18  bafici

Bafici cumplió 18 ediciones. Ha recorrido una larga trayectoria en un país que en las últimas décadas ha vivido en democracia, lo cual permite la libertad en la selección de las películas y la ausencia de censura cinematográfica. Ambos “detalles” deberían contribuir a la calidad de la muestra, que en este 2016 cambió de director, aunque sospechamos que mucho de la programación se le debe al anterior. Sin dudas, este año ha continuado con una selección anodina de películas, cuya mejor muestra se constata en la premiación, donde las argentinas obtuvieron quizá demasiados premios.

aardmanDe todos modos, siempre aplaudimos la posibilidad que nos abre este festival para acercarnos a producciones de otras latitudes, así como poder acceder a encuentros cercanos con genios de la talla de Peter Bogdanovich (que ofreció una conferencia, donde dejó ver su simpatía y la admiración por los efectos que aún produce su cine en los espectadores) y Michel Legrand (que brindó un concierto en el exclusivo Teatro Colón). Obviamente, esperamos que la llegada a la dirección de Porta Fuz vuelva a levantar la vara para el año que viene, y ofrecernos un festival con obras de alta talla, aunque (preferiblemente) no sean las cuatrocientas a las que nos tienen acostumbrados. Otro punto alto fue la visita de Merlin Crossingham, director creativo de Wallace y Gromit, que mantuvo una conferencia y una masterclass para estudiantes, donde conversó sobre su experiencia en la animación y contextualizó los filmes de la famosa compañía inglesa Aardman, que fueron ofrecidos en una retrospectiva.

A las competencias habituales, se sumaron la Latinoamericana y la de Derechos Humanos nublando así la posibilidad del próximo festival dedicado a este tema que suele llevarse a cabo durante los próximos meses y que tiene una historia paralela con el Bafici. Quizá no sea una verdadera novedad, ya que tanto las películas argentinas como del resto de Latinoamérica suelen participar de todas las secciones. Diversificar es aumentar la angustia por tratar de cubrir un relato que tiene que ver con cada una de las competencias. Lo que sí es novedoso fue abrir el festival a varias salas fuera del circuito acostumbrado, llevando el cine a espacios antes marginados del gran hecho cultural que esperamos cada año.

Como afirma Pablo Castriota en su artículo sobre el Bafici, nos detuvimos con más interés en las competencias oficiales. Así, pudimos cubrir algunas películas de las que ofrecemos nuestras reseñas. Como cada año, nos quedamos con las ganas de ver muchos más títulos, que se nos escaparon.

La larga noche de Francisco SanctisDe la Competencia Internacional, cubrimos (sin orden de preferencia): Viviré con tu recuerdo, a partir del material de desecho del documental sobre Ada Falcón Qué me habrán hecho tus ojos, que Sergio Wolf filmara hace quince años; In the Last Days of the City, del ganador como Mejor Director, el egipcio Tamer El Said, hace lo imposible por retratar su ciudad, arriesgando, literalmente, su vida en el intento; La noche, de Edgardo Castro, recibió el Premio Especial del Jurado, y narra la desesperada búsqueda de su protagonista en los bares nocturnos de la ciudad; The Revolution Won’t Be Televised, de la senegalesa Rama Thiaw, muestra la revolución rapera de Thiat y Kilifeu, ante la posibilidad de una reelección del presidente de Senegal; La última Navidad de Julius, documental sobre la figura del poeta boliviano Julio Barriga, filmado por Edmundo Bejarano en Tarija, obtuvo una Mención Especial; La larga noche de Francisco Sanctis, de los argentinos Andrea Testa y Francisco Márquez, ambientada en la Argentina de los años 70, ganadora como Mejor Película y Mejor Actor (Diego Velázquez); Je me tue à le dire, la ópera prima del francés Xavier Seron, sobre el amor edípico, que ganó el reconocimiento de la Asociación de Argentina de Autores de Fotografía Cinematográfica (ADF); y finalmente, Oleg y las raras artes, del venezolano Andrés Duque, documental sobre el excéntrico pianista Oleg Karavaychuk que, a nuestro modo de ver, debió obtener un reconocimiento que le fue negado, ya que se constituyó en una de esas sorpresas que arroja el festival.

traces of gardenDe la sección Vanguardia y Género, pudimos ver dos obras disímiles, si las hay: Traces of Garden, un registro para los sentidos, donde flores, ramas y árboles se superponen en un concierto visual, en un contrapunto entre el movimiento natural y el de la cámara, en una especie de danza onírica, acompañada por el canto de los pájaros, el ruido del agua y la música. Sobreimpresiones de imágenes naturales que se combinan con siluetas amorosamente entrelazadas, confundiendo las formas con trazos impresionistas en un repertorio de colores que cubre la amplia gama que va de los tonos fríos a los cálidos. Un filme de 71 minutos que bien podría haber reducido su metraje para ofrecer un colorido, sensual y efectivo regalo a los ojos y oídos del espectador. Conviviendo con este regodeo visual, apareció en la programación una obra que venía precedida por el respaldo de la crítica, Bone Tomahawk, de S. Craig Zahler, un western que comienza como tal, pero se va transformando en otra cosa, donde el horror se apropia de los personajes… ¡y del espectador! En nuestro caso, salimos de la sala desilusionados, porque ansiábamos encontrarnos con una película de vaqueros interpretada por Kurt Russell. Él y sus compañeros de reparto (Patrick Wilson, Matthew Fox y Richard Jenkis) ofrecen excelentes y convincentes actuaciones en una historia donde se trata de salvar a la mujer de uno de ellos. Más esquema de relato clásico (W. Propp, presente), imposible. El viaje, que mientras tienen junto a ellos a los caballos es de un verdadero western, se va transformando cuando esa masa colectiva anónima, que son los indios, se convierten en unos seres gigantes, amenazadores y… voraces. Hay imágenes que jamás podremos sacarlas de nuestra mente, la cámara se queda fija en el horror y, aunque te tapes los ojos, cuando espías a ver si pasó lo horrible, queda registrado en la retina una de las escenas más terribles que ha ofrecido el cine. Eso no es fácil de perdonar.

hierbaDe la Competencia Argentina, vimos Hierba, del argentino Raúl Perrone, un contrapunto entre cine y arte, a partir de Desayuno en la hierba, la pintura de Manet. De la Competencia Latinoamericana, podemos referirnos a la brasileña Carregador 1118, de Eduardo Consonni y Rodrigo Marques, un documental sobre un momento muy particular en la vida de uno de los miles de cargadores de mercaderías en los camiones de reparto; y a la ganadora del premio a Mejor Directora, María Aparicio, por su docu-ficcion Las calles, un pequeño filme rodado en Puerto Pirámides, en la Patagonia argentina, donde un grupo de chicos son dirigidos por su maestra para que entrevisten a los pobladores con el fin de asignar nombres a las calles del pueblo. Con imágenes hermosas del lugar, donde el mar, la aridez del terreno y el frío componen un cuadro espectacular, las barcas descansando en la playa son referencia de las ocupaciones de los entrevistados: la pesca de mariscos mediante el buceo en profundidades peligrosas. Los lugareños aportan a la historia del lugar, pero también a la suerte que han corrido para que actualmente se encuentren en ese espacio perdido del mapa. Los chicos ofrecen la frescura típica de su edad, pero sabemos que allí no tienen futuro. La maestra los guía con entusiasmo y sabiduría. Estampa de un rincón de la Argentina, barrido por los vientos fríos del Sur, donde sobreviven hombres solos o familias numerosas para realizar lo que mejor saben hacer: pescar.

MaturitáOtras secciones tuvieron nuestra atención: Del director mexicano Arturo Ripstein, se exhibió La calle de la amargura, otra de sus historias sobre la marginalidad y la miseria, donde dos prostitutas se relacionan con dos luchadores enanos. Esperamos su estreno para dedicarle una crítica extensa. De Pasiones, vimos Los pibes, un documental sobre el descubrimiento de futuros cracks para el equipo argentino de fútbol Boca Juniors. De Hacerse Grande, podemos mencionar a Maturitá, la historia de una estudiante en pleno proceso de crecimiento, a cargo del argentino Rosendo Ruiz, a quien Marcela Barbaro tuvo la ocasión de entrevistar. De Trayectorias, pudimos ver la estadounidense Grandma, en la que  Paul Weitz narra el reencuentro de una abuela con su nieta. La abuela, una lesbiana que ha dejado a su última pareja, debe ayudar a la nieta embarazada ante la incomprensión de una madre severa. Una historia de esas que uno ve un  domingo por la tarde, sin ambiciones, simple, por momentos simpática, pero totalmente predecible. Nada a destacar. En cambio, Harmony and Me (2009), de Bob Byington, a quien le dedicaron una sección especial, es de esas películas esperables en una edición del Bafici. Pequeña, con pocos personajes y una narrativa fluida y simpática. Justin Rice interpreta a Harmony, un músico despechado. La cámara en mano, los monólogos del actor, las miradas a cámara y una pequeña venganza reparadora cierran un filme que llenó nuestras expectativas, porque puede inscribirse literalmente con el adjetivo de «independiente» que caracteriza al festival.

Todo comenzó por el finHe querido dejar para el final la película que más esperamos en este Bafici. Programada en la Sección Cinefilias, Todo comenzó por el fin, del director colombiano Luis Ospina, no dejó indiferente a nadie. En ella, Ospina logra el más personal de sus documentales. Si bien la primera intención era la de contar la historia del Grupo de Cali, apoyándose en sus dos compañeros que tentaron fatalmente a la muerte: Andrés Caicedo (de quien hemos escrito en reiteradas oportunidades) y Andrés Mayolo (director de cine y televisión, además de docente), todo se replantea cuando a Ospina se le detecta un cáncer durante el rodaje. Este hecho cambia el eje del filme y, ahora sí, es un sobreviviente literal en la historia del Grupo de Cali. En una extensísima película que no decae ni por un momento, utiliza material de sus otras obras y recoge las opiniones del resto del equipo que trabajó junto a ellos en los rodajes. Se trata de una generación que no ha buscado la descendencia, eternos adolescentes que disfrutan de estar juntos y hacer travesuras. Pero esas travesuras tienen un trasfondo culturalmente sólido, que ofrece una obra contundente. Cómo se conocieron, quiénes eran Andrés Caicedo y Carlos Mayolo, cómo era esa comunidad que habitaba Ciudad Solar, qué significó el suicidio de Andrés, cómo repercutió en ellos la muerte de Mayolo, en qué lugar de la historia se ubicaron en el pasado y en cuál se encuentran hoy… Ospina ha madurado y su película es sobrecogedora. Habla, desde el  corazón, de su vida, en la que sus amigos y colegas son entrañables hermanos que aún lo acompañan y mantienen vivo ese espíritu que los sobrevolaba en aquellos años 70 y 80. Si tuviéramos que quedarnos con una escena, creemos que elegiríamos la de Mayolo dirigiendo la orquesta. Es sensible, divertida y puede resumir el espíritu de unos seres elegidos y de la época que les tocó vivir.

 

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Una mirada sobre la última edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici)

 18º Bafici

En los intercambios por mail que solemos mantener cada vez que cubrimos el Bafici, desde hace ya un tiempo considerable sobrevuela entre nosotros la misma impresión: todo aquello que es saludado como una gran novedad por la prensa festivalera local nos deja con sabor a poco, y en el balance final terminan siendo realmente muy pocas las películas que nos despiertan algún entusiasmo significativo. No siempre resulta fácil comprender a qué responde este leve desencanto que parece ir en aumento con cada edición. Dan ganas de suponer que estamos acostumbrados a cierto estándar elevado de calidad, pero eso lamentablemente no es cierto. Tampoco se trata de que no nos dejemos impresionar fácilmente. Mucho de lo que se ve en cada Bafici resulta sumamente difícil de revisitar por otros medios. Existe un carácter transitorio y efímero en la mayoría de las películas del festival, de las que solo un puñado alcanza a reaparecer en condición de estreno comercial. En ese sentido, el festival sigue representando una gran posibilidad de acceso hacia una diversidad de cine que no se replica en la cartelera cinematográfica de Buenos Aires durante el resto del año, salvo en el circuito “alternativo” (Malba, Arteplex, Bama, Centro Cultural San Martín, Espacio Gaumont, Sala Lugones, Filmoteca). Pero volvamos al tema de nuestro aparente desencanto. ¿Qué podría estar ocurriendo con nosotros para que el Bafici vaya dejando de posicionarse como el acontecimiento cultural del año en nuestro calendario personal? Es probable que las razones tengan que ver con el modo en que cada uno encara el festival. Liliana y Marcela suelen seguir con atención la competencia oficial, y quien escribe se desplaza más periféricamente entre las distintas secciones que conforman la programación, lo que abre mucho más el juego y posibilita menos desilusiones. Es claro que ninguno de nosotros llega jamás a alcanzar siquiera el 10% del total de la programación de un evento que siempre presume de superar las cuatro centenas de películas entre cortos, medios y largometrajes. El enfoque de Liliana y Marcela suele estar más puesto en la calidad de las películas, y a sus reseñas de este mismo número los remito si es eso lo que pretenden extraer como balance del festival. De mi parte, y dejando previamente asentado que en esta edición he visto apenas un puñado de películas muy placenteras y valiosas de las que solo haré una breve mención sobre el final, preferiría centrarme en todo aquello que concierne a la gestión política y la identidad cultural del Bafici, extendiéndome mucho más allá de su programación.

18 baficiPara quienes no lo saben, el Bafici es un evento que se celebra de manera ininterrumpida desde hace ya dieciocho años y siempre dependió del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ha tenido seis directores artísticos (todos designados a dedo por los principales funcionarios de ese ministerio) y algunos de sus programadores llevan más de una década involucrados en la selección de todas aquellas películas que lo conforman. Esta edición resultó bastante interesante, teniendo en cuenta que fue la primera en llevarse a cabo bajo plena coincidencia de signo político entre el gobierno nacional y la gestión porteña. El actual ministro de Cultura de la Ciudad, Darío Lopérfido, realizó hace muy pocos meses unas declaraciones -fácilmente localizables en la web- donde cuestionó, entre otras cosas, la política de derechos humanos del gobierno nacional saliente, e incluso llevó la cuestión hacia aspectos del pasado relacionados con el número de desaparecidos durante la última dictadura militar, sobre el cual aludió a una supuesta manipulación y falseamiento en pos de que los organismos de DDHH pudieran “obtener subsidios”. Sus dichos fueron muy cuestionados por una gran parte de la comunidad artística del país; se solicitó en varias cartas abiertas y petitorios la renuncia a sus cargos (entre ellos el de la Dirección Artística del Teatro Colón) y hasta debió afrontar algunos episodios de “escrache” en ocasiones donde se mostró públicamente por los complejos de cine del festival. Algunos realizadores, entre ellos los dos responsables de la película ganadora de la competencia oficial (La larga noche de Francisco Sanctis), repudiaron ante el público presente las declaraciones mencionadas al finalizar la proyección. Desconociendo por completo los méritos artísticos de la película en cuestión, el hecho de que se haya impuesto en el certamen principal contribuye a una idea de credibilidad e independencia por parte de los integrantes del jurado, que no habrían cedido ante el posicionamiento explícito de los realizadores y su discordancia en relación al discurso oficialista actual. Pero volviendo hacia la polémica figura del ministro, cabe recordar que desde ediciones muy recientes la presencia oficial de funcionarios del gobierno se ha hecho cada vez más notoria en el marco del evento, en contextos ajenos a lo meramente institucional. Fuera de los esperables discursos en los actos de apertura y presentación del festival, hay antecedentes de un par de películas incluidas dentro de la programación que contaron con el aval de reconocibles personalidades del gobierno porteño, debido a su discurso claramente contrapuesto al del oficialismo nacional de ese entonces. Sin haber visto aún ninguna de esas películas (El Olimpo vacío y El diálogo), se puede decir que fueron muchas más las crónicas que resaltaron el grado de pobreza formal de ambas realizaciones que las que elogiaron sus procedimientos. Tanto en una tendencia como en la otra, las críticas estaban muy condicionadas por el posicionamiento político de sus redactores, hoy fácilmente identificables por sus actividades en las redes sociales. Y sobre este punto conviene resaltar que las autoridades artísticas más importantes del festival se encuentran claramente en sintonía con el pensamiento político del actual gobierno. No se trata de poner en cuestionamiento la capacidad de alguien como Javier Porta Fouz, nuevo director artístico del festival, que lleva casi tantos años como tiene de existencia el Bafici involucrado en su programación, ni tampoco la de su predecesor, Marcelo Panozzo, hoy director de la Usina del Arte, alguien que exhibía todavía mucho menos pudor a la hora de mostrarse con ministros y funcionarios de la cartera cultural porteña desde sus cuentas de Facebook y Twitter. Se podría decir que nada debería privarlos de expresar sus afinidades políticas, de hecho. En todo caso, sí sería legítimo preguntarse si esas afinidades han contribuido a que haya quedado prácticamente descartada toda discusión sobre el proyecto de autarquía del festival que se venía mencionando desde la edición del 2008, cuando asumió Sergio Wolf. O también preguntarse si resultó oportuno que la última película del mismo Wolf, un ex director del festival, haya estado incluida en la competencia oficial, sospecha que terminó viéndose atenuada por el hecho de que no obtuvo ningún premio. ¿Cuál hubiera sido el posicionamiento de los realizadores de las otras películas en competencia de haber ocurrido lo contrario? ¿Recae la gestión del Bafici siempre en las mismas manos, la tan mentada “camarilla”, a la que ciertos sectores de críticos antipáticos a este grupo suele aludir? (quienes deseen interiorizarse un poco mejor sobre visiones más cuestionadoras sobre la identidad política del festival de los últimos años deberían asomarse por los sitios web de Hacerse la crítica y Taller La Otra, que tampoco se privan de, aunque más no sea, una breve cobertura). ¿No son demasiado complacientes las reseñas del festival que se hacen desde los principales sitios web o blogs de crítica de cine (La Agenda Revista, Otros Cines, Micropsia, Con los ojos abiertos), espacios cuyos responsables tienen trato directo con las autoridades del festival? ¿No debería retomarse públicamente la discusión sobre el presupuesto del festival, motivo principal de enfrentamiento entre gestiones anteriores de directores artísticos con las autoridades políticas del evento? ¿Las mesas de discusión del Bafici contribuyen a cuestionar su identidad e interrogarse sobre estos aspectos señalados, como ocurrió hace pocos años con la de la revista Kilómetro 111, la cual estuvo a punto de ser cancelada por la presencia de un crítico antipático al director artístico del festival de aquella edición? ¿Debe ser discutible a nivel público la exclusión de un ensayo político dentro de la programación del festival, como ocurrió con Tierra de los padres, de Nicolas Prividera, mas allá de que nos haya aburrido a todos con sus insufribles y kilométricas cartas abiertas autorreferenciales en distintos blogs por aquella decisión del equipo de programación? ¿La presencia de figuras indiscutidas de nuestra historia del cine, como Graciela Borges y Mirtha Legrand, aporta algo significativo a un festival que nunca se caracterizó por celebrar acríticamente nuestro pasado cinematográfico? Peter Bogdanovich y Michel Legrand resaltaron como notas ilustres y nostálgicas al ser los homenajeados principales de esta edición (que también incluyó al legendario productor portugués Paulo Branco), pero su presencia –muy placentera, a juzgar por quienes asistieron a sus charlas y presentaciones- también arrastró con ese aroma frívolo y “cholulo” en un evento que en sus dieciocho años de historia siempre le esquivó a la alfombra roja y apenas cuenta con un puñado de presencias de celebridades en su haber (Jim Jarmusch, Tom Waits, Juliette Binoche, Olivier Assayas). Entre algunos descontentos mucho más personales que se acercan al terreno de las preferencias, mencionaría que la mudanza del festival realizada hace ya cuatro años desde el Abasto hacia Recoleta ha contribuido a la pérdida de ese clima especial y multitudinario que podía percibirse en la histórica sede anterior, así como también se extrañan algunas de las enormes salas que fueron parte de ediciones anteriores (el Teatro 25 De Mayo, la Sala Lugones, la reapertura de los inmensos Atlas Santa Fe y el América).

18º baficiHay otros caminos posibles a seguir a la hora de cuestionar ciertas banderas que el festival ha presentado desde siempre como garantías inimputables de su reputación. Una de ellas recae sobre ese inmenso número de 400 películas que el Bafici siempre tiene para ofrecer a sus concurrentes y que resulta imposible de abarcar, aunque más no sea en un tercio de sus posibilidades, aunque desde su organización siempre se haya querido demostrar que el sentido no pasa por acceder a todas ellas. Uno de sus anteriores directores artísticos sostuvo en una ocasión que era imposible que el festival pudiera ofrecer cuatrocientas películas buenas y que había algo irracional y caprichoso en esa oferta desmesurada que el Bafici se empeña cada año en seguir sosteniendo, ya que condiciona el mismo presupuesto. El inmenso número se reparte entre distintas secciones que han ido variando con los años, de acuerdo al equipo de programadores que toma las riendas de la gestión. Muchas de esas secciones están conformadas por programas de cortos que se proyectan en salas vacías. Entre bienvenidas retrospectivas e interesantes focos sobre realizadores desconocidos que vale la pena descubrir, siempre se cuelan otras secciones temáticas que parecen forzadas a engrosar inútilmente la cantidad de películas del evento y contribuir a ese estatus de cosmos inabarcable del que el festival gusta presumir. Estoy de acuerdo en que un evento con cinco o seis películas grandiosas ya justifica plenamente su existencia. También defiendo que uno pueda desentenderse de la competencia oficial y disfrutar del evento delineando su propio itinerario y recorrido personal sobre las películas del festival. En todo caso me interesa comprender si detrás de esa oferta de desmesura inabarcable se encuentra una multiplicidad de festivales posibles para cada espectador o si se esconde una prepotencia cuantitativa que avala el aumento de los precios de la entrada cuando, según uno de los ex directores artísticos del festival, a las autoridades políticas los costos no se le incrementan en lo absoluto (http://tallerlaotra.blogspot.com.ar/2013/03/fernando-martin-pena-los organizadores.html).

Mi asistencia a esta última edición del Bafici fue inesperada, a raíz de un imprevisto que impidió que viajara sobre esa fecha al exterior, por lo cual tuve que decidir bastante rápido sobre lo que fuera a ver. Eso me empujó a arriesgarme menos y orientarme hacia territorios seguros. La mayoría de las películas que vi me resultaron enormemente placenteras, luminosas, a contrapelo de todo aquello que uno suele atribuirle al perfil de películas del festival (oscuridad, sordidez, tremendismo). Eugène Green (Le Fils de Joseph), Mia Hansen-Løve (L’Avenir), Marco Bellocchio (Sangue del mio sangue), José Luis Guerín (La Academia de las Musas), todos ellos filman con la seguridad propia de su condición de grandes cineastas pero sin estancarse en caminos mil veces transitados y abiertos a los hallazgos estéticos que su sensibilidad les posibilita registrar y reconstruir. Hubiera querido decir lo mismo de la última realización del recientemente fallecido Andrzej Zulawski, pero Cosmos me resultó insoportable, una película tan histérica como pedante, de un academicismo deforme y estúpido, el peor epitafio posible para una trayectoria intensa e inclasificable como la del cineasta polaco. Este pequeño círculo de cineastas confiables y arriesgados seguirá siendo parte del Bafici, independientemente de todos los aspectos críticos señalados. Quizás eso baste para apoyar su continuidad (algo que no dudaría un segundo en hacer), así como también para seguir cuestionándolo.

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BAFICI 2016 – Competencia Argentina

HierbaEn 1863 Edouard Manet presentó una obra llamada El baño, que fue rechazada por un jurado de críticos y derivada al por entonces creado Salón des Refusés, donde se exhibían las obras defenestradas. Allí, contó la aceptación de jóvenes artistas que, más tarde, formarían el grupo de impresionistas. La pintura marcó la ruptura con el arte tradicional y académico al orientarse hacia el modernismo. Cuatro años más tarde se tituló Desayuno en la hierba. En el cuadro podemos ver dos hombres vestidos y una mujer desnuda sentados entre los árboles, junto a una canasta con frutas. El río Sena se aprecia de fondo junto a otra mujer que sale de bañarse del río.

Desayuno en la hierba fue el punto de partida y fuente de inspiración para Hierba, el nuevo film del prolífico cineasta Raúl Perrone (Los actos cotidianos, P3ND3JO5; Favula, Ragazi), exhibido en la Competencia Argentina. Dividida en 20 actos, la película propone un diálogo entre el cine y la pintura, donde la reproducción del cuadro comienza a animarse mediante efectos visuales y la interpretación de los personajes del cuadro. Se utiliza de fondo la pintura u otros paisajes impresionistas para recrear una historia que habla del deseo, del dominio sobre el otro y de la violencia sobre la mujer en una sociedad en pleno cambio.

Los sonidos que se emplean (ambientales, música clásica y hasta cumbia electrónica) se mezclan e intervienen en cada una de las imágenes para alejar lo pictórico y dar lugar a lo cinematográfico. A partir de allí, se da vida a un relato creado desde aquella escena inicial que se transforma en una ficción. Los personajes salen y entran de cuadro, mientras la cámara mantiene un punto de vista fijo que coquetea con una puesta teatral, a la cual se suma cierta exageración gestual en las interpretaciones, remitiendo al estilo que usaban los actores del cine mudo.

Hierba, fotogramaLa ausencia de diálogos destaca el trabajo sobre la composición visual de cada Acto en los que recrea la pintura. La elección de la pantalla cuadrada con bordes blancos y redondeados, sumado a imágenes superpuestas no hacen más que remitir, nuevamente, al cine mudo. El filme, a su modo, es un homenaje al movimiento vanguardista de los años veinte, en que los pintores devenidos en cineastas experimentaban con y desde cine para darle movimiento a sus imágenes. La cinegrafía integral, a la que hacía referencia Germaine Dulac.

Hierba explora dos lenguajes que se fusionan y enriquecen a lo largo de 65 minutos. Un ejercicio experimental y altamente creativo de parte de un director que no deja de sorprendernos gratamente. Perrone dedica el film a los grandes maestros del impresionismo francés que tanto admira: Monet, Renoir y Manet, entre otros.

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BAFICI 2016 – Competencia Internacional

La larga noche de Francisco SanctisLa película argentina La larga noche de Francisco Sanctis, de Andrea Testa y Francisco Márquez, obtuvo premios a la Mejor Película en la Competencia Oficial Internacional y a Mejor Actor (Diego Velázquez), así como el reconocimiento de los Premios Signis y Feisal en Bafici 2016.

Buenos Aires en los setenta, años de la feroz dictadura militar, es el escenario donde Francisco Sanctis es enfrentado a un verdadero dilema que lo pone en la situación de poder salvar dos vidas arriesgando la suya o, por el contrario, resguardarse en su núcleo hogareño y permitir que una pareja desconocida sea secuestrada, torturada y desaparecida por su ideología política.

La atmósfera de los interiores, donde Francisco vive junto a su esposa e hijos es oscura y opresiva. Una pálida luz ilumina los espacios donde late la vida de la familia: la cocina y el cuarto de los niños. Pero los exteriores son más intimidantes. Las calles solitarias, los encuentros fortuitos, los diálogos casuales que cobran nueva dimensión luego de que Francisco haya recibido la misión indeseada, forman un artilugio en el que el espectador ve cómo el protagonista se mueve, como si estuviera en una jaula de observación, donde se midieran los niveles de adrenalina, a la manera de un cobayo revisado por un entomólogo. En pocas escenas se van cerrando las posibilidades de que el personaje encuentre la salida más fácil.

Francisco es un empleado común que lucha por conseguir su ascenso, pero casi siempre sale de la oficina del gerente con una felicitación y un premio consuelo, además de la noticia de que la próxima vez se tratará su caso. Recibe un llamado de una excompañera de universidad que, con un pretexto, le propone una misión que le es ajena. Minutos largos dentro de un automóvil, donde la mujer mira insistentemente por el espejo retrovisor, como para justificar un comentario que escucharemos unos minutos más adelante, cuando un compañero común la recuerde como una “gorda paranoica”.

La larga noche de Francisco SanctisLa larga noche pasa entre jugar al billar con el amigo, el paseo casi obligado en el auto, una sesión de cine que devela la preocupación de quienes están comprometidos en la lucha contra la dictadura y en un viaje en autobús, con la cámara que se detiene en los rostros cansados de los pasajeros, quizá otros Franciscos que vuelven al hogar con las manos vacías de ilusiones.

La máscara de Diego Velázquez, que ha obtenido el premio a Mejor Actor, es pétrea. Sus ojos, enmarcados por ojeras oscuras y la delgadez de su rostro no regalan ni una sonrisa durante toda la historia. No hay gestos que delaten placer o temor, solo una imagen inexpresiva que se viste con aquello que el espectador prefiera: temor, indecisión, valor, curiosidad… y podríamos seguir enumerando.

La película de Andrea Testa y Francisco Márquez va a participar de la sección Un Certain Regard, del próximo Festival de Cannes. Allí podrán sumergirse, porque eso sí lo logra el filme, en la atmósfera opresiva y temerosa que se vivía en aquellos terribles años, donde había gran cantidad de argentinos que, como Francisco, miraban pasar los hechos frente a sus ojos, pero preferían desviar la mirada hacia otro lado… Creo que ese es el mayor valor del filme, no contar los hechos en sí, sino un estado de inmovilidad y de cierta complicidad con hechos que sacudían todos los días.

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BAFICI 2016 – Competencia Internacional

La nocheDentro de la heterogénea muestra de filmes que participaron en la Competencia Internacional, La noche, ópera prima del actor Edgardo Castro, galardonada con el Premio Especial del Jurado, no fue la excepción.

La historia narra, desde una acentuada estética hiperrealista, la vida de Martín (interpretada por Edgardo Castro), un hombre de cuarenta y tantos años que está desesperadamente solo y busca, a través del sexo, algo de compañía, pasar ese tiempo del que nada parece esperarse. Bajo esa desolación constante, encuentra en la cocaína, el alcohol y en alguna que otra orgía un estado de placer momentáneo cada noche.

La cámara en mano sigue con minuciosidad su deambular por las calles del Once. Se filtra en bares nocturnos, en los baños y observa el entorno, mientras comienza un show de strippers, o la performance de un travesti sobre el escenario. Martín se mezcla entre la clientela, busca un levante, un pase, y así terminar la noche en un «telo» barato y miserable con quien sea, porque hay otro que está tan solo como él.

Donde los diálogos prácticamente escasean, el sonido ilumina las imágenes sombrías a lo largo de 135 minutos. Castro opta por captar su cotidianidad a través de primeros planos cerrados de sus múltiples felatios con gays, travestis o con el taxi boy del momento; es el mismo tipo de plano, casi asfixiante, que se acerca a la línea que entra en su nariz o decide alejarse cuando alguien le orina en el pecho.

La noche, fotogramaLo explícito del filme es, justamente, esa instancia donde toma necesidad la veracidad del relato por encima de la ficción para reflejar un vacío que nada ni nadie colmaba. Por eso mismo, las tomas resultan demasiado largas y reiterativas. Una acumulación de situaciones que no hace más que subrayar, desde los excesos, el vacío interior del protagonista.

Por suerte, no hay una mirada que juzga. Eso es lo bueno y rescatable. El registro de Castro es espontáneo, desprolijo, cuasi documental, donde nada intenta esconderse, por el contrario, parece un pedido de atención, un llamado al amor en medio de una sórdida realidad.

Tráiler:

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BAFICI 2016 – Competencia Latinoamericana

La última Navidad de JuliusJulio Barriga es poeta en Tarija, un pueblo de calles de tierra, en Bolivia. Recibe a su interlocutor en una casa derruida, con baño compartido y una pileta en el patio para asearse. Su hogar se limita a una habitación con las paredes cubiertas de estantes, donde reposa la excesivamente ordenada biblioteca del escritor. La cama deshecha, además de lugar de descanso, es el espacio de trabajo del poeta, donde semidesnudo lee sus anotaciones.

Quizá con menos metraje, este documental hubiera crecido en énfasis y profundidad. Pero se queda en la repetitiva ceremonia de lectura, un soliloquio casi interminable, poblado de frases ocurrentes, como podrían ocurrírsele a un poeta bohemio en cualquier parte de la tierra.

La última Navidad de JuliusSi ese documental hubiera sido el corto que creemos sumaría a la obra que obtuvo una Mención Especial en Bafici 2016, lo único de lo que no podría prescindir es de un sensible homenaje, una poesía entre sarcástica y humorística, pero cargada de honda admiración hacia Amy Winehouse, a quien ha descubierto con la noticia de su fallecimiento: “Ya cerca de la muerte he visto la luz… y es Amy”. La describe como una mujer de “patética belleza y siniestra ternura”. De ella dice: “Hay momentos en que pasa a ser la luz de mi oscuridad”. Una oscuridad que tiene que ver más con la muerte: “nos redime sacrificándose a sí misma”. Y concluye: “Si la vida es insoportable, el suicidio es un deber”. A modo de travesura, por haber encontrado ese juego de palabras que no es políticamente correcto, define a Amy con una generalidad: “Las únicas chicas buenas son las malas”.

Este es el corazón del documental. Lo demás: la exhibición de un cuerpo que no parece tener la edad que delata la cara; la gimnasia a que lo somete, a modo de niño eterno; el compañero de lectura que posa con lentes oscuros en un interior iluminado con luz artificial, sin aportar nada con su presencia; las salidas y entradas de la casa por una puerta que no es más –ni menos- que una conexión con el exterior … Pareciera que estamos ante una obra inacabada, donde al personaje principal le encanta el juego de la cámara y trata de lucirse con sus dichos y acciones más extravagantes, para cautivarnos, como ha cautivado al director. Aunque no siempre lo logra.

La última Navidad de JuliusEl documental fue exhibido en la presentación del libro de Barriga, El hombre que amaba a Amy Winehouse, que recopila textos autobiográficos de este admirador del poeta Roberto Echazú, a quien le dedica “Cuadernos de sombra”, de donde nos lee con su apasionada e incontinente urgencia: “La muerte del poeta era un ómnibus al que todos querían subir”. Y así, jugando con la vida y con la muerte, Julio Barriga ha logrado pasar a la eternidad al quedar plasmado en la película de Bejarano. Lo ha hecho con conciencia, sabiendo que es el centro del universo durante esos minutos que dura que el documental. Y ha tratado de mostrarse lo más genial que ha podido… Apenas lo ha logrado.

 

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BAFICI 2016 – Sección Panorama

Los pibes, cartelLuego de ser exhibida en el Festival Internacional de Mar del Plata, Los pibes, tercer largometraje de Leandro Colás, llega al 18º Bafici. El documental narra el trabajoso y extenso proceso que deben a travesar los chicos que desean ingresar a las inferiores de Boca Juniors. De los 40.000 pibes que se presentan al año, sólo eligen a 40 de ellos. Esa ardua tarea está a cargo de los llamados “captadores” y protagonistas de la película, un grupo muy pintoresco de hombres, entre ellos Horacio García, Diego Mazzilli, Ramón Maddoni (descubridor de Riquelme, Gago, Cambiasso, Tevez y otros) y ex ídolos de fútbol como “El Mono” Perotti, Norberto Madurga o Ernesto Mastrange, que seleccionan y deciden quién será la futura estrella del fútbol local. Para ese proceso, viajan al Gran Buenos Aires, recorren las canchitas de fútbol de las villas o, a partir de una gran convocatoria, los esperan en un anexo xeneize para hacerles la prueba.

Al igual que en su primera y gran película Parador Retiro (2008), Colás opta nuevamente por hacer un documental de observación, dejando que las escenas fluyan con naturalidad frente a la cámara sin alterar su proceso ni entorpecer la cotidianidad. Los hechos pasan y los protagonistas se mueven e interactúan como si la cámara no estuviese allí.

Fotograma de Los pibesEn Los pibes se logra con gran fluidez rescatar el humor de los captadores en sus charlas; los símbolos en las paredes de una canchita de la villa 11-14; los gestos de los chicos y las expectativas de los padres junto al alambrado (que no son las mismas entre los padres del Interior y los de Capital). Los planos parecen traducir la esperanza en los rostros de los que esperan largas colas por si los prueban, una posibilidad que, para algunos, podría cambiarles la vida. Y esa manera de observar con la distancia justa es lo que hace del filme algo que va más allá del fútbol.

La película se complementa con algunas entrevistas a cámara, pruebas de fútbol y la instancia del fichaje, cuando alguno es seleccionado. Si no te gusta el fútbol, como a mí, en ningún momento el documental se vuelve tedioso ni aburrido, porque no habla solo de patear una pelota, sino de la esperanza puesta en algo, en este caso, el deporte; de las oportunidades y del amor a la profesión que destila cada uno de los captadores. Colás, como en Parador Retiro, siempre posa su mirada del lado de los que necesitan una oportunidad.

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BAFICI 2016 – Hacerse Grande

Cartel de la película MaturitáNuevamente el cine cordobés llega al Bafici de la mano de uno de los realizadores ya habituales del Festival, Rosendo Ruiz (De caravana; Tres D; Todo el tiempo del mundo) para presentarnos el segundo proyecto realizado con los alumnos del Taller de Cine de la Escuela Ítalo-Argentina Dante Alighieri de Córdoba: Maturità, que fue exhibida en la sección Hacerse Grande.

Rodada en el marco de las elecciones de 2015, el filme comienza con una pregunta: ¿Qué es el peronismo?, pero la respuesta, que no deja de ser una construcción permanente, se diluye más allá del filme, acercándolo a otro hecho: la creación del Centro de Estudiantes en el colegio secundario donde concurre Canu, la protagonista. La joven lidera con gran entusiasmo y dedicación el movimiento estudiantil, y paralelamente mantiene una relación sentimental con Rodrigo, su profesor de Historia del Arte. Su padre, que trabaja en el mismo colegio, desaprueba esa relación, que lo distanciará de su hija y lo enfrentará a Rodrigo, a quien amenaza con denunciarlo. Sin embargo, el filme no se centra en el romance (una acertada decisión del guion), sino en el proceso de cambio que a traviesa internamente la protagonista.

La cámara ubica a Canu en su contexto, la completa mientras el tiempo parece ir demasiado rápido. Si bien la mayoría de las acciones transcurren en el colegio, ella tiene otras facetas que hacen a su propia búsqueda: cuida el hijo pequeño de una amiga; se aleja de su casa paterna; camina por la ciudad y se vuelve parte de un movimiento constante. En esa pausa, se prueba lejos del padre, del novio e intenta pensarse de otra forma.

Fotograma de MaturitáEn su quinto film, Ruiz logra un salto cualitativo en relación a la fluidez narrativa y al cuidado estético de las imágenes. Y demuestra, una vez más, el gran trabajo en la dirección de los protagonistas que, al no ser actores, logran muy buenas interpretaciones. Cada uno de ellos se muestra natural, espontáneo y muy cómodo en su rol, como el personaje de Paula (Paula Ledesma), con quien trabajó en Todo el tiempo del mundo.

Si la realidad actual fue el marco del filme, los discursos políticos de los spots televisivos se insertan en las imágenes, como voces de fondo en la vida de los jóvenes que, pronto, formarán parte de una decisión, o mejor dicho, de una elección. Optar es parte de la maduración y del crecimiento que, como dijimos de la pregunta del inicio, es una construcción permanente.

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BAFICI 2016 – Competencia Internacional

Oleg y las raras artesEl Hermitage ha quedado plasmado para el cine en los inolvidables planos secuencias subjetivos de El arca rusa (Russkiy kovcheg), de Alesandr Sokurov. La referencia es obligada, aunque esta vez por oposición. Dos de sus pasillos y la sala donde se encuentra el piano dorado de Nicolás II están presentes en la cámara fija del director venezolano Andrés Duque, actualmente instalado en Barcelona, responsable de situar en un espacio cuasi natural a Oleg Karavaychuk, el único pianista que tiene permiso para ejecutar el famoso piano del museo.

Una imagen en plano general, totalmente simétrica, de un pasillo dedicado a la música, nos muestra al maestro ruso de 88 años como una delgada figura anacrónica, con su rubia melena beatle, sus amplios pantalones de botamanga ancha, un suéter larguísimo y una boina acomodada de lado. Su voz narra la incomprensión que le genera la ausencia del presidente Putin al aniversario del museo, para pasar a contar que fue artista predilecto de Stalin o narrar el horror que le causó ver que su música fuera utilizada en una película rusa que narraba el fin de la familia zarista. A lo largo del filme sus dichos oscilarán, contradictoriamente, entre la admiración por el histórico presidente ruso y la realeza.

Oleg y las raras artesSus frases nos descolocan, como cuando dice que le gusta visitar el cementerio, porque se enamora de las imágenes de las jóvenes de la nobleza que han muerto prematuramente. Sin embargo, la película cobra vuelo, literalmente, cuando sus manos se posan en el teclado del antiguo y elegante piano decorado con frescos, cuyas patas doradas subrayan el barroquismo de su arte. Allí, Karavaychuk deja de ser ese personaje excéntrico que se nos ha mostrado para constituirse en dos manos avejentadas, toscas y sucias, que le arrancan sonidos al instrumento musical, como si fueran aves de rapiña, regalándonos una música brutal pero encantadora, que nos envuelve en la belleza de la violencia rítmica. En primer plano fijo, vemos las manos que suben y bajan para posarse sobre el teclado, por momentos con la fuerza de un puño, golpeando el teclado, o con la punta de los dedos toca las teclas que le obedecen al artista, regalándonos una armonía extraña, sobrenatural, mágica, que como él dice, conjuga consonancia con disonancia, hasta llevarnos al ritmo jazzístico que desprecia. Asistimos, embobados, a una especie de revelación sonora. Y Oleg lo sabe, porque dice que nunca antes hubo una música como la suya. Y nunca antes, ese piano brindó los acordes que terminamos de escuchar.

Oleg y las raras artesLa cámara de Duque es desinhibidamente admiradora del pianista. Y se lo agradecemos. Dos años estuvo el realizador tratando de acercase a Oleg para mostrarnos al artista. En la película, no se habla de su vida privada ni de la Rusia de la que ha sido testigo, salvo por esos comentarios dichos al pasar que revelan mucho más que lo que ha sido su intención al pronunciarlos. Como afirma el autor en una entrevista, su finalidad fue filmar el proceso creativo del músico. Oleg improvisa cada vez que se sienta al piano. No lee partituras ni reproduce melodías famosas. Le arranca al piano notas casi guturales, viscerales, que no son melódicas, sino que parecen sonidos orgánicos que laten junto al corazón del espectador.

Del embobamiento ante el arte exhibido en los pasillos de El Hermitage o en el piano del Zar, pasamos a la comunión con un sonido que nos invade y ya no podemos sino querer que no deje de tocar. Las manos de Oleg vuelan frente a la cámara. Una parece el aleteo de un ave, la otra parece la cabeza de un águila picoteando desesperadamente. Y la cámara sigue fija, mostrando el movimiento y los sonidos que el pianista le arranca al teclado.

Oleg y las raras artesHasta aquí, estamos ante el documental más puro. Un documental que más tarde se va a tornar en poético, cuando salga del enclaustramiento del museo para recorrer Komarovo,  donde Oleg sobrevive a otros artistas que allí han habitado desde que Stalin les asignara sus “dachas” o viviendas. Es un barrio donde prima la naturaleza, con sus bosques, jardines y enredaderas. Oleg va señalando las viejas casas de los famosos artistas rusos, pero su lamento se repite una y otra vez para contar que el vecino ha talado el abeto de su jardín. Un árbol que debe haber sido testigo de la gloriosa historia del lugar, del encuentro entre tantos talentos juntos… y que hoy ya no existe. Libros en un interior iluminado por la luz invernal hablan de una historia pasada. Allí, Duque encuentra libertad para componer encuadres sensibles y muy personales, acompañados por el movimiento de la cámara. Por un momento se detiene en la figura de Oleg, que con la mímica improvisa una de sus obras. No hay sonido, sin embargo, nos parece seguirlo en otra genial ejecución musical.

El Bafici siempre me sorprende con algún título escondido y que a mi modo de ver, debería haber obtenido algún premio. Una pena, porque este documental nos ha permitido descubrir una piedra hermosa tras su rústica apariencia.

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