Nominado al Mejor Largometraje Documental para los Oscars 2013 y distinguido con el premio al Mejor Director por el Sundance Festival, 5 Broken Cameras ha iniciado su recorrido fuera de las fronteras palestinas para instalarse como una denuncia y un reclamo internacional. Como anécdota, al director palestino y a su familia los demoraron en migraciones cuando fue a presenciar su participación en la entrega de premios de la Academia, porque no entendían qué tenía que hacer un palestino en Estados Unidos.
Emad Burnat vive en Bil in, hoy ubicada a cuatro kilómetros de la Línea Verde que la separa de los espacios ocupados por Israel desde la Guerra de los Seis Días. A Emad le gusta la fotografía y desde niño soñaba con tener una cámara. La obtuvo en 2005, cuando nació su último hijo. Su deseo era registrar los avances del pequeño, su entorno familiar y amistoso. Pero lo alcanzó la realidad y un día enfocó hacia el paisaje y registró cómo las topadoras sacaban de cuajo los olivares, principal medio de vida de la aldea. Desde entonces se convirtió en un activista pacífico que iba registrando cada atropello de los colonos.
Emad puede dividir la historia de su militancia política en cinco partes (las cinco cámaras que ha tenido y que han sido rotas sistemáticamente por los soldados israelíes), que tienen que ver con el crecimiento de sus hijos y, coincidentemente, con algún hecho que ha marcado su historia con huellas profundas: un avance más cercano de la valla que va restringiendo su territorio, la detención de sus hermanos, la muerte del amigo, su propia captura y una operación quirúrgica que le ha dejado una cicatriz a lo largo de su torso, como terrible recuerdo de la fragilidad de la vida. Ha registrado la vida del pueblo y de sus habitantes más cercanos, sus miedos y su valor, las preguntas de los más chicos y la concientización que llevan a cabo los padres.
Narrada en primera persona, 5 Broken Cameras es un testimonio íntimo sobre una lucha pacífica que intenta denunciar la injusta apropiación de territorios que le pertenecen a su país por parte de colonos que vienen a transfigurar el paisaje natural con monobloques de cemento y costumbres de una cultura no solo ajena, sino histórica y religiosamente susceptible.
Los realizadores Burnat y Davidi se conocieron en Bil in, en 2005, cuando los palestinos sufrían las incursiones nocturnas para llevarse a algunos detenidos. Ambos salían a filmar y en esos momentos de gran tensión y peligro fueron haciéndose amigos. Davidi sólo permaneció en la aldea dos meses, pero Burnat siguió filmando y en los próximos cinco años logró grabar 700 horas de metraje, donde registra las manifestaciones de los pobladores cada viernes frente al muro para reclamar los terrenos agrícolas apropiados. Cada marcha pacífica hacia el alambrado que los separa de su campo ha sido reprimida con gas pimienta, con balas de goma, con golpes o detenciones por parte del ejército israelí.
5 Broken Cameras logra mantener el equilibrio entre las escenas familiares y las de reclamo de los aldeanos. Burnat narra los hechos desde su experiencia. Sin intentar ser objetivo, logra mantenerse alejado de las manipulaciones políticas de la OLP y de la Autoridad Nacional Palestina, así como evita juzgar a sus vecinos y amigos. Le duele profundamente el cambio que ha sufrido Bil in y les inculca a sus hijos la dignidad de la lucha. Pero lo hace desde el pacifismo, con el cuerpo y la cámara como únicas armas frente a las tropas que se les enfrentan cada semana. Emad cree que la cámara lo protege, pero internamente sabe que no es así.
Con escasos recursos técnicos, pero con una realidad que se sobrepone a cualquier ficción, 5 Broken Cameras es un digno registro del conflicto israelí-palestino, es el relato íntimo de un aldeano que ha visto transformar su realidad, es una denuncia sistemática y potente frente a un colonizador que avanza sin mirar lo que pisa. Emad se ha convertido en David frente a Goliat, y su lucha pasiva ha desbordado las fronteras de su pequeña aldea para propagarse internacionalmente como un film digno y conmovedor.
Tráiler:



Una de las mejores propuestas del Bafici es este film danés que trata del secuestro de un barco holandés por parte de piratas somalíes frente a las costas de Bombay.
David es un joven porteño que vive solo y se dedica a escribir guiones de cine. O eso parece que intenta hacer. Desde el primer hasta el último plano del film escuchamos, en voz en off, todos los pensamientos, dudas, inquietudes y deseos de David. Le cuesta salir de la cama y arrancar el día. No sabe si bañarse e ir a comprar panchos o ir sin bañarse y comer salchichas, porque no sabe si la plata le alcanzará para el pan. Tal vez, ir en busca de un encuentro casual con su ex novia a una muestra, como quien no quiere la cosa, o mejor no ir para que no piense que la extraña. En fin, David tiene momentos de abulia, otros de excitación, de soledad, pero no mucho más que eso.
Alfredo Soderguit ya había ilustrado la novela de Sergio López Suárez, en la que se basa AninA, el primer largometraje animado uruguayo, que destaca por sus bajos costos de producción y la frescura de su propuesta, al exponer la experiencia de una niña de edad escolar que sufre las burlas de sus compañeros, debido a su nombre y apellidos palíndromos: Anina Yatay Salas.
La ganadora del Gran Premio en la sección Vanguardia y Género del Bafici, Arraianos (España, 2012), es una película que por el tema podría inscribirse en la moda conservacionista de la actualidad, que comprende desde la defensa de la naturaleza hasta la resistencia de las culturas tradicionales al avance de un progreso que es puesto en cuestión. Es un reto hacer una película artísticamente relevante sobre la base de algo tan manido, y esa es una de las razones por las cuales se destaca el segundo largometraje documental de Eloy Enciso, que fue rodado en el Cuoto Mixto, una zona rural de Galicia, que es a la vez frontera entre España y Portugal, y el mundo rural tradicional y la modernidad que lo amenaza.
El uso de planos sin profundidad de campo logra un efecto similar al que se consigue con el sonido en ese diálogo. El resultado es que se funden las dos señoras con los árboles, cuyos troncos, a su vez, se hallan cubiertos de un musgo con el que el suelo también da la impresión de hacerse uno con ellos. La mirada del documental no está dirigida a las personas y a la naturaleza, sino a la unión que se produce entre ambos en esa manera de filmarlos. La fusión se da allí en la manera de representarlos, a diferencia de los registros de su manera de vivir.
Arraianos, en síntesis, no es propiamente una película sobre un lugar y su gente, ni sobre la resistencia a los cambios que les ha permitido mantenerse allí, sino sobre la mirada que se dirige a ellos en un documental. La manera de representar en el filme se diferencia así de la que Bill Nicholson compara con la representación parlamentaria, en el sentido de que se trata de hablar por la gente o de llevar su voz ante la opinión pública, lo cual incluye el comunicar cualquier cosa en defensa de la naturaleza. Es, por tanto, un documental reflexivo, además de poético, que plantea una alternativa para expresar de una manera no ingenua la verdad acerca de un lugar y de su gente, en un filme hecho por personas que vienen de afuera.
Como el Bafici cumplió quince añitos, nada mejor que regalarle un cuento hecho película, o una película de cuentos. Algo así es lo que nos propone la talentosa dupla francesa que conforman los guionistas, directores y actores Agnés Jaoui y Jean-Pierre Bacri. ¿Estamos en presencia de un sueño? ¿De un relato fantástico? Estas son las preguntas que nos hacemos durante los primeros minutos de Au bout du conte, la película elegida como clausura del Festival.
La película narra la cotidianidad de una maestra de jardín, interpretada por la misma directora, Agnés Jaoui, que es una actriz frustrada, recientemente separada y con hija algo particular. Es el personaje más libre de la historia, la más colorida en todo sentido y la más simpática. Su sobrina, una bella joven de familia adinerada, está en edad de encontrar el amor y va en su búsqueda como en los mismos cuentos que sueña e interpreta. A veces es Caperucita y otras, Cenicienta. Entre ellas el vínculo es maravilloso, más que con su propia madre, una obsesiva de las cirugías estéticas que no quiere envejecer y afearse. ¿La reina malvada de Blancanieves, por casualidad? También hay un joven músico que hace las veces de príncipe azul, con un padre ausente, colérico y solitario muy bien interpretado por Jean-Pierre Bacri. Aparecerá un lobo cautivante, algunas cabritas y otros simpáticos personajes secundarios.
Au bout du conte tiene la estructura de una película coral, con tramas y subtramas entrelazadas, muchos personajes que se irán cruzando y un hilo conductor que es una obra de teatro infantil que se va armando desde el inicio hasta el final de la película. Hay una gran estilización y cuidado de la imágenes que la vuelven muy pictórica. Cada una de las secuencias se presenta como un cuadro impresionista que recobra vida. Al igual que las páginas de un cuento.
A través de un homenaje a Guimarães como Capital Europea de la Cultura 2012, la ciudad cuna de Portugal fue motivo para que cuatro directores europeos nos brinden un filme que condensa su visión del Viejo Continente en crisis. El proyecto aunó las voluntades del finlandés Aki Kaurismaki, de quien últimamente hemos visto Le Havre (2011), esa maravillosa obra fría y austera, que tanto caracteriza a su autor; del portugués Pedro Costa, el mismo de Juventud en marcha (2006); del español Víctor Erice, según mi punto de vista, el mejor director español desde siempre, a pesar de su escasa pero grandiosa obra, esta vez en el tono documental de la detenida y contemplativa El sol del membrillo (1992); y, finalmente, ese incansable y centenario, aunque cada vez más joven director lusitano, que es Manoel de Oliveira, autor de El extraño caso de Angélica (2010).
O taskeiro se titula la historia tragicómica de Kaurismaki, que nos narra la rutina diaria de un tabernero que hace las veces de dueño, personal de limpieza, mozo y cocinero en una tasca ubicada en el casco histórico de Guimarães. Con escasos recursos, este personaje (interpretado por Ilkka Koivula, el Italiano de Le Havre) debe hacer sobrevivir un negocio que está en franca decadencia frente a un restaurante que atrae por su menú a gran cantidad de turistas. En la búsqueda por sobrevivir, en lugar de cambiar la calidad de sus míseros platos, lo que hace es cambiar el nombre con que los denomina y el precio que cobra por ellos. Una pequeña pintura de los tiempos que corren en una Europa en crisis. Su autor la define como “una historia triste”, y sí que lo es, porque habla de la soledad del hombre, de su ubicación en la sociedad y de las armas tramposas a las que acude para sobreponerse a las dificultades.
Pedro Costa compone en escasos planos exteriores –selváticos, evocadores de un pasado africano, rodados al amanecer o al anochecer, cuando las figuras se confunden con la vegetación- un relato que se cobija entre la cámara y las tres paredes del ascensor de un hospital, donde el pensamiento de Ventura (el mismo personaje de Juventud en marcha) se expone, existencialista, con la cadencia de una letanía, casi como un rezo, ante un soldado de plomo, mudo e inerte, en un descenso interminable dentro del claustrofóbico encierro. Sweet Exorcism se titula este fragmento que remite a la Revolución de los Claveles, que dio fin al régimen autoritario que gobernó durante casi cincuenta años a Portugal, permitiendo la independencia de las colonias portuguesas y abriendo las puertas del país lusitano a las masas de inmigrantes que llegaron para sufrir la explotación, el hambre y el racismo. Problemas que definen la actual situación de buena parte de Europa.
La más amable de estas visiones sobre el Viejo Continente viene de la mano del maestro Víctor Erice, que con Vidrios partidos acude al documental para hablarnos de un pasado duro y triste a través del abandono de una fábrica textil de la ciudad y del testimonio de sus trabajadores. Hombres y mujeres que van contando aquellos hechos que recuerdan con mayor precisión, como los horarios acotados de la comida, los apuros que debían correr para poder amamantar a sus hijos, la búsqueda de nuevos horizontes donde la vida fuera más amable… Con su sensibilidad, Erice ha escogido los mejores relatos, tomados en primer plano fijo y de frente, de gente expresiva que aún lleva en su rostro y en sus manos las huellas de un pasado de trabajo arduo. Pero el mejor testimonio lo brinda un testigo mudo que nos observa desde la pared. Se trata de una fotografía en blanco y negro, panorámica, tomada en el comedor de la fábrica a principios del siglo pasado. En los rostros de los comensales notamos la pérdida de esperanza, así sean rostros jóvenes. Hay cansancio en sus gestos, en la postura de sus cuerpos, en el detenimiento con que consumen la comida que les dará energía para seguir trabajando. Clásico en su humor sobrio, Erice incluye al final a un actor que interpreta a Carlos Marx y recita un monólogo que cierra con cierta vena ácida una historia sobrecogedora. Aunque conmovedor, de la mano de Erice el relato se vuelve amable, así sea que estemos donde reina el desempleo y la crisis económica golpea todas las puertas.
Centro histórico finaliza con el aporte de Manoel de Oliveira, O Conquistador, conquistado, que sitúa la acción en el propio centro cívico de Guimarães, donde llega un grupo de turistas. La cámara cobra altura y se posa en el hombro de la estatua de don Alfonso Henriques, primer rey de Portugal, que con su traje de cruzado y su espada blandida al aire impone cierto respeto, hasta que desde un picado panorámico vemos a los turistas que se han adueñado del lugar y han ocupado la plaza, asediando con sus cámaras al Conquistador. Estamos ante una jugarreta del director, que compone este cortometraje en tono de comedia más que ligera para mostrarnos un panorama de la ciudad desde el punto de vista de la estatua frecuentemente visitada, cuya imagen recorre el mundo, pero desde la óptica del hombre que está con los pies en el suelo y debe contrapicar la imagen para poder obtener una instantánea del héroe portugués. De Oliveira nos ofrece la contracara, mostrándonos a ese grupo de anónimos visitantes que con sus cámaras se sienten seguros de poder atrapar la mayor parte de una realidad que se les vuelve esquiva.
Chiri/Trace es un homenaje de Kawase a su abuela que la crió. Con primerísimos primeros planos de fragmentos de un cuerpo arrugado por la cantidad de años que posee esa masa de piel sin carne, pareciera que la directora le estuviera pasando alguna factura a su pobre abuela, una anciana con demencia senil a la filma en su etapa final de la vida.
Hay una tendencia dentro del cine argentino realizado por directoras oriundas de distintas provincias, Lucrecia Martel, Celina Murga, Anahí Berneri, en la cual se plasma la vida en el interior del país en contraposición a un cine más urbano. Películas donde no prepondera la acción ni los planos cortos, sino las tomas largas, los primeros planos, y el registro de paisajes bucólicos, de la amplitud de la llanura, del silencio de la siesta por la tarde, también de idiosincrasias locales, de revelar cierto costumbrismo, el machismo pueblerino, y de mostrar las distintas relaciones de clase dentro de cada provincia o localidad.
Con el pretexto de una investigación histórica de estudiantes de comunicación social sobre el diario chileno El Mercurio, dirigido a través de su historia por varias generaciones de dueños llamados Agustín Edwards, Ignacio Agüero compone un documental con material de archivo y entrevistas a directivos del periódico, que supone un valiente documento sobre el papel de la prensa durante la dictadura en el país cordillerano.
Los documentales de Frenkel son gratamente esperados en el Bafici: Buscando a Reynols (Bafici 2004); Construcción de una ciudad (Bafici 2008) y Amateur (Bafici 2011).
Excesiva, delirante, filosa, bizarra, crítica, paródica y con una alta dosis de humor se define la película de animación mexicana El Santos vs. La Tetona Mendoza, basada en el comic creado por José Ignacio Solórzano (Jis) y Trino Camacho.
Elena (Kia Davis) es una joven recién recibida de enfermera. Somos testigos de su última práctica en el hospital. Consigue trabajo en una casa de familia, con cama adentro, para cuidar a una anciana. Pero nada es lo que parece a simple vista. La familia está compuesta por un matrimonio que es completamente disfuncional, ella es neurótica y su esposo hace la suya. Le importa solo su trabajo y el bienestar de su madre. Elena se deberá adaptar a las modalidades de un familia muy distinta a ella, que desea incluirla y hacerla parte de su vida.
Tanta expectativa se había creado en el Bafici por esta película, que todavía no entiendo por qué. La historia de una joven que teme estar embarazada y huye a cobijarse en el hogar de una familia que se está deshaciendo puede dar para componer un universo adolescente y adulto rico en posibilidades y matices. Pero Porterfield prefiere dejar correr la grabación en los momentos de ocio, de traslado, es decir, en las acciones que deberían ser elipsis en cualquier relato convencional.
A quienes crecimos escuchando a Virus, una banda de rock argentino que se inició en 1981, Imágenes paganas resulta un buen y merecido homenaje y, por qué no, una oportunidad para las nuevas generaciones de descubrir a una banda emblemática. Oriundos de la ciudad de La Plata, donde hicieron su debut como banda, prontamente lograron forjar una carrera ascendente, consolidándose como uno de los grandes referentes del rock nacional.
Joven y alocada había ganado el premio al mejor guión en la competencia internacional de Sundance antes de ser galardonada como mejor largometraje de la sección Vanguardia y Género del Bafici. Fue producida por Pablo y Juan de Dios Larraín, realizadores de películas sobre temas controversiales en Chile como Tony Manero (2008) y la nominada al Oscar
Dentro de una de las secciones que reúne a los cineastas más importantes y destacados, como es Panorama, se presentó el film póstumo de uno de los grandes maestros del cine chileno, Raúl Ruiz (1941-2011). Autor de obras maravillosas como Tres tristes tigres (1968), La vocación suspendida (1977), El territorio (1981), El tiempo recobrado (1998) y Misterios de Lisboa (2010), entre tantas.
En una nueva edición del 15º Bafici, el cine argentino ocupó un lugar preponderante dentro de la programación. Uno de sus representantes, el cineasta, guionista y dramaturgo cordobés Santiago Loza participó del festival, como lo hiciera años anteriores con Extraño (2003), ganadora del premio a la mejor película en los festivales de Rotterdam y 3° Bafici; Ártico (2008); Rosa Patria (2009), premio especial del jurado en 9° Bafici, y Los Labios (2010), codirigida junto a Ivan Fund, que recibió el premio a la mejor dirección en el 10º Bafici. Su prolífera y premiada carrera da cuenta del lugar que supo ganarse dentro del cine nacional.
Y en ese camino de búsqueda, Liso no está solo. Se reencuentra con quienes forman parte de su universo, de ese entretejido que lo formó: su abuela, a quien visita a menudo y saca a pasear en su moto, cuidándola con el cariño de un nieto dedicado; Sonia, el ama de llaves de origen boliviano, que vive en su casa y con quien tiene un sólido y cálido vínculo; su madre, una solitaria mujer que se dedica al jardín, a la pintura, al cuidado de su imagen y a darle amor a ese hijo que trata como si fuera un niño; una ex novia que lo rechaza y un padre ocupado en su trabajo, que trata de encaminarlo a través de condicionamientos sociales (le da plata, le aconseja que se acueste con alguien, pretende que trabaje, etc.) pero desde un lugar rígido y poco comprensivo.
Párrafo aparte se merece el personaje de Sonia en la vida de esa familia. Ella, al igual que el resto, busca su lugar de pertenencia. Desea irse a Bolivia porque extraña su tierra, sus afectos, y Liso comprende esa necesidad de insatisfacción que ella le transmite en relación al peso de su cultura, a seguir conservando sus raíces, temiendo perderlas en caso de seguir viviendo en otro lugar. Y en la película hay un intercambio cultural y de respeto a las tradiciones, se mezclan también las clases sociales con una grata apertura. Es muy reveladora la escena del baile tradicional de la comunidad boliviana, donde baila la hija de Sonia y a la que asisten Liso y su madre. Sin más, el título alude a la capital de Bolivia: La Paz.
Leones, la ganadora del Premio Especial del Jurado del Bafici y que fue estrenada en el Festival de Venecia en 2012, es una película de características experimentales que consta de diecinueve planos secuencias. Se destaca por el uso de la steadycam y otras técnicas en la fotografía de Matías Mesa, camarógrafo de
Hacer que el espectador sepa más que los cinco jóvenes, lo cual es un lugar común del cine genérico para crear suspenso, tiene también otra vuelta de tuerca en Leones. La cámara de Mesa es más sensible para captar el tiempo del bosque que la muchacha que presiente y descubre cosas, y que se sumerge en reflexiones que la alejan de los demás. Es a través de la cámara que el tiempo se hace perceptible, por ejemplo, en un paneo circular que evoca
Si algo empaña Leones es el exceso de citas, y que muchas de ellas sean demasiado evidentes. Es un problema en relación con la manera como se trata de hacer que el espectador perciba el tiempo del bosque. Las referencias pueden distraer a los sentidos, al poner a trabajar la mente en el divertimiento de reconocer las películas y textos que se van trayendo a colación, de manera similar a como los personajes se entretienen con juegos de palabras. Pero la combinación de lo experimental serio con un género de adolescentes es la fortaleza del filme.


Mapa es el primer largometraje de Elías León Siminiani, un realizador que se había destacado hasta ahora por cortos como el íntimo y reflexivo Límites (1° persona) (2009), y los cuatro videoensayos de estilo expositivo y humor sutil de la serie Conceptos claves del mundo moderno (1998-2009). Estos cinco filmes pueden verse en Internet.
Los accidentes de centrales nucleares como fueron Chernobil (1986) en Ucrania y más recientemente en Fukushima (2011), Japón, son considerados como los dos mayores desastres medioambientales sufridos en el mundo. Las consecuencias de la radiación sobre las zonas afectadas fueron y seguirán siendo devastadoras para todo ser vivo.
El comienzo de Miramar parece situarnos en un terreno similar al de la novela The Buenos Aires Affair (1973), del escritor (cinéfilo) argentino Manuel Puig. Lo primero es un par de planos del mar, seguido de una sucesión de imágenes de un cálido ambiente familiar. En el interior del confortable hogar, el tedio reprimido de un triángulo familiar conformado por padre, madre e hijo. Bressane sonoriza esta escena de un modo atípico: al plano correspondiente a cada integrante de esta familia le superpone una pista de audio que reproduce diálogos cinematográficos del Hollywood del período clásico. Uno de esos diálogos corresponde a Más corazón que odio / Centauros del desierto (The Searchers, de John Ford, 1956), con la inconfundible voz de John Wayne representando a su emblemático Ethan Edwards, quizás anticipando la inminente emancipación del joven protagonista de Miramar, o tal vez ilustrando la no pertenencia del cineasta brasileño Júlio Bressane a algún territorio reconocible del mapa cinematográfico. Luego el joven Miramar recibe de parte de sus padres un pasaje aéreo para que abandone el hogar y salga a recorrer el mundo. En su ausencia, los padres trascienden el marco restrictivo del pudor familiar para entregarse al más puro frenesí sexual, excesos que derivan en la muerte de ambos. Ajeno a todo esto, Miramar afronta su educación sentimental y cinematográfica munido de una cámara de 16 mm, relacionándose con el mundo, buscando y dando forma a su propia mirada.
Uno de los focos del Festival estuvo dedicado al joven cineasta y documentalista español, Lois Patiño (Vigo, 1983).
Un policial erótico dentro del cine argentino y realizado por una mujer, Tamae Garreguy, es algo netamente novedoso para el Bafici y para la gran pantalla. Precisamente por eso, Mujer lobo es una grata sorpresa que compite dentro de la nueva sección que se inaugura éste año: Vanguardia y Género.


Un suizo y un ruso son los autores de este documental que registra los pormenores de un plató de filmación en Rusia. Al frente de un ejército de actores, utileros, escenógrafos y extras está Yurkevich Aleksei German, el último de una generación de directores que han pasado por los severos filtros de la Unión Soviética. Autor de cinco films, tres de ellos censurados por la Perestroika, las películas de German son extensas y han sido calificadas de bodrios o de maravillosas experiencias. Han estado en la mesa de debate de los jurados de prestigiosos festivales y han pasado de largo para la mayoría de las salas de exhibición.
Derivación de la ópera prima del director, Te creís la más linda (pero erís la más puta), donde se nos cuenta la historia de uno de sus personajes secundarios, Cristóbal. Un hombre de unos cuarenta años, recién separado de su esposa, en conflicto con su hijo, no logra encontrar una salida a su crisis existencial.
A primera vista, Starlet da la impresión de ser una película mucho más apropiada para programar en una edición del festival de Sundance que para una del Bafici. Todo en ella reluce como superficie pulida para paladares indies, con todo lo bueno y lo malo del asunto. Pero por suerte la película se anima a trascender un poco (tampoco tanto) los rígidos parámetros de confección del cine independiente norteamericano de las últimas dos décadas, trocando sordidez por un relato que apuesta mucho más al altruismo, sin cargar las tintas en aspectos redentores y apostando por un tono más ligero y luminoso.
La cámara sobre el asfalto, una mujer atraviesa la ruta y se detiene a la vera del camino. Dice estar vestida con la blusa de su madre, el cinturón de su padre y los zapatos que le ha regalado su tío. La falda negra flota al viento mostrando unas piernas bien plantadas, mientras en off escuchamos decir que cuando se entiende que las cosas no son como parecen (la cámara panea a unas, más adelante, significativas flores blancas con pintitas rojas) se es libre, y que cuando se es libre, se ha crecido.
Es cierto que en el filme hay trazos del cine de Alfred Hitchcock, también que existe la obsesiva idea de la venganza típica de Park Chan-wook. Stoker nos regala un poco más de una hora y media en que la atención no se distrae, no sólo siguiendo los pormenores de la trama, que son finamente escamoteados apelando a la participación activa del espectador, sino por la belleza de su composición y por la permanencia de un estilo que camina al borde de una oscuridad atemorizante.
En esta primera película del director coreano en Occidente, podemos decir que hay una suave estilización de su estilo habitual, quizá debido a la influencia de dos de sus colaboradores: Chung-hoon Chung en la fotografía y el músico predilecto de Peter Greenaway, Philip Glass. Escenas como la de India acostada en la cama, tomada en plano cenital y rodeada de dieciséis cajas de zapatos idénticos pero de diferente tamaño, ordenados de mayor a menor, para mostrarnos una continuidad en su crecimiento y la obsesión de un familiar que insiste en regalar cada año el mismo tipo de presente, dice más que mil palabras. Como esta, cada escena es polisémica. El juego al que se nos invita es al de descubrir cuántas pistas hay escondidas en los diálogos, en la escenografía, en la atmósfera del lugar, en los hechos y hasta en las miradas. Todo cobra significado.
Stoker está lleno de sugerentes repeticiones que van cobrando nuevos sentidos en su evolución iterativa. En esa construcción casi circular, como el vuelo del buitre, alrededor de su presa, Park Chan-wook va enredándonos en una historia que va cambiando de colores, como si fuera un camaleón. Lo que era una apariencia se va transformando en certeza y de ésta, se pasa a una nueva lectura de la historia que va encadenándose hasta el literal desbarranque final.
Alberto es separado y tiene dos hijos, un niño y una adolescente con los cuales no vive. Por la mañana los pasa a buscar para llevarlos una semana de vacaciones. El destino: un complejo turístico en las termas de Arapey cerca de Salto, Uruguay. Los tres solos emprenderán un viaje donde el silencio o el escaso diálogo parecen diagnosticar una convivencia que no será nada fácil. El pronóstico no ayuda, llueve todos los días. El agua abunda. Tanta agua. ¿Qué hace un padre para entretener a sus hijos? ¿Cómo conciliar los deseos de cada uno? Sin embargo, nada es lo que parece a simple vista y todo podría transformarse en una nueva oportunidad para cada uno de ellos como familia.
Tchoupitoulas es el nombre indígena con que se ha denominado una calle de Nueva Orleans que corre paralela al río Misisipi. Históricamente, estuvo dedicada al comercio fluvial, por lo que abundan grandes depósitos que desde hace un tiempo se han ido convirtiendo en locales comerciales más pequeños: restaurantes, discotecas y pubs, donde habita una fauna variopinta. La calle, de noche, se viste de fiesta, se ilumina en tonos rojizos y ofrece un paisaje poblado de gentes de todo tipo en un clima de algarabía al comienzo de la noche para convertirse en otro diferente por la madrugada, cuando irrumpe el personal de limpieza que le dará una lavada de cara a la calle, en el intento de borrar las huellas del desmadre nocturno.
Hay una aclaración con respecto a las historias que narra Hong Sang-soo: la mayoría de sus filmes se parecen, se construyen más o menos con algunas variantes pero con la misma estructura. Se reiteran las escenas (una misma acción se muestra desde un personaje, y luego desde otro); se repite la actividad de su protagonista principal (en general son cineastas o intelectuales, siempre jóvenes); las acciones cotidianas que estos realizan (ir a beber mucho, comer, charlar y tener sexo), como así también las posiciones de cámara que utiliza en determinadas escenas (plano fijo y general con la cámara a un metro del piso cuando se trata de una conversación en un restaurante, por ejemplo). Su cine parece una extensa película dividida en distintos episodios.
Los festivales aportan al espectador cinéfilo y deseoso de hallar nuevos talentos, la oportunidad de explorar nuevas cinematografías no incluidas dentro del circuito comercial. El foco que se dedicó en Bafici a la filmografía del cineasta coreano Hong Sang-soo es una muestra de ello.