Se supone que, desde cierto punto de vista, existe una estructura de diálogo ente todas nuestras acciones, sean estas físicas o simplemente abstractas (se entiende aquí el conjunto inmaterial de las ideas). Estas conexiones pueden ser obvias o escondidas; en el primer caso resulta simple un análisis del grado de parentela entre dos elementos, mientras que en el segundo el trabajo intelectual (o sea de descubierta) puede volverse difícil, hasta teóricamente imposible. El deber del creador de productos, entonces, sería el de crear una serie relaciones entre el producto mismo y el consumidor, teniendo como objetivo aquel tipo de sensación que queremos activar. Forma parte de este proceso el concepto de atracción, elemento este que permite al público acercarse y disfrutar de lo que se le ofrece sin que surjan problemas de desajuste, de desfase.
Saint Maud, primer largometraje de la joven directora Rose Glass, forma parte de aquella tipología de productos ficticios cuya idea es la de crear una sensación de malestar psicológico, un malestar real que se debe a la imposibilidad (o casi) de llegar a un punto final preciso, concreto, sobre todo claro. Definir la película en tanto horror no sería justo, ni bastaría con usar la palabra drama psicológico; ambas definiciones no funcionan de por sí, mientra que su unión (horror psicológico) solo sería capaz de entregarle al público una lectura demasiado superficial de lo que efectivamente está a punto de ver. ¿Qué se trate de un problema inagotable, en este caso?
Solución: volver al diálogo, volver a la conexión de otras obras de este tipo que, por su ser diferentes, no nos permiten darles una lectura clara (o, más bien, claramente estructurada). Saint Maud resulta ser así una lectura moderna (el post del post-moderno, lo actual) de la figura de Joana de Arco, así como de todas las santas (como la de Ávila, por ejemplo) que afirman estar en contacto con lo más allá, con aquella figura que definimos en tanto creador del universo (y, por esta razón, de cada uno de nosotros). Estaríamos, entonces, ante una película que en su incapacidad conscientemente rebuscada de no sabernos dar una respuesta clara nos obliga a quedarnos frustrados una vez llegados al final; sin embargo, esta frustración no es un error del guión, sino el objeto necesario de una sensación interna de malestar psíquico y hasta físico. El horror, aquí, es un objeto de estudio que nos pregunta hasta qué punto estamos dispuestos a creer en lo que nos pasa ante los ojos. Diferentes puntos de vista (diferentes puntos de partida intelectuales) nos obligarán entonces a cierto tipo de lectura, pero la mano de la directora logra crear una discrepancia natural (orgánica) que nos va a dejar en una situación de matices grises.
El diálogo entre el público y la obra de Glass nos lleva así a una consideración del medio cinematográfico en tanto forma estructural; la falta de claridad, de hecho, así como la claustrofobia en la que la película está sumergida, no permiten alejarse de la visión olvidando el proceso de confusión al que nos hemos estado sometidos. Este diálogo que se ha ido armando durante la visión, entonces, es una lectura crítica (pero no por esto negativa) de la composición interna de la mayoría de las obras en las que es manifiesto un sentido preciso, limpio y fácil de comprender. Se nota, así, la función de desajuste del que se hace cargo la película para obtener su resultado final (el malestar del público), todo esto en una construcción global que desata una serie de consideraciones que, por su hechura, llevan a lecturas, como ya hemos dicho, distintas.
Se borra, por esta razón, la distancia entre lo real y lo imaginario. La pregunta que se le hace al público, con un uso de la cámara impecable, es la de poder o menos creer en lo que pasa. El filme, de por sí, está en el campo de lo ficticio, pero Glass sabe romper esquemas bastante bien conocidos, y pone de manifiesto la necesidad de un análisis que va más allá del campo (claustrofóbico, repetimos) del mundo de Maud, y entra en el nuestro. Diálogo, por supuesto: si lo que vemos es irreal, en tanto producto para las pantallas, ¿la lectura final que hacemos de el, qué nos dice de nosotros y de nuestras estructuras mentales? Sí, de horror y de psicología se habla, en esta obra, pero no es solo en relación a la (¿)locura(?) de una protagonista cuya cara se parece a la de la Juana de Dreyer, sino también a nuestra capacidad de creer o menos en lo que, de por sí, rompe los esquemas entre lo ficticio y lo real.