Festivales 

SEMINCI 2025

70ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CINE DE VALLADOLID

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La 70ª edición del Festival de Valladolid se ha desarrollado del 24 de octubre al 1 de noviembre. En su Sección Oficial, el director José Luis Cienfuegos y su equipo han conseguido reunir a cineastas consagrados junto a nuevos valores. Entre los primeros, podríamos citar a Sergei Loznitsa (Two Prosecutors), Jean-Pierre y Luc Dardenne (Recién nacidas), Bi Gan (Resurrection), Pietro Marcello (Duse), Isabel Coixet (Tres adioses), Kelly Reichardt (The Mastermind), Lav Diaz (Magallanes), Christian Petzold (Miroirs No. 3) o la postrera incorporación de Chloé Zhao con Hamnet, película aclamada por crítica y público en el último Festival de Toronto. Junto a ellos, también han participado valores emergentes como Mascha Schilinski con Sound of Falling (Premio del Jurado en Cannes) o Eva Víctor con Sorry, Baby (mejor guion en Sundance). Y con primeros largometrajes, han intervenido prometedores autores como Rafael Cobos con Golpes, Carlos Saiz con Lionel, Shu Qi con Girl o Kristen Stewart con La cronología del agua. En esta crónica, nos vamos ocupar de parte de las obras presentadas en esta sección. Largometrajes que ahondan en conflictos familiares, de pareja, sociales o generacionales. También hemos encontrado auténticos homenajes a la historia del cine, a su capacidad de apabullar visualmente y a su disposición para hacer soñar y fantasear sin límites, además de reconexiones vitales en las circunstancias más extremas. 

El Festival lo inauguró la catalana Isabel Coixet con Tres adioses. En su primera incursión en italiano, adapta la novela póstuma de Michela Murgia. En ella, la realizadora recurre nuevamente en un tema que parece preocuparle desde sus inicios con Mi vida sin mí (2003). Se trata de cómo reaccionar ante la proximidad de la muerte. Aquí, Marta es abandonada por Antonio tras siete años de relación. La inesperada separación golpea fuertemente a la mujer y además de tambalearse su estado anímico, descubre que padece una enfermedad grave. El filme pretende evolucionar con un drama contenido desde aquellas emociones profundas que parecen imposibles de expresar. Con una puesta en escena engrandecida por la belleza de la ciudad de Roma, asemeja una vuelta a saborear de nuevo, con la posible inminencia de nuestra desaparición, de aquellas pequeñas cosas de las que hemos olvidado su importancia y son las que realmente dan sentido a la existencia. Alba Rohrwacher es la actriz que se ocupa de llevar a la pantalla a Marta, en una interpretación que incide en una personalidad taciturna e inexpresiva con control absoluto en respiraciones y gestos, poco favorecedora para transmitir emociones. Con una banda sonora excesivamente melosa, la obra no desaprovecha la ocasión para criticar veladamente el turismo invasivo, aquella colonización en búsqueda de lugares emblemáticos que justamente por ello terminan perdiendo su esencia. E igualmente, apunta al plano de dispersión y ruido que se expande con la atención que se presta a lo digital en la actualidad, olvidando el plano de lo físico, verdadero espacio de experiencias reales. 

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Girl es el debut como directora de la actriz taiwanesa Shu Qi. También guionista, estuvo sumergida unos diez años en su escritura de forma intermitente. Está ambientada a finales de los años 80 en Taiwán y relata la historia de una niña a la que le ha tocado en suerte una familia disfuncional: un padre alcohólico y maltratador, una madre amargada que vuelca su ira sobre la protagonista, la hija mayor, una pequeña que parece sobrevivir con dignidad… Es una película de silencios, miradas, traumas y dolor. Transcurre lentamente e intenta dar un vuelco con la aparición de un personaje: otra niña que adopta a la protagonista como nueva amiga predilecta. Está rodada tanto en primeros planos como en encuadres abiertos con profundidad de campo, procurando abarcar todos los matices. Con un punto de vista errático y un guion no del todo hilvanado, nos internamos con ella en un drama que no termina de transmitir la tensión que pretende. Un estreno en la dirección honesto centrado en infancias traumáticas ya explotadas cinematográficamente al que le faltaría perfilar más profundamente la personalidad de los personajes. La directora también ha participado como actriz en el filme de Bi Gan, Resurrection.

La película japonesa Rental Family está dirigida por la realizadora Hikari. Ambientada en el Tokio actual, vuelve a incidir en el asunto de los personajes de alquiler que ya trató Werner Herzog en Family Romance, LLC (2019), Fernando León de Aranoa en Familia (1996) o Yorgos Lanthimos en Alps (Alpeis, 2011), este último de una manera más extraña y desconcertante. Aquí, el protagonista principal, interpretado por Brendan Fraser, es un actor estadounidense que lleva siete años residiendo en Japón. Llegó para rodar un anuncio pero desde entonces ha tenido poca suerte. Estando su carrera estancada, es invitado a trabajar en la empresa a la que hace referencia el título, dedicada a ofrecer actores para interpretar personajes falsos que aparecen como reales en los más diversos roles sociales: padres postizos, hijos inventados, novios contratados, periodistas imaginarios… Se trata de un drama elaborado con ciertos tintes cómicos y con matices bienintencionados, con los que el público en general empatiza, pero que genera demasiados interrogantes. Dicho servicio, ¿realmente consuela o crea nuevos traumas?, ¿dónde se encuentran los límites?, ¿cómo no rebasar los mismos?… Se trata, en realidad, de un fenómeno real en Japón que hace reflexionar sobre temas importantes como identidad, pertenencia o representación.

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El realizador de La herida (2013), el español Fernando Franco, perfila con Subsuelo un sofisticado thriller sicológico retorcido, perturbador e inquietante. Basado en una novela de Marcelo Luján, juega malvadamente con la dependencia emocional de dos hermanos mellizos, implicados en un gravísimo accidente de tráfico. El filme logra mantener una tensión latente a lo largo de todo su desarrollo y sabe utilizar sabiamente el fuera de campo cuando le interesa. Culpabilidades, engaños, silencios, imposiciones, chantajes… Todo vale en esta familia burguesa protectora, como tantas otras. Se trata de una obra muy densa temáticamente, visualmente cuidada y que se sirve de una cámara distante y observadora. Con ella, nos arrastramos a los subsuelos del título: en la oscuridad, en las tinieblas, en lo que habita más allá de los convencionalismos, en un hábitat en el que es casi imposible mantener los comportamientos en el anonimato. Estamos ante un atrayente acercamiento a las maniobras siniestras de un joven fuerte, poderoso, dominante y destructivo frente a una joven, su hermana melliza, sumisa, sicológicamente débil, temerosa y atrapada por sus circunstancias. 

El sendero azul (O Último Azul) del brasileño Gabriel Mascaro obtuvo el Oso de Plata en el último Festival de Berlín. Tereza, una mujer de 77 años, como todos los adultos cuando alcanzan una cierta edad, recibe la orden oficial de trasladarse a una colonia remota destinada a las personas mayores, consideradas ya improductivas y un lastre para las oportunidades y desarrollo de los más jóvenes. El traslado es obligatorio, con independencia de la voluntad del afectado. Pero Tereza tiene otros planes. Con una fotografía imponente y luminosa con planos generales de un hipnótico Amazonas, nos adentramos en una especie de película de carretera pero sobre el río. El filme nos recuerda a La reina de África de John Huston ( The African Queen, 1951) en esa inolvidable huida de las tropas alemanas con una embarcación ruinosa. Pero también conecta con obras tan distópicas como Blade Runner (1982), de Ridley Scott, o La fuga de Logan (Logan’s Run, 1976), de Michael Anderson. Se trata de una película valiente que no huye en dar protagonismo al cuerpo de una mujer envejecida, llena de arrugas pero en rebeldía contra el sistema establecido, que aspira a desarrollarse libremente en un entorno en el que las puertas que puede abrir se presentan infinitas.

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El último Premio Especial del Jurado en Cannes ha participado en la Sección Oficial. Se trata de Resurrection (Kuang ye shi dai) del director chino Bi Gan, autor de la también aclamada Largo viaje hacia la noche (Di qiu zui hou de ye wan, 2018). Consiste en una obra visualmente deslumbrante con asombrosos planos secuencia, con imágenes oníricas envolventes…; un auténtico homenaje a la historia del cinematógrafo desde sus inicios, con luces y sombras alucinantes y muy rica en matices. Narrativamente confusa y de estructura episódica, pasean por ella seres delirantes en un viaje por el tiempo y la memoria. Se trata de un tributo a aquello que nos emocionó pero ya se ha olvidado, al cine como fábrica de sueños, aquella capacidad que la humanidad ya ha perdido. Con estructura circular, imágenes, deseos y recuerdos van interponiéndose en esa simulación de lo onírico que es la esencia de este arte. Recogiendo la tesis de Christian Metz, se utiliza el dispositivo cinematográfico como inconsciente colectivo, sumergiendo a los espectadores en un estado de semisueño. No fue circunstancial que Edison denominara a su estudio Dream Factory. Resurrection se erige como un viaje de los sentidos tremendamente emotivo y cautivador. 

Golpes supone el debut en la dirección del español Rafael Cobos, guionista de Alberto Rodríguez en obras como La isla mínima (2014) o El hombre de las mil caras (2016). Es una película de atracos transformada en cine de quinquis crepuscular que bebe en el cine polar francés por la falta de héroes limpios, por contar con personajes con fisuras atrapados en sus propias decisiones, con bandas que se traicionan y se enfrentan sin respetar códigos. Nos adentramos en una lucha entre hermanos: un policía interpretado por Luis Tosar y un atracador recién salido de la cárcel, encarnado por Jesús Carroza. Gran exhibición de aquellas identidades con imposibles coexistencias aun partiendo de las mismas raíces. Freud sostenía que “el amor y el odio hacia el hermano son inseparables en la constitución del sujeto”. En su núcleo se generan los conflictos más profundos con la certeza de que el otro que más me construye es el que más me destruye. El filme recrea con precisión la España de principios de los 80, concretamente la ciudad de Sevilla, insertando imágenes de archivo. Las interpretaciones resultan excelentes y el acercamiento a la sicología de los personajes se muestra con profundidad. Además, cuenta con una banda sonora electrónica con música original de Bronquio que funciona como contrapunto y acento propio. 

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De Taiwan se ha presentado La chica zurda de la directora Shih-Ching Tsou. El autor estadounidense Sean Baker ha participado en el largometraje como coguionista, montador y productor ejecutivo y su sello está impreso en la puesta en escena. Como en The Florida Project (2017), Tangerine (2015) o Anora (2024) y otras obras suyas, sus criaturas son seres de economías precarias que intentan salir adelante desde la marginalidad social, la saturación cromática se impone y un ritmo vertiginoso imprime la acción desde el principio. Con montajes paralelos y con mezcla de comedia y drama, una madre soltera y sus dos hijas se trasladan desde el campo a Taipei para abrir un puesto de cocina rápida en un agitado mercado nocturno. La película posee una fuerza extraordinaria y cuenta con escenas memorables como la del cumpleaños. El título alude a la tendencia natural a usar la mano izquierda de la hija menor, “mano del diablo” que no debe utilizar, según advertencia de su abuelo. Un signo de disidencia en el contexto tradicional taiwanés sirve para articular un largometraje dinámico y emocionante de relaciones familiares con demasiados secretos, que salen a la luz en los momentos más inoportunos. 

El documentalista ucraniano Sergei Loznitsa, autor entre muchas obras de Donbass (2018) o State Funeral (2019), regresa a la ficción con Dos fiscales (Two Prosecutors). En la Unión Soviética estalinista de 1937, un fiscal novato decide investigar una denuncia por torturas recibida de un preso político. Está basada en la novela homónima del físico y superviviente del Gulag Georgy Demidov. De factura exquisita, su realizador sabe con exactitud lo que quiere contar y para ello funciona con una cámara fija que transmite secamente y de forma precisa la sensación de morosidad y espera. Se trata de un relato circular que empieza y acaba en la misma prisión. Cuenta con una puesta en escena de interiores con pasillos lúgubres, con puertas que se abren y se cierran con estruendo, con pisadas siniestras que preceden a siniestros seres callados y de miradas perturbadoras. La burocracia totalitaria es exhibida contundentemente en atmósferas opresivas acrecentadas con un formato casi cuadrado. Excelente exhibición de complicidades implantadas entre autoridades y funcionarios que participan en un silencio colectivo desde las mismas entrañas del sistema, destruyendo cualquier ilusión de justicia.

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La película Lionel consiste en la ópera prima del español Carlos Saiz en el largometraje. Se trata de una especie de road movie de ida y vuelta en el que los sentimientos paternofiliales se remueven, saliendo a flote rencores o cariños más o menos ocultos. Padre e hijo, con una relación distante, inician un viaje desde Murcia al sur de Francia para visitar a la hija del primero y a la hermana del segundo. Los actores, no profesionales, se interpretan a sí mismos. Drama con ajuste emocional de traumas y recuerdos que afloran entre silencios y verborreas, las procedentes del progenitor ininteligibles. De paisajes amplios y cámara en mano, su desarrollo es irregular, con desequilibrios en tono y ritmo al combinarse documental y ficción con inseguridad. Se trata de una obra rodada cronológicamente, a la que le pesa en demasía la libertad otorgada a los intérpretes, y lo que pretendía ser un ejercicio de naturalidad se torna en ordinariez. Un relato poco atractivo en el que los personajes se limitan a arrastrarse en el presente y a remover el pasado, sin sueños de futuro. 

Por último, hemos tenido ocasión de visionar el filme alemán Sound of Falling (In die Sonne schauen) de la directora Mascha Schilinski, Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, como ya se ha apuntado. Se ubica en una granja y repasa el paso del tiempo a lo largo de prácticamente un siglo, desde los años anteriores a la Gran Guerra hasta principios del siglo XXI. La obra es fragmentada y los cambios de época se producen sin lógica alguna ni jerarquía narrativa. Un mismo espacio para emociones que se transmiten de generación en generación, en una memoria intemporal. Quizás se trate de un intento presuntuoso de abarcar el todo, primando la forma sobre el fondo, que queda aplastado por la primera. Destaca en la imagen el uso de grano, la textura analógica, cuadros que recuerdan fotografías antiguas, ritmo contemplativo y una cámara que se aproxima a los rostros, indagando en el alma de los personajes. Se conforma un ambiente general de misterio, muerte, culpa, silencios y memorias. Con la influencia de Roland Barthes, cada fotografía se impone “como certificado de presencia y de muerte”. Retrotrae a Ordet de Carl Theodor Dreyer (1955) o a La cinta blanca de Michael Haneke (Das weisse Band, 2009).

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