Verdades como puños

Por Javier Moral

2000 años de cine

FOTOGRAMAS presenta: 2000 AÑOS DE CINE ESPAÑOL
Guión: Jordi Costa
Dibujo: Darío Adanti
Formato: Comic-book, 48 págs., a color
Edición: Mayo de 2010

El periodista Jordi Costa y el dibujante Darío Adanti convinieron en formar un equipo, a estas alturas ya consolidado, dedicado a la radiografía del panorama intelectual actual, a través de un proceder que combina el rigor discursivo con la sordidez de la crítica más bestia. Primero, fue el turno de la denominada contracultura posmoderna (también referida como "cultura basura") con el compendio de artículos ilustrados que constituía Vida Mostrenca (2002), continuado en 2008 por el vademécum del estilo de vida alternativo que constituía Monstruos Modernos. Un encargo del Festival Internacional de Cine de Gijón les puso tras la pista de un excéntrico director americano que apela -en consonancia con las intenciones de estos dos- al patetismo humanista como seña de identidad, para parir el monográfico Todd Solondz: En los suburbios de la felicidad. Pero, este matrimonio entre el Mostrenco articulista y el ilustrador Che-qué-loco (los alter ego de Costa y Adanti en sus trabajos) quiso ir más lejos e inaugurar un nuevo subgénero literario: la crítica cinematográfica hecha historieta. Mis problemas con Amenábar supuso la confirmación de que este par de descarados visionarios podían dar algo nuevo al terreno de la reflexión cultural.

Después de quedarse muy a gusto poniéndole los puntos sobre las íes al director de Ágora, las diatribas de Mostrenco y Ché-que-loco vuelven con motivo de la conmemoración del número 2000 de Fotogramas, publicación decana de la prensa cinematográfica española. Lo que ellos mismos definen como "un cruce entre una aventura de Mortadelo y Filemón y la serie Lost", no es sino el resultado de un guión de profundo ingenio y síntesis visual al compás de unos viajes en el tiempo (muy a cuento en nuestro número dedicado a la temporalidad en el celuloide) que sirven de inspección censora a una historia del cine plagada de bondades, pero también de horrores.

De nuevo, la dupla protagonista nos brinda una subjetiva visión del séptimo arte, a través de la entrañable relación paterno-filial, mentor-aprendiz, a lo Don Quijote y Sancho Panza, entre el gruñón y cínico juntaletras y su querido y fiel escudero pintamonas. Y es que, desde la tierna humildad -en los escasas viñetas en las que ésta se atisba-, hasta la mala baba, todo se halla elevado a la enésima potencia en este singular tratado teórico sobre la evolución del medio que inventaran los Lumière.

El lector casual que comprara el tebeo por mera curiosidad se verá golpeado por un auténtico "pulso épico entre la cinefilia y la cinefobia" -como la propia cubierta trasera profiere-. Este enfático embolao parte de una terrible equivocación por parte de Toni Ulled, director de Fotogramas (encarnado por George Clooney, en el principal cameo de una larga ristra de dispares actores que dan vida al staff de la revista): el encargo a nuestros eruditos vividores de un tebeo digno de homenajear los "2000 años del cine", en lugar de los 2000 números de la revista. Haciendo uso de una envidiable máquina del tiempo, Costa y Adanti deciden hacer realidad el delirio de su jefe, al tiempo que aprovechan esta oportunidad impagable para "corregir" esas desviaciones que el séptimo arte nunca debió padecer; la más importante, provocada por su irresponsable uso del aparato: un mundo sometido a la tiranía de un todopoderoso Louis de Funès. Tan sólo provistos de su verbosa oratoria protagonizarán unas peripecias atiborradas de referencias a la cultura popular, sin renunciar cuando se tercie (por supuesto), al sano mamporreo en un simpático guiño a esa tradición slapstick de la comedia primigenia. 

Todos podemos equivocarnos. Lo que nuestros inconformistas antihéroes entienden en un principio como una cruzada por la exterminación del cine de raíz por su gran capacidad para producir disgustos con el paso de los años, termina descubriéndose como una verdadera declaración de intenciones para restituir la sobriedad y el honor del celuloide. Entonces, se consagrarán a combatir con ahínco el ego del cineasta, ese mal derivado del cortejo al mainstream de la industria, de la entrega incondicional a la cómoda bonanza de la superproducción, casi siempre encubierta por esa falsaria etiqueta de cine de autor que comporta su firma (en las viñetas, personificado en las figuras de Ridley Scott y James Cameron). La inmensa magnitud del medio permite convertirlo en herramienta de engaño y arrase, que igual revuelve el mundo por una localización remota para una gesta histórica, que destruye un ecosistema con tal de conseguir una caprichosa toma. El catalán y el argentino serán también responsables, entre otras cosas, de fraguar el carácter cinematográfico de un pipiolo Clint Eastwood o de escarmentar la tontuna mental del pedante Ricky Fitts (American Beauty) y de la redicha Amélie Poulain; por no hablar de un merecido rapapolvo a los inventores del cine por fomentar la explotación de las majors, al no pagar a esos obreros que hacían de extras en Salida de la fábrica Lumière.

Y es que 2000 años de cine compone, ante todo, una justiciera oda a la crítica cinematográfica, defendiendo esa función reflexiva que siempre debiera sostener a través del diálogo con el espectador (características que promulgamos desde ésta, nuestra revista, al margen de prejuicios e intereses). Ni siquiera se echa en falta el ejercicio de sano "auto-vituperio": si el crítico no se sumerge en las circunstancias que envuelven una producción, desde las técnicas del rodaje hasta el proceso de distribución, ¿es apropiado que la juzgue atendiendo a su conocimiento parcial?

Este cómic, que se cocinó a la par que el esperado final de la mítica serie producida de Lindelof y Cuse ni puede ni pretende crear tamaña legión. Sin embargo, sí conseguirá sembrar la semilla de la conciencia crítica y del buen gusto fílmico entre su público. Su densidad exige una lectura reposada, pero nunca soporífera. El lector quedará satisfecho al advertir esa agradable sensación de haber superado más de un trauma. Pues, como bien señala Costa, "el tebeo es una buena herramienta terapéutica para canalizar fobias"

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Cinerama (Reseñas) (96)