Esta vez crítico y espectador están de acuerdo. La película se alzó con el premio del público en el Festival Internacional de Cinema Gai i Lèsbic de Barcelona. Shank significa en slang puñalada o navajazo. Y con la rabiosa violencia con la que se realiza dicha acción, se presenta un largometraje contundente y pretendidamente controvertido. Estamos ante un film que se arroja frontalmente a la audiencia desde sus inicios. Se abre con una paliza por parte de tres jóvenes a una víctima que aparece indefinida y borrosa, ensangrentada, en el suelo. El motivo de que se nos muestre la imagen mediante una figuración difusa e inestable se debe a que la veamos desde la pantalla de un móvil de uno de los agresores. La agresión está siendo grabada por ellos mismos. Un inicio perturbador nos conduce a una secuencia inestable, apresurada e impetuosa en la que somos testigos de una escena sexual de cruising. El sexo clandestino y frenético avivado por la excitación de los dos jóvenes en una situación de riesgo, acaba también con un broche de violencia. Uno de los amantes con saña y rabia golpea al otro después de realizar el acto.
No son secuencias baladíes. No solo se posiciona al espectador ante las fluctuaciones estéticas y tensionales de un largometraje que se pretende impactante y donde se suma una explicitud límite en las escenas sexuales. Sino que además, se nos presenta a los personajes principales del largometraje en la desvirtuada y acelerada visión en la que los cuerpos son presentados como magmas que impiden el reconocimiento lineal de la figura humana. Por lo que hay una caracterización nublada y abrupta que a la vez se sirve del mejor indicador visual para conocer unas personalidades en continua alteración.
Así conoceremos a Cal (Wayne Virgo), apolíneo adolescente que oculta su homosexualidad a sus compinches de la banda, Jonno (Tom Bott) y Nessa (Alice Payne). Una nueva acometida sin sentido hacia un joven francés amanerado (Olivier) que se encuentran casualmente, hará que Cal, esta vez, interceda a favor de la víctima provocando el enfrentamiento entre él y sus dos amigos de infancia. La necesaria huida de Cal de su entorno más inmediato, le hará refugiarse bajo el paraguas de Olivier (Marc Laurent), conociendo así un mundo nuevo que se despliega ante sus ojos. El desenlace se avispa con consecuencias fútiles ya que Jonno y Nessa no cesarán en darle caza una vez que descubran su homosexualidad.
El entorno urbano de Bristol, ciudad donde se sitúa la acción, con su luz encapotada y sus fábricas y paredes graffiteadas, responde a una iconografía visual contemporánea que da textura anímica a un relato que muestra los demonios que fluctúan en ebullición bajo el manto de una sociedad conservadora como la británica.
Y es que Shank es hija de su tiempo y como tal responde a tensiones vitales que emergen en las urbes donde la violencia vicia, deconstruye y trastorna nuestro futuro personificado en la adolescencia.
Bernie Hodges comentó en la presentación de la película, cómo aún hoy, resulta difícil ser gay. El nihilismo descorazonado y amoral que muestran Jonno y Nessa es alimentado por unos traumas que impiden emerger en ellos una existencia en la que puedan reconocerse. Las fracturas emocionales que se irán desplegando a lo largo del largometraje en clave de psicodrama enquistan la emergencia de una personalidad estabilizada. El vacío y el vértigo que él provoca, produce la negación de los sentimientos y de las pulsiones sexuales conllevando a una irracionalidad cargada de rabia y frustración. Jonno y Nessa solo saben responder a esa oquedad que les obstruye y paraliza mediante virulencia y agresividad. Están pidiendo a gritos salir de una situación de bloqueo emocional de la que nadie les ha ayudado a salir. Y que además ha sido retroalimentada mediante los malogros de sus amigos, creándose entre ellos un círculo vicioso. No estamos dejando crecer de forma sana a nuestros jóvenes, cuando todavía para ellos, el sentimiento homosexual que anide en su interior sea una problemática y no un pleno reconocimiento de su ser.
Shank pone el aviso sobre ello. En 2009, en determinados entornos degradados, pueden provocarse situaciones conflictivas como las que se dramatizan en el film. Y para ello, Simon Pearce nos presenta el largometraje como un ecosistema cerrado y compacto en el que todos los elementos y personajes aparecen interrelacionados, adoptándose la figura geométrica perfecta: el círculo. Así, inicio y final se confrontan en un espejo a través de una estructura circular dotada de un centro gravitatorio: Cal, como objeto de deseo de los personajes principales y como (involuntario) ángel exterminador que desencadena la espiral de violencia.
Estamos además ante un ensamblaje que late a ritmo de drum ‘n' bass y rap, manifestaciones musicales que expresan el alucinaje de la vida urbana juvenil, la dureza de la calles y el ritmo hiperrevolucionado de una vida inestable en continuo movimiento sincopado. Somos asimismo, testigos activos de una sociedad mestiza en la que convivimos con multiplicidad de pantallas. Y con ello, estamos expuestos al peligro de que dichos mediadores electrónicos acaben suplantando nuestra noción de lo real por una simulación hiperrealista. De esta manera, nuestra sensación experiencial acaba intercedida y por tanto hipertrofiada. Así, Cal pedirá en sus citas a ciegas ser grabado desde su móvil mientras le penetran, para después masturbarse viendo dichas grabaciones en la soledad de su casa. De esta manera, Shank se nutre de pantallas bastardas como las del móvil, integrando dicho dispositivo tecnológico no solo como signo indicial de nuestro tiempo, sino además como recurso con plena funcionalidad narrativa.
Y es que si la banda sonora se nutre de una fuente musical que tuvo su eclosión en los años 90, y donde recordemos que Bristol fue una de las cunas del drum ‘n'bass, Simon Pearce dotará a su film de una expresión visual vinculada al cine digital, tal como se entendía en la década pasada. Se rompen las líneas rectas del encuadre para pasar a una movilidad febril de la cámara en mano, donde el montaje realiza una disgregación de imágenes que manifiestan una condición movediza acorde con el sentir crispado e iracundo de sus personajes. Ello nos lleva a que Shank también responda a una de las grandes líneas de reflexión del cine contemporáneo: el cuerpo y su representación ficcional en la pantalla. Unos cuerpos emborronados pero que además aparecen carnales, materia erótica en su contundente presencia.
Porque la película exuda una evidente emulsión erótica ante el torso de unos cuerpos masculinos que en su zarandeo, rezuman sexualidad y pulsión desenfrenada. Estamos ante una fulgurante belleza masculina que hace despertar perturbadoras pasiones en los personajes y en el espectador. Hay, por ello una continua e intencionada voluntad de excitar y agitar al espectador ante un largometraje carnal y explosivo en su combinación letal de sexualidad y violencia.
Película, en definitiva, valiente, explícita, excesiva y dura, que abusa de un tremendismo en situaciones que a veces chirrían en su verosimilitud, pero donde Simon Pearce saber tomarle el pulso a la homofobia en la adolescencia y adentrarse en sus raíces causales.