A través de un Bindungsroman nos es posible ver cómo se desarrolla la psique humana, pasando de un estado de casi absoluto caos a uno de orden perfecto. Se trataría, si nos alejamos del conjunto de las metáforas, del pasaje de la niñez o adolescencia, con sus infinitas criticidades, a la edad madura, aquí en el sentido de una madurez intelectual y psicológica. Este pasaje no se basaría solo en el hecho de superar nuestros miedos (como el de ver a las personas amadas morir), sino de vencer nuestros defectos aceptándolos y, por ende, reelaborándolos (como puede ser el hecho de saber que somos mortales). Eventos de este tipo, un cambio radical en nuestra manera de ser, no son simplemente el objeto de una transformación personal, centrada sobre la presencia de nuestro “yo”, sino también social, ya que el adulto es quien es capaz de relacionarse con el mundo que le rodea y, por esta razón, actuar sobre él para que siga en su (casi) perfección o, lo cual es más probable, para que mejore.

The Green Knight (El caballero verde) es una obra que se inserta en este subgénero narrativo, una categoría que, como acabamos de ver, tiene un valor no solo interno (el juego estructural típico de la ficción) sino también externo. Efectivamente, acercarse a esta película implica la creación de un diálogo que se mueve a través del tiempo para construir una red de significaciones entre la obra en sí, el cuento (o los cuentos) medievales sobre los que se apoya, y el público mismo, aquí atrapado en el doble rol de quien obtiene un placer estético de (y por) la visión fílmica, así como de quien lo que está experimentado es una lección moral (socialmente útil, psicológicamente impecable).

Sería entonces un error dejarse guiar por la obra sin tener en cuenta este juego centrípeto y centrífugo con el cual el director, David Lowery, juega. Si el libro sobre el cual el cuento cinematográfico se basa forma parte del ciclo arturiano, no podemos olvidar que lo que estamos viendo es su transformación para que sea asequible para un público moderno y, sin embargo, lo que se necesita por parte de este mismo público moderno es olvidar por un instante los esquemas y las estructuras a las que nos hemos ido habituando en los últimos años, volviendo a una lentitud solo aparente que nos permite no solo conseguir una profunda experiencia visual, sino también apreciar las enseñanzas típicas de los libros, sean estos medievales, sean de cualquier espacio temporal, la demostración, esta, de que el arte no es solo capaz de entretener sino de poner en marcha (y llevar a cabo) un oficio pedagógico de no poca importancia.

Lowery actúa, entonces, transportando a nuestro tiempo algo que ya forma parte de un pasado del que poco tenemos consciencia, lo cual hace que en su perfecto alejarse del y acercarse al libro arturiano el resultado acabe en el reconocimiento (una anagnórisis moderna) de la inmortalidad y universalidad del componente humano, de aquellos detalles que forman parte de la esencia de cada uno de nosotros. Lo que el espectador ve sobre la pantalla es una reelaboración solo técnica, mientras que el nudo interno de las ideas que se nos presentan siguen siendo vigentes, no tanto por modernas en su creación, sino porque forman parte del conjunto humano, de aquel carácter incompleto, típico de nosotros los seres humanos, que necesita crecer y pasar por varias experiencias, muchas casi devastadoras, para que logre obtener un estado de madurez.

El medioevo fantástico (aquí en sus dobles sentidos) de Green Knight es por esta razón una joya argumental que pone de manifiesto la capacidad esmerada de su director en relación al aparato visual y a su necesidad cinematográfica de saber narrar también a través de lo que vemos (y, para que no lo olvidemos, de lo que oímos). Así como es necesario preparase de antemano para la lectura del cuento original, lo mismo es lo que se necesita para que la fruición de la obra fílmica no resulte demasiado lenta (lo cual no significa armarse de paciencia, sino dejarse conducir por un ritmo necesariamente diferente). Una obra maestra, entonces, que no puede sino encontrar su sitio de honor en la historia del cine, llegados a cuyo final a lo mejor nos encontraremos más maduros como nuestro protagonista.

Comparte este contenido: