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Dawn of the Dead (1978)

Diez años después de su impactante Night of the Living Dead (1968), el maestro Romero realizará, y firmará como único guionista, la película traducida en el ámbito hispanoparlante como Muertos vivos. La batalla final, y para su versión europea: Zombi: El regreso de los muertos vivientes (1978). Es este otro trabajo de acción trepidante, amenizado por la música del gran Dario Argento, también por Massimo Morante −guitarrista de Goblin−, quien venía de trabajar para el anterior en la inquitante Suspiria (1977), y por el grupo de rock progresivo Goblin al completo, que aportó con «Zaratozom» un excelente tema de cierre a los créditos.

La banda sonora es solo de Morante para la versión europea de Dario Argento de la película y recurre multitud de estilos. Los sintetizadores siniestros, riffs de guitarra y percusión tribal típicos de Morante se convirtieron en una parte icónica de la experiencia de la película en Europa y se instituyeron como la B.S. oficial. Para la versión americana, Romero incluye stock music de la compañía, más al hilo de las músicas de centro comercial. El conjunto más conocido incluye una diversidad casi disparatada, pero funciona: música de country americano cuando la gente está en el campo matando zombis como de barbacoa campestre, Romero reclutó a auténticos cazadores y miembros de la Guardia Nacional locales para interpretar a los personajes que iban a la caza de zombis; por otra parte, incluye música de percusiones y cánticos africanos, y otras veces reproduce el sonido enérgico de sintetizadores y toques funk, propio de las persecuciones del cine de los setenta, o incluso suena un organillo de feria.

Dawn of the Dead

El organillo ameniza una de las escenas del centro comercial, una sátira contra el consumismo capitalista en donde los zombis caminan entre objetos de consumo porque los muertos vuelven a los lugares que les eran de más interés, aclara un personaje subrayando la crítica implícita a la obsesión occidental por comprar. La música, que quizá no ha resistido tan bien el paso del tiempo, sin embargo, aporta un mensaje en cada escena, muchas veces con el matiz sarcástico propio del cine de Romero que tan bien supieron leer Morante y Argento.

Los Saturn Award nominaron a esta como la Mejor Película de Terror y, cosa que nos sorprende, como Mejor maquillaje (Tom Savini). Los zombis parecen llevar únicamente una fina capa de maquillaje gris tirando a morado y ya está. Nos sorprende porque, cuando Roger, uno de los personajes principales, se convierte, su rostro ofrece un trabajo mucho más elaborado. Seguramente, el presupuesto no fue la causa de esta diferencia, pues Dario Argento financió la película de 1,5 millones de dólares de la época, mucho más presupuesto que los 114.000 dólares que costó su antecesora de 1968. Recaudaron 55 millones en todo el mundo, fue un gran éxito. Así pues, tras trabajos de maquillaje −en géneros similares− tan antiguos y fabulosos como los de Jack Pierce en Frankenstein (1931), La Momia (1932) o en El Hombre Lobo (1941), casi cuarenta años después, estos zombis se ven muy deslucidos y poco creíbles. Seguramente, Romero quería que se viese que son personas, aún personas, como idiotas torpes dando vueltas sin parar en el centro comercial. También es sabido que el gris se volvió azulado por el efecto ingobernable de los focos. Los efectos gore de Salvini en la cabeza que estalla y otros destripamientos sí fueron buenos, hemos de reconocer.

Romero cambia el blanco y negro más sobrio y serio por el color, lo que permite ver los estallidos de la sangre roja rojísima y los coloridos fragmentos de cráneo en un festival de muertos y zombis más trepidante en acción, más desmesurado. Todo en torno al aislamiento de cuatro personajes principales en un centro comercial, sí, la crítica al capitalismo y el consumismo está servida.

Insiste, por otra parte, en el alegato contra el racismo y en la lección humanista de la elección de Ken Fore, actor de color −que estrenaría aquí una larga carrera−, como protagonista y portador de los valores más honrosos. En su primera película, Romero llama Ben al negro protagonista, aquí Peter será el líder de este grupo compuesto por una pareja, Steven y Francine, y él mismo y su improvisado amigo, el atolondrado e impulsivo Roger.

De nuevo la crítica directa al sexismo al mostrar una escena inicial en un plató de televisión en donde mujeres muy competentes son rebajadas laboralmente con peticiones inapropiadas, la protagonista dirá a un hombre “yo soy técnico de televisión, no secretaria”, defendiendo su dignidad profesional. Lo que es moderno para la época.

También reproduce comentarios racistas en boca de un miembro de la policía: “mierda de puertorriqueños”; y se observa al tipo enfervorecido disparando a personas negras de un edificio lleno de habitantes de esta raza, donde no todos se han convertido, pero como a los policías de la escena final de Night of the Living Dead (1968) a este le da igual, si hay un negro delante, se le dispara sin pensar. Pero solo es uno de ellos, el policía racista grita salvajemente, los compañeros tienen que reducirlo porque, enloquecido, solo dispara a personas de raza negra. Brutal la escena en que hace estallar la cabeza de un personaje negro de este edificio.

El personaje femenino simplón e irritante de Night… evoluciona y ahora crea una mujer protagonista mucho más rica narrativamente. Alguien debió advertirle a Romero que aquella rubia tonta e histérica de la primera película de la saga nada aportaba al universo femenino y tampoco representaba a casi ninguna mujer. La rubia tonta ahora es lista, y se reivindica, se empodera y va con el grupo de tres hombres, cura heridas terribles a Roger, el rubio impulsivo que terminará convirtiéndose. La chica también exige aprender a pilotar, practica tiro, y asume con valor que está embarazada de tres meses de Steven y se bebe una copa de vino blanco… No, esto no vamos a aplaudirlo, son cosas de la época. Como las escenas de películas en que vemos la naturalidad con que se fumaba junto a bebés recién nacidos en los hospitales.

Peter ayuda a organizar una cena romántica donde Steven le da un anillo de compromiso a Francine y ella lo rechaza: tengo un hijo tuyo, sí, pero no quiero casarme necesariamente, querido… Esta revolucionaria creación romeriana de la mujer matazombis, guerrera, y madre soltera que no quiere interrumpir su embarazo, ni en pleno apocalipsis zombi, nos recuerda el gran salto ideológico que el feminismo da en la década que cierra la película de 1978. Barbara Zecchi advierte que: “solo a partir de los años 70, el feminismo empieza a cuestionar la convicción −que había caracterizado en gran medida los movimientos de la primera ola (…)− de que solo librando a la mujer de su papel biológico en la reproducción se conseguía emanciparla”[1]. Romero crea un arquetipo femenino en el cine de terror zombi que aúna la defensa de la maternidad y los valores de la fortaleza, lucha y firmeza de carácter que encarna Francine.

Zombi

Por su parte, el muy noble Peter salva, ayuda, se niega a huir cuando Roger se lo propone, porque Peter es leal y valiente. Sabe practicar abortos y ante la situación apocalíptica planetaria reinante (qué sutil Romero al rodar la escena de niños zombis asesinados), le ofrece a la chica practicarle uno, que sabemos rehúsa. Emociona verlo llorar cuando debe sacrificar a los zombis encerrados en un cuarto, es este un gesto impropio en un hombre representado en el cine de hace medio siglo, lleno de masculinidades tóxicas con el componente alfa desmedido. No, Peter no tiene una masculinidad frágil, y sus lágrimas lo demuestran, no teme mostrarse vulnerable porque es un hombre fuerte.

Tampoco quiere coger relojes cuando el otro lo incita. Están en el centro comercial, pero “solo cogerán lo necesario” dice. Curiosamente, incluso el noble protagonista se corromperá ante la constante exposición de objetos de consumo que le proporciona estar allí encerrado, y también terminará cogiendo dinero y relojes. Así, Romero nos muestra cómo todos sucumbimos al consumismo descontrolado, incluso las personas más nobles y desinteresadas, si nos ametrallan el cerebro con la visión de objetos que comprar constantemente.

Es sabido que algunos de los extras zombis se emborracharon, robaron un carrito de golf del centro comercial y lo estrellaron contra un pilar, causando daños que la producción costeó. También se produjeron robos en algunas tiendas por parte de extras o miembros del equipo. La tentación era fuerte… Rodaban durante la noche, hasta las 6 a.m. en que se abría el centro comercial y sonaba el hilo musical que nadie sabía cómo desconectar.

Sorprende y entristece, que, casi medio siglo después, estemos, no igual, sino más profundamente metidos en el hondo sumidero de la obsesión por lo material como motor e inspiración de vida, en un planeta cuyas primeras potencias se ven gobernadas con demencia por el dinero de sujetos que compraron el poder.

La crítica de Romero es evidente en la ubicación y tratamiento de la puesta en escena, el centro comercial lleno de joyas, abrigos de visón, ropa, deportivas, relojes, artículos de lujo y objetos caros, también cotidianos… Los muertos deambulan por sus pasillos porque es lo que más les importaba en vida, comprar, y por ello los representa idiotizados como el zombi en la fuente donde lanzan monedas, sentado está absorto cogiendo las monedas a puñados y lanzándolas como un bobo feliz.

Los guiños de humor son abundantes, como el tiroteo de zombis en el campo al ritmo de country ya referido, o, cuando en las noticias de fondo, explican que se han realizado experimentos con alucinógenos para generarles descoordinación física y mental a los zombis, con la mala fortuna de haber afectado a la población, con lo que nos imaginamos una USA delirante y colocada, inmersa en la psicodelia y el L.S.D, mientras son devorados por los muertos vivientes. Alguien dice de los zombis: “tienen una gran ventaja sobre nosotros, no piensan». Recordemos el trasunto zombis-consumistas que realiza Romero, también se dice de ellos que funcionan por instinto, son irracionales, impulsados por el deseo (de alimentarse).

Dawn of the Dead. George A. Romero

Como la aniomanía o trastorno del comprador compulsivo TCC), algo que, seguramente, no sabría Romero, es un síntoma de mala salud mental. En nuestros días, sabemos que las compras compulsivas se asocian a diversas perturbaciones de la personalidad, como los trastornos del estado del ánimo, la bipolaridad, T.O.C., etc. Las compras pueden ser una forma de buscar placer o aliviar sentimientos de tristeza, vacío o desesperanza, pues proporcionan una gratificación temporal que reduce la tensión; a veces es una mera búsqueda de la validación social a través de los objetos que se adquieren. Sin embargo, también se ha demostrado que muchas veces sobreviene un sentimiento de vergüenza o culpa posteriormente.

Sin duda, esto induce una reflexión acerca de nuestra sociedad, el consumismo como enfermedad se ha instalado en las últimas generaciones con un arraigo alarmante, lo que advierte de las pulsiones de insatisfacción, vacío y tristeza que laten bajo nuestra realidad. Mientras, se agolpan montañas de toneladas de ropa, comprada y desechada, o ni siquiera vendida. Tenemos una isla de plásticos del tamaño de Texas en el Pacífico y dunas de toneladas de ropa en Ghana y en el Desierto de Atacama en Chile. Se estima que se desechan 92 millones de toneladas de residuos textiles cada año en el mundo. Romero, al criticar este derroche, se adelantó medio siglo.

No podemos terminar este artículo sin incidir en las escenas, como en el primer filme, que sientan unas bases narrativas que serán repetidas en tantos guiones de cine y televisión del género zombi: el amigo que agonizando suplica ser asesinado para no convertirse y/o deambular como un zombi, el protagonista líder que ampara y anima al grupo a luchar, pero siendo una figura masculina amable y vulnerable, a la vez que poderosa y firme. La chica luchadora y desenvuelta que no vimos en la primera película y tantas veces aparecerá en el género, ya se perfila aquí en el personaje de Francine (bien interpretada por Gaylen Ross), además embarazada.

Cuánto recordamos ahora a sus sucesoras: Maggie, la luchadora embarazada y luego madre de The Walking Dead (2010-2022) o a la madre por antonomasia, Madison, en Fear: The Walking Dead (2015-2023). Lo del centro comercial se repetirá en numerosos capítulos de series zombis, pues es un lugar idóneo de suministros. También aquí científicos estudian en Atlanta una solución, aquí buscan una vacuna, pero en la zona ya no quedan seres vivos, algo repetido en series, libros, películas. Atlanta como el objetivo sanador al que muchos acuden, el Ítaca de la salud soñado, pero tantas veces hallado lleno de muertos deambulando o cadáveres, como en el género apocalíptico.

El final es memorable por su humanidad. Peter le dice a Francine que suba a la azotea, planea suicidarse porque es humano, está agotado, quiere que ella se salve, pero un aluvión de energía y optimismo le sobrevienen y alcanza el helicóptero para, juntos, formando una preciosa pareja mixta racial, volar lejos liberándose del centro comercial atestado de zombis. Algo que, por el momento, no creo que logremos los ahora vivos. «Cuando no haya más sitio en el infierno; los muertos caminaran sobre la tierra» cita a su abuelo, Peter.

 

[1] B. Zecchi, La pantalla sexuada, Cátedra, 2022, pág. 237.

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