Regreso a Pic Saint Loup

El último verano

36 vues du Pic Saint-Loup. Jacques Rivette, Francia, 2009

Por  Joaquín Juan Penalva

El último veranoLos nombres de Jacques Rivette y Jane Birkin evocan un cine de otros tiempos, de otra época, ahora felizmente rejuvenecido gracias al estreno de El último verano, un título sugerente que no se corresponde, ni mucho menos, con el original, 36 vues du Pic Saint‑Loup. El hecho de que Jacques Rivette (o Alain Resnais, o Manuel de Oliveira...) estrene un largometraje supone todo un lujo para un espectador actual, pues el director francés es una leyenda viva del séptimo arte, uno de los miembros del núcleo original de Cahiers du cinéma y de la Nouvelle Vague.

 A veces, damos por supuesto que los últimos estrenos de los grandes maestros son solo películas crepusculares, pálidos reflejos de una filmografía brillante, pero cada film, por modesto o pequeño que parezca, merece su espacio crítico, su reflexión, porque, en cierto modo, reescribe toda la obra anterior del cineasta y permite contemplarla bajo una nueva luz. Si hay algo que llame la atención de El último verano es que se trata de un cine diferente, completamente distinto al que estamos acostumbrados a ver; y es que, a pesar de los años transcurridos, Rivette sigue siendo ese genial rebelde en búsqueda constante, que no se doblega ante la industria, sino que continúa peleando por el arte, aunque parezca tener la batalla perdida (como la tienen perdida los componentes de ese circo ambulante que sale en la película). Así, encontramos en esta nueva entrega algunos de los rasgos característicos de su obra, como la preponderancia de los planos medios y, sobre todo, largos frente a los planos cortos. Del mismo modo, Rivette subraya en esta película las relaciones entre el teatro y el cine, que él consideraba tan estrechas, y, para ello, ambienta toda la acción en el mundo del circo, donde, al igual que en el teatro, la puesta en escena resulta fundamental.

El último veranoEn la primera secuencia ya queda enmarcado el espacio geográfico en el que va a desarrollarse prácticamente toda la acción, la región de Languedoc‑Roussillon, al sur de Francia, concretamente en las inmediaciones del Pic Saint‑Loup, el mismo lugar donde Rivette rodó La bella mentirosa (La belle noiseuse, 1991), también con Jane Birkin como protagonista. En esta ocasión, Kate (Birkin) aparece por primera vez en mitad de la carretera, con el coche averiado; ve acercarse a un Porsche pero, a pesar de sus señales, el coche no se detiene y pasa de largo; inmediatamente, el vehículo da la vuelta y regresa, y su ocupante, Vittorio (Sergio Castellitto), sin pronunciar una palabra ("uno se vuelve mudo cuando viaja solo", dirá después), le arregla el coche y sigue su camino. Esta escena es crucial para la película, pues actúa a modo de incidente desencadenante. A partir de ese momento, Vittorio, un acomodado empresario milanés que se dirige por carretera a Barcelona, donde le esperan importantes negocios, detiene por unos días su vida y se interesa por la de Kate.

El mundo al que pertenece Kate es el de un circo ambulante de provincias, al que acaba de regresar tras quince años deEl último verano ausencia, justo después de la muerte de su padre, para hacerse cargo de la troupe. Vittorio irrumpe en ese espacio cerrado que es la compañía circense y logra, poco a poco, la confianza de uno de los payasos, Alexandre (André Marcon), y una relación algo distante con Kate. Vittorio descubre en la vida de Kate un fantasma del pasado del que todavía no ha conseguido liberarse, pero él, que ha asumido el papel de príncipe azul o caballero andante, está dispuesto a librar a la dama de tan pesado lastre. Aunque El último verano cuenta con todos los elementos propios de una comedia romántica, Rivette no cae en los estereotipos y sigue fiel a una forma experimental de hacer cine, que queda puesta de manifiesto en dos momentos: cuando los miembros de la compañía hablan sobre una tarima y las luces van cambiando, como si estuvieran en un escenario; y cuando, hacia el final de la cinta, todos los personajes salen de la carpa y saludan a un imaginario público (nosotros), como si se despidieran tras una función.

El último veranoEl mundo del circo va cobrando importancia a lo largo de la película. Cada tarde, los miembros de la troupe dan una función para un público exiguo y distante, que no ríe las bromas ni aplaude las acrobacias. Es un mundo, el del circo, que va languideciendo, que va extinguiéndose (¿no será, acaso, un trasunto del cine?), pero que no se resigna a desaparecer del todo, aunque se encuentre arrinconado en pequeños pueblos. Cada noche, vuelve a brillar la magia del mayor espectáculo del mundo bajo la carpa, ese microcosmos en el que cada uno conoce su oficio sobre la pista. El circo tiene su lógica, pero no ocurre lo mismo con la vida.

El último veranoEl payaso Rom es quien mejor conoce los entresijos de ese mundo y se los explica a Vittorio, su confidente ("el maquillaje lo es todo"; "un payaso es un poco de todo, mucho de nada"). Su número de entrada, en el que se verá obligado a actuar Vittorio a causa de un imprevisto, sirve para pautar el tiempo interno de la narración, ya que asistimos a distintos momentos del mismo -sin verlo nunca completo, pues también lo fragmentario tiene su importancia en la película- en tiempos y lugares diferentes.

En realidad, El último verano es una fábula en la que el caballero andante desciende de su Porsche y ayuda a una dama. Como telón de fondo, el circo de siempre agoniza en los alrededores de Pic Saint‑Loup. Al cabo, como afirma Vittorio, "todos los dragones de nuestra vida son, quizás, princesas que piden ser liberadas".

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