Crispian Mills, cantante del grupo Kula Shaker, y Chris Hopewell, realizador de videoclips y cortometrajes, aúnan su creatividad en el largometraje A Fantastic Fear of Everything. Una comedia con múltiples elementos relacionados con el mundo de las ensoñaciones, el superrealismo y los temores más irracionales.
Jack es un escritor de libros infantiles que quiere iniciarse en el mundo del cine con un proyecto sobre los asesinos en serie. Su implicación para la preparación de ese guion es tan grande que de repente todo su mundo interior empieza a manifestarse en forma de fobias y miedos que le irán exponiendo a situaciones en las que se verá atrapado. El camino para encontrar una solución a la paranoia de la que es protagonista le hará enfrentarse a sus miedos más olvidados.
Porque es cierto que casi todos los miedos que hemos desarrollado o desarrollaremos a lo largo de nuestra vida, muy seguramente resulten absurdos para los demás, pero para nosotros, pobres víctimas, tienen un peso tan grande que nos sentimos incapaces de racionalizarlos y desprendernos de ellos. Su explicación, tal vez podríamos saberla con algunas sesiones de psicoanálisis y casi todos tendrían su origen en nuestra más tierna infancia. Estas aprehensiones, de una u otra manera, limitan nuestra vida y pueden someternos a situaciones de estrés y pesadilla, hasta convertirnos en seres conspirativos. Todo esto, llevado al extremo por el magnífico Simon Pegg, en un relato que retrata muy bien la angustia de su protagonista y que está formulado a base de numerosos gags, casi siempre hilarantes y con referencias al terror clásico más british, que van desde ciertas reminiscencias del cine de Alfred Hitchcock a los relatos de Edgar Allan Poe o la idiosincrasia del investigador más famoso de los cuentos de Arthur Conan Doyle. Todo esto con una banda sonora muy movida que se encuentra momentos estelares en algunas escenas.



La genética, en cuanto al conjunto de factores que se heredan, puede ser una maldición o una bendición, pero ante todo es algo de lo que no te puedes librar. Por eso, los esfuerzos que Brandon Cronenberg hace por desligarse de la influencia que su padre ha podido ejercer sobre el cine que comienza a realizar, resultan del todo ridículos. Hay que decir, a su favor, que Antiviral nos retrotrae a los primeros trabajos de David Cronenberg. La comparación resulta inevitable.
Después del éxito vivido con su anterior film Surveillance (2008) en la edición del festival del año 2010, distinguida con el premio a la mejor película, Jennifer Lynch regresa este año con una historia muy oscura sobre el lado más misterioso y temible del ser humano. Basada en una obra de teatro, cuenta la historia de un asesino en serie que un día, en una de sus salidas para cazar víctimas inocentes, rapta a una mujer que va acompañada por su hijo. De esta manera el niño quedará encadenado dentro de la casa del “monstruo”, quien le introduce dentro de su protocolo de actuación criminal y le convierte en un esclavo.
Película coreana perfectamente contextualizada dentro de la temática principal de este año en el festival sobre el fin del mundo, cuenta en la realización con dos de los directores coreanos más reconocidos en el certamen. Formada por tres mediometrajes, inicialmente incluía una pieza del director Han Jae-rim (The Show Must Go On, 2007), hasta que se descolgó del proyecto. El primer y último segmento, firmados por Yim Pil-sung (Antarctic Journal, 2005, Hansel y Gretel, 2007) explotan una vis cómica que contrasta con la seriedad y formalismo del segundo fragmento, dirigido por Kim Ji-woon (A Bittersweet Life, 2005, I Saw the Devil, 2010)
Pascal Laugier saltó a la palestra en la edición del 2009 con su película Martyrs, con la que consiguió el premio que concede el festival a mejor película europea de género fantástico. A partir de ahí, se sucedieron un sinfín de críticas a favor y en contra. Algunas, aunque incomprensibles, otorgando una carga política a la película que dejaba en evidencia una falta de entendimiento de cierto sector por el significado de la libertad de creación que supone el medio cinematográfico. Por todo, la expectación por saber cual sería el siguiente trabajo de Laugier, ha convertido a The Tall Man en una de las cintas más esperadas. El film comenzó siendo el intento por parte de Laugier de realizar una película fuera de la fronteras galas, lo que le llevó a buscar financiación y lugar de rodaje en Estados Unidos. Allí se encontró con un muro que no pudo franquear, debido a la incomprensión que suscitó su guión, construido con personajes que no se perfilan categóricamente con el apelativo de buenos o malos. Las atribuciones dicotómicas no funcionaban con la historia que quería contar Laugier y, ante las sugerencias de modificar dicho guión, no tuvo más remedio que rehacer las maletas y volver a Francia.
Las limusinas están de moda. Son vehículos llamativos por su ostentosidad y dimensiones, que resplandecen a lo largo de toda su carrocería y surcan las grandes ciudades de todo el mundo. Son dignas de la observación de los transeúntes, pero al mismo tiempo son muros impenetrables para las miradas que intentan atravesar los cristales e introducirse en la privacidad de su interior. Este espacio, no exento de cierta magia y morbo, ha sido el elegido como hábitat para los protagonistas de Holy Motors (Léos Carax, 2012) y Cosmopolis (David Cronenberg, 2012), dos de las cintas más importantes presentadas en esta edición del festival. Estos cubículos rodantes de acero son utilizados como espacios de máxima intimidad donde se desarrollan actividades con cierto grado de secretismo que son parte de una rutina bien definida, de la que somos testigos excepcionales durante veinticuatro horas.
Daniel Calparsoro regresa al medio cinematográfico tras cuatro años dedicados a la pequeña pantalla y lo hace con fuerza. Invasor es un thriller político, basado en una novela, en el que se cuenta la diatriba de Pablo, un médico militar destinado a Irak que sufre un atentado del que consigue sobrevivir. Tras volver a España, la amnesia por el traumatismo sufrido no le permite construir el puzle de recuerdos que tiene sobre los hechos, pero poco a poco, y con la ayuda de uno de sus compañeros en la misión, empezará a concluir que la versión oficial nada tiene que ver con lo que ocurrió realmente. La decisión que toma Pablo es la de sacar la verdad a la luz, arriesgando su estabilidad familiar y laboral. Y es que enfrentarse al sistema que se muestra infranqueable significa un suicidio asegurado.
Es indudable que el género de terror va casi siempre asociado a hechos que ocurren en la oscuridad de la noche, cuando todo el mundo duerme y el silencio sepulcral da paso a la luna como único testigo de los misterios más insospechados. Sin embargo, hace ya treinta años que Narciso Ibáñez Serrador desmontaba este tópico realizando un cuento donde el terror se abría paso a plena luz del día. En aquel sobrecogedor relato llamado
Después de un debut inmejorable en el ámbito del cortometraje que le llevó a ganar un Oscar y una primera incursión más que aceptable en el largometraje con Escondidos en Brujas (2008), Martin McDonagh ahora regresa con Seven Psychopaths, el que con seguridad va a erigirse como uno de los films más refrescantes y divertidos de la temporada.
Ellison es un reconocido escritor de libros sobre crímenes reales que permanece obsesionado con repetir el éxito conseguido con su primer libro. Esta obsesión hace que se centre en la investigación sobre el asesinato de una familia en extrañas circunstancias y no duda ni un instante en mudarse con su mujer e hijos a la misma casa donde sucedieron tan terribles acontecimientos. Pronto, la investigación le llevará a relacionar esos crímenes con otros similares. Las conclusiones y certezas a las que llegará le afectarán de una manera tan personal que, sobrepasado un punto, no podrá escapar de ellas. El descubrimiento en el sótano de unas películas en formato súper 8, será la conexión más directa con el misterio que se esconde tras todos los crímenes.
El fenómeno de “culto” que se ha creado en la última década en torno al cine de Rob Zombie, desde que se iniciara en el audiovisual con La casa de los mil cadáveres (2003) tiene mucho que ver con la coherencia que mantiene en todos sus films, fácilmente reconocible por el sello propio que ha sabido crearse, con un estilo bien marcado. Rob Zombie no innova en el género pero sí se desmarca como realizador que rinde homenaje a los códigos del slasher, el gore, el horror y el humor más macabro, añadiéndole una vuelta de tuerca que mucho tiene que ver con la exacerbación de estos registros.