Guionista, profesora y escritora de libros (entre ellos, Nunca mientas a un idiota, análisis del oficio de escribir para el cine), Alicia Luna es una de las figuras más interesantes (y, ¿por qué no?, importantes) del cine español contemporáneo. Como repite en sus clases, el objetivo del guionista es muy simple, ya que la claridad lo es todo: escribir un guion significa escribir una historia que funcione, que atrape al espectador (y al productor, por supuesto).

Alicia Luna nace en Madrid, en 1962. Su primer guion cinematográfico, Pídele cuentas al rey (1999), es galardonado en el Film Festival de Valladolid, mientras que en 2004 su Te doy mis ojos es premiado con un Goya. Es directora de la Escuela de Guión de Madrid y presidenta de la Fundación Lydia Cacho.

Alicia, ¿podrías decirnos cómo has acabado escribiendo guiones? Es una profesión que podría parecer bastante rara para los que no conocen bien cómo se crea una película, ya que cuando se habla de cine, normalmente, se habla de directores y actores, hasta, en algunos casos, de productores, pero casi nunca de guionistas.

Siempre me gustó escribir, desde muy niña, y a la vez también siempre me fascinó el cine y lo que contaba y cómo lo contaban. Aprender a escribir guion llegó a mi vida de una manera casual, cuando iba a escoger otro tipo de enseñanza para profesionalizarme tras mis estudios universitarios, entre la lista de cursos que podía escoger, había uno de guion. No dejé escapar la oportunidad.

En cuanto a los guionistas, ¿cuál es el momento más importante que os lleva a decir que habéis llegado a un buen resultado y que podéis empezar a escribir? ¿Es cuando ya tenéis listos todos los eventos que van a acontecer, o cuándo acabáis de crear unos personajes interesantes? Dicho de otra manera, ¿es más importante la acción (creo personajes según lo que acontece) o la psique (creo eventos en relación a lo que representan mis personajes)?

Se escriben muchas versiones de guion. Hay tres momentos fundamentales: cuando estás convencida de que la escaleta, el esquema, de la historia funciona estructuralmente y los personajes son verosímiles y transmiten lo que les pasa; cuando has acabado una de las muchas versiones y crees que ya la puedes dar a leer a asesores para que analicen lo que acabas de finalizar; cuando ya has hecho nuevas correcciones, has quitado lo que sobra, creado lo que falta y estás casi segura de que ya se puede entregar. Pero en realidad una nunca está segura de que el guion sea redondo.

Terminar de escribir un guion es una tarea casi imposible. El guionista, efectivamente, después de corregirla una y más veces le entrega al director y a los productores su obra, sabiendo bien que ellos podrán cambiar algunas partes. ¿Crees que este necesario desarrollo en la creación de una película le pone al guionista en una situación de simple medio (como si fuera un objeto), o en realidad tendríamos que darle una mayor importancia en lo que se refiere al producto final?

El guionista es importante en la creación de la película. Es el inicio, sin guion no hay película.

Una pregunta de carácter más académico. ¿Crees que para que alcancemos el éxito en cine solo es necesario tener talento o se trata de practicar y practicar, hasta tener todos los conocimientos que la experiencia nos puede otorgar?

Se puede tener mucho talento para estructurar dramas y además ser muy creativo. Esa es la fórmula perfecta. Pero muchas personas carecen de alguna de ellas, entonces la práctica y el estudio de cómo se escribe un guion es muy útil. Pero sobre todas las cosas hay que ser capaz de escribir muy bien. El guion es una literatura muy concisa. Sobran los adornos y florituras.

Con La boda de Rosa, tu último guion, vuelves a trabajar con Icíar Bollaín, después de Te doy mis ojos, y otra vez estamos ante una protagonista femenina. En ambas obras se nota cómo en la historia surge la necesidad de un cambio radical, de salir de una situación en la que los personajes ya no pueden vivir. ¿Crees que se trata de un tema no solo universal, sino fundamental en nuestra sociedad?

Es un tema que le ocurre a mucha gente, hombres y mujeres, pero es cierto que más a mujeres, porque nosotras somos ancestralmente las cuidadoras. Es un estigma. Claro que hay hombres cuidadores, pero muchos menos. Por eso La boda de Rosa afecta mucho a mujeres pero también a hombres. Es una historia que nos enseña a ponerle freno a la vida impuesta y no a la elegida. ¿Somos plenamente conscientes de que la vida que estamos viviendo es la que queremos vivir, o es la vida que otros han escogido para que ellos estén mejor?

¿Hay diferencia entre la mirada femenina y la masculina? Me refiero al acto creador, a la importancia que podría tener el género en el caso de los guionistas y de los directores.

Sí hay diferencias. Las mujeres tenemos mayor capacidad de ver los detalles, tenemos más agudeza para los sentimientos aparentemente más pequeños, pero que como el aleteo de la mariposa pueden mover el mundo. Los hombres tienen una mirada más global del todo. Pero esto que acabo de decir es una generalidad. Lo válido son las excepciones. Hay grandes mujeres y grandes hombres con la suficiente capacidad para contar lo grande y lo pequeño. Pero por ejemplo, Katherine Bigelow en una historia de guerra era capaz de contar como un hombre podía desactivar la bomba más peligrosa del mundo para salvar cientos de vidas desactivando el único cable posible, pero no era capaz de encontrar la caja de cornflakes que desayunaba su familia en una estantería de una tienda. ¿Cuánto cuenta ese detalle? Mucho, ¿no?

 

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Escribir guiones significa empezar con la creación de una obra cinematográfica. Sin la palabra escrita, sin aquellas hojas sobre las cuales se ponen los diálogos y las descripciones que decidirán qué tipo de historia se va contando, resultaría imposible (o casi) proceder en el camino que va desde una idea abstracta (¿qué pasaría si…?) a aquella serie de imágenes en movimiento que se nos presentan en la pantalla (grande o pequeña, da lo mismo). Sin embargo, no basta con saber escribir, acción esta que aprendemos en los primeros años de escuela, cuando nos enseñan a juntar unos garabatos (así los ve el ojo infantil) con unos sonidos específicos. Para poder escribir guiones es necesario interiorizar las reglas del juego, y si queremos que nuestros productos sean buenos, será entonces necesario profundizar más y obtener aquellos detalles que dividen lo excelente de lo banal.

El libro de Alicia Luna (guionista española, conocida por Te doy mis ojos, profesora de la Escuela de Guion de Madrid) nos pone ante una lectura interesante de la estructura creativa de quién escribe películas: ¿quién es el guionista, nos dice Alicia, sino un jugador de póquer? Y, ¿quiénes son los espectadores, sino otras personas a las que queremos ganar? Se conduce así un partido en el cual tiene que confluir toda nuestra destreza a la hora de armar un conjunto de movimientos y de estrategias que nos llevarán al resultado esperado, aquel tipo de victoria que nos permite decir que hemos estado jugando bien, previendo lo que los otros harían. El póquer, entonces, se define no tanto en su calidad de juego (una situación en la que se pone de manifiesto el homo ludens) sino sobre todo –pero no exclusivamente– en su mezcla de estrategia y fortuna.

El concepto de ganar, de lograr una victoria, se revela así en tanto necesidad de un camino que se mueve de la idea inicial (sentarse a la mesa) al producto final (cuando los otros jugadores se ven vencidos por nuestra inteligencia). Se trata de un conjunto de acciones que se basan en el reconocimiento de la lógica que estaría en la base del juego. No sabemos qué tienen en sus manos nuestros adversarios, pero tampoco ellos lo saben de las nuestras; para ser un buen jugador (guionista) es necesario conocer la psicología de los otros, de los que están alrededor de nuestra misma mesa, entrar en su mente, analizarlos, descubrir cómo actúan y así lograr actuar antes de que ellos mismos se den cuenta de lo que nosotros vamos a hacer.

Una lectura que podría parecer veloz, entonces, pero que, como en el pequeño libro de Mamet Los tres usos de un cuchillo, esconde, en su aparente simplicidad, una estructura más compleja que nos permite acceder a una mirada lógica en lo que se refiere al proceso creativo del guionista. Un libro que se puede leer sea como ayuda para mejorar nuestras habilidades, sea en tanto modalidad de acceso a una mejor comprensión del acto de escritura fílmica.

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