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La monstruosidad de Guillermo del Toro

Memo tenía tres años de edad cuando tuvo esta aterradora experiencia. Despertaba a mitad de la madrugada con la sensación de querer ir al baño, pero no iba porque le daba miedo. Sabía que su madre lo reprendería a la mañana siguiente por amanecer empapado.

Y es que tenía sueños que parecían reales. Memo recuerda que era como dormir, abrir y los ojos y seguir en el sueño. Al despertar en su cama, observaba a monstruos que se arrastraban en el tapete verde y viejo de su habitación. Era el miedo de cada noche, hasta que una madrugada decidió enfrentarlos, haciendo una promesa: “si me dejan levantar a orinar, seré su amigo toda la vida”. Y así fue.

Habían pasado tres años de esta experiencia de la niñez, cuando los monstruos reaparecieron en su vida. A los seis años, tuvo su primer acercamiento con las películas de serie B. Aquel cine de los años 40 y 50 del Hollywood de bajo presupuesto, sin grandes producciones y casi siempre de mala calidad. Un cine que cuando abordaba el género de horror o ciencia ficción lo hacía con disfraces y maquillajes terribles.

Sin embargo, hubo una película que lo marcó. Se trata de La Mujer y el Monstruo (Creature from the Black Lagoon), dirigida por Jack Arnold en 1954, que cuenta la historia de un grupo de científicos que, en una expedición por la Amazonia, descubren un humanoide con rasgos anfibios que secuestra a la única chica del grupo, Kay Lawrence (Julie Adams). Tras varios ataques, el grupo consigue rescatar a Kay y disparan al monstruo hasta obligarlo volver a la laguna. Es decir, el monstruo no se quedó con la mujer, y Memo pensó desde ese momento que algún día corregiría lo que llamó “un error cinematográfico”.

Así, 50 años después de ver figuras que no existían en su habitación y tras 25 años de carrera cinematográfica, el realizador mexicano Guillermo del Toro hizo de una película una carta de amor a la otredad.

Elisa (Sally Hawkins), una mujer muda que trabaja en un laboratorio secreto, conoce a un hombre anfibio (Doug Jones), con quien siente una mutua atracción y buscará, como sea, sacarlo de ahí para evitar que sea víctima de experimentos militares.

Esa es la premisa de La Forma del Agua (The Shape of Water, EUA, 2017), la décima película de su carrera, que quizá lo consolida como un gran realizador. La mujer y el monstruo no hablan, ambos han crecido en la marginación, por su condición y por su aspecto, pero no hay miedo de reconocerse entre ellos para tener la capacidad de ver un mundo diferente.

Abundan los colores marinos en los planos, escenas verde-azules, al más puro estilo de Fellini, convirtiendo el color en un instrumento narrativo, movimientos de cámara en las  transiciones que nos invitan a sumergirnos en cada paso de la historia. En la primera secuencia, una mujer duerme en su habitación y flota con el ritmo de la música. Una impecable estética.

El resto de los personajes que rodean esta relación deben enfrentar sus propios monstruos. Zelda (Octavia Spencer), la mejor amiga de Elisa, es una mujer afroamericana humilde, utilizada como empleada de limpieza; Giles (Richard Jenkins) es un homosexual discriminado de su restaurante favorito y Richard Strickland (Michael Shannon, el hombre que es consumido por su ambición, la representación del poder y  de la intolerancia.

Así que si bien la monstruosidad nos deja ver en esta película una historia pura de amor, también hay una idea mucho mas política, hasta cierto punto contestataria, como los zombis de George A. Romero. Está ambientada en la Norteamerica de los años 60, la llamada “América Moderna”, con los prejuicios de hoy. Con un claro discurso de la existencia de instituciones, tratando de dañar a las personas.

Lo habíamos visto ya en El Laberinto del Fauno (España, 2006), la sexta película de su filmografía. Es un conmovedor cuento de hadas para adultos, ambientado en los tiempos de la posguerra española. Mientras el mundo padece los embates entre el ejército franquista y la resistencia republicana, la jovencita Ofelia (Ivana Baquero) encuentra un universo mágico en donde descubre que es una princesa. Con la ayuda de un fauno, intentará llegar al lugar que pertenece.

La niña es rodeada por las hadas y es enfrentada por un monstruo que releva sus peores temores. Dicho sea de paso, el personaje del fauno es la recreación de uno de los monstruos que Del Toro observaba en su habitación cuando era niño.

En 2001, ya nos había situado en el contexto de la Guerra Civil española para ver a niños enfrentados a la violencia cotidiana, con El Espinazo del Diablo (España, 2001), producida por Pedro Almódovar. Carlos (Fernando Tielve) es un menor de 10 años, quien tras ser refugiado en un orfanato con hijos de familias víctimas de la guerra, es acechado por otro menor  que se volvió un fantasma. Carlos está asustado por un fantasma, pero horrorizado por el comportamiento humano.

Los monstruos son tan reales para Guillermo del Toro como un político o como una estrella de televisión, y tiene una vocación para abrazar lo fantástico de forma natural, aunque a veces con historias descabelladas, como un tipo pintado de rojo, extraído de una historieta (Hellboy, 2002; Hellboy 2, 2008), o a un tipo afroamericano siendo un brutal cazavampiros con destrezas y secuencias increíbles (Blade 2, 2002).

En 2013, Guillermo del Toro presentó la que es, quizá, su película más convencional, pero en la que mostró a su niño interno. En Pacific Rim (EUA, 2013), unos robots gigantes, piloteados por dos personas con empatía neuronal, debían pelear, mano a mano, con unos monstruos enormes en forma de alebrijes que provenían de las aguas del Pacífico. Tras estos combates, los pilotos enfrentaban a otros monstruos, los de su pasado, sus traumas de la niñez y sus propias frustraciones. Un trabajo visualmente bueno, con tintes de Mazinger Z, pero también un drama de temperamentos y pérdidas familiares. La monstruosidad ha sido un tema recurrente en la filmografía de Guillermo del Toro.

Entre 1988 y 1989, Del Toro dirigió en México algunos episodios de la serie de televisión La Hora Marcada, un programa de terror que forma parte del imaginario colectivo de la sociedad mexicana, y en la que debutaron quienes ahora son realizadores reconocidos en la industria cinematográfica, como Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki.

En 1993, dirigió su primer largometraje, Cronos, que cuenta la historia de un artefacto medieval, en el que habita un insecto que consume sangre y ofrece la juventud eterna. Una referente de la historia de Drácula pero contada con originalidad. Y en 1997, fue su debut en Hollywood, con Mimic, recordada como la única y mejor película de personas atacadas por cucarachas gigantes.

Pero este miedo y atracción hacia los monstruos lo ha llevado más allá de sus dibujos en libretas, maquetas y la silla del director. Fiel a una loable convicción, Del Toro se ha propuesto apoyar a los primeros realizadores. Jóvenes que se han involucrado en el mundo fantástico y terrorífico de manera genuina, y apasionadamente, han encontrado en Guillermo a un aliado para dar a luz sus óperas primas.

Un, dos, tres, toca la pared…

Así de genuino era el horror que presentaba en su historia el joven español José Antonio Bayona -conocido como el J., o J.A. Bayona- cuando el propio Del Toro dijo que era uno de los guiones mejores escritos que había visto, y no dudó en producirlo. Se trata de El Orfanato (España, 2007) y cuenta la historia de una mujer que viaja con su hijo al orfanato donde creció, con el fin de convertir el lugar en un centro para niños con discapacidad.

Su hijo, Tomás, se hace amigo de un niño imaginario, llamado Simón, que realiza apariciones con la cabeza cubierta y un silbato. Hay un espléndido manejo del horror. Bayona nos introduce tanto en el miedo para conocer hasta dónde son capaces de llegar sus personajes. Pero no es hay solo un temor, los miedos son a las enfermedades, a la malformación, al pasado, y a perder la relación de una madre con su hijo. Inolvidable el personaje de Simón en nuestras memorias.

Siete años después, en 2013, el que Del Toro consideraba el mejor corto de terror que había visto en su vida. Un par de jovencitas se levantaban de sus camas un tanto asustadas advirtiendo que su madre había vuelto y venía por ellas. Sólo que era una mujer alta, escuálida y con movimientos capaces de poner los pelos de punta.

El joven director argentino Andy Muschietti pudo llevar al cine su largometraje Mamá (Canadá, 2013) que evidencia ese temor no reconocido que nos generan nuestras madres en la infancia. No falla en su manufactura. Es visualmente buena, con influencias del cine de terror japonés, que sabe mantener el suspense en toda la historia, sin embargo, falla al culminar con un toque fantástico. El sello de Del Toro al final.

En 2014, descubrió en el pintor, animador y escultor Jorge R. Gutiérrez el talento necesario para llevar a cabo su primer largometraje. El Libro de la Vida (The Book of Life, EUA, 2014) es una película animada que cuenta la historia de Manolo, un joven que se debate entre cumplir las expectativas de su familia de convertirse en torero, o en dedicarse a su pasión que es la música. Para decidir, deberá enfrentar sus peores temores. Antes de Coco, de los estudios Disney Pixar, esta película ya nos había llevado a través de la animación, a recorrer el mundo de los vivos, de los muertos, de los recordados y de los olvidados en la cultura mexicana. 

La monstruosidad de Bayona

Entrada la madrugada, despierta agitado, con la misma pesadilla de todas las noches: que un cimiento se derrumba y, ante eso, la frustración de no poder sujetar a alguien con las manos.

Así inicia la historia de Conor O’Malley (Lewis McDougall), un menor de 12 años, escuálido y de mirada cansada. En el colegio es víctima de bullying, en su casa enfrenta la cada vez más grave enfermedad terminal de su madre (Felicity Jones) y recibe de manera esporádica la visita de su abuela (Sigourney Weaver), con quien sostiene una relación hostil.

El refugio de su vida, que parece complicada, son sus dibujos. Hasta que una noche, un árbol gigante cobra vida, con pies y manos, y una voz imponente (Liam Neeson) irrumpe en su habitación para ofrecerle contarle tres historias a cambio de que el joven Conor le cuente una cuarta.

Y así, a través de cuentos de reinas, príncipes, sacerdotes y personas que dejan de ser invisibles pero no solitarias, el joven Conor O`Malley intentará superar sus miedos y sus fobias, que son del mismo tamaño que el monstruo que lo visita cada noche, el monstruo de su imaginación.

Aunque hay numerosas cintas relacionadas a las pérdidas familiares y los retos de los menores a entrar en la adolescencia, aquel joven cineasta apadrinado por Guillermo del Toro, ahora en Un Monstruo Viene a Verme (A Monster Calls, España, 2016), J.A. Bayona se consolida como un realizador que cuenta de manera efectiva una historia que no busca, sin sentido, un aspecto sensacional y lacrimógeno, sino que se involucra en este miedo inevitable de sentir que el ser que más se quiere en la vida tiene que partir, ante las frecuentes mentiras que escuchamos al respecto, cuando alguien nos dice que todo va a estar bien. Abandonar al niño de manera radical también implica un duelo que se debe superar.

Dice Guillermo del Toro que es inevitable pensar a qué le tenemos miedo, porque tarde o temprano vamos a enfrentar a lo que más miedo le tenemos. ¿Y tú, ya sabes cuál es tu monstruo?

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2 respuestas a «La monstruosidad de Guillermo del Toro»

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