Críticas
Lo opuesto al desierto es el mar
Maspalomas
Jose Mari Goenaga, Aitor Arregi. España, 2025.
En palabras de los propios directores, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi, Maspalomas se puede entender como “una metáfora de ese miedo a salir, de ese miedo a dar el paso, de ese miedo a mostrarse”. Añaden que el espectador se va a encontrar con una película que «tiene mucho en común con La trinchera infinita« y que esta sería «como una aplicación en la realidad de lo que aquella simbolizaba” (1).
Para quien no la conozca, podemos decir que el celebrado film narra el auto encierro de uno de los conocidos como “topos” de la Guerra Civil, que se ocultó durante treinta años por miedo a ser fusilado por los franquistas. Entonces, tenemos que entender que aquella narración, aunque inspirada en hechos reales, era en realidad metafórica, y que aquella reclusión estaba simbolizando otros encierros, entre los que ahora se señala especialmente al “armario” homosexual.
Los filósofos de la existencia hablan de autenticidad y de inautenticidad. Sartre define esta como mala fe, que es una forma de autoengaño o de mentira. Erich Fromm apela por su parte al concepto de resentimiento, entendido como una suerte de destructividad contra los demás y sobre todo contra uno mismo, la penosa resultante de vida no vivida. No obstante, la estrategia más común, la que ponemos en obra la mayoría, es una especie de mimetismo que busca indiferenciación con respecto a los demás:
La pérdida del yo y su sustitución por un pseudo yo, arroja al individuo a un intenso estado de inseguridad. Se siente obsesionado por las dudas, puesto que, siendo esencialmente un reflejo de lo que los otros esperan de él, ha perdido, en cierta medida, su identidad. Para superar el terror resultante de esa pérdida se ve obligado a la conformidad más estricta, a buscar su identidad en el reconocimiento y la incesante aprobación por parte de los demás. Puesto que él no sabe quién es, por lo menos los demás individuos lo sabrán… siempre que él obre de acuerdo con las expectativas de la gente; y si los demás lo saben, él también lo sabrá… tan solo con que acepte el juicio de aquellos (2).
Vicente (José Ramón Soroiz), el protagonista de Maspalomas, salió del armario con cincuenta años y abandonó a su familia para irse a vivir durante otros veinticinco años con otro hombre, del que acaba de separarse para instalarse en Gran Canaria. Pero no en un destino cualquiera, sino en Maspalomas, uno de los más conocidos paraísos sexuales gays.
En las secuencias que hacen de prólogo de la película, la cámara acompaña el deambular de Vicente en búsqueda de sexo casual. Porque, si por algo es famoso el lugar, Maspalomas, es por las posibilidades de encuentros sexuales entre flâneurs que buscan “cruising” o “cancaneo”, según el argot. Estamos viendo una segunda salida de armario del personaje, claro, pero tal vez también la del film, la de los cineastas, que han decidido mostrar desinhibido sexo gay real, mejor dicho, su coreografía cinematográfica. Se confirma cuando el guionista y codirector del film se apresura a declarar que él mismo salió del armario bastante tarde y que viajó a Maspalomas para documentarse aproximadamente en las fechas en las que se desarrolla la historia (3).

Llamativamente, aquí se han sentido incómodos algunos críticos, llegando a afirmar que habría sido mejor tal vez suprimir ciertas imágenes y sustituirlas por elipsis o alusiones, narrativamente equivalentes. Pero esos comentaristas deberían recordar que un crítico no puede pretender reescribir una película, sino solamente emitir juicios honestos y fundamentados.
En la película se suceden referencias a los armarios, incluso Maspalomas llega a nombrarse como tal. El sujeto occidental se entiende con la realidad mediante dicotomías, y el armario no es mala metáfora de ese entendimiento. Y, aunque las playas de Maspalomas evoquen más bien una reserva, donde la cámara va de safari, la oscuridad del club nocturno es equivalente a la del armario. Si tuviéramos que buscar una referencia, me atrevería a recordar cómo filma Kubrik la orgía ritualizada en Eyes Wide Shut. Lo que allí era un deambular alucinado de Tom Cruise de una estampa sexual a otra, aquí la cámara, tan pasmada como el protagonista, recorre los oscuros pasillos de la discoteca como si fuera un retablo. Pero cuando la cámara se acerca a los cuerpos sudorosos, el personaje colapsa. Resulta que el borde del maelström del goce era la caída en el sumidero de la ancianidad, la pendiente definitiva hacia el fin. Pues bien, es justamente lo que recusa el film desde el principio.
Efectivamente, comienza con el completo desmoronamiento vital del personaje, que tiene que regresar a San Sebastián, donde su hija lo ingresará en una residencia. Y ese ingreso significará también la vuelta al armario. Es el hilo conductor, aunque no es el único armario, ni mucho menos. “Cada uno el suyo” –nos dice el equipo de Maspalomas. Homosexuales o no, los ancianos se resignan a la castración, a la parálisis y al encierro de la residencia, donde encontramos a su vez a las mujeres haciéndose cargo de los cuidados, o también la familia. Pero de nuevo los directores no pueden evitar afirmar que la residencia es una metáfora de la sociedad. Y, si es una metáfora ¿cuál es entonces el dispositivo disciplinario real? ¿la familia?, ¿la masculinidad forjada en la tradición?, ¿la ideología que sustenta cada sociedad, cada grupo, cada época?
No es casual que la película comience y termine sobre las dunas de un desierto; son como paréntesis que encierran la narración. En medio, como unos puntos suspensivos, veremos escurrirse bajo la silla de ruedas del protagonista granos de arena que habían quedado adheridos a sus ropas. El desierto crece –clama Zaratustra–, ¡ay de quien dentro de sí cobija desiertos! Así condena Nietzsche el nihilismo, todo hacer o no hacer que frene la afirmación de sí. También nihilismo es el vacío de la ausencia de sentido. Como la pandemia, que tiene a todo el mundo confundido, desorientado.
Lo opuesto al desierto es el mar. Sumergirse en él es un bautismo, un acto sagrado de afirmación. Como en el aludido cuento de Poe (4), donde el protagonista en su barril es finalmente repelido por la fuerza centrífuga del vórtice, podríamos decir que el sujeto de deseo llegará a emerger renacido, reconstruido.
- (1) Enlace a entrevista en la Cadena SER
- (2) Erich Fromm, El miedo a la libertad, Paidós, 1977
- (3) Enlace a entrevista en FOTOGRAMAS
- (4) Edgar Allan Poe, Cuentos Completos I: Un descenso al Maelström, Alianza, 1990
Ficha técnica:
Maspalomas , España, 2025.Dirección: Jose Mari Goenaga, Aitor Arregi
Duración: 115 minutos
Guion: Jose Mari Goenaga
Producción: Ander Barinaga-Rementeria, Xabier Berzosa, Ander Sagardoy
Fotografía: Javier Agirre
Música: Arantzazu Calleja
Reparto: Jose Ramon Soroiz, Nagore Aranburu, Kandido Uranga, Zorion Egileor, Kepa Errasti

