A fondo
Adolescencia: En las garras de la manosfera
La miniserie, estrenada por Netflix en marzo, ha establecido un récord de audiencia por la vigencia en el tratamiento de una temática que asedia las conciencias familiares. “Todo está bien” en el descontrol que opera tras la puerta cerrada de un dormitorio capturado por la “magia de las redes sociales”.
Una catarata de puntos altos hace gala de una excepcional producción. La dirección, el guion, los detalles técnicos, el movimiento de cámaras, un plano secuencia sin trucos de montaje y, ni hablar: el brillante trabajo de Owen Cooper y Stephen Graham.
Cuatro bloques independientes ilustran el trayecto completo de una captura con procesamiento, investigación policial, evaluación psicológica y respuesta final de una familia desgarrada. Una intensa experiencia que sumerge al espectador en interminables acontecimientos signados por el penetrante ritmo de un plano secuencia ejecutado con la suavidad de lo imperceptible. La cámara transita de mano en mano en un dispositivo preparado con antelación.
Cada capítulo se rodó durante una semana. La ejecución fue posible luego de dos semanas de entrenamiento previo y una de rodaje por cada entrega. Un total de diez tomas por capítulo, en doce semanas de filmación, posibilitó el rescate de las mejores tomas. El punto culminante fue la utilización de un dron. Una cámara acoplada al aparato, que describe un diámetro circular con la disposición de seis hélices, sobrevolará varios metros un estacionamiento, para descender al pie de un homenaje fúnebre.
El guion de Jack Thorne y Stephen Graham no ofrece descanso al espectador, el ejercicio de realismo en el detalle pasea nuestra percepción desde el punto de vista de la cámara inquieta que semeja una carrera de postas, donde los recorridos se adjuntan a la importancia del personaje de turno. Paradoja de un laberinto que oculta extraños trayectos que despejan todo tipo de presunciones acerca de la naturaleza del producto. Y es que Adolescencia se distancia ante cualquier posibilidad de efectismo; nada de thriller, nada de morbo, nada de melodrama, nada de estereotipos que puedan traducirse en la nefasta influencia de padres abusivos. Eddie y Amanda son ejemplo de unidad y, si bien la cinta no ahonda en el vínculo familiar, reafirma la culpa asociada a una incomprensión que impide a las heridas sanar.
Los naipes están echados desde el inicio, la verdad conmueve a partir del primer capítulo, la realidad se manifiesta esquiva, sostenida en razonamientos volátiles que no cuajan en la versatilidad de los tiempos. La letal brecha generacional suprime capacidades explicativas. Los padres no entienden, la policía tampoco; la realidad los trasciende cual enemigo oculto entre complejas e inasibles determinaciones. El homicidio es lo indiscutido, pero: ¿por qué un adolescente de “buena familia” es capaz de matar? Es aquí, donde lo jurídico choca con los efectos psicológicos de lo social, donde la cinta, al margen de estereotipos, va a esmerarse en abrir puertas a lo posible.
El peso de la verdad choca con una realidad mucho más amplia; no hay sorpresas, la culpabilidad está presente desde el principio. La cinta obliga al espectador a sumergirse en la complejidad desde razones, y es aquí donde se abre un abanico de posibilidades desconocidas para el mundo adulto. El subrayado recalca, no solo la impotencia parental, sino también la disparidad de los mundos. La incapacidad de comprender emerge en las inconsistencias de un relato oficial tan solo preocupado por la confesión de Jamie y la obtención del arma del crimen
El más allá de las redes sociales es el secreto de móviles potenciales ausentes en la mente adulta. Adam será el encargado de instruir a su padre, el oficial Bascombie desconoce las implicancias del movimiento incel (célibes involuntarios) y su desvarío en esa región virtual conocida como manosfera: red de sitios web, blogs y foros que promueven la defensa de la masculinidad por intermedio de una exacerbada misoginia caracterizada por una especial hostilidad hacia el feminismo.
Jamie es un adolescente de trece años que asesina a una compañera de clase. Las cámaras de seguridad lo delatan, no hay escapatoria, sin embargo, el chico niega el hecho. Es procesado, y las investigaciones irán desembocando en móviles asociados a la presión del bullying que remarca su condición de presa en una narrativa extendida por las redes sin el debido control paterno. Este asunto se enriquece con múltiples detalles en el esfuerzo por comprender la psicología de Jamie, además de atender a otros asuntos, como ser el rol de los adultos en su convivencia con el problema.
La escena se deshace de efectismos para afrontar un drama cotidiano producto de desatenciones inherentes a distancias generacionales. Los adultos sobreviven a un sondeo que, lejos de estigmatizar, los absorbe en la ingenuidad. La marca de la ignorancia es el padecimiento por la burla social que recae en el prejuicio; cuarto capítulo que anuncia un final abierto, acorde a la experiencia de una pesada carga sin resolución. Eddie y Amanda son otros tantos padres que padecen culpa ante acontecimientos inesperados con el suficiente poder para ocasionar sufrimiento de por vida.
Los cuatro episodios funcionan como bloques independientes donde la temática es abordada desde diferentes perspectivas; ofreceremos un recorrido de desembarque puntual, con especial énfasis en el tercer capítulo, por entender que es el más interesante y profundo.
La primera entrega transcurre en un increscendo que comienza a descender en intensidad a partir del traslado del acusado a la seccional policial. La música introduce la tragedia que se avecina, los diálogos se sumergen en algo más grande que sugiere la omnipresencia como resultado de hechos irreversibles y contundentes. Nada va a cambiar, las palabras son accesorios, solo resta conocer los detalles. Rápidamente, la melodía experimenta variantes coincidentes con la llegada al local policial donde Jamie será procesado y examinado; la escena se hunde en la desazón.
Y así, trascurre la acción en medio de un trámite signado por la angustia que desemboca en el siguiente momento clave: el interrogatorio. La cinta se desembaraza de cualquier sospecha del típico thriller que atrapa hasta el final. Todo se sabe desde un principio y, sobre el cierre, aparece la evidencia. Las cámaras no mienten.
Más interesante aun es el juego de preguntas y respuestas, donde la tendencia es a proteger a un adolescente por la ausencia de madurez asociada a la improcedencia de preguntas relacionadas a un crimen o a cuestión sexual. Abogado y padre ensayan acciones que desnudan objetivos diferentes. Mientras Barlow ejerce su defensa legal, Eddie hace gala de una ingenuidad que delata el pleno desconocimiento del mundo adolescentes. Este último aspecto es sutil resonancia que conlleva el detalle de una postura que contribuye a subestimar las posibilidades de acción de su hijo. La excesiva protección parental subestima la presencia de factores adicionales que puedan promover posibles e inesperados comportamientos criminales. A esto se suma la propia necesidad de creer en la inocencia de Jamie, lo cual se vuelve imposible ante la elocuencia de las pruebas. Además, y en conexión con este último hecho, nos remitimos al comienzo de la entrega, donde el adolescente estira su brazo para que su mano se contacte con un accidente en el empapelado de la habitación, una rasgadura que semeja la forma de un cuchillo. El detalle cinematográfico se adelanta a la prueba incriminatoria.
El segundo capítulo es la investigación policial en la escuela. La intención es averiguar más acerca del móvil del crimen y encontrar el arma. Cientos de extras participaron en este bloque; estudiantes y profesores colaboraron en el rodaje, no solo frente a cámaras, sino también organizando los movimientos de los chicos cuando la filmación estaba centrada en otros ambientes.
Aquí es donde nos enteramos de la escisión cultural intergeneracional y su papel en la imposibilidad de comprensión por parte del mundo adulto. Adam educa a su padre acerca del lenguaje y los códigos adolescentes en las redes sociales. Este punto es importante porque señala las razones que impiden entender los móviles del crimen; a su vez, nos indican la ausencia de puntos de referencia acertados en lo referente a la educación de los hijos. No se puede educar sin acceder y comprender el mundo del otro y, en este caso, la brecha es muy grande.
El tercer bloque nos sitúa en la evaluación forense. La psicóloga tiene un encuentro con Jamie para determinar aspectos vinculados a su personalidad en relación con el crimen.
Una entrevista con altibajos comienza con el acercamiento derivado de una charla en apariencia banal que gradualmente va aspirando a detectar la imagen masculina que sostiene las identificaciones de Jamie. El intento por comprender las razones del homicidio termina promoviendo la desconfianza de un chico que se esmera en proteger la imagen de su padre sin advertir que la indagatoria indirecta intenta sortear la resistencia a brindar información concluyente.
Finalmente, la transferencia positiva (a decir del psicoanálsis) se expresa en una confesión parcial que denota la necesidad de afecto y reconocimiento como pre condición para la colaboración implícita y unilateral de un adolescente imposibilitado de controlar sus impulsos. La baja tolerancia a la frustración condiciona la presencia de varios momentos violentos que opacan la necesidad de agradar; Jamie termina sintiéndose estafado en una relación donde esperaba recibir un tratamiento más cercano, similar al que se puede tener con una madre.
El cuarto y último capítulo rebela el intento por llevar adelante una vida familiar “normal”, mientras la presión social opera como recordatorio que activa la culpa por un supuesto deber incumplido; el peso del ideal se desmorona en medio de la incomprensión de los sucesos. Segundo y cuarto episodio se entrelazan en un fenómeno común. Los padres no acceden a la oportunidad de poder entender la diferencia, se ahogan en la culpa sin encontrar al menos una narrativa que alivie su dolor. La incertidumbre no encuentra explicaciones ante un desempeño parental sin fisuras aparentes.
Esta miniserie fue declarada de interés nacional y autorizada a ser difundida en las escuelas secundarias del Reino Unido. Sin duda alguna, la pieza merece un análisis mucho más profundo del exhibido en estas líneas; ya habrá otra oportunidad.