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Alien, planeta Tierra

Alien. Planeta Tierra

Cuando allá por 2013, los fans de Fargo (Joel Coen, 1996) nos enteramos de que un tal Noah Hawley preparaba una serie de televisión basada en aquella divertida, terrible e inclasificable película, reaccionamos con escepticismo ante el atrevimiento. Cinco temporadas después reconocimos que aquel escepticismo no era más que un prejuicio. Hawley supo extraer de la gran película de Joel Coen los  estilemas con los que construyó ese mundo frío, cruel y tan pequeño como un agujero negro, en el que a pesar de todo podía encontrarse una improbable ternura. Y lo consiguió a lo largo de cinco temporadas y muchos personajes. Así que cuando los fans de la saga Alienbásicamente los mismos que de Fargo– supimos que estaba cocinando el mismo experimento con el mundo que creó Ridley Scott en 1979 ya nadie levantó las cejas. 

El acierto de Noah Hawley ha sido tomar esos estilemas sin los que se rompería el cordón  umbilical con la saga fílmica y desarrollar algunos de forma diferente para llevar la historia por nuevos derroteros. Si Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) es el gran referente del “sci-fi horror” es porque introdujo en la ciencia ficción elementos de terror tan nuevos que dieron lugar a su propio vocabulario: “facehugger” (abrazacaras), “chestburster” (explotapecho) o “xenomorfo” y que pasaron a formar parte de la cultura popular. Esas ideas establecieron una dimensión del horror basada en la invasión del cuerpo humano y su fragilidad,  potenciadas por  el aislamiento y claustrofobia de las naves espaciales. “En el espacio nadie podrá oír tus gritos”, era el eslogan promocional de Alien, el octavo pasajero.

Todo eso está en Alien: planeta Tierra (Noah Hawley, 2025) de una forma que creo no defraudará a los seguidores de la saga pero enriqueciendo ese mundo con aportaciones que me parecen valiosas:

En primer lugar, los aliens. Todas las obras fílmicas anteriores han rendido tributo a la gran aportación artística de H. R. Giger, el pintor que primero dibujó el xenomorfo a petición de Ridley Scott, con un estilo que él llamaba biomecánico. El horror que provoca tiene mucho de solemne, como una gárgola diabólica en una catedral gótica. Hawley añade ahora un auténtico zoo de seres pesadillescos, un pequeño muestrario de la biodiversidad del cosmos, cada uno con una forma más horrible de acceder al cuerpo humano, que acaban con esa solemnidad y añaden una dosis de humor negro que, en el formato serie, resulta un desarrollo interesante.

En segundo lugar, la población trans humana que hasta ahora formaban cíborgs –humanos con partes artificiales– y sintéticos –robots humanoides superinteligentes– se ve enriquecida con los híbridos, sintéticos con conciencia humana, resultado de transferir el “contenido” de  la mente de un ser humano a un robot humanoide. Esto, que podría ser solo otra vuelta de tuerca al asunto de la robótica, toma una dimensión sorprendente cuando sabemos que los híbridos nacen de una tragedia: son niños enfermos terminales a cuyos padres se les ofrece la opción de transferir su conciencia a un cuerpo artificial para que no mueran del todo; o para que vivan de una forma nueva. Así que su conciencia de niños se traslada a un cuerpo de adulto joven en el que siguen con sus manías y actitudes infantiles pero con unas capacidades multiplicadas. Entre ellos destaca Wendy, a la que da vida Sidney Chandler (Pistol, Danny Boyle, 2022). En ella confluyen los principales dilemas que llevan la serie a un territorio nuevo. La corporación que transfirió su mente cree que Wendy les pertenece porque son propietarios de la tecnología que la hace posible; pero ella no lo ve así. Los aliens son depredadores de los humanos pero ella no es “comestible”; además es capaz de comunicarse con ellos y puede verlos como víctimas. Tiene un fuerte vínculo con su hermano de cuando ella era solo humana, pero ahora además sus hermanos son los otros híbridos; su hermano merece ser salvado, pero que lo merezcan  otros humanos no está claro. Desde que despierta en su nuevo cuerpo Wendy intenta saber quién es en un mundo lleno de peligros donde los más peligrosos son los que dicen que quieren protegerla. ¿Una gran metáfora de la adolescencia?

En tercer lugar, la crítica social, que siempre ha estado presente de forma más o menos explícita en la forma, por ejemplo, en que las tripulaciones reproducen las clases sociales, con los mecánicos que hacen el trabajo sucio de las naves en el escalón más bajo y las élites extractivas que deciden sobre las vidas de los demás en función de sus intereses,  en lo más alto. Han pasado algunas décadas y hemos descubierto una nueva dimensión de esas élites: jóvenes genios de la tecnología aparentemente contestatarios cuya visión de futuro los coloca –al menos eso creen ellos– muy por encima de las las reglas democráticas y a los que cedemos cada vez más poder  porque tampoco es tan importante entregar nuestra libertad a cambio de sus maravillosos juguetes. ¿Y qué pasará cuando la inmortalidad (los híbridos, una consciencia que se puede ir transfiriendo de un cuerpo artificial a otro, son inmortales) sea un producto vendible? Esas élites están representadas por las cinco corporaciones que gobiernan el mundo y sobre todo por Boy Cavalier (Samuel Blenkin), el creador de los híbridos, un detestable niño prodigio con rasgos psicopáticos enmascarados de inocencia por su fascinación con el mundo que creó J. M. Barrie para Peter Pan. Alguien tan consciente de su propia inteligencia que solo desea poder comunicarse con un alien para poder tener, por fin, una conversación de verdad.

Destaca la interpretación de Timothy Olyphant (Deadwood, Justified) como Kirsh; su hieratismo habitual y su forma peculiar de moverse le vienen como anillo al dedo a este sintético que siempre parece tener su propia agenda oculta. Y destaca sobre todo Sidney Chandler como Wendy, una actriz hipnótica con recursos para interpretar tanto a una salvadora de la Humanidad como a una reina de los Aliens. Por cuál de las dos posibilidades apostará Noah Hawley lo sabremos en la necesaria siguiente temporada.

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