La dolce vita cumple 50 años y podemos decir que no se es cinéfilo si no se la conoce. Y mucho menos, si no se ha visionado Ocho y medio o Amarcord. Una Italia distinta a la que nos ofrecía el Neorrealismo, una Italia recuperada para la ilusión, con personajes atormentados, ya no por la necesidad de la supervivencia, sino por el martirio interno, aunque mostrado por un mago que convierte lo serio en espacio para la sonrisa, sin perder la carga de intensidad que logra con la ruptura de una gramática cinematográfica convencional. El mundo de las estrellas, el tormento interior de un director o la adolescencia con su efervescencia hormonal... todos son motivos para el desborde. Y decir Fellini es decir desborde, aunque se pueda caer en un lugar común. Pero qué otra cosa sino la exageración, el exceso, la exuberancia, el extremo, la fantasía, la quimera, la ilusión, el ensueño, la alharaca, la estridencia, la imaginación... es el compendio obligado frente a la obra de uno de los más grandes directores italianos.
Sam Stourdzé, el mismo que hace dos años montara la exposición sobre Chaplin en Caixa Forum Barcelona, emprende este año, en el mismo lugar y hasta el próximo 13 de junio, una muestra que recorre las diversas actividades que hicieron de Federico Fellini el mago de "El circo de las ilusiones", como se titula la muestra.
Si bien la exhibición sobre Chaplin era completa, atractiva, porque el énfasis estaba puesto en la imagen en movimiento y, sobre todo, por las evocaciones que generaba en un público cautivo, porque ¿quién no ha crecido viendo esas imágenes mudas a las que no les pasa el tiempo?, en el caso de Fellini, la opción se abre hacia el reporterismo, la caricatura, la fotonovela, el casting y, ahora sí, fragmentos de sus películas más notables: La dolce vita, La Strada y Fellini Roma.
Al recorrerla, podremos observar el humor constante en sus dibujos, de los cuales, sobresalen especialmente, algunas páginas de "El libro de los sueños", esa especie de diario ilustrado donde plasmaba sus sueños y pesadillas para luego discutirlo frente a Ernst Benhardt, su psicoanalista junguiano. Allí está el germen de escenas inolvidables, que hemos visto una y otra vez en sus películas, como la de la despensera y el adolescente (Amarcord), el hombre atormentado por las féminas (La ciudad de las mujeres) o el desfile de trajes eclesiásticos (Fellini Roma).
La exposición se despliega entre fotos y vitrinas, que ofrecen material gráfico de la época, aunque no necesariamente de Fellini, como algunas noticias ilustradas del "Corriére della Sera", cuyas imágenes bien pueden haber formado el imaginario felliniano.
Sin embargo, las pantallas con la famosa secuencia de la fontana de Trevi, el baile de Anita Ekberg mientras canta Adriano Cellentano (un músico improvisado en ese entonces) o el recorrido del helicóptero con la estatua de Cristo con que abre La dolce vita; la mirada curiosa de Giuletta Massina en La Strada; la instalación del cartel publicitario inmenso, con la Ekberg promocionando una marca de leche desde su escote desbordado, que devela la pacatería del hombre medio en "Las tentaciones del doctor Antonio", segmento del film coral Boccaccio 70 o la masturbación colectiva en Amarcord... fagocitan toda la atención del visitante, dejando el resto de la exposición en un segundo plano.
Fellini y las mujeres; Fellini y los freaks; Fellini y la adolescencia; Fellini y Mastroianni. Bien podría cerrarse esta muestra con la presentación de fotos del director y su estrella fetiche. Se agradece este pequeño rincón donde se nota la mano amorosa de la exposición, allí nos sentimos tocados por la magia que estos dos monstruos le han dado al cine. Federico y Marcello, jóvenes, hermosos, vitales, maduros, interesantes; director y estrella, colegas, amigos entrañables... Una vida juntos, una obra en conjunto.
"El circo de las ilusiones" es realmente un buen nombre para la exhibición, pues nos da una idea del universo que rodeaba a Fellini, con ese exceso que comentábamos al comienzo. Una pena que no se internara aún más en las entrañas de esa genialidad que hizo de Fellini uno de los realizadores que más le ha brindado al cine. Demasiada contención para un genio desbordado.