La montaña en sí es el resultado de eras de cambios geológicos. Es, en otras palabras, un mundo que se ha ido formando, creando, moldeando hasta producir lo que vemos y que, dentro de algunos milenios, va a cambiar, hasta desaparecer. Todo cambia, entonces, con aquel panta rei que se nos escapa de nuestras concepciones del mundo ya que, para nosotros, todo sigue siendo lo mismo. Sí, vivimos, crecemos, envejecemos, sin embargo el mundo que nos rodea parece subir cambios mínimos, casi inexistentes. Somos, efectivamente, enjaulados en y por una idea de inmortalidad, de “así fue, es y será”, cosa que las montañas, como bien saben en los vientres de piedra y arena donde se esconde el agua, niegan completa y rotundamente, como si, cobrando una vida que no les pertenece en cuanto seres no biológicos, nos quisieran demostrar que todo cambia, todo tiene que morir, nacer, cambiar. La montaña nos fascina, en consecuencia, y con la majestuosidad de su tamaño monstruoso (la miga de una miga, para el universo, el más grande de los espacios infinitos, para nuestras mentes diminutas) nos pide que olvidemos nuestra existencia misma y que la aceptemos con sus bellezas, sí, pero también con sus peligros.

La historia de la amistad de dos personas, desde la infancia hasta (con una pausa) la edad adulta, nos invita a entrar en contacto tanto con la profundidad de la psique humana como con la inmensidad del contexto natural en la que la acción se desarrolla. Hay que preguntarse, entonces, si somos lo que somos porque así ya éramos cuando nacimos, o si es el medio ambiente en el que estamos sumergidos que nos lleva a pensar, actuar, vivir como si de una simbiosis se tratara. La montaña, entonces, es más que un simple trasfondo, el lienzo sobre el cual los dos amigos se encuentran, hablan, se entremezclan, sino el personaje fundamental, la presencia muda que, con su valor tanto físico como metafísico, se impone al hombre y lo trata no con bondad, no con maldad, sino como simple elemento natural de sí misma. Las piedras, la nieve y los ríos con su agua fría forman parte de un mundo, el de la naturaleza universal, que no se interesa del ser humano y que, si él lo quiere, lo acepta sin regalarle ni amor ni odio. Es, efectivamente, un mundo que se instaura en el borde entre la civilización y la parte más escondida del ser humano; un desierto verde y blanco que se traga al ser humano sin tener que abrir su boca.

Dejar nuestro lugar, el en el cual hemos crecido, o viajar por el mundo son las dos opciones que el filme, basado en una novela del escritor Paolo Cognetti, nos presenta y que, obviamente, implican una elección por parte de los protagonistas (y, en consecuencia, nuestra). Lenta pero inexorablemente la cuestión se presenta, una y más veces, sin dar una respuesta clara, y sugiriendo que, quizás, no hay solo una, sino que depende de cada ser humano, no solo de cada mentalidad, sino de cada constitución biológica, de cada relación que entablamos en el diálogo silencioso entre nuestro cuerpo (y su mente) y nuestro contexto de vida. Dejar un lugar, escapar, abrir paso a nuestras elecciones y dejarnos llevar no tanto por nuestros deseos sino, sobre todo, por nuestra intuición, implica aceptar la fluidez de la vida así como la inmovilidad de nuestra fugaz presencia en este universo en cuanto seres vivos. ¿Hay que vivir nuestros sueños, entonces, hasta el punto de caer en la idolatría del sujeto, del (casi) egoísmo?

La película acepta el transcurrir del tiempo de la montaña. Lo lenta que pueda parecer no se traduce en una falta de interés a lo largo de la narración, sino en el feliz descubrimiento de un mundo que sigue su ritmo. Es, visualmente, un espectáculo increíble en la frescura de las imágenes que nos regala, y las miradas de los directores nos acarician los ojos y se insertan dentro de nuestras memorias. No se descubre, esto sí, cualquier tipo de liviandad, de no tomarse demasiado en serio, como si, sin entrar demasiado en la pesadez de la vida, no fuera posible gustar de aquellos momentos de felicidad que sí a veces necesitamos. Sombría en su evaluación y análisis de la vida de los personajes, esta obra parece querer ser una demostración no solo del espíritu sino también de la dificultades de la vida, y el sentimiento final, si bien no deprimido, no puede sino mostrar una cara llena de seriedad.

Comparte este contenido: