Los últimos tiempos del shogunato

13 asesinos

Jûsan-nin no shikako. Takashi Miike, Japón, 2010

Por Joaquín Juan Penalva

13 asesinos cartel El prolífico director japonés Takashi Miike -ha dirigido más de ochenta películas en veinte años-, responsable de títulos como Audition (Ôdishon, 1999), Ichi the Killer (Koroshiya 1, 2001) o Llamada perdida (Chakushin ari, 2003), ha conseguido con 13 asesinos una propuesta redonda, sin fisuras, que une el clasicismo propio del jidaigeki -dramas de época que abarcan desde el periodo Heian, en el siglo XIII, hasta el Tokugawa, que acaba en 1868- con el postmodernismo presente en una de las mayores batallas finales que se recuerden en el cine reciente. 13 asesinos bebe de títulos como Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954), Yojimbo (Yôjinbô, 1961) y Ran (1985), todas ellas de Akira Kurosawa, pero es, al mismo tiempo, un remake de una película homónima de Eichi Kudo estrenada en 1963.

El planteamiento de la trama es muy clásico: Lord Naritsugu Matsudaira (Gorô Inagaki), hermanastro del Shogun, es un ser despiadado que no duda en abusar de su poder, lo que le conduce a cometer los más crueles e incomprensibles atropellos. Se trata de un villano absoluto, totalmente maniqueo, sin el menor atisbo de humanidad. La acción transcurre durante los últimos años del shogunato, hacia el final de la Era Edo (1600-1868), concretamente en 1844.

13 asesinos fotograma13 asesinos no solo retrata el final de una época, sino la última oportunidad que tiene un grupo de samuráis de acceder a una muerte honorable en combate, algo inaudito en tiempos de paz. Por última vez, los personajes viven de nuevo la locura de la sangre y recuerdan los tiempos gloriosos de la Era de la Guerra. De hecho, el único sentimiento humano que muestra Lord Naritsugu en todo el metraje es el descubrimiento de la belleza intrínseca que hay en la violencia, la muerte y la destrucción, tras una jornada de persecuciones, enfrentamientos y muertes.

Hay un pequeño prólogo en el que contemplamos cómo un noble japonés se da muerte mediante el procedimiento del harakiri, una escena rodada con crudeza pero sin explicitud, ya que toda la secuencia la contemplamos a través del rostro del personaje. Toda la primera parte, que dura aproximadamente una hora y media, es una demorada presentación en paralelo: por un lado, del malvado de la función, el ya mencionado Lord Naritsugu y su entorno, encabezado por el samurái que comanda su guardia personal, Hanbei Kitou (Masachika Ichimura); por otro, del grupo de samuráis reclutado por Shinzaemon Shimada (Koji Yajusho), que ha recibido por parte de Sir Doi (Mikijiro Hira), miembro del Consejo de Ancianos del Shogun, la orden de asesinar a Lord Naritsugu.

13 asesinos fotograma Con todo, toda esta primera parte no es más que una preparación para la gran batalla final, que dura cuarenta y cinco minutos, una de las más largas jamás filmadas, en la que los trece asesinos del título se enfrentan a un ejército de doscientos hombres. Esta batalla es, sin duda, lo mejor de la película, y lo que le va a garantizar su paso a la historia del cine. Acaso el único que no está a la altura de la batalla es el villano, que no es un malvado digno de Shinzaemon y sus hombres. En realidad, el auténtico antagonista es Hanbei Kitou, un eterno segundón que ha pasado toda su vida a la sombra de Shinzaemon. Hanbei es un buen samurái, y su tragedia es la de servir noblemente a un miserable, lo que acaba convirtiéndolo en cómplice del mal; vive, por tanto, un dilema existencial y de él se podría decir lo mismo que se decía el Cid: "¡Qué buen vasallo si tuviese buen señor!".

13 asesinos fotograma Hay quien ha señalado las similitudes entre la escena de la batalla final y la batalla de la Novia contra los 88 maníacos de Kill Bill: Vol. 1 (Quentin Tarantino, 2003), pero creo que la referencia más inmediata no es esa, sino el enfrentamiento al que asistimos en Azumi (Ryûhei Kitamura, 2003), mucho más parecido desde un punto de vista técnico, estético y, sobre todo, temático, ya que Azumi también está ambientada en la Era Edo, si bien doscientos años antes. Además, 13 asesinos recuerda, en su retrato de la vida de los samuráis, a una obra maestra como Tabú (Gohatto, Nagisa Ôshima, 1999), y, en sus enfrentamientos, a esa pequeña joya titulada Zatoichi (Takeshi Kitano, 2003).

13 asesinos fotograma Toda la película puede entenderse como una glosa del célebre soneto de Francisco de Aldana en el que canta las excelencias de la guerra: "El gusto envuelto va tras corrompida / agua, y el tacto sólo apalpa y halla / duro trofeo de acero ensangrentado, // hueso en astilla, en él carne molida, / despedazado arnés, rasgada malla. / ¡Oh solo de hombres digno y noble estado!". 13 asesinos, en realidad, plantea el fin de una época y de una forma de vivir, la de los samuráis, que ya ha perdido su sentido en el Japón del siglo XIX. Su código de honor, el bushido, el camino del guerrero, que situaba la lealtad al amo por encima de todo, ha entrado en franca decadencia, y es necesario plantear una lectura moral, ya que hay señores que no son dignos de la lealtad de sus vasallos. Es una cuestión interesante que permite interpretar la película en clave contemporánea. Miike, sin duda, ha filmado un clásico.

Premios: Mejor diseño de producción y Premio del Público en el Festival de Sitges. Nominada al León de Oro en el Festival de Venecia. Cuatro premios de la Academia de Cine Japonés (Mejor Dirección Artística, Mejor Fotografía, Mejor Iluminación y Mejor Sonido) y seis nominaciones (Mejor Director, Mejor Actor, Mejor Película, Mejo Montaje, Mejor Banda Sonora y Mejor Guion).

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