Cartel de la película La Invisible¿Qué harías si, estando subido a un tren, de repente te das cuenta de que vas en sentido contrario? Puedes bajarte en la próxima estación y cambiar el sentido de la marcha, o bien improvisar llegando hasta el final del trayecto y cambiar de camino,  o como medida extrema, existe la opción de abrir la ventana del vagón y tirarte en marcha, como hace Phine, como paralelismo del transcurrir de su vida. Ella es estudiante de arte dramático, a pesar de sus barreras aparentes para triunfar en el mundo de la interpretación, se verá como protagonista de una obra de teatro para estudiantes, en manos de un famoso director. La preparación del personaje que deberá interpretar y los consejos que recibe del director de la obra abren en Phine multitud de puertas emocionales que la enfrentarán con la persona que es hasta ese momento. En su lucha por conseguir una meta se dará de bruces contra el muro de las limitaciones, ya sean estas psicológicas o en forma de carga familiar.

La invisible sufrió el infortunio de estrenarse en Alemania poco tiempo después de que lo hiciera Black Swan (Darren Aronofsky, 2010). Aunque es evidente que ninguna bebe de la otra, a veces la convivencia en cartelera de dos películas con temáticas parecidas disparan las sospechas en el espectador menos informado. La inevitable comparación entre ambas deja un rastro negativo sobre la estrenada en última posición. La invisible, aunque alabada por la crítica alemana frente a la cinta de Aronofsky, también tuvo sus detractores, sobre todo en medios cibernéticos, que la llegaron a calificar como la copia barata de Black Swan. Sin entrar a valorar cuál de los dos films goza de mejores cualidades o atrayentes cinematográficos, es más importante destacar que si bien en ambos existe una clara similitud entre las figuras protagónicas que luchan por conseguir los papeles de sus vidas y lastran una gran frustración proveniente del seno familiar,  la óptica que aplican los realizadores son muy diferentes. Mientras Aronofsky profundiza en ese deterioro psicológico ante la presión, el estrés y la amenazante transformación de la personalidad, con un enfoque más efectista, Christian Schwochow centra su atención en un tratamiento más a ras de suelo con el punto de mira sobre el descubrimiento de una nueva personalidad más libre, tras el despojo de los traumas y culpas arrastrados desde la infancia, para dejar a un lado la ingenuidad sexual e iniciar un camino en el que tomar las riendas.

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Cartel de la película La suma de mis partesDurante la proyección de La suma de todas mis partes me vino a la cabeza una reflexión que Christian Schwochow realizó durante la presentación en el festival de su película (Die Unsichtbare, 2011) acerca de la invisibilidad de los discapacitados en la sociedad alemana, como si no viviesen de los centros urbanos. Como ya planteara el cineasta austriaco Hans Weingartner en Los Edukadores, presentada en Cannes en 2004,  en torno al discurso de crítica frente al capitalismo y los cambios en la sociedad, en esta ocasión vuelve a acometer dicho análisis, aunque de manera menos matizada y evidente. Esta vez nos adentra en la historia del matemático Martin Blunt, que, tras dejar el hospital psiquiátrico en el que permanecía ingresado, regresa a la ciudad para reiniciar su vida, ante la situación de desamparo absoluto en la que se halla. Tras el encuentro con un niño llamado Viktor en un piso abandonado, buscan un lugar donde vivir alejados de la civilización y se instalan en un bosque donde solo se preocupan por intentar abastecer sus necesidades más básicas. Esta huida del mundanal ruido hace de Martin una persona que tiene como única pretensión el ser feliz.

Lo más atrayente del film es, sin duda, la lectura que se extrae tras la narración del entramado humanístico y sociológico, derivado de los trastornos psicológicos, en relación al daño potencial de una sociedad segregada que impulsa solo a los que saben mantenerse en un estatus aceptado. La defensa de un modo de vida de autosuficiencia, austeridad e independencia, contraria al estilo marcado por la sociedad  imperante, queda manifiesta a través de la utilización de la música a lo largo de la cinta. Es llamativo apreciar cómo en el primer tercio del film hay ausencia absoluta de banda sonora,  para mantener un tono de crudeza y realismo, mientras que hace presencia en los momentos de máxima plenitud, en que Martin y Viktor conviven en la naturaleza.

Desde un punto de vista argumental, los numerosos giros que sufre la trama durante todo el metraje dejan de ser sorpresivos en el punto de inflexión en el que la cinta se confiesa abiertamente ante el espectador, por lo que el interés por llegar al desenlace se desvanece a mitad del visionado.

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Cartel de la película MercedLos parajes blancos y helados de los glaciares y tundras son de los entornos más cinematográficos y con mayor potencial visual. Aunque la primera impresión que transmite una localización como esta es una sensación de pureza, también puede evocar austeridad y crudeza. Por esto no es casual que en el cine existan abundantes historias que transcurren en dichos lugares, centradas en muchos aspectos psicológicos de la oscuridad del ser humano, que expuesto a condiciones climáticas al límite, le obligan a recluirse, no solo en un espacio físico, sino también emocional.

Merced se sitúa en Hammerfest, la ciudad europea más septentrional, donde durante al menos seis meses al año el sol está oculto. Aquí se trasladan Maria y Niels con su hijo Markus, por motivos de trabajo. En la primera mitad de la película conocemos la rutina de esta familia que descubrimos como resquebrajada y desunida. Aunque cualquier problema que pudiera surgir haría presagiar que esa grieta familiar se puede abrir aún más, un accidente de coche parece restablecer la comprensión entre ellos y vuelve a recordarles la complicidad que les unía tiempo atrás.  Este percance es el desencadenante que remueve emocionalmente a esta pareja con sentimientos de culpa, donde cuestiones éticas se ven enfrentadas a los miedos e intereses personales.

Con la llegada de la primavera y el regreso de la luz sobre la ciudad, la penitencia y el arrepentimiento se hacen patentes  y afloran frente a la necesidad de confesión como la purificación para volver a encontrase en paz con uno mismo y su entorno.

Matthias Glasner presentó Merced en la pasada edición de la Berlinale, donde obtuvo una mala acogida por parte la crítica, que mostró su descontento en la propia proyección. Lo cierto es que aunque el tratamiento sobre la culpa y la redención resultan interesantes, el hilo argumental tarda demasiado en compactarse y tomar forma para llegar a unos momentos conclusivos poco convincentes.

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Cartel de la película Niños prodigioEl Holocausto es, seguramente, la temática histórica más veces tratada dentro de la filmografía alemana y mundial, con perspectivas y enfoques múltiples y diversos. Todos tenemos en la retina alguna de las secuencias más tristes de la historia del cine, con este telón de fondo.

El hecho de que Marcus O.Rosenmüller haya puesto al frente de su película a tres niños protagonistas, que llevan todo el peso de la trama, no es tan habitual. Si el contenido de la etapa del nazismo tiene una carga con un alto grado de dramatismo, en este caso, todo resulta aun más trágico si cabe. Abrascha, Larissa y Hanna son tres niños que viven en una localidad ucraniana donde han desarrollado unas dotes para la música fuera de lo normal. El talento que comparten les une, pero la diferencia en su procedencia les distancia cuando estalla la guerra. Ellos solo entienden de música y de amistad. No llegan a comprender qué está ocurriendo en la ciudad donde anteriormente paseaban sin problemas y ahora deben esconderse para salvar su vida. Saben que son cosas del complejo y absurdo mundo de los adultos y que su vínculo de amistad perdurará por encima de todo. Su sueño es tocar algún día en el Carnegie Hall de Nueva York, pero sus planes se truncan, teniendo que conformarse con hacerlo ante las presiones de altos mandatarios de las SS. Tocar para salvar la vida, sin ni siquiera llegar a comprender qué significa.

Marcus O. Rossenmüller asistió al festival para compartir con los espectadores las inquietudes que la película pudiera suscitar. Realizador con una larga trayectoria dentro del mundo televisivo, con producciones documentales, tv movies y series, también son destacables sus numerosos videos musicales. En Niños prodigio utiliza un estilo convencional con un ritmo pausado, a pesar de algunas secuencias en las que la tensión se hace insostenible.

La película abre con un flashback que nos narrará la vivencia de uno de los personajes principales, al que solo sabremos reconocer cuando este alargado viaje al pasado se cierra como colofón final. El film culmina con la cifra terrorífica del medio millón de menores que murieron durante el exterminio nazi y al que esta cinta rinde su particular homenaje.

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Cartel de la película Stopped on TrackAndreas Dresen aterrizaba en el festival para presentar su última película Stopped on Track, además de otras cuatro cintas representativas de su filmografía, que se proyectaron como parte de la retrospectiva que se le dedicaba.

Con esta última película, Dresen plantea un tratamiento sobre la muerte como aspecto inequívoco de la propia vida. Se aleja de forma rotunda de cuestiones religiosas o filosóficas, como anteriormente abordaría Bergman, y ahonda en un pragmatismo terrenal y sin tapujos, que radica en los aspectos más cotidianos que ocurren en el declive final de la vida de un individuo. Es cierto que, si bien el propósito de Dresen es evidente al mostrar minuciosamente cómo transcurre este último viaje de la vida, la historia que articula y su contexto es dramático al extremo, como si nada peor pudiera pasar.

La película arranca con el desafortunado destino que la vida le ha deparado a su protagonista. Un hombre joven, de unos cuarenta y cinco años, con mujer e hijos, al que le diagnostican un cáncer cerebral fulminante. Desde el inicio del fin asistimos a su rápido deterioro físico, mental y psicológico. No hay lugar para la distensión porque aunque la cinta cuenta con algunos momentos cómicos, el humor negro del que hace gala (que no de mal gusto) redunda en la tragedia.

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Cartel de la película Tres cuartos de lunaTres cuartos de luna es una historia de encuentros y desencuentros fortuitos, de los altibajos inesperados de la vida, de las conexiones entre personas y el destino que las une. A veces es sorprendente la unión entre dos personas que a priori nada tienen que ver, con vidas muy dispares pero que en lo más esencial están estrechamente unidas.

El dúo protagonista de Tres cuartos de luna difiere en su procedencia, en las costumbres culturales, en su edad y por tanto en sus experiencias vitales. Hartmunt, taxista de edad avanzada, tiene un carácter fuerte y un curriculum repleto de prejuicios, entre los que destacan el machismo y el racismo. Un día recoge en su taxi a una mujer con su hija de seis años, Hayat, procedentes de Turquía. Este encuentro, sin importancia en apariencia, será fruto del vínculo contra pronóstico entre Hartmunt y la pequeña Hayat, que representa el contrapunto a esa forma de ser, rancia y malhumorada. Nexo a regañadientes que en muchos sentidos, cambiará la existencia de ambos.

Christian Zubert firma con este su cuarto largometraje, alzándose con el premio del público en esta edición del festival. La gran baza de esta cinta está en la gran facilidad para encontrar los momentos más melodramáticos y comprometidos, y transformarlos en situaciones hilarantes, porque aunque la línea base que recubre las circunstancias en las que se mueven estos personajes tiene un componente amargo, donde la soledad hace mella, la combinación de ambas personalidades expuestas ante situaciones insospechadas, proporcionan un tono desenfadado con espacio para la risa.

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Cartel de la película Viento del OesteEl viento que procede del Oeste es fresco, perfumado, arrastra oleadas de  música rock y proporciona nuevas experiencias y sensaciones. Todo esto lo descubren las dos hermanas deportistas de Viento del Oeste cuando viajan a un campamento de verano en Hungría. De esta manera, salen por primera vez del lado este de Berlín para completar su entrenamiento de remo para una futura competición. En este trayecto se encuentran con un grupo de chicos que las invitarán a conocer un mundo diferente al que están acostumbradas y que por las circunstancias políticas del momento, tienen prohibido.

Existen numerosos títulos que tratan de cerca la etapa del muro de Berlín y que representan de una u otra manera un documento sobre las vicisitudes que aquella división causó en la población alemana. Entre las más recientes y reconocidas cabría destacar Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003) o La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006). Aunque Viento del Oeste podría enmarcarse dentro de la larga lista de películas sobre el muro, dicho contexto se comporta como mero telón de fondo, quedando en un segundo plano y pivota sobre otros abordajes con mayor peso dentro de la trama principal. La lealtad que ambas hermanas se procesan pone de manifiesto una conexión de absoluta complicidad y dependencia que quedará comprometida cuando una de ellas se entrega a su primer gran amor.

El conjunto del film resulta muy refrescante y ligero, efecto conseguido en gran parte por la música que nos traslada a esos últimos coletazos de los ochenta a ritmo de The Cure y Depeche Mode. Sin embargo, según nos aproximamos al tramo final, el desenlace se presenta demasiado mascado y calculado, con algunas incongruencias en el marcado perfil de algún personaje, como si todo quedara orquestado al detalle para que el resultado quede bien cerrado sin ningún hilo suelto.

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