terr (Película muda)
Reparto: Charles Chaplin, Mack Swain, Georgia Hale, Tom Murray, Malcom Waite, Henry Begman, Betty Morrisey