Quizás sea la pasión por el cine algo que mucha gente comparte. Por supuesto, ya que si estas palabras son leídas por pupilas humanas (¿qué otro tipo de pupilas podrían leerlas?) es porque el cine interesa. Si así no fuera, difícilmente alguien decidiría dedicar un porción muy diminuta de su tiempo (y de su vida) para saber algo sobre un filme, en vez de verlo directamente y dejar que el único juicio real y necesario sea el suyo. Quizás sea la pasión por el cine algo más, y lleva a crear obras de este tipo, de las que se proyectan sobre un lienzo o que se ven en cualquier tipo de pantalla. Al fin y al cabo, muchas veces el amor por un producto que sentimos como espectadores esconde un elemento más profundo que quiere llegar a la superficie, allí donde podamos decir que tenemos algo que enseñar : sí, se podría decir, no solo amamos, sino que producimos, creamos, contamos.

Basada en una historia real, y en el documental que en parte de ella se hizo, Superboys of Malegaon es una película india que nos invita a pensar en el valor mismo del cine no como producto artístico “alto”, sino como obra que nace y crece dentro de la pasión misma por contar y por volver inmortales a sus protagonistas. Y es que, efectivamente, la realidad de una ciudad desconocida de la península asiática se reverbera dentro de las experiencias de muchos espectadores que reconocen en el desarrollo del cuento y de la acción aquella misma pasión que nos mueve no solo a aceptar lo grande que el cine puede ser, sino también lo fundamental que es darse cuenta de que a veces (desafortunadamente no siempre) los sueños sí pueden realizarse. A lo mejor solo se puede llegar hasta cierto límite, pero, ¿no son los límites mismos maneras de ayudarnos a avanzar hasta donde es efectivamente posible?

Intentar, decidir, prepararse y hacer son los verbos fundamentales que se insertan en el discurso fílmico. Y, sin embargo, también aparece la necesidad de no dejarse llevar por una idea de sí que se come a lo que realmente importa, o sea aquellas relaciones humanas, de amistad y de amor, que nos permiten ser lo que realmente somos. Las ayudas que se amontonan en la creación de filmes de serie Z, productos que no pueden salir de los límites de su ciudad, Malegaon, son elementos que nos demuestran cómo un filme no es una obra que nace y se construye solo gracias a una persona, el director, sino que es fundamental tanto el equipo como la voluntad de contar una historia que pueda ofrecerles a los espectadores algo que les permita decir que no han desperdiciado su tiempo viéndola. Todos se unen, todos aportan algo, hasta que, en el continuo intercambio de ideas y esfuerzo, todo logra “salir bien”, también cuando la realidad es tal que no nos permite escapar de unas situaciones en las que no queremos encontrarnos.

Superboys of Malegaon no es solo una película, es un cuento sobre el oficio de contar. Un cuento basado en hechos reales, por supuesto, pero ficticio por ser un producto de fantasía. Se acerca a la realidad, la plasma, la reelabora, y en el intento logra subrayar el impacto que los sueños pueden tener sobre nosotros, tanto cuando logramos acertar como cuando, muchas veces, fracasamos completa y llanamente. Porque así es la vida, ya que la fortuna de pocos no puede contrarrestar la mala suerte de muchos (muchísimos, hasta la gran mayoría de los seres humanos). El amor por el cine, entonces, sí puede convertirse en algo más, no en la sola creación de productos, sino en el acto de establecer un momento que perdurará en el tiempo, hasta cuando no habrá más ser humano y los recuerdos perecerán dentro de lo nula que es nuestra existencia en cuanto especie. Mientras tanto, los amigos que se fueron quizás puedan seguir vivos en las imágenes que nos rodean.

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