El director Jacques Audiard comienza su película París, Distrito 13 con unas elegantes y maravillosas imágenes en blanco y negro de un barrio parisino de clase media que se desmarcan claramente de las habituales imágenes turísticas de la ciudad retratadas mil veces. París es la ciudad del amor y la película de Audiard quiere hablarnos del amor, pero es un amor muy contemporáneo, muy de nuestros días, así que llevarlo a otros escenarios de la ciudad parece la conjunción perfecta. Se agradece.
El título original de la película es Les Olympiades, haciendo referencia a un distrito de rascacielos de la capital francesa construido en los años 70, en el que cada rascacielos tiene el nombre de alguna de las ciudades donde ha habido Juegos Olímpicos. En este espacio Audiard nos presenta un fresco retrato de los jóvenes treintañeros del siglo XXI, jóvenes que tienen estudios y un nivel cultural alto pero que su vida profesional no acaba de despegar y van sobreviviendo a base de trabajos sin mucha estabilidad. Es un retrato de una generación que aspiraba a más pero que ve como choca contra el muro de una realidad en la que el horizonte es escaso.
Con un guion escrito en colaboración con nombres como Céline Sciamma o Léa Mysius, y que parte de varias historias del creador norteamericano de cómics Adriane Tomine, sorprende el aire tan contemporáneo y juvenil que Audiard, ya un director veterano a punto de cumplir 70 años, es capaz de dotar al conjunto de la película. Esa exploración del amor de nuestros tiempos, unido ya para siempre al mundo de la tecnología, y el sentimiento líquido que nos invade como sociedad que teme comprometerse más de la cuenta, se ven perfectamente reflejados en una historia o, mejor dicho, historias que fluyen y enganchan. Pero, como retrato y análisis del amor de hoy, también hay en el resultado una parte mecánica que intenta incluir todos los aspectos del tema tratado y que a veces descubre involuntariamente su intención.
Se respira el aire francés del film tanto en el tono social como en los personajes y su multiculturalidad. Son cuatro treintañeros de procedencia y bagajes diferentes. Camille, el actor Makita Samba, de raza negra, es el único protagonista masculino, un profesor que trata de preparar unas oposiciones que lo estabilicen laboralmente. Lucie Zhang interpreta a la joven china Émilie, graduada en ciencias políticas pero realizando trabajos de teleoperadora y camarera. Noémie Merlant, a quien ya tuvimos ocasión de disfrutar en la fantástica Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, Céline Sciamma, 2019) , es Nora, la joven de provincias que llega a París con el ánimo de estudiar a sus 33 años. Y por último, Jehnny Beth hace el papel Amber Sweet, una cam girl. Son todas ellas interpretaciones que convencen en esa atmósfera de vida cambiante en la que pocas cosas parece que puedan perdurar.
Aunque París, Distrito 13 habla del entorno laboral y sus deficiencias, es en el terreno de las afectividades, del amor actual, de las relaciones, en el que se centra el relato de la película. Aquí es casi imposible no mencionar a Zygmunt Bauman y su concepto de sociedad líquida. Vemos ante nosotros a unos personajes que afectivamente le temen al compromiso, no saben lidiar con él. Buscan el amor y a la vez no quieren mojarse. En parte el mundo de la tecnología y la velocidad con la que acontece todo pueden explicar esto. Al amor llegamos muchas veces desde casa, pulsando un botón. Eso hace que el abanico de posibilidades se multiplique y que el comprometerse con alguien se vea también como dar un paso demasiado serio y que cierra otras puertas. Además está el miedo al dolor, a querer y después perder porque las relaciones amorosas han acortado su tiempo de vida. En general el mundo parece consumir todo más rápidamente.
Llama la atención como las relaciones afectivas han ido evolucionando. En lo referente al contacto físico pareciera que la intensidad sexual se mantiene e incluso se incrementa, pero a cambio, la parte afectiva de cariño, de ternura, del hecho de profesar amor a alguien, se encarece, fluye menos. En este sentido es significativa la solución que da Émilie a las visitas que debe hacerle a su abuela en una residencia de mayores. Sorprende pero tal vez no tanto porque empezamos a acostumbrarnos a una mayor frialdad.
De todas formas, Jacques Audiard se muestra optimista y no abandona nunca la posibilidad de que se produzca el milagro del amor. Cree en el amor romántico y seguramente el resto de la humanidad también. A fin de cuentas el amor ha sido siempre un camino a la felicidad. Puede que la tecnología y la globalización hayan cambiado y unificado en parte los protocolos de la seducción. Puede que nos resguardemos más y temamos sentir. La vulnerabilidad está hoy a flor de piel. Es la sociedad en la que nos hemos convertido, la que se protege de todo en su intento de alcanzar la perfección. Pero esperemos que estos cambios en su progreso histórico no terminen con algunas de las cosas realmente hermosas y emocionantes que tiene la vida.
Tráiler: