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Villa Amalia

Benoît Jacquot, Francia-Suiza, 2009

Por Arantxa Acosta

A veces es necesario tocar fondo. A veces el hecho que lo provoca es insignificante. Un simple acto, algo que ves, que en cualquier otro momento de tu vida no hubiese supuesto romper con todo, pero que ahora es la gota que colma el vaso. Dejar una vida superficial, llena de éxito y melancolía, para encontrarse a sí mismo y ser, por fin, feliz. Esto es lo que consigue Isabelle Huppert, Ann, en Villa Amalia.

Una noche lluviosa, Ann descubre que su novio, con el que ha estado conviviendo durante quince años, la engaña. En el mismo Villa Amaliamomento, y aún turbada por todo lo que supone lo que acaba de ver, se encuentra con George, un antiguo amigo de la infancia, al que apenas recordaba. Este instante será el punto de inflexión que marcará el resto de su vida: bruscamente, decidirá no continuar con su novio, vender el piso, dejar su exitoso trabajo como pianista, cancelar sus cuentas bancarias, tirar el móvil... desaparecer. Para todos, para ella misma. Viajará hasta encontrar, ya en Italia, Villa Amalia, una pequeña casa escondida en lo alto de una montaña, con vistas al interminable mar.

Villa Amalia consigue transportarnos al mundo interior de su protagonista, a vivir sus experiencias, a experimentar su libertad. Cortar de raíz, ¿es valentía o cobardía? ¿Seríamos todos capaces de hacerlo, o nuestro miedo a ser rechazados socialmente nos lo impediría?

Nos iniciamos en su viaje como meros espectadores que observamos desde la distancia a esta mujer que parece ha perdido la cabeza. De un entorno hostil, oscuro, pequeño, que no la deja respirar, pasará a estar en lugares abiertos, luminosos, tranquilos. Poco a poco, gracias a unos primerísimos planos, Benoît Jacquot conseguirá que tengamos la sensación de metemos literalmente en la cabeza de la protagonista, oímos las melodías que está componiendo y que reproduce en su mente, sin necesidad de tener un piano cerca.... y, finalmente, vemos a través de sus ojos: ese mar, tan azul, tan luminoso, que consigue que dejemos la mente en blanco, poniendo a un lado todas las preocupaciones que nos han hecho llegar hasta allí.

Villa AmaliaVilla Amalia es, entonces, la búsqueda de uno mismo. Nos demuestra que la soledad no tiene por qué ser mala, sino un vehículo necesario. Es la representación clara para hacernos ver que una persona, si quiere saber realmente quién es, tiene que despojarse de todo lo que la une a su pasado, tanto material como emocionalmente, e irse transformando (lo vemos cada vez que cambia y tira su ropa, se corta el pelo, se atreve a mantener una relación con otra mujer) hasta convertirse en lo que ha estado buscando toda su vida, sin saberlo.

La historia de Ann (basada en la novela de Pascal Quignard, famoso por su "Todas las mañanas del mundo") le ha servido a Jacquot para volver a retratar en sus films a personajes femeninos desesperados, sin rumbo claro dentro de una sociedad que, por contra, nos encorseta y guía. Así, por ejemplo, es curioso cómo consigue hacernos ver los traumas de esta mujer que, aunque parezca muy segura de sí misma y sepa en todo momento lo que quiere hacer, a dónde quiere ir (la observamos caminar con decisión en todas sus escenas, siempre hacía adelante, sin parar), no nos engaña: conocemos sus inquietudes, su angustia, a través de la música que toca, que compone y repite en su cabeza. Música estridente, con cambios bruscos, que desentonan con la imagen sonriente y despreocupada que intenta transmitir a los demás. Sabemos que lo está pasando mal por su forma de despertarse, en mitad de la noche y empadada en sudor, sin motivo aparente.

Y es que, de una forma muy sutil, nos damos cuenta de que el trauma de Ann reside en el resentimiento que siente hacia los Villa Amaliahombres. Su padre, al abandonarla cuando aún era una niña, su novio, tras tantos años juntos. Incluso su hermano, al morir con sólo tres años... todos ellos la traicionaron, dejándola sola. Por eso no nos extraña que acabe refugiándose en el amor de una mujer. Las caras de los hombres que a ella no le importan nunca se verán en pantalla, siempre aparecerán borrosos o filmados desde atrás y, en cambio, sí veremos la de su padre, la de su novio, la de George. Hombres que marcaron su vida y la abocaron a lo que ahora está haciendo. Huir. Eso sí, pronto perdonará a su padre (una simple caricia nos lo demuestra), porque se dará cuenta de que él, como ahora ella, necesitó dejar su vida atrás.

Curiosamente, lo más destacable del film puede también ser lo más reprochable. Esto es, como no, la interpretación de Isabelle Huppert. Centro neurálgico por excelencia (de hecho, básicamente "ella es" el film), la actriz consigue hacer creíbles todos los actos y emociones extremos de su personaje, por muy dispares que sean. Experimentada ya en este tipo de papeles (no hay más que recordar el de la reprimida mujer de La pianiste, Michael Haneke, 2001, o la incestuosa madre de Ma mère, Christophe Honoré, 2004), parece que  quisiera huir de los tópicos y explorar guiones que aporten una elevada carga psicológica al film. Lo malo es que, irremediablemente, este tipo de personajes se nos antojan ya tópicos para ella, por lo que ir a ver una película suya supone, últimamente, encontrarse más de lo mismo. Bueno, buenísimo, pero lo mismo. Y es una pena.

Villa Amalia será una pequeña joya para todos aquellos que estén atravesando un momento de su vida en la que ya se les ha pasado por la cabeza el cortar con todo, porque se verán reflejados. Para otros supondrá un agradable momento de reflexión. Poco verosímil, pero de todos modos valorable. Y, para el resto, seguramente un film en el que no se explica gran cosa. Sea cual sea vuestro caso, se recomienda ir a descubrirlo.

Ficha técnica:

Villa Amalia, Francia-Suiza, 2009

Dirección: Benoît Jacquot
Producción: Edouard Weil
Guión: Benoît Jacquot, Julián Boivent (basado en la novela de Pascal Quignard)
Fotografía: Carolina Champetier
Montaje: Luc Barnier
Música: Bruno Coulais
Interpretación: Isabelle Huppert, Jean-Hugues Anglade, Xavier Beauvois

 

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