Amor y letras

Josh Radnor, conocido por su papel de Ted Mosby en la serie de televisión estadounidense How I Met Your Mother, desde hace ya un par de años pasó a la pantalla grande no sólo como actor, sino como director con la película HappyThankYouMorePlease. Dos años después ha regresado a las salas con una nueva historia de amor y crecimiento: Liberal Arts.

Esta segunda película de Radnor posee cualidades similares a las que planteó por primera vez en HappyThankYouMorePlease, tal es el caso de la historia sencilla, la practicidad de su forma fílmica, los escenarios que elige, su reparto y, por supuesto, que él es el protagonista, cuyas características sólo variarán poco entre película y película: joven neoyorkino, soñador, en constante búsqueda del sentido de la vida, la felicidad o el amor, escritor, profesor, amante de las letras, la música y el cine. Sí, todos esos detalles que lo asemejan ligeramente a Woody Allen, pero sin lograr aún esa maestría o estilo consagrado.

Jesse Fisher (Radnor) regresa a su alma mater por invitación de uno de sus más queridos profesores para acompañarlo en un evento especial antes de su retiro. En su regreso a la nostalgia universitaria, Jesse se encuentra con una serie de personajes que lo harán reflexionar sobre su vida. Tal es el caso de Dean, un joven existencialista depresivo, la maestra Fairfield, su ex profesora de literatura, y Zibby (Olsen), una chica de diecinueve años que estudia en la universidad.

La buena impresión que deja Zibby en Jesse es el primer motor para generar la tensión “sapiosexual” que se genera entre ellos, una tensión que estriba mucho más que en el conocimiento y la sagacidad de ambos personajes, en su compenetración emocional e intelectual. Así, comenzarán los dos una relación profunda basada en cartas postales.

Radnor entonces lleva al cine una historia de correspondencia, tal como lo hicieran en su momento cintas como The Shop Around The Corner (Ernst Lubitch, 1940), 84 Charing  Cross Road (David Hugh Jones, 1987), o You’ve Got Mail (Nora Ephron, 1998). Plantea así –entre otras cosas- la necesidad del ser humano de comunicarse por otros medios, más analógicos y personales, como el correo postal. Jesse y Zibby comenzarán una amistad que se cosecha con la paciencia de esperar una carta y el amor y cuidado de escribirla, elegir las palabras y esperar a que resuenen en la vida del otro. Aunque es un tema que parece banal, la realidad que se vive a diario está plagada de velocidad, inmediatez y vorágine.

Aunado a esto, plantea un estimulante momento lleno de piezas musicales clásicas, que van desde Mozart hasta Wagner, y que recuerdan el deleite de disfrutar de los momentos con una banda sonora diferente al ruido cotidiano. Este tipo de detalles son los que van haciendo que Radnor se vaya ubicando como un director capaz de mover fibras sensibles de forma inteligente y sencilla.

No obstante estos datos, hay algunos temas más trascendentales que se tocan durante la película. En primer lugar el dilema ético del personaje principal al enfrentarse a su apego a Zibby, que le produce bienestar y emoción, pero que –a la vez- le genera un conflicto, dada la diferencia de edad y los momentos de vida que los separan. A veces no es suficiente el total entendimiento cuando algo impide que todo funcione de forma sencilla y natural.

En segundo lugar, está la continua búsqueda de la felicidad y el amor. Tanto Zibby como Jesse y los otros personajes, por más estables que luzcan, tienen una carencia y están en camino a hallar el sentido de su vida. Dean es el principal ejemplo de esto, dado su notorio existencialismo y su necesidad de ser diferente, estará dispuesto a correr riesgos. Sin embargo, los otros personajes –menos radicales- también están en la disposición de encontrarse y de hallar, en los pequeños detalles, un poco más de coherencia emocional y algo que les permita llenar sus vidas.

Por último, Liberal Arts es un recordatorio sutil de que la realidad supera a la ficción, y que la vida diaria debe ser mejor que la novela más importante de la historia. Todos los personajes viven en su fascinanción por las letras. Se pelean, debaten, añoran, compran y viven de la literatura y sus miles de historias. Entonces sienten esa nostalgia por la vida de fantasía que se alberga en los libros. Sus vidas se basan en el aprecio por la calidad de la literatura y los deseos que sus universos les regalan.

Josh Radnor trabaja con historias sencillas, y desde su ópera prima se ha dotado de un reparto poco conocido pero que trata de explotar en sus cualidades histriónicas. Aparece por minutos breves un Zac Efron que no se parece al estudiante de High School Musical o al chico de Charlie St. Cloud, sino que es un alma libre que raya en la locura. Lo acompaña también Elizabeth Olsen, que luce mucho más madura de la edad que representa y que hace un complemento balanceado ante la trivilidad y continua confusión del personaje de Radnor.

Estas historias de amor de personajes mucho más humanos han sido recurrentes en los últimos años, con formas cinematográficas digeribles y cómodas, pero que logran –en muchos casos- llevar a la reflexión pero sin recurrir a sinsabores o malas sensaciones. Pese a la sencillez formal, Liberal Arts no escatima en plantear un tejido de planos y movimientos que se intercalan armoniosamente con las palabras de amor contenido que surgen de los personajes.

Estamos ante una película entretenida, pero no logra cuajar a la perfección con sus personajes o su historia. Sigue marcando un estilo de Radnor y seguramente que ha servido de exploración para el director. Tal vez en un futuro próximo, Ted Mosby se desplace un poco del Radnor, y su estilo cinematográfico termine de alcanzar la perspicacia y agudeza de Allen.

Tráiler: