Críticas

De protecciones y justicias

La acusación

Pas de vagues. Teddy Lussi-Modeste. Francia, 2024.

LaacusaciónCartelEl realizador francés de origen romaní Teddy Lussi‑Modeste  ha dirigido con La acusación su tercer largometraje. El primero, Jimmy Rivière (2011), se centra en un joven romaní atrapado entre  su cultura, la pasión por el boxeo y la religión pentecostal. En el segundo, Le Prix du succès (El precio del éxito, 2017), retrata los problemas que puede acarrear la presión del éxito en un humorista y su familia. Director comprometido con la identidad y los conflictos íntimos y sociales, en esta ocasión traslada a la pantalla una experiencia personal que sufrió cuando se dedicaba a la enseñanza como profesor de literatura en colegios e institutos. Desde esa mirada comprometida, reflexiona en La acusación sobre la fragilidad institucional ante acusaciones de menores de edad que navegan en los delicados márgenes entre la protección de estos últimos y la presunción de inocencia. 

El conflicto del filme nace cuando Julien, un profesor de un colegio público, es acusado por una alumna adolescente, Leslie, de acoso sexual. Lo que se va mostrando como una denuncia con escaso fundamento, su repercusión y consecuencias irán creciendo como una bola de nieve que afectará en lo más profundo tanto a la supuesta víctima como al presunto abusador. La reflexión sobre el funcionamiento de las instituciones, la vulnerabilidad de la opinión pública, la presión social y la fragilidad de la reputación irán tensionando la atmósfera hasta convertir el asunto en un terreno demasiado árido para todos los implicados, también colegas del maestro, familiares y para el mismo instituto y sus rectores. Justo la denominación original de la película vendría a significar “no hagan olas”, una expresión francesa que describe la tendencia de la institución escolar a evitar conflictos abiertos. Precisamente, la sobreprotección que despliega sobre la chica, además del cumplimiento de protocolos rígidos, se transforma en una forma de silenciar y tapar el conflicto, más que en un intento de resolver la situación. En realidad, lo que menos parece importar es la veracidad o no de los hechos. El engranaje institucional devora a quienes deben enfrentarse a él hasta dejar arrasados a los dos personajes principalmente implicados. 

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Para enfatizar el ruido infernal interno y externo que se va originando entre comisarías, testigos, asunción de gastos judiciales y prestigios académicos, Lussi‑Modeste se vale de un estilo cuasidocumental, con iluminación naturalista, discreción de movimientos y montaje funcional, sin subrayados dramáticos. El constante suspense dirige al largometraje a una especie de thriller con encuadres cerrados que reflejan la angustia del protagonista. La sostenida operación de derrumbe del profesor es perfectamente matizada desde escenas luminosas y abiertas hasta otras cada vez más sombrías y cerradas. La concentración del espectador gira hacia las miradas, los silencios y cualquier mínimo gesto de los personajes. Se busca la autenticidad en una focalización interna fija en la que la cámara sigue en todo momento a Julien y no hay escena en la que su presencia no se produzca. Sin acceder a su subjetividad psicológica con imágenes mentales o voz en off, nos hayamos confinados a su radio de experiencia. Solo vemos su universo desde fuera, cada vez más cercado y más asfixiante. El autor nos atrapa en el desconcierto del maestro al mismo tiempo que nos conduce a la percepción de su inocencia. Las escenas en las que supuestamente se cometieron los acosos se dosifican en un dispositivo fílmico implícito que nos inclinan hacia la inocuidad de lo sucedido. 

La película conecta con otros largometrajes que también ahondan en acusaciones o injusticias de parecido calado. Del cine clásico norteamericano podríamos rescatar La calumnia de William Wyler (The Children’s Hour, 1961). También gira en torno a la fuerza destructiva de una acusación escolar sin pruebas. El efecto devastador se origina allí en una supuesta relación lésbica entre dos profesoras, marcada por la moral conservadora y puritana de mediados del siglo XX. Tanto con ella como en La acusación el peso de la opinión colectiva y de la sospecha preventiva lleva a sus víctimas a una asfixia que en el caso  de Wyler desemboca en tragedia. Y situándonos con mayor cercanía temporal, elegiríamos La caza de Thomas Vinterberg (Jagten, 2012). Aquí nos encontramos con otro hombre acusado injustamente de conducta sexual inapropiada en un entorno comunitario, concretamente en una comunidad rural danesa. La sobriedad visual del filme de Vinterberg, al igual que la de Lussi‑Modeste, amplifica la violencia invisible de las acusaciones entre miradas y silencios que incrementan la incomodidad. Ya sea desde una pequeña población o desde un instituto francés actual, la poca relevancia que se otorga a la presunta dignidad de los adultos se impone con una dureza que incluso no necesita la intervención judicial para dictaminar su sentencia.

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Nos ubicamos con La acusación en una escuela situada en zona conflictiva y no resulta nada sencillo lidiar con los alumnos y ajustar muy bien el equilibrio entre la severidad y la condescendencia. Lo que a simple vista puede resultar inocente y motivador como invitar a un Kebab en la cafetería de la esquina a los estudiantes que han aprovechado las lecciones por parte de su profesor, en protocolos escolares rígidos e intransigentes podría sostenerse como transgresor por su excesiva cercanía pedagógica. La necesaria protección de los menores puede transformarse en dañina cuando se vuelve ciega y renuncia a la justicia y a la escucha de los implicados, mayores o menores. Y en el filme, como en la misma realidad, se cae en una sobreprotección que busca neutralizar riesgos, tal y como entendía Foucault la biopolítica. Nos movemos en la sociedad del riesgo que preconizaba Ulrich Beck en la que el miedo a los peligros por abusos, acosos o denuncias genera protocolos cada vez más rígidos que priorizan la prevención y sacrifican la presunción de inocencia. No es importante la falta de pruebas, y la obediencia automática a las normas pautadas lleva a decisiones que destruyen en lugar de unir puentes. Hannah Arendt, con su banalidad, sabía demasiado de todo ello. Como sostiene Beck, “En la sociedad del riesgo, la seguridad se convierte en un bien más valorado que la libertad o la justicia”.

El derecho penal moderno europeo se ha regido siempre por el principio in dubio pro reo, esto es, siempre resulta preferible perdonar a un culpable que castigar a un inocente. Pero contemporáneamente, a cuenta de la protección absoluta del menor, queda en segundo o ningún plano el condenar o arruinar socialmente a un inocente. La garantía de que el individuo no sea sacrificado en nombre de una falsa seguridad colectiva ha caído con la lógica del riesgo cero cuando un menor está implicado. Julien es arrastrado por una espiral a un desconcierto que comparte con el espectador al adoptarse por el autor su punto de vista y la eliminación de “vacíos” fílmicos que pudieran generar o alimentar dudas sobre su conducta. François Civil, en su actuación de Julien, evita la exageración y a través de la sobriedad trabaja con silencios, gestos sutiles y sonrisas nerviosas para partir desde el entusiasmo pedagógico, transitar por incredulidades y culminar en resignación y rabia contenida. Su fragilidad emocional mantiene la tensión dramática mientras se crispa su estado de ánimo ante la obturada maquinaria estructural.

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La cada vez más enrarecida atmósfera se va reforzando con una banda sonora que combina elementos acústicos y electrónicos en tonos líricos y tensos. Refuerza el drama sicológico y social del relato. La conmoción que padece en su caída Julien se remata en el filme con la inserción de las imágenes del mismo bailando despreocupadamente en una fiesta a los sones de la canción «Every Single Day» de Benassi Bros, un material que hasta es utilizado como incriminatorio por las hordas acusadoras. Unos instantes de placer y ligereza que se usan como herramienta para culminar el triunfo de los rumores sobre las pruebas. Y como ya se ha mencionado, el linchamiento social despliega sus alas no solo sobre el acusado sino también sobre la adolescente. Las campañas de prevención a los menores frente la demasiada cercanía o no de los adultos puede desembocar en interpretaciones desmesuradas sobre peligros potenciales. Leslie también se convierte en víctima de un clima cultural que convierte la proximidad en sospecha automática. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué se educa en el miedo y no en la capacidad crítica?

Tráiler:

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Ficha técnica:

La acusación (Pas de vagues),  Francia, 2024.

Dirección: Teddy Lussi-Modeste
Duración: 92 minutos
Guion: Audrey Diwan, Teddy Lussi-Modeste
Producción: Coproducción Francia-Bélgica; Frakas Productions, Kazak Productions. Distribuidora: Ad Vitam
Fotografía: Hichame Alaouié
Música: Jean-Benoît Dunckel
Reparto: François Civil, Shaïn Boumedine, Toscane Duquesne, Mallory Wanecque, Bakary Kebe, Emma Boumali, Marianne Ehouman, Luna Ho Poumey, Agnès Hurstel, Myriam Djeljeli, Emilie Incerti-Formentini, Mustapha Abourachid

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