Personalmente creo que no debe haber acto de honestidad intelectual más grande para un crítico que el implicado a la hora de escribir sobre cine experimental. No hay nada más revelador ni transparente respecto de la propia mirada hacia el cine que lo que se puede traslucir desde aquellas vagas impresiones volcadas al texto propio. Después de todo la escritura no deja de ser una manifestación activa que puede asumir el espectador cuando siente la necesidad de expresar lo que experimentó desde su falsamente atribuible pasividad frente a la pantalla. Nada existe más liberador a nivel sensorial y perceptivo que el rol que dicho espectador juega en el visionado de una película experimental. Despojado de cualquier compromiso de interpretación o lectura anclado a la construcción de sentido, a la lógica causal y a las reglas estructurales propias de la narrativa convencional, el espectador se ve frente a la única tarea de entregarse al juego propuesto desde la pantalla con las consecuencias que esto pudiera tener (la irritación inmediata, el éxtasis sensorial absoluto, solo dos extremos hacia los cuales pueden oscilar nuestras posibles reacciones: en el medio hay muchísimo más, siempre). El cine experimental dialoga con la percepción, no tanto con la razón, aunque esta última inevitablemente también interfiere y termina haciendo de las suyas. Pero ante semejante libertad al servicio de los sentidos, el riesgo de dispersión e incertidumbre al que uno se expone suele ser muy variado, por lo cual hay que saber contar con la predisposición necesaria para enfrentarse a semejante desafío. Si tenemos en cuenta que la película que aquí nos concierne es de origen nacional, las posibilidades de discusión se expanden todavía aun más, ofreciendo un panorama aun más estimulante y enriquecedor sobre cualquier posible conclusión que se pueda desprender en relación a los logros y resultados obtenidos dentro de los territorios que viene explorando el cine independiente argentino de los últimos quince años. Tengo que empezar diciendo entonces que no me gustó demasiado 4 3 2 Uno. Creo que si bien el concepto que quiso abordar cinematográficamente la realizadora Mercedes Farriols queda bastante claro, las formas de las que supo servirse para su representación no siempre me resultaron del todo alentadoras, atractivas o convincentes. Pero así como Susan Sontag detallaba y enumeraba los elementos repulsivos de la película Flaming Creatures para luego decir que aun así y todo se hacía obligatorio defenderla, también siento la necesidad de mencionar que celebro la existencia de esta película, por tratarse de una muestra de honestidad intelectual (la misma que se pone en juego al escribir sobre ella) y por servir como una prueba más del inagotable derrotero de búsquedas y los inquietos recorridos que viene emprendiendo el cine independiente argentino a través de los innumerables riesgos estéticos asumidos desde hace ya más de una década y media.
Si bien es cierto que el cine independiente argentino siempre pareció desenvolverse con comodidad desde una perspectiva ligada al realismo social, focalizando su mirada en la incomunicación y el vacío -pesadas herencias temáticas y estéticas propias de cualquier hijo bastardo del Neorrealismo Italiano-, no deja de ser cierto que la cinematografía argentina ofrece también un pequeño y minoritario espacio dedicado a búsquedas formales mucho más radicalizadas. En ese sentido 4 3 2 Uno está mucho más cerca del cine de Santiago Loza o Ernesto Baca que el de cualquiera de los estandartes consagrados del cine independiente argentino (Caetano, Trapero, Martel, solo por mencionar a los referentes más obvios).
La directora parte de una experiencia personal (la muerte de su padre) para extender la vivencia y explorar un dolor ajeno de carácter colectivo, el que une a cuatro mujeres que deciden invocar de manera ritual el recuerdo de un mismo hombre ya fallecido, con quien cada una de ellas supo compartir un amor en vida.
En este largometraje que apenas supera la hora de duración, la directora sostiene el duelo personal de sus mujeres estructurando la película en cuatro bloques claramente diferenciados, decisión que de por si intuyo algo desacertada para representar un sentimiento bastante alineal y disperso como el del dolor ocasionado por una pérdida irreparable. Los planos no tienden a la abstracción, apostando la mayor parte de las veces por figuras fácilmente discernibles, y si a eso le sumamos ciertas decisiones estéticas tendientes al embellecimiento formal y no tanto al emocional, se podría decir que los objetivos personales de la realizadora se diluyen un poco en pos de un preciosismo cinematográfico que quizás no venga demasiado al caso. Desde lo estructural me resulta bastante curioso que el momento más fallido de la película lo represente, justamente, aquel segmento donde la realizadora decide centrar la cámara en el duelo individual de una de aquellas mujeres, la última con quien el desaparecido ha compartido sus últimos momentos, alejándose del primitivismo que ofrecían los pasajes previos que se situaban mayoritariamente en una playa o en un bosque. La deliberada falta de sincronismo en los diálogos (la no correspondencia entre el movimiento de los labios con respecto a lo que se escucha en la banda de sonido) y los constantes desenfoques constituyen decisiones algo predecibles, y tampoco la musicalización interviene en los momentos más oportunos, donde parecía que la empatía emocional y sensorial con las mujeres podía intensificarse desde los silencios o el sonido ambiente.
Más allá de cualquier posible reparo, no caben dudas de que la película fue concebida con un indudable rigor formal y con sinceridad emocional, por lo cual este largometraje termina resultando alentador al transmitir con legítimas herramientas cinematográficas una inagotable inquietud expresiva y al demostrar que el cine independiente argentino sigue expandiendo sus límites y fronteras hasta territorios todavía desconocidos.
Trailer:
Ficha técnica:
4 3 2 Uno, Argentina, 2009
Dirección y Guion: Mercedes Farriols
Fotografía: Sebastian Cardona
Música: Martin Quinzio y Mauro Franzen
Producción: Cepa Audiovisual
Intérpretes: María Lorenzutti, Gabriela Felperin, Lia Chapman, Anahi Allue, Roman Capurro, Marta Piñeiro