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Howard Hawks

Howard Hawks

Un hombre adelantado a su tiempo. Capaz de entender el mundo en el que vivimos, atraparlo y plasmarlo a la perfección. Sus obras son un nuevo prototipo de formol audiovisual, un elixir mágico apto para luchar contra las inclemencias y las cicatrices que causan el paso de los años.

Sus películas son únicas y especiales, con una singularidad y espontaneidad tremendamente carismáticas, gracias al axioma de trabajar desde lo sencillo y lo fácil. Su éxito se halla en la sinceridad y en lo natural, pero sobre todo, en la expresión del momento. Por ello, se ha convertido en una de las figuras más universales, imitadas y polifacéticas de la historia del cine.

Un visionario experimentado, estudioso, estricto. Un perfeccionista de la sencillez. Un retratista del espíritu humano, que no aburre, no abruma. Un adelantado a su época; tal y como dijo Henri Langlois, cinéfilo francés pionero en la conservación y preservación del cine y uno de los co-fundadores de la Cinemateca Francesa: “Un hombre moderno, lo es totalmente. Lo que resulta sorprendente es hasta qué punto su cine va por delante de su tiempo (…). Su obra, tanto por su espíritu como por su fisonomía, nació con la América contemporánea y resulta ser con la que nos identificamos más plenamente, tanto para admirarla como para criticarla”.

Howard Winchester Hawks nació el 30 de mayo de 1896 en Indiana, Estados Unidos. Aunque sus padres no pertenecieron al mundo del cine, sus hermanos, al igual que él, acabaron trabajando en ese terreno. Antes de incorporarse al campo audiovisual, decidió estudiar ingeniería y más tarde ingresar en el Servicio Aéreo del Ejército, para poder participar en la Primera Guerra Mundial. A lo largo de su vida y después de tantas aventuras vividas, Hawks se casó en tres ocasiones y, fruto de esos matrimonios, tuvo cuatro hijos.

Su primera experiencia en Hollywood fue en el departamento de dirección artística, en el Estudio Famous Players Lasky (la entonces rama de producción de Paramount Pictures) durante los años 1916 y 1917. Su primera oportunidad para mostrar sus dotes detrás de las cámaras vino de la mano de Marshal Neilan (director y actor de los años treinta y cofundador de la Asociación de Directores Cinematográficos), quien en ese momento estaba rodando La Princesita (The Little Princess, Marshall Neilan, 1917), protagonizada por Mary Pickford y Zasu Pitts.

El estudio de los grandes directores del momento y la práctica adquirida a lo largo de los años le otorgaron una habilidad increíble para expresar sus ideas a la perfección y adaptarlas a cualquier historia. Un carisma que brilla por la sencillez de sus películas, logrando conseguir un todo absoluto y único. Así logró grandes éxitos, y como consecuencia, se ganó la fama de productor y director fiable; tal y como cuenta Joseph McBride, escritor, historiador de cine y profesor en la Departamento de Cine de la Universidad de San Francisco: “Tiene una gran habilidad en cuestiones técnicas, con un gran sentido agudo para contar historias, buen ojo para captar nuevos talentos y un instinto para la taquilla”.

Ese éxito y ese prestigio florecieron durante los años sesenta y setenta, paralelamente a la aparición de las nuevas generaciones de artistas cinéticos y cineastas. Estos nuevos aires renovadores, que estaban haciendo furor en todo el mundo, favorecieron la trayectoria personal de Hawks, pues todo lo que se estaba implantando, se ajustaba a la perfección a la personalidad cinematográfico del artista. Su gran capacidad para adaptar todo lo aprendido con las nuevas tendencias emergentes, sin olvidar su amor por lo personal y lo moral, le aportó un nombre y una reputación en todo el mundo. Como dijo Jacques Rivette, uno de los directores franceses más influyentes de la Nouvelle Vague, en su libro titulado The Genious of Howard Hawks: “Es el único director americano que sabe cómo pintar la moral”.

Abogó por un trabajo meticuloso para la creación de sus historias. Se rodeó de un magnífico equipo de escritores y guionistas, como Ernest Hemingway, Charles MacArthur, William Faulkner o Ben Hecht, con los que trabajaba para conseguir el guion perfecto. En ese ambiente relajado, divertido y libre, se creaban diálogos rápidos, cortos y ocurrentes, con los que sus historias triunfaban. Siempre pudo introducir en sus filmes, fuesen del género que fuesen, sus pinceladas cómicas: “El auténtico drama está terriblemente cerca de ser una comedia”.

 

La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, 1938)

La fiera de mi niñaDavid Huxley (Cary Grant), un paleontólogo tímido y despistado, está a punto de terminar la reconstrucción del esqueleto de un brontosaurio, del que solo falta la clavícula intercostal. En su afán por recaudar fondos para el museo en el que trabaja, queda con el abogado de una posible benefactora para jugar una partida de golf. Durante la partida, David conoce a Susanne Vance (Katharine Hepburn), una joven adinerada y alocada, que le hará la vida imposible al protagonista, hasta que este olvide todo y acabe rendido ante sus encantos.

Es una de las comedias más famosas y aclamadas de Howard Hawks. Auténtica, disparatada, divertida, perfecta. Una screwball comedy de principio a fin, en la que se pueden ver las influencias del cine mudo, tanto de Charles Chaplin como de Buster Keaton.

Esta película se sustentaba bajo el firme convencimiento de ser novedosa y entretenida. Con la ayuda de sus personajes principales, La fiera de mi niña regala conversaciones sorprendentes e inesperadas, con situaciones ilógicas dentro de una normalidad pasmódica, plagada de giros cómicos y secuencias espontáneas.

El protagonista solo se mueve dentro de un determinado círculo, donde es respetado y considerado, pero se ve arrastrado por la fuerza y el poderío del personaje femenino. Una femme fatale moderna, alocada y libre, pero llena de encanto y ternura, que aporta locura y diversión al mundo apagado, en blanco y negro, de David Huxley. Un compendio de situaciones imposibles, que van apareciendo en el momento justo, para no resultar cargantes o agotadoras. Los exteriores y las noches favorecen esa vuelta al caos, donde Hawks da rienda suelta a su imaginación, subrayando y centrándose en determinados puntos, que son la sal de la cinta.

 

Río Rojo (Red River, 1948)

Río RojoTerminada la Guerra de Secesión (1861-1865) y después de haber sobrevivido a una masacre de una tribu india, Tom Dunson (John Wayne) y su hijo adoptivo, Mathew Garth (Montgomery Clift), deciden trasladar diez mil cabezas de ganado desde Texas hasta Missouri, hazaña que nadie había intentado.

Es el primer western en la carrera cinematográfica de Howard Hawks, pero el más importante, pues gracias a él despuntó en el mundo del cowboy. Gracias a la personalidad de su director, Río Rojo se distinguió de sus contemporáneas gracias a la fuerte convicción de Hawks por presentar la película en blanco y negro; pues según el director “para determinadas películas, el blanco y negro funciona mejor, y más aún cuando lo que se quiere es transmitir una época determinada”.

Con Río Rojo, Hawks mantuvo un equilibrio constante entre un cine que aún respiraba bocanadas del pasado con uno que soñaba con una renovada visión. El blanco y negro se entrelazaba con personajes diferentes, llenos de significados. Simple en el exterior y complicado en el interior, gracias al vínculo que nace entre los personajes principales; una metáfora del deseo de perdurar después de la muerte. Adornado con un estilo lineal y sobrio, Hawks presenta un western dispar, donde el dinamismo y la vitalidad de la acción se centran en el mundo de los sentimientos y las emociones.

Un film sin adornos innecesarios, sin grandes efectos de montaje y con un número de planos reducidos. Sin molestar la trayectoria de la acción, decidió rodarse de planos generales, americanos o medios, y siempre con la cámara a la altura del hombro, para que el espectador no notara la presencia de agentes externos. Pero aun así, Río Rojo esconde un capricho audiovisual: un plano corto y lento, cargado de significado, para otorgar mayor énfasis al comienzo del film.

 

¡Hatari! (1962)

HatariLa acción se centra en África, concretamente en las llanuras del Tanganika, donde el protagonista, Sean Mercer (John Wayne), ha reunido a un grupo experto de cazadores para que le ayuden a conseguir cebras y jirafas. La repentina aparición de una fotógrafa (Elsa Martinelli), que pide unirse al grupo y hacer un reportaje sobre su trabajo, modificará las relaciones entre todos los miembros y provocará tensiones dentro del grupo.

Con esta película se puede hacer un repaso del “savoir faire” de Howard Hawks, por eso, ¡Hatari! tiene un gran valor en su carrera profesional. Es la gran muestra de su aptitud para tratar cualquier tipo de género. Tal y como dijo el director de cine francés François Truffaut: “¡Hatari! es en realidad una película sobre el cine, usando la caza como una metáfora, y Hawks parecía consciente de ello, porque John Wayne parece ejercer el papel de un director de una película. Se reúne por la noche y escribe en una pizarra lo que van a hacer al día siguiente, y dice al equipo cómo debe hacerlo, y por la mañana salen todos en un convoy de camiones y se les ve interpretando estas escenas. Luego vuelven por la noche, van al bar y se relajan, igual que un equipo de filmación durante un rodaje”.

¡Hatari! pareciera pertenecer al género de aventuras, pero esconde un amplio abanico de subgéneros, que afloran a medida que la acción se va desarrollando. Toda su técnica, sus ideales fílmicos y sus conocimientos se adaptan a la película, y por ello, es inclasificable; porque es una mezcla entre un filme de acción, un western y una comedia; un todo perfecto, una obra excelente, llena de vitalidad y emoción. Con un fino hilo conductor, que esconde una composición perfecta para plantear crisis, clímax y una resolución final.

Un filme con un estilo propio, con una maravillosa variedad de estructuras y obstáculos. Un castillo de naipes que se sustenta gracias a la fusión de las secuencias de caza con aquellas relacionadas con la sociedad.

 

Su juego favorito (Man’s Favorite Sport?, 1964)

Su juego favoritoRoger Willoghby es un vendedor de aparejos de pesca de unos grandes almacenes de la ciudad de San Francisco, al que sus clientes consideran como un gran pescador y un gran experto en la materia, por la publicación de su reciente libro sobre el tema. La publicista Abigail Page, viendo el gran éxito de venta del libro, decide invitar a Willoghby a un concurso de pesca, pero éste se niega, puesto que no sabe absolutamente nada de la materia.

Esta película es una especie de remake de La fiera de mi niña,pero sin dejar de presentar características novedosas y propias. El argumento de Su juego favorito nada tiene que ver con el de su antecesora, pero sus personajes, las circunstancias y los gags son una especie de “déjà vu” remasterizado.

Con una personalidad propia, esta película es un filme encantador, divertido y espontáneo, gracias a su ingenio e identidad atemporal, que consigue que el espectador olvide su procedencia y se centre en la entretenida trama, cargada de situaciones estrambóticas e hilarantes.

El absoluto eje de Su juego favorito es el sentido del humor. Todo lo que rodea a la acción se centra en gags visuales y frases desternillantes, pues como dijo Hawks: “El sentido del humor es una parte esencial no sólo en las películas, sino también en la vida cotidiana”. Aunque el tema central se centre en la vida real, todo aquello que lo rodea está destinado a la comicidad del eje central: la eterna lucha de sexos. En toda esa locura y disparates, es la mujer quien tiene la batuta y arrastra al hombre a una infinidad de inclemencias.

Howard Hawks fue un hombre que supo entender el cine en un momento de auténtica revolución. Un cineasta empedernido auténtico e inimitable. Un mago de la sinceridad y la espontaneidad. Un auténtico ilusionista del séptimo arte, capaz de mostrar las maravillas del mundo a través de la pantalla. Un faquir del tiempo, un domador del celuloide. Un observador de la vida. Un fanático de la ocurrencia más ingeniosa y del salero más audaz.

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2 respuestas a «Howard Hawks»

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