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Una cuestión social – The Amusement Park

La cuestión de lo que nos provoca miedo se establece dentro de los cánones culturales y psicológicos de cada persona y comunidad. Se podría decir, correctamente, que cada civilización se basa en reconocerse parte de una estructura biológica (la genética) a través de la cual se adapta a mundo que está fuera de ella y al mismo tiempo atrae y se deja atraer por él, hasta crear una especie de simbiosis que lleva al nacimiento del genius loci y a las costumbres de cada pueblo. Y es que, sin embargo, lo que se desarrolla dentro de los siglos en la cuestión de cada civilización bien se puede resumir con la idea según la cual el ser humano (hombre, mujer, lo que sea) simplemente cambia su disfraz pero no su cuerpo, sus huesos, sus átomos. Somos todos iguales y, por ende, compartimos las mismas ideas declinadas de formas diferentes, lo cual, por supuesto, implica que algunos traumas sigan siendo parte de todo ser vivo que pertenece a nuestra desnuda especie. Cada homo, entonces, no es una isla, sino parte de un continente que se mueve por este planeta (palabras no mías, obviamente).

La metáfora de la vida como si de un parque de atracciones se tratara se inserta, entonces, en la voluntad del autor americano, conocido por sus zombis (y, se espera, no solo), de entablar una crítica sobre el valor mismo de nuestra sociedad en cuanto conjunto de seres que supuestamente tendrían que ayudarse entre sí y que, en realidad, solo piensan en sí mismos y en crear más problemas que soluciones. Y es que, efectivamente, la lección de Romero es la de enseñarnos lo que es un problema real al que todos tenemos que enfrentarnos, antes o temprano: el fluir del tiempo que nos convierte, de personas jóvenes, en ancianos, con todo lo que esto conlleva y provoca en cada uno de nosotros. Una cuestión, así se aprende del mediometraje, que se une a unas luchas de poder y al reconocer que tenemos nuestras necesidades y, sobre todo, nuestra misma dignidad, algo de lo cual no podemos simplemente deshacernos sin llegar a ser peor que las bestias más infames dentro de una sociedad que no permite que los diferentes puedan existir.

Este parque de Romero es entonces la demostración de que algo no funciona en nuestra sociedad, sobre todo la estadounidense, y que poco inteligente y caritativo va a ser el acto mismo de cerrar los ojos ante nuestros prójimos. No es una cuestión de carácter pseudo-universal de hermandad cósmica, sino simple sentido común que nos permite reconocer en el otro lo que podemos ser, o tan solo lo que efectivamente somos. Una visión de carácter racional que bien se entremezcla con la caridad que nace del concepto de empatía, hasta dejar paso a una consideración final sobre el estado de nuestro presente y sobre el valor que les otorgamos a cada individuo dentro de la estructura social en la que nos toca vivir (y que podemos cambiar, por supuesto, cuando nos demos cuenta de hasta qué punto nuestras acciones pueden variar el cuadro global). Somos lo que somos, al fin y al cabo, no solo debido a lo que hacemos, sino también a lo que los otros, en cuanto sociedad, nos definen como elementos : los ancianos son inútiles no porque efectivamente lo sean, sino porque en algunas estructuras sociales (sobre todo las consumistas) ellos pierden su valor como elementos de los cuales se puede obtener algo.

Lo que hace aquí Romero es consecuentemente hablar tanto desde un punto de vista político como también de crítica cultural. Y es que estas dos vertientes son las mismas que podemos ver en su gran trabajo con los muertos caníbales, ya que el fin de sus obras es ofrecer cierto espacio de reflexión a cada uno de nosotros dentro de un marco pop en el cual se intenta dar un valor no ínfimo a lo que es, efectivamente, parte de toda nuestra cultura: el cine de terror no es algo que solo pueda definirse como b-movies sino que tiene su dignidad artística y su misma historia cultural (literaria y no solo, desde lo gótico hasta los cómics de Creepy). Por esta razón la reelaboración del concepto de vejez dentro de un cuento onírico que se parece más bien a una pesadilla subraya un concepto mismo de terror de carácter muy directo, casi materialista (permítanme usar esta palabra), y que bien sabe responder a los miedos típicos de nuestra psique, el miedo ante no el hecho de envejecer, sino de perder nuestro valor en cuanto seres humanos.

Hay que notar, efectivamente, que el problema del protagonista de Amusement Park no es una cuestión que se inserta en su mismo ser biológico. El hecho de ser una persona anciana no es, de por sí, un fallo; lo que sí crea problemas es la manera de la sociedad (otra vez subráyese el adjetivo “consumista”) de relacionarse con aquella parte de la población que ya no produce y de la que resulta difícil lograr obtener más riqueza. El terror que se nos muestra es, por esta razón, tan real que supera el límite de lo ficticio para desarrollarse dentro de una estructura de metáfora negativa (en el sentido de malestar psicológico que nos acarrea) que no deja espacio para que no nos demos cuenta de ser parte misma del problema. Quizás sirva, esta obra, para que podamos reflexionar sobre lo que somos en cuanto sociedad, cultura y especie. Difícil pensar que el arte pueda ir más allá de un objetivo tan benéfico.

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