Mélange es una palabra francesa que se traduce con “mezcla”. Se supone, entonces, que se han tomado diferentes elementos, cada uno con su proprio origen, y se los han mezclado (ils ont eté mélangés) para producir algo nuevo, algo que antes no existía de por sí y que ahora tiene una forma. El producto final, por esta razón, descuida de los cánones normales que se ponen en marcha a la hora de justificar la presencia de un objeto: el “esto es” se ve abandonado por un más preciso “esto, ¿qué es?”. Desde un punto de visa estético, una mélange puede llevar a resultados un poco negativos, ya que la estructura de la obra resultaría salir de la conformidad que una tipología (un genero) le otorga, pero, desde uno psicológico o más bien social, la imposibilidad de trazar unos bordes definidos pone de manifiesto la realidad del elemento al que nos enfrentamos, realidad que se define con la cercanía entre la obra de arte y la realidad que experimentamos. Nuestra vida, dicho de otro modo, es un mosaico que supone cierto grado de lo caótico.

La película de Bong Joon-ho supone así un acercamiento capaz de salir de las estructuras preconcebidas de las que tenemos no solo cierto conocimiento sino que nos llevan a catalogar cada producto según ciertos patrones bien definidos. Película divertida, película grutesca, película desoladora, película de terror, película histórica. Y mucho más. Se encuentran en ella casi todos los aspectos de la comedia humana, definición esta de una representación teatral (efectivamente, el guión está basado en una obra teatral de Kim Kwang-lim) en la que no siempre se puede prever cómo va a acabar la faena. La destrucción de lo que esperaríamos (decepción positiva) se une a una necesidad por parte de Joon-ho de cambiar las reglas de los juegos para que el juego mismo pueda seguir existiendo.

Película sobre el ser humano, entonces, aquí entendido en tanto ser capaz de pasar de un extremo al otro. Lo que pensamos ser y lo que realmente somos se desarrollan en un análisis psicológico de primer nivel, ya que los personajes pasan por una serie de experiencias que llevan a un cambio (o a una descubierta) radical en su manera de ser y de relacionarse con su contexto. Y, demostración de una estructura radicalmente excelente, este cambio es lo que pasa también con el público, ya que el espectador acaba en una situación de absoluta incomodidad mental, desolación esta al que se ve sometido por una dirección de absoluta perfección. Memories of Murder es entonces lo que se define como una obra de arte, un producto capaz de cruzar los bordes de las limitaciones temporales y geográficas, desarrollando un texto que sigue una voluntad de analizar los elementos básicos del ser humano, más allá de las posibles limitaciones culturales.

De obra maestra, por lo tanto, se trata. Lo que ha creado Joon-ho es un estudio pormenorizado de la psique humana, pero no tanto del serial killer sino de los policías que intentan detenerlo (¿lograrán hacerlo?). Y la falta de un camino perfecto, de un movimiento del punto A al punto B, la presencia de fuerzas centrípetas (acercarse al asesino) y centrífugas (alejarse del asesino) llevan a un laberinto del cual cuanto más intentamos salir tanto más nos encontramos atrapados, incapaces de encontrar una salida. Se complican las cosas y en esta confusión el espectador pierde sus coordenadas, aquellos elementos abstractos que forman parte de la estructura mental que rige nuestro comportamiento y, sobre todo, nuestra capacidad de leer y catalogar el mundo. Volvemos así a la mezcla, al concepto de mélange, y a como la forma final del producto, en su presentar una cara confusa, demuestra como la indisciplinalidad rebuscada, arquitecturalmente ideada, puede ser llevar a una excelencia artística en las manos de alguien que sabe cómo organizar el desorden.

¿Qué se le dona, al final de la visión, al espectador? ¿Qué es lo que le queda? Dejando por un lado la estética y el juego estructural, tendríamos que hablar del concepto de justicia, de retribución. Se trata, aquí, de una necesidad humana que va más allá del cliché de “el malo tiene que pagar” (con su muerte, con su derrota económica, con lo que sea). Defraudarle o premiarle al público, de todas formas, no supone una resolución clara, sino un acto de establecimiento de un diálogo más justo. Memories of Murder esquiva así la doble dificultad del final feliz o del final infeliz; la realidad de lo que vivimos, el escenario concreto en el que nos movemos, hace que se derrumben los cánones clásicos del cine de género (y no solo), e introduce la acción del remordimiento, de la impotencia, así como de la vida que tiene que seguir adelante. Obra inolvidable, entonces que sólo nos pide que la experimentemos en su inacabable perfección.

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Mala tempora, se podría decir. Cuestión de que, efectivamente, la mayoría del público (quienes permiten que se les vendan billetes) supone que el movimiento del papel dibujado hacia la pantalla solo se basa en la traducción al lenguaje visual de los (muchas veces poco interesantes) superhéroes (y lo digo rodeado de un numero bastante alto de libros de estos personajes, más bien como razón de carácter histórico). Mala tempora ya que la realidad es que el mundo comiquero, del arte de las novelas gráficas (o, como prefiere Moore, de los tebeos, traducción esta que bien se sintoniza con el original inglés proletario de comics) más amplitud y profundidad tiene, más alcance, más vastedad de horizonte(s), ya que, como en el caso de la literatura en prosa, la de los balloons tiene una red de diferentes identidades, propuestas y temáticas. Sobre todo, se podría decir, en el underground americano, en el europeo (que bien se une a las escuelas sudamericanas) y en el asiático, del cual proviene, obviamente, Oldboy.

Es la necesidad de saber quién ha hecho qué, de saber la razón que lleva a una persona a ser encerrada durante mucho (demasiado) tiempo en una cárcel que es un simple piso (pero sí, la televisión puede ayudar a no enloquecer). La detonación de la pregunta principal, de la necesidad de encontrar la respuesta, se une así al espíritu de venganza, creando un lienzo sobre el cual se va dibujando el problema de una sensación de malestar de la que no parece posible deshacerse. Y es que, efectivamente, esta sensación se debe a lo que el protagonista mismo se pregunta : ¿qué he hecho yo para merecer esto? Y si parece no haber una respuesta clara, una visión precisa, esto aumenta la necesidad de encontrar, ver y aceptar una culpa que no puede sino ser, completa y precisamente, un acto de remisión de los pecados dentro de un juicio basado en un crimen real. O, más sencillamente, todo parece indicar, en el sendero trazado por la historia, que la cárcel no habría sido nada más que un castigo sádico.

Y es la venganza de arriba la que parece abrir paso a una consideración sobre lo que hace que el hombre sea lo que es. Venganza de quién, podríamos preguntarnos, en el juego entre protagonista y antagonista, sin saber bien qué está pasando. Una oscuridad que lentamente se deja despojar, proponiendo un cuadro más limpio sobre el cual se nos pide que pongamos los ojos y emitamos un juicio final. Porque, por supuesto, la cuestión, más allá de misterios y venganzas, puede también resolverse en la necesidad de saber hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar lo complicadas que pueden ser la relaciones humanas. Difícil desatarse de pensamientos culturales, morales, éticos, sin aceptar que a veces nuestros mismos pecados son los que nos permiten seguir hacia delante en las relaciones interpersonales, en especial manera, las sentimentales. Y, dicho sea, para que quede claro, el juicio puede caer en la dificultad de aceptar lo inaceptable, hasta la absurdidad de perder cualquier posibilidad de comunicar lo que tendría que ser rechazado.

Podría parecer poco lógico o racional lo que se acaba de leer. Y es así que tiene que ser, ya que el torbellino de sensaciones que una obra maestra como esta nos suscita se basa no solo en un elemento general estético de óptimo nivel, sino en la absurdidad de lo que se nos ofrece como estructura tanto narrativa como temática. Habría que cerrar los ojos y temblar, una vez llegados a los últimos y terribles minutos. La presencia de la violencia, entonces, se distribuye no solo en las imágenes, sino también en la voluntad de proponer algo que, efectivamente, nos provoca cierta incomodidad moral y social dentro de nuestras mismas entrañas. Algo que, afirmémoslo, nos lleva a reconocer en Oldboy la presencia de un andamiaje que sostiene una obra que va más allá de lo cult y que se inserta en la consagración de lo verdaderamente artístico. Obra de arte, en otras palabras, que nos habla de sensaciones, de voluntad de venganza y de sadismo hasta provocar cierto dolor sublime.

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