La búsqueda de un lugar en el cual poder vivir y sentirse en paz (consigo y con el mundo) es elemento integrante de una voluntad de tranquilidad física y psicológica que se abre ante el problema de no encontrar nuestro sitio (nuestro rol, se podría decir) en una sociedad de la que no sentimos formar parte. Es una cuestión de carácter casi biológico, ya que problemas de este tipo aparecen, sobre todo, en el momento en el que pasamos de la niñez a la adolescencia, cuando ya sentimos la necesidad de tener que dejar atrás nuestros viejos juegos y, creando también una ruptura con el lazo familiar (el lazo que nos ata a nuestros padres), introducirnos en lo que sería un micro-grupo y una micro-sociedad habitada por nuestros pares. Sin embargo, a veces la inconstancia vital que brota de no lograr encajar sigue presente en la edad madura y el malestar que nace de esta condición nos lleva a pensar que algo no funciona bien en nuestra vida, que nuestra misma existencia está bajo una dictadura cultural (dictadura ficticia, obviamente, en el caso de las democracias en las que vivimos). Se busca, entonces, aquel mundo imaginario (soñado) en el que sentirse aceptados.
Este mundo, en la obra del escritor británico Clive Barker, se sitúa bajo un cementerio abandonado. Midian, ciudad fantástica que se presenta como lugar imaginario, de carácter casi mítico, recoge dentro de sí a los que llamamos monstruos, seres con un aspecto plagado por la fealdad y que intentan, según el orden lógico de la supervivencia, vivir en paz entre ellos mismos sin que el mundo exterior sepa de su existencia. El hecho de encontrarse bajo la tierra, entonces, crea un doble aspecto metafórico, en el cual, por un lado, reconocemos en estos monstruos los habitantes del infierno, mientras que, por el otro, no podemos sino acercarlos a los primeros cristianos que vivían en la catacumbas. El resultado de esta doble vertiente es un desfase interpretativo que nos lleva a unas sensaciones de rechazo y de aceptación, subrayando el valor simbólico de un mundo que quiere situarse fuera de nuestra sociedad y que, por su constitución, necesita existir en el anonimato, sin que nadie reconozca su existencia.
El juego estructural se desarrolla así en la distinción que se establece entre el mundo exterior y superior (el mundo de la luz) y el mundo interior e inferior (el mundo de la oscuridad). El en el cual vivimos, el de nuestra misma realidad (entendida aquí como algo concreto, la que nos pertenece en cuanto espectadores), alberga en sí una dificultad ontológica en la capacidad de aceptar a los que son diferentes, obligando a cada uno de los que no logran conformarse a despojarse de su propia personalidad y, en el acto de vaciarse de ella, reemplazarla con una serie de elementos secundarios que llevan a perder su propia naturaleza. Sin embargo, la voluntad de querer esconder su propia personalidad es lo que pone en marcha las acciones del antagonista, aquí interpretado por David Cronenberg, quien revela su yo solo cuando logra manifestarse a través de la protección de una máscara. Se presentan aquí juegos de diferentes niveles, a través de los cuales la lectura de la realidad se muestra más compleja: el antagonista no es lo que parece ser, o sea un miembro positivo de nuestra sociedad, mientras que los monstruos, cuyo aspecto nos puede provocar cierta náusea, revelan una estructura psicológica más concreta.
La cuestión misma de lo que es una sociedad se desarrolla en una serie de detalles que ponen de manifiesto cómo Midian tiene una estructura más fuerte que nuestro mundo. Efectivamente, en Midian los monstruos siguen unas reglas precisas, algo que ellos reconocen como necesidad práctica para sobrevivir, mientras que nuestra sociedad se basa en la aceptación pasiva, acción por nada debida a una toma de conciencia activa, lo cual subraya el carácter de destrucción del yo que puede tener lugar. Se crea, si seguimos esta consideración, una distinción entre el deseo y el deber, así como la voluntad de amar por parte de nuestro protagonista se enfrenta al placer de matar del antagonista. El mecanismo metafórico y simbólico se presenta entonces en un texto estructurado a través de diferentes escalones, y el resultado final de esta obra que se inserta entre el horror y la dark fantasy encarna el discurso que se establece entre la necesidad de seguir las leyes y la voluntad del yo, de seguir sus propias pasiones.