No siempre es posible hablar de secuelas. A veces, lo que un director, un guionista o un escritor hace es terminar una historia sin dejar posibilidad alguna de que resulte plausible continuarla con los mismos personajes. Se refiere, esta estructura, a la necesidad de no seguir narrando sobre algo del que ya todo ha sido dicho; ir más allá de lo justo (de lo justificable) significaría entonces no tener en cuenta aquel mecanismo de destrucción final que rechaza ser cruzado. Los cuentos de hada forman parte de esta arquitectura, con una claridad muy bien trazada: el príncipe y la princesa se casan, y todo lo que podría ocurrir después no nos interesa (ni debe interesarnos). En el caso de obras para los más adultos, una estrategia para que no se permita una prosecución inútil es la de terminarlo todo con la muerte. Si el protagonista nos deja para siempre, así como lo hace el antagonista, esto significa impedir cualquier tipo de secuela (a menos que, como en el caso de Sherlock Holmes, el público empiece a polemizar y, como pobres Conan Doyle, nos viéramos en la situación de resucitar al personaje principal).

Difícil, entonces, pensar en rodar una secuela de Gladiator, filme de serie B con recursos de serie A, estrenado en el año 2000 (que es el último del segundo milenio y no el primero del tercero, dicho sea de paso). Difícil porque nuestro personaje principal muere completamente al final de la película y, cosa más importante, todo lo que hemos estado (e ido) experimentando ha tenido su justaconclusión una vez llegados a los últimos minutos. Crear una secuela de la película de Scott (con el guión de David Franzoni, John Logan y William Nicholson) no tiene entonces ningún sentido desde un punto de vista de estructura textual: no le queda nada por hacer a Meridius (interpretado por Russel Crowe) ya que todo lo que tenía que llevar a cabo había ido desarrollándose hasta su merecidameta, una muerte necesaria ya que continuar con su vida no le habría dado ninguna satisfacción.

El guión de Nick Cave, entonces, muestra cierta inutilidad global, un problema, esto, que subraya la imposibilidad de proseguir con una historia que nos había dado ya todo lo que debía y podía darnos. La decisión de transformar a Meridius en un encargado de los dioses griegos y latinos (o del dios cristiano), y hacer que vuelva a la tierra solo porque tiene que hacer algo (qué es esto algo no lo entendemos muy bien) acaba resultando una idea vacía e irrespetuosa respecto del público. En efecto, lo que le pasa a Meridius en Gladiator 2 no tiene sentido alguno ni desde un punto de vista de estructura interna ni desde uno de arquitectura textual. El Meridius que vemos al principio es el Meridius que vemos al final, sin que haya tenido lugar ningún cambio necesario ni que haya influido lo bastante sobre el mundo que lo rodea. Tampoco los personajes secundarios pasan por un cambio estructural, ya que si de movimiento tenemos que hablar, este ha sido mínimo y, cosa peor, ridículo.

Lo que Cave nos propone es además una obra fuertemente ideológica, en la que vemos un mundo totalmente bueno (los cristianos) contra un mundo totalmente malvado (el imperio) o, por lo menos, un mundo de enemigos. No existe, por esta razón, una visión más variada, en la que puedan asomarse tintes grises. Es la película perfecta para los que creen en el dios padre del carpintero, y todos los restantes, desde los ateos hasta los budistas, pueden seguir en la seguridad de que, cuando estén a punto de morir, nunca podrán acceder al mundo sobrenatural que está más allá del nuestro. Solo los que creen en el Cristo pueden salvarse, y esto no por razones intrínsecas (el amor por los más débiles, por ejemplo, el sentido de justicia), sino solo por creer y por seguir creyendo. Todo lo demás, como los pensamientos filosóficos, no significa nada.

El guión de Cave resulta inconsistente y esto lo demuestra, por ejemplo, en decidir crear una batalla entre los cristianos (que nunca habían tomado en mano una espada), unos centenares de hombres que creen en ofrecer la otra mejilla, y una legión de soldados imperiales. ¿Acaso hay que decir quién gana y quién tendría que haberlo hacho? Y todo esto con unas armas forjadas en un par de días en una fragua que se sitúa exactamente en el corazón de Roma. Guión poco interesante, entonces, que si bien sabe jugar con el hecho de ser una película de serie B (como lo era la de Scott), pierde completamente su esencia y su conciencia de ser algo “pulp” después de unas veinte páginas (o sea unos veinte minutos de película), regalándonos una serie de eventos que son no-eventos, movimientos vacíos que nada añaden a una historia que había tenido ya su final.

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