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Night of the Living Dead (1968)

Cartel de La noche de los muertos vivientesEl clásico de George Romero y John A. Russo, para nosotros La noche de los muertos vivientes, cobra vigencia en estos tiempos en donde determinados sectores políticos alientan el sentimiento racista en las mentes de las personalidades más débiles y menos formadas. Qué astuta manera la de Romero de realizar una crítica demoledora contra el racismo, al tiempo que realza los valores positivos que un hombre de color -como de cualquier raza- puede tener, todo ello en un supuesto segundo plano, mientras dirige la película que fijará un perfil de humano muerto viviente que será abono de cientos de filmes B y otras películas y series que rozan el arte. Subraya valores como la solidaridad, la lucha por la supervivencia en colaboración, el trabajo en equipo, la capacidad de arriesgarse por el otro, la igualdad de derechos… Todo mecido con la música de Scott Vladimir Licina.

Sucede con algunas escasas joyas del género zombie lo mismo que con el cine de ciencia ficción, la máscara del género encubre otros intereses mucho más ricos que el mero entretenimiento, sí: Docere Delectare. Así, con dicho propósito existen películas con guiones llenos de bichos, aliens, zombis o robots que, en otro orden más valioso, incluyen un ejercicio de crítica social, reflexión filosófica y humanista, que alcanza al espectador.

Es reseñable que en 1968 se rodara una película en la que el protagonista absoluto, héroe sobresaliente, hombre resolutivo y noble, sea un varón de color. Ben se hace cargo de todo, cuando los demás varones adultos son cobardes, egoístas e incapaces de defender a sus mujeres con arrojo. Un muchacho lo ayuda, pero todo el peso de la organización del refugio recae sobre él. El alegato antiracista se redondea con ese final en donde el negro sale y, supuestamente confundidos, los policías lo disparan y matan: “uno más para la hoguera”-dicen luego. El sarcasmo es demoledor y recuerda las hogueras del ku klux klan. Por si no quedase claro, las fotografías que acompañan a los créditos muestran a la típica manada de varones blancos con los ganchos de carnicero con los que van a arrastrar al negro muerto fuera de la casa. Otro uso cruento del ku klux klan.

Night of the living dead

La rapidez de la acción está perfectamente entretejida, hay un desarrollo argumentativo muy rápido: un grupo de personas quedan atrapadas en una casa y deben defenderse de personas muertas que, con movimientos torpes, los cercan hasta conseguir matarlos. También hay una niña mordida dentro que, al transformarse, mata a su madre clavándole una paleta de albañilería, no sabemos si como un guiño contra la masonería u otro sarcasmo, en este caso hacia el relevo generacional y las diferencias entre hija y madre. Esta niña zombi será, cinéfilamente, la madre de otros muchos niños zombis posteriores.

La agonía del humano amado por los suyos, y que al morir se convierte y los ataca, también tiene aquí su germen y será reproducido infinidad de veces. Estás y otras escenas de la película son ya clichés ineludibles en cualquier película y serie del género: clavar maderos en las puertas -sí, también se vio en The Last Man on Earth (1964)- para que no entren los zombis, algún conflicto entre zombis y humanos cerca de un surtidor de gasolina, una rubia mona histérica a la que hay que calmar con una bofetada -afortunadamente este cliché está desapareciendo-, el descubrimiento del cerebro como único órgano que, al destruirlo, mata al zombi, quemar luego el cuerpo, el contagio por mordedura, encerrarse en una casa en un entorno rural (una temporada entera de The Walking Dead (2010-2022) pivotaba en torno a este lugar común), el aislamiento del grupo… Romero asentó todos los topoi del género en esta película. Sus tratamientos para el Terror -no únicamente zombi- inspiró a directores en cuyas obras hallamos ecos suyos, como Sam Raimi, Hopper, etc.

Night of the living dead

E igualmente, lo más inquietante, la confrontación entre las dos esencias antropológicas que emergen cuando un conflicto en el orden mundial pone a nuestra especie en peligro: unos humanos desatan su animalidad primigenia y solo piensan en su supervivencia y bienestar, aun a costa de la vida de los demás; otros ven cómo su humanidad se refuerza, sus valores más positivos sirven al grupo. Usualmente, suele aparecer un líder noble que, no solo protege al grupo con ideas inteligentes, sino que se juega la vida por sus miembros, es leal y sube la moral al grupo. Como Ben maravillosamente encarnado por Duane Jones, y cuánto hay del Rick Grimes de The Walking Dead (2010-2022) que nos recuerda al protagonista de la película de Romero.

Alguna nota machista hay en la exigencia del joven a su novia rubia guapísima, sonríeme, dame tu sonrisa, porque una mujer debe sonreír, “que así está más guapa”, y sonrerír es validar, enaltecer, halagar, y ese era una de las obligaciones de una mujer secularmente, hacer que tu hombre se sienta bien. El filme no deja de ser hijo de su época y también responde a una ideología de hace unos sesenta años.

Hay otra crítica sangrante a quien no respeta la religión, Harry se hace insoportable al burlarse de su hermana por querer depositar todos los años una cruz floral sobre la tumba del padre de ambos. Es el primer personaje conocido en ser atacado por un muerto viviente, el primer protagonista en convertirse, parece que Romero lo castiga. Pero a su hermana, la primera rubia mona que aparece, la torna una histérica en shock todo el filme, hasta el final: un personaje pusilánime y cargante, también por la pésima actuación de Judith O’Dea, con un mal fingimiento de la típica histeria irracional barata de serie B.

La noche de los muertos vivientes

El presupuesto era mínimo, 114.000 dólares, los zombis eran familiares, amigos de Romero y gente local de Pittsburgh. El genio del gore Tom Savini tuvo que hacer maravillas para que los efectos especiales fueran creíbles, usó por primera vez como sangre el sirope de chocolate de la marca Bosco, que se convertiría en un clásico en el cine de terror, y órganos de oveja para las escenas de canibalismo proporcionados por el carnicero local que, además, era uno de los inversores de la película. Para ganar verosimilitud de forma económica, tanto el escritor John A. Russo como el actor S. William Hinzman (el primer zombi que aparece en el cementerio) se prestaron como voluntarios para ser prendidos fuego con líquidos inflamables. Por fortuna no hubo daños. Muchas escenas resultaron impactantes.

El crítico del Chicago Sun-Times, Roger Ebert,  estuvo en el estreno de esta película en 1969 que, él mismo advierte, al no tener desnudos pasó la censura y permitió que muchos niños entraran a verla. Las escenas duras los aterraron. Ebert escribió: “Supuse que la idea era ganar dinero rápido antes de que películas como esta estuvieran prohibidas para los niños. Quizá por eso programaron La noche de los muertos vivientes para la lucrativa temporada navideña, cuando los niños están de vacaciones. Quizás sea por eso, pero no sé cómo explicárselo a los niños que salieron del cine con lágrimas en los ojos” (rogerebert.com).

Miro por la ventana mientras vuelo hacia el sudeste asiático, y he elegido volver a ver esta película a diez kilómetros de altura de la tierra, mientras me alejo de Occidente por unas semanas, en mitad de un bullicio internacional que me sobrecoge en este 2025; cuando las potencias mundiales se ven gobernadas por varones septuagenarios u octogenarios mayoritariamente, con probados trastornos de la personalidad, impulsados por sus fortunas y, no lo olvidemos, con el respaldo de otros hombres lúcidos que los colocan ahí por su propio interés, a costa de este mundo que vislumbro bajo las nubes, lleno de una gigantesca manada de zombis aturdidos que ni piensan ni ven, pero corren a comprar otra cosa que los calme.

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