A fondo 

Inmersión en Adolescencia

Adolescencia, fotograma

Cuatro capítulos, cuatro planos secuencia. Cada uno completamente diferente y nuevo. La detención, la escuela, la entrevista con la psicóloga, el cumpleaños del padre. Esta serie podría utilizarse -y se utilizará, probablemente- en las escuelas de cine para estudiar las posibilidades del plano secuencia. Pero también podría estudiarse en las facultades de Psicología para ilustrar la adolescencia actual. O en las de Filosofía para analizar la relación entre Ética y Estética o entre forma y contenido. Todas esas capas -y otras que seguramente no veo- hacen que la experiencia de verla tenga una rara intensidad. Empiezas un capítulo queriendo saber qué pasa a continuación en la historia, arrastrado por la montaña rusa de emociones de un padre (qué grande Stephen Graham) que se debate entre el amor incondicional, la sospecha, la culpa y por fin el horror. Y al mismo tiempo te das cuenta de que estás asistiendo a un alarde técnico: filmar cada capítulo como una gran escena ininterrupida y minuciosamente coreografiada. Un desafío técnico de planificación y coordinación de actores y cámaras que paradójicamente provoca una ilusión de espontaneidad absoluta. Te repones un poco de esa fascinación y entonces caes en el abismo de la adolescencia. La del chico, pero también la de tus hijos y la tuya y la de tus amigos y entonces ya no importa la técnica, importa ese despiadado despertar que fue la adolescencia: a la belleza, al sexo, al pensamiento, pero también a la soledad, a la duda, a la crueldad -la de los otros y la tuya- lo que fue vislumbrar el gran mundo después de la infancia. Y te pierdes en preguntarte si lo que estás viendo es arte o vida, Estética o Ética.

Muchas personas han participado en el proyecto pero no es casual que a la vanguardia esté un dream team que lleva tiempo produciendo trabajos muy sólidos con una factura reconocible: Philip Barantini en la dirección, Matthew Lewis en cámara y fotografía, Stephen Graham en la actuación y James Cummings en la escritura. Los cuatro hicieron un corto en 2019, Boiling Point,  sobre las interioridades de la cocina de un restaurante de lujo. En 2021 dieron el salto al largometraje y el resultado fue Hierve (Boiling Point), una desasosegante inmersión en la misma cocina mediante un plano secuencia de 92 minutos. Y en 2023 los mismos cuatro con un equipo ampliado alumbraron una serie de cuatro capítulos del mismo nombre. El único cambio en el equipo en 2025 es que el guión está a cargo de Stephen Graham y Jack Thorne. Lo que importa  es que  el virtuosismo técnico que apreciamos en los cuatro planos secuencia de Adolescencia no es el resultado de una afortunada alineación de los astros sino del trabajo coherente durante años de un grupo de personas intentando desarrollar  un estilo propio para contar historias. Y ese estilo ¿está al servicio de la historia o es al revés? Recuerdo haberme planteado esa cuestión con Birdman  (Alejandro González Iñárritu, 2014) y entonces, aunque la película me pareció deslumbrante, encontré algo exhibicionista su (falso) plano secuencia de casi dos horas, como si el narcisismo de los personajes se hubiese contagiado al propio diseño de la película. En Adolescencia, sin embargo, solo encuentro un sentido profundo (ético) a la elección formal (estética). En el primer capítulo, la detención de Jamie (prodigiosa actuación de Owen Cooper) de 13 años, en su casa el plano secuencia nos sumerge -más bien nos ahoga- en la experiencia de ser el objeto del sistema legal/policial, como una inundación que entrase por las ventanas de tu casa y lo arrasase todo. En el segundo -los policías buscando información en la escuela del niño- no es una inundación, es una marea en la que chicos y enseñantes y policías giran chocando unos con otros, física y simbólicamente, en una confusa coreografía en la que parece difícil enseñar o aprender algo. En el tercero -la psicóloga entrevistando a Jamie en prisión-  el plano secuencia es más sencillo técnicamente, no hay que conseguir que centenares de chicos entren y salgan de campo cuando toca, pero es más elaborado, consigue volver a levantarnos del sillón y arrastrarnos a esa sala donde nos sumergimos en las profundidades del diálogo, de la manipulación, de la empatía, entender para sanar o entender para engañar. El cuarto y último capítulo es para mí el más angustioso. La familia ya conoce la verdad sobre Jamie e intentan mantenerse a flote con la ficción de celebrar el cumpleaños del padre, respirando a duras penas agarrados los unos a los otros como si cada uno fuese el resto del naufragio del otro. Me pregunto por qué al pensar en el efecto que me hace esta serie solo encuentro metáforas acuáticas. Creo que el plano secuencia tiene la culpa. Si alguien duda de que su efecto es inmersivo que vea este serie y no se olvide de respirar.

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