Críticas

Mirando al final

Ciudad de los muertos

Otros títulos: Ciutat dels morts.

Miguel Eek. España, 2019.

CiudaddelosmuertosCartelCiudad de los muertos es un interesante y original documental del director hispano-suizo Miguel Eek. Hasta la fecha, su obra con mayor repercusión ha sido otro documental, Vida y muerte de un arquitecto (2017), centrado en un suceso ocurrido en Mallorca, en 1968. Ese año, el cadáver de Josep Ferragut se encontró en un descampado. Fue un hombre que se había destacado por su lucha contra la corrupción y el desarrollo urbanístico desaforado en la zona costera. Además, su condición de homosexual le convertía en una persona especialmente peligrosa en plena época franquista, con un régimen que castigaba las tendencias sexuales que se salían de sus reglas con una norma cuyo nombre lo dice todo: “Ley de vagos y maleantes”. Con su última obra, al igual que con la anterior, se puede destacar que Miguel Eek se sitúa, por duraciones, en el terreno de los mediometrajes (entre 50 y 60 minutos cada una de ellas). 

Ciudad de los muertos es el cementerio y el tanatorio de la ciudad de Palma de Mallorca, islas Baleares, España. De la mano del realizador, con una cámara muy respetuosa, se registrarán distintos momentos que acontecen en el recinto. La conexión entre ellos, además de la coincidencia del lugar, se produce por la aparición y protagonismo que van adoptando algunos de los trabajadores del camposanto. Así, nos familiarizaremos con Biel, el vigilante; con José, el agente comercial; también con los jardineros Jaume y Mohammed; con el encargado del horno crematorio, José Luis, o los que se dedican a la tanatopraxia, David y Sergio. Tampoco faltan mujeres, aunque, ¿qué raro, no?, son las que se ocupan de la limpieza, como Manuela o Tamara. Todos y todas sorprenden por su naturalidad. En sus intervenciones planea la sensación de que los creadores de la obra nos dan gato por liebre, y nos muestran por empleados del cementerio a profesionales contratados para la ocasión. Pero nada es casual y al parecer, esa espontaneidad y desenvoltura vienen dadas tras muchos meses de rodaje, cuando ya la cámara se hace invisible para los protagonistas. 

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El filme se abre con el camposanto de noche, concurrido únicamente por los felinos y el vigilante. Sorprende su parte de estructura circular, en varios pisos y hasta con ascensor. La oscuridad estremece un tanto. Pero en la siguiente escena ya es de día y la cotidianidad en la labor habitual se impone. Para los empleados, claro, no para los visitantes vivos con familiares de recién o inminente ingreso. En cuanto a los allegados de seres ya instalados hace tiempo y definitivamente allí, las reacciones son muy diversas y van, desde la emoción, pasando por la continuación de tradiciones o llegando a la monotonía que produce la rutina misma. Un acercamiento a la muerte, ese tabú de la sociedad actual, que ya se produjo recientemente con otro documental español, Desmontando la muerte, del director Germán Roda (2016). Pero si Eek fundamenta su obra en el rodaje de los sucesos y relaciones que se producen día a día en el cementerio, Roda basa su largometraje en entrevistas, testimonios, actuaciones de cantautores o de grupos de teatro,  además de insertar la filmación de otra película. Dos maneras muy distintas de acercarse al final de la vida, pero las dos muy honestas y tremendamente válidas. 

El cementerio de Palma de Mallorca se inauguró en 1821 y ha sufrido diversas ampliaciones y reconstrucciones a lo largo de su historia, introduciéndose un estilo modernista. Sus catacumbas fueron utilizadas de forma masiva para el entierro de víctimas de la gripe llamada “española” en 1918. También sus muros soportaron cientos de fusilamientos durante la Guerra Civil. Un lugar que encierra en cada uno de sus rincones intensas emociones: desesperanza, amor, dolor, resignación, tristeza. Pero igualmente es un espacio en donde buscar el sosiego y silencio. Esto último, siempre y cuando no se tenga la mala suerte de encontrarse con un botellón junto al nicho del ser querido. Un sitio en el que junto al drama es posible toparse con el humor, incluso con un despliegue capitalista en búsqueda del máximo beneficio en momentos en que la voluntad se encuentra muy debilitada.  

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La escenificación a la que ha recurrido Miguel Eek se caracteriza por la toma de distancia sobre lo que acontece. Una cámara siempre prudente, nunca invasiva, en todo momento respetando una distancia adecuada ante lo que para algunos preferirían no recordar, para otros puede suponer una intrusión a su intimidad más profunda y para la mayoría, creemos, una aproximación hacia un lugar al que nunca nos gusta acercarnos pero en el que todos terminaremos. Por mucho que en Silicon Valley se apueste por lo contrario. Además, destaca el cuidado que se observa en recurrir a  la naturalidad con los tonos utilizados, sin saturaciones que desplacen a protagonismos innecesarios. Y se sigue un esquema que aparenta libre, sin guion preestablecido, pero no dejando puntada sin hilo. Y en cuanto a la utilería, recuerden dónde estamos. No echarán en falta cadáveres, ataúdes, sudarios o cruces. 

Punto y aparte merecen los diálogos, unas conversaciones que nos llevan desde la sonrisa hasta la reflexión. Además, escuchamos algunas frases de enorme inspiración, eléctricas y arrebatadoras. Como la resignación de los empleados, conscientes de que trabajan en el mismo sitio en el que descansarán. O escenas delirantes, como la familia al completo adorando a su particular Peret, con flores a María, no precisamente blancas. También la de los familiares del finado todavía caliente, con decisiones importantes que tomar para las honras fúnebres. Difíciles instantes en los que decantarse por la calidad del ataúd, la cremación o inhumación, los acompañamientos musicales o el disfraz para la ocasión. Unos momentos deliciosos que podemos disfrutar porque estamos vivos, porque podemos seguir viendo cine. Es lo que hay.

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Y en todo este torbellino de emociones condensadas, apariciones y ángeles incluidos,  hemos topado con un nuevo ídolo. Se llama José Rojano, el hombre que se encarga del departamento de atención y venta a familiares en la Empresa Funeraria Municipal de Palma. El agente funerario. Espectacular en su dedicación para recibir a los allegados del difunto en los primeros instantes o su capacidad de aumentar el gasto, siempre sin presionar. Cruces encima de la caja, traje nuevo, música en directo con el Ave María en el repertorio… En fin, una joya en su profesionalidad, hermética y respetuosa, que además, sabe aguantar el porte hasta cuando los fantasmas aparecen. José Rojano se ha convertido en nuestro nuevo Gervasio Losada, aquel gerente del hotel Asturias que no hacía más que inclinarse  en Volver a empezar, la película de José Luis Garci (1982). ¿Recuerdan al gran Agustín González en ese inolvidable papel?

La muerte es muy obscena, siempre lo hemos pensado. Pero Miguel Eek sabe liberar de capas al asunto para mostrar otras facetas tremendamente interesantes que rodean el óbito. Y una de las  conclusiones a la que llegamos es que trabajar día tras día, sobre ocho horas diarias, rodeados de tanta intensidad y aunque ya no se perciba como tal, aporta a los empleados del camposanto dosis adicionales de sabiduría. Y lo decimos por aquello del fin del mundo, de las causas naturales o inducidas, por la elección prematura del habitáculo, por los rezos a horas fijas o los viajes sin demora, no les vaya a pillar la parca. Morirse es muy caro, pero permanecer vivo, muchísimo más.  

Tráiler:

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Ficha técnica:

Ciudad de los muertos  / Ciutat dels morts ,  España, 2019.

Dirección: Miguel Eek
Duración: 56 minutos
Guion: Miguel Eek
Producción: Marta Castells (Productora Mosaic Producciones)
Fotografía: Jaume Alcina (color)
Música: Carlos Novoa, Rubén Pérez (sonido)
Reparto: Sergio Busquets, David Padilla, Mohammed Chaidi, Jaume Clar, Miguel Ángel Ferrer, Daniel de Toro, Tamara Heredia, Manuela Ríos, José A. Rojano, Biel Torres, José Luis González, Juan Aroca, Manuel Camacho, Xisco Aroca, Biel Barceló

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